Josetxo Fagoaga

Luces y sombras de Un obispo vasco ante ETA
(Hika, 197zka. 2008ko martxoa)

            Seguir los complejos razonamientos que José María Setién hace en su libro Un obispo vasco ante ETA1 ha requerido, al menos para un servidor, un no pequeño esfuerzo para separar lo principal de lo secundario (secundarias son, por ejemplo, por elementales, los apuntes que Setién vierte sobre la historia y los avatares ideológico-políticos de ETA, sobre el PNV o el clero vasco por poner algunos ejemplos concretos); o separar todo lo que el texto tiene de autojustificación personal de su trayectoria vital, primero como sacerdote y luego como obispo en un buen montón de cosas que a mí me han parecido de interés muy relativo.
            Mi lectura, no sé si acertada o equivocadamente, ha tratado de encontrar las bases a partir de los cuales José María Setién se enfrenta a ETA y valorar su fundamentación ideológica, ética y política.
            Y voy a partir de una perspectiva positiva, de un planteamiento que Setién hace sobre ETA y la sociedad vasca que, desgraciadamente, no siempre se encuadra en el nacionalismo vasco con la claridad con la que aquí está expresado ni, tampoco, en otras partes del libro en las que me ha parecido que reina una visión mucho menos plural y realista. Perdóneseme que cite in extenso porque el largo párrafo tiene mucho interés:
            “Sin embargo, las dos razones alegadas suponen en ETA una visión equivocada de lo que es actualmente el Pueblo Vasco que ella imagina ser. Ese pueblo unitario y homogéneo no existe; ni en su adhesión nacional ni en una cultura común que según su propio punto de vista, habrían de justificar el uso de la violencia para defenderlas y defender con ellas en mismo Pueblo Vasco. La supuesta legítima defensa de algo imaginado que, de hecho, actualmente no existe, se convierte por el uso de su violencia en una imposición coactiva contraria a la libertad del Pueblo Vasco realmente existente. La liberación del Pueblo Vasco consistiría en la creación de una nueva realidad, imaginada y deseada por ella, por ETA pero inexistente. Por otra parte, la supuesta identificación del Pueblo Vasco en su pluralidad con una única Nación socio-culturalmente unitaria, que estuviese en el origen de un derecho absoluto a la Autodeterminación tampoco responde a la realidad. Ni la alegada razón de la legítima defensa ni el recurso al derecho absoluto a la autodeterminación en un espacio territorial definido como vasco, ofrece la solidez suficiente para recurrir al uso de una violencia terrorista que, incluso en situaciones límite que actualmente no existen, sería reprobable.”

Y sigue a continuación:

            “El Pueblo Vasco en su gran mayoría está persuadido de que la solución a sus problemas políticos debe alcanzarse mediante vías estrictamente políticas. Cree también de que el logro de sus más deseadas aspiraciones de índole socio-cultural, debe ser el resultado de una voluntad popular que actúe a través de los cauces que a esa voluntad popular ha de asegurarles el reconocimiento de sus derechos y sus libertades democráticas, que como tal pueblo reivindica. Incluso contra la misma ETA” (2).
            Si del primer párrafo parece desprenderse una concepción del pueblo vasco plural, abierta y democrática en el segundo nos encontramos lo contrario. Resulta que el Pueblo Vasco sí es un pueblo “unitario y homogéneo” en lo que se refiere “sus más deseadas aspiraciones de índole socio-cultural” y, además, tiene una “voluntad popular” común y desea “el reconocimiento de sus derechos y sus libertades democráticas, que como tal pueblo reivindica”.
            Bien mirado, la diferencia substancial que separa las conclusiones del primer párrafo con las del segundo radica en el rechazo a la violencia terrorista y, en todo caso, en la negativa al carácter agónico de la situación nacional del pueblo vasco. Pero deja del todo de lado una característica sustancialísima del mismo. En el párrafo citado en primer término se afirmaba con mucha razón: “Ese pueblo unitario y homogéneo no existe; ni en su adhesión nacional ni en una cultura común”. Y si un pueblo vasco así, como ocurre en efecto, no existe, malamente pueden existir unas “deseadas aspiraciones de índole socio-cultural” comunes a todo él ni un deseo compartido de “reconocimiento de sus derechos y sus libertades democráticas, que como tal pueblo reivindica”.
            La honda incomprensión del carácter profundamente plural del pueblo vasco (o vasco-navarro), el autismo con que se aborda la existencia en su seno de identidades nacionales con muy diversos y contradictorios matices, tiende a dibujar un Pueblo Vasco tan inexistente como el que, con muy buen criterio, el mismo Setién deduce de la visión que sobre él tiene ETA. Afortunadamente rechaza tratar, imponer, como ETA, manu militari, aquellas aspiraciones de índole socio-cultural que Setien cree comunes a la “gran mayoría” del “Pueblo Vasco” (3). Pero uno tiende a pensar que quizá sí puede tener la tentación de querer establecerlas mediante la imposición de la “voluntad popular” que el cree mayoritaria y que estaría próxima a la suya.
            Dejando aparte las razonables dudas que se plantean todos los días sobre cuál puede ser la voluntad popular mayoritaria y en qué dirección pueda ésta apuntar, lo realmente preocupante es que a Setién no se le ocurra pensar que el camino deseable para una sociedad como la nuestra no pasa por imponer una determinada “voluntad popular” sino por favorecer y lograr unos acuerdos democráticos y razonablemente satisfactorios para la “gran mayoría", realmente existente que es muy plural y diversa.
            ¿Tiene todo esto algo que ver con la actitud ante ETA? No y sí. No, porque Setién se manifiesta de una manera tajante y sin ninguna ambigüedad en contra de la violencia etarra. Pero, sin embargo, detrás de la concepción del Pueblo Vasco que manifiesta Setién, ¿no se oculta un pueblo vasco conformado sustancialmente por quienes aspiran al “reconocimiento de sus derechos y sus libertades democráticas, que como tal pueblo reivindica”? ¿Un Pueblo Vasco así no es, inequívocamente, la comunidad nacionalista vasca? Si esto fuera así, ¿no se estará negando de hecho el carácter de Pueblo Vasco al resto de la ciudadanía vasca y, con ello, estableciendo en su seno un ellos y un nosotros paralelo al que define ETA? La verdad es que todas estas preguntas resultan bastante inquietantes.
            Como decía Todorov en una reciente entrevista(4): “El terrorismo no puede prosperar salvo en aquellos lugares donde existe un ambiente favorable. Es algo que está en la mente de las personas. Por eso es tan importante el combate ideológico, Europa tiene que dar esa batalla en primer plano”.
            Este es el problema. Cualquier cosa que refuerce las nociones del ellos y del nosotros identitarios, de signo excluyente, alimenta, poco o mucho, el odio intercomunitario que anima a ETA. Porque, ¿cuál fue el delito que cometió Isaías Carrasco para que fuera condenado a muerte y ejecutado? Sencillamente, formar parte de los otros y no de los nuestros.

____________
1. José María Setien, Un obispo ante ETA, Editorial Crítica 2007. Barcelona.
2. Op. cit.
3. El uso sistemático de las mayúsculas para referirse al Pueblo Vasco resulta llamativo y quizá significativo ya que tanto pueblo como vasco son sustantivo y adjetivos comunes y no constituye un nombre propio. En castellano no se escribe Pueblo Italiano ni Pueblo Chino. Su utilización me sugiere a mí, a riesgo de parecer chinchorrero, una voluntad de expresar la existencia de una unidad de tipo superior a la que implicaría un pueblo vasco con unas modestas minúsculas.
4. Inagotable Todorov. José Andrés Rojo; Babelia 15-03-2008.