José Guillermo Fouce Fernández

Prestige y solidaridad

Junto a la gran catástrofe ecológica que supone y supondrá el hundimiento del Prestige, afloró también una impresionante marea de solidaridad a la que quizá se prestó poca atención hasta el momento.

Esta auténtica marea solidaria colapsó, como resulta desgraciada y dramáticamente demasiado habitual en la pésima gestión de esta catástrofe, los mecanismos y previsiones establecidos.

¿Qué ha hecho y sigue haciendo que personas que hasta este momento no habían manifestado inquietudes solidarias o en las que sus inquietudes estaban adormecidas, despierten de pronto y aporten parte de su tiempo en la limpieza de playas? ¿Qué nos enseña y aporta esta marea solidaria a las ONG y a la sociedad en la que vivimos?.

A la primera de las preguntas, cabría responder de diferentes maneras, algunas de las cuales no dejan de tener cierta carga crítica. Qué miles de personas decidan en un momento dado arrimar el hombro para ayudar en tareas solidarias como la limpieza de playas no deja de ser un hecho espectacular y sorprendente al menos por las dimensiones que ha tomado. Qué este hecho como otros (movilización generalizada de la sociedad gallega, protestas, etc.) se produzca aquí y ahora, es un elemento también a destacar porque hubo otras catástrofes, otros hundimientos de barcos, que no provocaron estas reacciones o, al menos, no en la misma magnitud.

Uno de los primeros factores que podrían apuntarse es, sin duda, la existencia de una serie de actitudes y sentimientos solidarios y ecológicos en una gran multitud de personas, entre las que destacan sin duda los más jóvenes. Actitudes y sentimientos larvados y mantenidos sin encontrar la oportunidad de manifestarse. Actitudes y sentimientos ya manifestados en otros momentos puntuales anteriores entre los que quizá destaca sobremanera la movilización a favor del 0,7 de la renta o la participación en ONGS y movimientos de voluntariado.

Evidentemente, acompañando a estas actitudes y sentimientos solidarios y ecológicos emergen, otras motivaciones más desviadas, pero también presentes, como la curiosidad o la moda.

Otro de los factores tiene que ver, sin duda, con la poderosa influencia que los medios de comunicación tienen hoy en nuestras vidas, hábitos y decisiones. Los medios, algunos medios y no todos en igual magnitud, han hecho de la catástrofe su principal noticia en las últimas semanas, introduciéndonos en una situación de shock informativo continuo. Han emitido imágenes estremecedoras, con enormes cargas emocionales y empáticas (especialmente con la aparición de entrevistas a niños o pescadores o con la visualización de la propia marea y sus efectos sobre playas y animales). Todo lo cual, puso en nuestra memoria a corto plazo la catástrofe y sus consecuencias. También llevó a que muchas personas pudiesen identificarse con quienes sufrían los efectos, personas muy cercanas e iguales a uno mismo (recordemos que éste es uno de los principales factores que facilitan el surgimiento de acciones altruistas).

Uno de los hechos más característicos de la presentación de la situación por parte de los medios frente a otras catástrofes o fenómenos ha sido, sin duda, la presentación de los mismos unida a la posibilidad de desarrollar acciones concretas que mitiguen los efectos. Frente a otras situaciones de emergencia en que todo parece inevitable y que solo cabe lamentarse, o frente a situaciones como las desigualdades mundiales que llevan a que muchas personas mueran al día y ante las que solo podemos sentir indefensión y tristeza, la situación del Prestige se ha presentado en todo momento como lamentable pero ante la que se podían hacer cosas concretas y útiles y se estaban haciendo, en primer lugar por los principales afectados pero luego por una inmensa marea solidaria.

De todos modos, no esta de más apuntar que, en realidad, en todas las situaciones podemos y debemos hacer algo.

Un tercer factor, tiene que ver, a mi juicio, con la gestión de la crisis por parte de los políticos en el poder y la reacción de la oposición y la sociedad civil a esta situación. Se empezó negando que hubiese peligro para la costa española por la rápida y eficiente labor y actuación del gobierno, luego se negó que hubiese marea negra o que faltasen medios; se negó también la movilización del ejército o la necesidad de la colaboración de voluntarios, se negó información y, por último, se negó que el problema vaya a mantenerse en el tiempo (el barco ya no soltaba fuel). Todas estas negaciones mentirosas por no hablar de las ausencias, llevaron a una explosión social de ira y rebeldía mucho más ágil, rápida y coherente que desbordó los mecanismos de control informativo y político habituales, y llevó también a la rectificación de muchos de los errores previamente cometidos, movimientos que apoyó e incentivó la oposición política en ejercicio de su legítima labor. La iniciativa en esta crisis estuvo siempre en la sociedad civil, en la gente, en los ciudadanos y su participación. Por último, no hay que olvidar la influencia de todo esto en la selección de la agenda de los medios de comunicación.

Con respecto a la segunda de las cuestiones ¿qué podemos aprender de todo esto? Cabría, quizá, señalar en primer lugar, que los hechos son una demostración práctica y concreta de que la política y los políticos no pueden ser los únicos agentes de actuación, pues carecen en muchos momentos de la flexibilidad y sensibilidad necesaria para abordar crisis de esta magnitud.

En segundo lugar todo esta marea debería llevar a una emergencia clara y constante de los factores ecológicos y medio ambientales tanto en las agendas de los poderosos (sean estos políticos o empresarios) como en las vidas cotidianas de cada uno de nosotros; ya nadie puede dudar que estamos desangrando y destruyendo el planeta a pasos agigantados y que o hacemos algo todos y entre todos por modificar o corregir esta situación o, aunque suene muy duro en estos momentos, el Prestige puede ser una gota de agua pequeña frente a lo que se puede avecinar.

Y no olvidemos que esta emergencia de lo ecológico no puede nunca remitirse solo a los grandes hechos o normas, igual que son necesarias como se han reclamado y acelerado medidas a nivel comunitario o mundial para evitar la circulación de barcos monocasco peligrosos para todos, son necesarias también acciones cotidianas que cada uno de nosotros podamos ejercer y ejecutar. Porque uno de nuestros principales poderes como ciudadanos es, sin duda, nuestra propia experiencia y ámbito de decisión en, por ejemplo, lo que consumimos o pensamos.

Una de las cosas que se escuchan hoy con cierta frecuencia y que se demandan desde los pescadores es que cuando pasemos estos momentos de shock se mantengan la atención y las ayudas. Qué no nos olvidemos y, por supuesto, que desarrollemos los medios necesarios para prevenir otros posibles desastres y para interiorizar una conciencia ecológica y de la participación que transforme de una vez por todas nuestras sociedades. Es ésta la auténtica tarea de las ONG y de los voluntarios: transformar sus vidas para construir un mundo diferente que, además, es posible.

O la solidaridad transforma nuestras vidas atravesándola y marcándola más allá de experiencias loables pero puntuales o, lamentablemente, seguiremos viviendo en un mundo lleno de chapapote imposible de limpiar y que seguirá manchando nuestras conciencias. Chapapote formado de un engrudo diferente: enfermos de Sida, personas que mueren de hambre, desastres ecológicos evitables y producidos por la ambición del hombre para, ahorrando gastos, embolsarse más dinero, desigualdades por doquier...