José Miguel Martín

El presidente Bush en Londres.
Crónica de una visita no deseada
(Disenso, 42, febrero de 2004) 

Basándose en las movilizaciones de protesta contra la visita del presidente Bush al Reino Unido en noviembre pasado, José Miguel Martín, testigo presencial de los hechos, se adentra en una serie de características de los movimientos alternativos británicos, en muchos aspectos coincidentes con los que se dan en el Estado español. Entre ellos destaca la juventud de sus participantes, la heterogeneidad ideológica, la autonomía organizativa y el antiamericanismo.

Que un extranjero refleje sus impresiones sobre la vida social, política o cultural, especialmente de un país tan complejo como el Reino Unido entraña riesgos evidentes, entre los cuales no son los menores el peligro de importar esquemas de análisis, así como el riesgo de acompañar las opiniones propias con los prejuicios o la superficialidad a la que pudiera llevar la visión externa. Aún así, seré lo suficientemente osado como para permitirme exponer aquí los que yo creo que han sido los elementos más interesantes de las movilizaciones contra la visita del presidente Bush a Londres entre los días 18 y 21 de noviembre de 2003. No será una crónica ordenada de la agenda anti-Bush, sino más bien un conjunto de apreciaciones totalmente subjetivas acerca de unos días algo caóticos para el autor del texto.

CARACTERÍSTICAS DEL MOVIMIENTO. Me interesa, sobre todo, caracterizar, con las limitaciones ya expresadas en el primer párrafo, lo que es actualmente el movimiento contra la guerra de Iraq en el Reino Unido, tomando como referente esos cuatro intensos días y dejando claro de antemano que, al igual que en el Estado español, este movimiento ha perdido amplitud y vigor desde el mismo momento en que se dio por perdida la causa de “parar la guerra”. Aún así, sigue constituyendo sin lugar a dudas un importante foco de rebeldía y contestación, más en el Reino Unido que en el Estado español, me atrevería a decir no sin mucha prudencia.

En primer lugar, habría que dejar constancia de su tremenda heterogeneidad. Esto no es en sí un rasgo distintivo sino más bien la tónica habitual de las principales movilizaciones en Europa y en Estados Unidos durante finales de los ‘90 y principios de los ‘2000: recuérdese el movimiento altermundista (mayoritariamente subsumido y confundido hoy en el movimiento anti-guerra), las movilizaciones ecologistas como las habidas en el Estado español contra la catástrofe del Prestige, el movimiento contra la deuda externa, etcétera. Responden eminentemente a la búsqueda de nuevas formas de participación política, a la expresión de nuevas sensibilidades y subjetividades que, aunque coexisten con expresiones más clásicas de la izquierda, anuncian desde hace ya algún tiempo la inauguración de una nueva etapa con sólidas virtudes, algunos problemas y no pocos interrogantes.

MAYORITARIAMENTE, JÓVENES. La participación de jóvenes nacidos en la década de los ‘80 y finales de los ‘70 es mayoritaria en este panorama, aunque esa participación no siempre es central, pues suelen ser otros los que hablan, ejercen de portavoces, de líderes, hacen declaraciones. Y a falta de ideologías finalistas que proporcionen respuestas para todo, las cuales estos jóvenes en gran medida no han conocido, se movilizan en torno a una variedad de valores que conectan con un discurso humanista, el cual despierta inmediatas simpatías a poco que se le conozca: el pacifismo, la justicia, el valor de la vida humana, la búsqueda de una relación armoniosa del ser humano con el medio ambiente, articulan un mundo de ideas fuerza de mayor calidad moral y vigencia, aun en su permanente provisionalidad y ligereza, que la constante y conservadora revisión e intentos de puesta al día de la vulgata marxista de cierta izquierda, más interesada en conservar las esencias que en ponerse a la altura de las exigencias de esta nueva época. También hay jóvenes entre estos últimos, pero tanto en las formas como en los discursos no representan sino una continuación de lo antiguo.

COMPLEJIDAD INTERNA. En este sentido, la visita de Bush ha servido también para poner ante la mirada del observador atento la inmensa complejidad interna de este panorama, aunque no sea necesariamente problemático. En un mitin preparatorio de las actividades de protesta contra la visita, organizado el pasado 18 de noviembre por el movimiento anti-guerra, encabezado por la Stop the War Coalition (que reúne a la gran mayoría de grupos de diverso tipo que han activado la campaña), la Campaign for Nuclear Disarment (heredera del histórico y poderoso movimiento anti-nuclear británico) y la Muslim Association of Britain (grupo representativo de la minoría-mayoría musulmana del país) se podían ver los estandartes del Partido Comunista Británico (con la tríada Marx, Engels y Lenin) junto a los mensajes humanistas de los cuáqueros, los Students Against the War preocupados por la relación entre gasto militar y financiación de la educación, jóvenes con camisetas del Che en las que lucían chapas con el símbolo de la anarquía (!), coros que cantaban canciones por la paz... Durante el mitin, fue largamente aplaudida la intervención de Ron Kovic, veterano estadounidense en Vietnam, en cuya historia personal se basó la archiconocida película Nacido el 4 de Julio. Su discurso, impresionantemente emotivo, tiene especial importancia si se piensa que conecta bien con la gama de valores que antes comentaba y dota a los veinteañeros de hoy de una perspectiva histórica acerca de lo que supuso la lucha por la paz para generaciones anteriores. Como nota curiosa, Kovic viajó a Londres en calidad de invitado personal del alcalde Livingstone, que no asistió a ningún acto oficial en el que estuviera presente Bush.
La sucesión de actividades de protesta en Londres durante el día 19 aconsejó la suspensión del desfile de la reina y el “ilustre” huésped en carroza, en torno al que en otras ocasiones suele haber un baño de multitudes que agitan banderitas y aplauden desaforadamente. Sin embargo, los organizadores de la protesta decidieron no desconvocar su procesión que incluía un desfile de máscaras de Bush, Blair, la reina y demás corte en carruajes tirados por caballos, una Masa Crítica (manifestación en bicicleta), un té colectivo de protesta en los alrededores del Palacio de Buckingham, el teñido rojo-sangre del agua de las fuentes en Trafalgar Square, una cadena humana formando el símbolo de la paz, teatro callejero, percusión, grupos de baile... En fin, un despliegue al que estarán acostumbrados los habituales de las citas anti-globalización y en el que encuentran difícil acomodo los estandartes con hoces y martillos, los retratos de Marx y Lenin o la estética guerrillera.
Desde mi punto de vista, y de acuerdo con la infinidad de expresiones que se han dado cita en Londres, es esta nueva generación, que tiene como referentes organizativos, cuando los tiene, ONG’s de todo tipo, grupos religiosos varios, organizaciones de estudiantes, etcétera, la que lleva la iniciativa en cuanto a las formas de expresión que adquiere la protesta, rechazando explícita o implícitamente los elementos más clásicos que enarbolan miembros de grupos más ideologizados en favor de unas maneras más suaves, que conectan de una forma más natural con la gente de a pie y cultivan una sana dimensión lúdica no exenta de rebeldía.

AUTONOMÍA. Un elemento de coincidencia claro con las movilizaciones que conocimos en el Estado español es la absoluta autonomía de la gente para desplegar sus propias pancartas, derrochando imaginación e ironía y cultivando una más que saludable independencia con respecto a las asfixiantes consignas de algunas organizaciones.
Otro elemento sobre el que me detendré es el componente intercultural e interreligioso de la protesta. En una sociedad como la del Reino Unido, con un alto componente de multiculturalidad y pluriconfesionalidad, un acto tan simple como el de coger la guagua se convierte en un hecho intercultural en sí mismo. No era, pues, de extrañar que en la movilización contra la invasión de un país árabe fuera precisamente esta comunidad la que más alzara la voz. Sin embargo, el discurso de la Muslim Association of Britain, que como mencioné anteriormente es parte importante del núcleo organizador de todo el movimiento, no ha sido un discurso desde las minorías de la periferia sino desde las minorías (cada vez mas mayoritarias) que hoy conforman la sociedad británica. Ha sido pues un discurso desde dentro que ha conectado muy bien con las preocupaciones y solidaridades del resto de colectivos e individuos que forman el movimiento contra la guerra en sentido amplio. Así, la presencia de ciudadanos británicos de origen musulmán (en la mayoría de ocasiones, cuando no sobrepasan los treinta años, han nacido en el Reino Unido) ha sido notable no solo cuantitativa sino cualitativamente. El discurso ha girado en torno a la idea sencilla y directa de que “nosotros también somos ciudadanos británicos y estamos en contra de la participación del Reino Unido en la ocupación de Iraq, de la propia campaña bélica y rechazamos la ocupación israelí de Palestina”. Y esto se ha materializado en banderas iraquíes (que no expresaban complacencia con el régimen de Sadam por lo que personalmente pude apreciar), banderas palestinas, consignas en árabe y en inglés, canciones tradicionales, en organizaciones que reflejan en su seno la propia coexistencia de culturas que se da en la sociedad británica. En esta misma línea, llamaba poderosamente la atención la representación francesa de Action Contre la Guerre, que era también un fiel y animado ejemplo del mestizaje de la Francia actual.

LA MANIFESTACIÓN PRINCIPAL. La manifestación del día 20, acto central de los cuatro días de protesta, contaba con el inconveniente de celebrarse entre semana, lo que no ocurrió el 15 de febrero de 2003, cuando salió a la calle un millón de personas, según los organizadores. Los desplazamientos desde otras zonas del país se vieron reducidos notablemente y los horarios de trabajo en Inglaterra (normalmente, de ocho a cinco) tampoco ayudaban a que los londinenses participaran en la manifestación. No pretendo buscar excusas que justifiquen el descenso de asistencia. Ya me referí antes a la pérdida de vigor y amplitud del movimiento en casi todos lados desde que empezó la guerra. Sin embargo, sí conviene tener en cuenta estos inconvenientes a la hora de calibrar el alcance real de lo que han supuesto estos cuatro días. Casi todas las actividades previas o paralelas a la visita han sido celebradas en presencia de relativamente poca gente, en su mayoría jóvenes y jubilados, por lo que pienso que las 200.000 personas de la manifestación son una cifra más que positiva y, a mi juicio, siguen ahondando en la idea de que lo que hemos vivido en el 2003 ha sido bastante particular y novedoso. Si la manifestación se hubiera celebrado en sábado o domingo, probablemente estaríamos hablando ahora mismo de un numero mayor de manifestantes, en sintonía con el diálogo tan fructífero que el movimiento anti-guerra supo establecer con el resto de la ciudadanía en los comienzos de la campaña, aunque seguramente no se llegaría a las cifras de febrero.

ANTIAMERICANISMO. Otro elemento a valorar es el antiamericanismo que ha gravitado en todas las declaraciones y citas de estos días. Ha estado recubierto con distintos ropajes pero siempre ha estado presente. Obligaba a todos los oradores en cualquier tribuna a pronunciarse sobre el mismo. Unas veces aparecía como el viejo anti-imperialismo yankee y acababa con la quema de banderas norteamericanas. Otras veces aparecía como la voluntad de mantener una postura más autónoma del Reino Unido con respecto a los primos todopoderosos del continente americano, pero siempre tratando de no confundir gobierno con población. Es difícil decir cuál de estas dos actitudes primaba sobre la otra en el ánimo de los manifestantes, pero, en mi opinión, sólo la segunda puede servir para avanzar ya que como el propio Tony Benn, antiguo ministro laborista reconvertido en activista pacifista y literalmente adorado por las multitudes, recordó “sólo el pueblo americano puede cambiar las cosas en su país”. Especial importancia cobraban entonces la presencia de Ron Kovic y una representante de la muy activa ANSWER (Act Now to Stop War and End Racism: “Actúa ahora para parar la guerra y acabar con el racismo”). Sin embargo, la visita de Bush deja en el ambiente no un “halo de concordia y solidaridad” de los británicos hacia los estadounidenses sino algo más parecido a lo que un lector norteamericano de The Guardian calificó como “un racismo políticamente correcto” al referirse a este antiamericanismo redivivo. Por poner un ejemplo, los ciudadanos norteamericanos que residen en Londres y que se manifestaron en contra de Bush lo hicieron con banderas norteamericanas y pancartas que decían “Orgulloso de mi país, avergonzado de mi presidente”, en una aparente necesidad de justificar por qué estaban allí que da que pensar.
Como ya sucediera en movilizaciones parecidas, también en el Estado español, la consigna del “No a la guerra” o en este caso “Stop Bush” ha servido de paraguas a todo tipo de reivindicaciones, en lo que no es sino una muestra más de la heterogeneidad del movimiento pero también un intento de buscar explicaciones totalizadoras a casi todo lo que ocurre, lo cual como mínimo es arriesgado. No es que considere no legítimo y oportuno plantear cuantas reivindicaciones se consideren convenientes, pero en mi opinión también había algo de simplificación en todo aquello. Así, era fácil distinguir consignas a favor del derecho de las mujeres a decidir en la cuestión del aborto, contra la pena de muerte, contra el Plan Colombia, por la liberación de cinco agentes cubanos presos en Miami, a favor del vegetarianismo y, sobre todo, contra la política (por llamarla de alguna forma) ambiental del presidente norteamericano. Efectivamente, en las movilizaciones contra la visita presidencial el ecologismo cobró especial importancia si uno se atiene a las numerosas pancartas, panfletos, boletines y demás que se podían ver criticando, entre otras cosas, la renuncia a la firma del Tratado de Tokyo por parte del Gobierno de EE UU. De hecho, cuando todavía no había llegado el avión de Bush a Heathrow ya había una concentración de unos setecientos ecologistas en frente de la embajada norteamericana, encabezada por Michael Meacher, uno de los ministros del Gobierno de Blair que dimitió por su oposición a la guerra en la primavera pasada. Esta protesta se enmarcaba en la “Campaña contra el Cambio Climático”. Sólo el ecologismo ha sido capaz de organizar por sí mismo una protesta, llevando un discurso y unas reivindicaciones propias, lo cual debiera decirnos mucho acerca del avance que ha experimentado la conciencia ecologista en nuestras sociedades y su capacidad de movilización.

INYECCIÓN DE OPTIMISMO. En suma, la visita de Bush deja una cierta huella de optimismo, que uno podía advertir en los comentarios animados de los participantes al finalizar la manifestación, ante la posibilidad de reactivar gran parte de la protesta social. Cuánto hay de realismo y cuánto de euforia, es algo que sólo con el tiempo podremos saber. La posición de Blair no hace sino debilitarse ante la opinión pública al aparecer como una marioneta en manos de Washington. Ni la prensa más adicta puede ya ocultar esto. Los atentados del día 20 de noviembre antes que frenar el ímpetu anti-belicista, lo activaron aún más y, en palabras de la representante del Partido Verde, Caroline Lucas, en el mitin final de Trafalgar Square, demuestran que “hoy el mundo es cualquier cosa menos más seguro”. Es de esperar que episodios tan lamentables como los de Estambul antes que activar la justificación de la permanencia en Iraq vayan en la dirección del cuestionamiento de la violencia como forma de resolución de conflictos por parte de la opinión pública.
Los manifestantes han conseguido, además, que la visita del presidente Bush haya transcurrido en un espacio físico de poco más de medio kilómetro cuadrado, de puertas adentro, y con la prensa nacional e internacional más pendiente de la protesta que de la propia visita. Han vuelto a poner en pie una conciencia crítica ante la flagrante injusticia que se comete día a día en Iraq. En qué medida este episodio de movilización sea un avance en el camino del cambio de época, actitudes y subjetividades, tan necesario y a la vez ya tan real, está aún por ver, pero a los ojos de este espectador hay elementos hoy que apuntan en el sentido de una renovación de valores, ideas y formas con las que poder dar cuerpo a la rebeldía que se avecina.