Josetxu Riviere
Riesgos laborales e identidad masculina
Hika, 215zka. 2010ko urtarrila.

            Este artículo quiere aportar una mirada sobre los riesgos y accidentes laborales en el mundo del trabajo desde la perspectiva de la construcción de las identidades masculinas. Parte de dos ideas previas. La primera es que se trata de una mirada complementaria a los análisis que ya tenemos sobre las principales causas de los accidentes laborales, esto es, la precariedad, los ritmos del sistema productivo, la subcontratación, que ya han sido suficientemente señalados por la actividad sindical como los principales causantes de la siniestrabilidad laboral. Al analizar la importancia que tiene o puede tener cómo construimos los hombres nuestra identidad y qué influencia tiene en nuestra manera de trabajar no se trata de reorientar la responsabilidad hacia el trabajador como único y ultimo responsable de su seguridad, sino aportar más elementos para comprender algunas realidades que nos permitan añadir herramientas de prevención de riesgos laborales desde una visión de género. La segunda idea es la dificultad de hablar de los hombres tomando al conjunto como algo homogéneo, pues nuestra identidad se construye y se desarrolla de manera diferente según múltiples factores. Aunque tengamos influencias comunes y nuestra sociedad todavía esté marcada por fuertes roles de género que nos señalan qué es ser un hombre y qué es ser una mujer, no podemos verlo estos modelos masculinos y femeninos como algo estático sino como algo cambiante. En pocas sociedades como la del Estado español se ha producido un cambio tan rápido y fuerte en los papeles de mujeres y hombres y hoy, lejos aún de la igualdad, los avances son muchos y significativos. Sin embargo, a pesar de que no podemos hablar de una única, clara y definida identidad masculina (ni femenina), sí debemos tener un cuenta y resaltar las tendencias mayoritarias y hegemónicas que hoy conforman en nuestra sociedad el estereotipo y el ideal de lo que es ser un hombre.

            Son varios aspectos los que hay que a tener en cuenta y que tienen bastante influencia en los comportamientos masculinos en el mundo laboral, entre ellos la relación de los hombres con el riesgo y la fortaleza como elementos de hombría y las relaciones de éstos últimos con la salud.

            Sería conveniente en primer lugar analizar cómo se accede al mundo del trabajo por parte de los hombres y por partes de las mujeres. Una de las cuestiones importantes es el de las diferentes opciones laborales que todavía hoy manejamos la mayoría de los hombres y las mujeres. Esta orientación laboral tiene mucha importancia, ya que nos va a dar como resultado sectores tremendamente masculinizados y otros feminizados. Aunque las matriculaciones en FP nos dan cifras relativamente parejas entre hombres y mujeres, un 60% a un 40%1 , bajando algo más en los ciclos superiores, nos tenemos que detener a comprobar si esto se mantiene según la especialidad que se estudia. Así, nos encontraremos con que las especialidades con más matricula masculina son electricidad, fabricación mecánica e informática, donde solo encontramos entre un cuarto y un tercio de mujeres; por su parte, las especialidades con gran matriculación femenina son administración, servicios socioculturales y comunidad y sanidad, donde se invierten los términos; son comercio y hostelería donde se aprecia una igualdad mayor, aunque hay un mayor numero de mujeres.

            Esta orientación laboral, que también tiene su reflejo en la universidad, sigue subrayando un futuro laboral que para más mujeres que hombres tienen relación con las tareas de cuidado y servicio a los demás.

            La resultante de esto es un mercado laboral con un fuerte componente de género. En el año 2007 encontrábamos en la Comunidad Autónoma Vasca en el sector agrario un 31,5% de mujeres y un 67,8% de hombres, en Industria los hombres eran el 81,5 %, en la Construcción apenas un 4,2% de mujeres frente al 95,8 % de hombres y en el sector Servicios un 57% de mujeres2.

            Por sectores, en el 2009, el mayor número de accidentados se dio en Servicios (12.445), un 15% menos que en 2008; seguido de Industria (10.737), un 30% menos; Construcción (5.192), un 19% menos; y el sector Agropesquero (605), un 19,5% menos. Un total de 22.693 hombres y 6.228 mujeres accidentadas con baja en la jornada laboral.3

            Esta prevalencia de hombres en las cifras de accidentes laborales es evidente que tiene que ver con su presencia mayoritaria en los sectores que tiene más accidentabilidad por sus condiciones laborales. Para un análisis más exhaustivo tendríamos que realizar comparativas entre las diferentes calificaciones profesionales de cada sector, porque incluso dentro de los mismo sectores la diferenciación de género hace que hombres y mujeres ocupemos puestos diferentes. Tomemos, por ejemplo, el sector servicios y la conducción profesional o pensemos dónde encontramos a mujeres y hombres en la hostelería. Sin embargo, estas cifras nos indican que deberíamos preguntarnos si el hecho de la presencia mayor de hombres en algunos sectores hace que haya más accidentes y no al revés.

            La pregunta es si los mandatos de género en relación al riesgo o a la salud y que tienen efectos claros en la vida de hombres y mujeres (presencia mayoritaria de los hombres en los accidentes de coche, en el numero de suicidios o su escasa participación en el trabajo domestico y de cuidado), se quedan en la puerta de los trabajos o si, por el contrario, y con las cifras en la mano, deberíamos ver cómo influyen en nuestro comportamiento laboral.

LOS HOMBRES Y EL RIESGO

            Existe una fuerte relación en bastantes hombres entre reforzar su identidad masculina, la valentía y la fortaleza expresada en dominar y superar situaciones de riesgo. Nuestra identidad se construye en muchas ocasiones en relación a nuestro grupo de iguales, para ser como el resto del grupo a quienes estimamos o admiramos y conseguir un sentimiento de pertenencia. En el caso de los hombres son múltiples las situaciones donde hay que demostrar que se es “un hombre”, pasando pruebas de superación física donde existe un gran componente de riesgo. ¿Cómo demostrar si no el valor (en su sentido más caduco) que demostrando que no se es un cobarde? Apuestas sobre quién bebe más, quién sube más arriba y más rápido, quién se raja antes en situaciones comprometidas, tienen un carácter iniciático a la condición masculina. Los que renuncian a ello, los que son prudentes -qué poco atractiva definición para un hombre-, que no demuestran su osadía lanzándose por una cuesta en bici o saltando un espacio lo suficientemente grande para asustar, son tenidos como sospechosos por el resto; miedica, cobarde, etc., en definitiva, nenaza, son los calificativos para quienes se niegan a demostrar su identidad masculina realizando acciones de riesgo. Esta actitud masculina, por otra parte demasiado premiada no sólo por los iguales sino también por algunas de aquellas mujeres a quienes se quiere impresionar, tiene fatales consecuencias en terrenos como la conducción de vehículos, el consumo de drogas o las relaciones sexuales.

            Estas demostraciones de fortaleza deben ser además repetidas y continuamente demostradas. Es una especie de revalida continua donde una parte importante de la identidad o autoestima masculina, que los hombres solemos medir más en el exterior, en los logros sociales y económicos, sigue dependiendo de que nuestra hombría no quede en entredicho.

LOS HOMBRES Y LA SALUD

            La relación de los hombres con la salud tiene un fuerte componente de género. Desde aquel lejano no llores y pórtate como un hombre que casi todos hemos oído al pegarnos un porrazo cuando éramos pequeños, hemos construido una identidad masculina donde el reconocimiento del dolor y la enfermedad está asociado a la debilidad. Y la debilidad se aleja bastante del modelo mayoritario masculino, que se apoya entre otras virtudes en la fortaleza tanto física como psíquica, entendiéndola en su versión más clásica de dureza, resistencia y aguante.

            Algunos estudios apuntan rasgos de la interacción de los hombres con el sistema sanitario4. En primer lugar la dificultad para percibir signos de alarma corporal, minusvalorándolos. Esto unido, además, a no admitir ante sí mismo ni los demás el malestar que le aqueja. No se trata pues de reconocer los síntomas de la enfermedad, sino de relegarlos a un lugar secundario ya que los que se espera de nosotros es que seamos lo suficientemente fuertes y viriles como para aguantar esas molestias. Esto hace que en ocasiones se retrase la consulta médica y el posible diagnostico de la enfermedad. Las consecuencias de esto son claras, al no poder tratar a tiempo la enfermedad. También se señalan las dificultades para seguir las prescripciones facultativas y acabar los tratamientos. Existe una tendencia a la autosuficiencia y a abandonar los tratamientos por parte de bastantes hombres, que repercute en la solución de la enfermedad. Esta lejanía de los hombres respecto al cuidado a uno mismo hace tener actitudes de riesgo frente a maniobras físicas determinadas o a trabajar enfermos, que tendrán influencia a la hora de analizar la salud laboral de los hombres. Quizás uno de los ejemplos mas claros del comportamiento de los hombres frente al cuidado es la resistencia a las revisiones prostáticas, que se revela como un problema importante en la salud de los hombres y que sin embargo parece no estar ahí. Más de un 85% de las españolas mayores de 50 años se hacen cada dos años una mamografía y se someten a una revisión vaginal que descarta o detecta la presencia de células cancerosas en el cuello del útero. En cambio, menos del 15% de la población masculina española mayor de 50 años pasa una revisión periódica de la próstata5. A pesar de que la consecuencia de ello es que en un 30% de los casos de cáncer de próstata este deriva en metástasis a otros órganos.

            La actitud de los hombre ante los riesgos y la salud tiene una influencia directa en la salud laboral. De hecho se asumen más riesgos, se minusvaloran los efectos de algunas acciones sobre la salud o, también, existen algunas resistencias masculinas a usar elementos de seguridad. En alguno de los talleres y seminarios que dentro de la Iniciativa Gizonduz hemos impartido a delegados y delegadas sindicales, se ha comentado cómo se observan actitudes distintas entre hombres y mujeres ante las medidas de seguridad. Por ejemplo, ante la petición de ayuda de un hombre a otro, este último reacciona bastantes veces realizando el esfuerzo él solo (“si esto no pesa nada”), en lugar de hacerlo entre los dos. O, por ejemplo, entre los hombres es más común la queja sobre algunos elementos de uso obligatorio, casco, gafas protectoras, en lugar de valorar más la seguridad que ofrecen.

            Así pues, podríamos concluir con la seguridad de que el modelo masculino hegemónico y su relación con el riesgo, la salud y el cuidado tiene alguna influencia en el número y los protagonistas de los accidentes laborales y que tendremos que tenerlo en cuenta a la hora de abordar las medidas de seguridad laboral.

            Un ejemplo que nos puede ser útil, salvando las distancias, a la hora de valor la necesidad de manejar el factor de género en la seguridad laboral es el del caso de una plataforma petrolera en el golfo de Méjico6. Su índice de siniestralidad cayó en un 84% a raíz de que el director implantara un plan para desmantelar los estereotipos machistas que llevaban al desprecio de las políticas de seguridad. Dejó de premiar las manifestaciones de hombría y enfatizó valores de compañerismo, reconocimiento de los errores propios y el cumplimiento de las normas de seguridad. Sin querer extrapolar este caso concreto, sí nos puede dar algunas pautas sobre qué valores manejar en la relación del mundo laboral y los hombres. Entender la competitividad de otra manera, mejorar las muestras de solidaridad laboral, criticar y denostar las muestras de virilidad en el terreno laboral y productivo, pueden ser algunos de valores alternativos.

            Uno de las posibles mejoras que nos podemos plantear es la de no hablar de la prevención de accidentes laborales como de algo neutro, y tener en cuenta, para poder trabajar toda esta problemática, la diferente relación con la salud, el riesgo y el prestigio personal que tenemos bastantes hombres y mujeres. De igual manera, las políticas de prevención deberán incorporar esta perspectiva de género para ser más eficaces.

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1. Eustat curso 2007-2008.
2. Emakunde 2007.
3. Osalan, octubre 2009.
4. Luis Bonino, Masculinidad, salud y sistema sanitario, 2002.
5. El Periódico, 3/10/2008.
6. Unmasking Manly Men: The Organizational Reconstruction of Men's Identity. Robin J. Ely, E. Meyerson. Harvard Business School Working Paper, March 6, 2007.

Josetxu Riviere Aranda se encarga de las cuestiones de Genero, Igualdad y Masculinidades en la Consultoria Aizak (igualdad@aizak.org).