José Ignacio Torreblanca
El triunfo del capitalismo autoritario sobre la democracia
(El País/Café Steiner, 11 de abril de 2012).

Ivan Krastev es uno de los intelectuales más sugerentes y más interesantes de seguir. Su último artículo “El capitalismo autoritario contra la democracia” (Policy Review 172) contiene algunas reflexiones sumamente incisivas sobre lo que le está ocurriendo a las democracias occidentales. Krastev toma como punto de partida las discusiones sobre el fin de la historia y el declive relativo de Occidente para adentrarse en lo que denomina “el triunfo del capitalismo autoritario”.

Su tesis es sencilla: el fin de la historia que pregonara Fukuyama es muy verosímil, pero no proviene tanto del triunfo de la democracia liberal como del auge del capitalismo autoritario. No es el fin de la historia lo que debe preocuparnos, dice Krastev, sino el fin de Occidente como lo hemos conocido, es decir, como la conjunción del libre mercado con la democracia liberal y el Estado del Bienestar están en crisis.

El fin de la confrontación ideológica entre Occidente y la Unión Soviética ha dado lugar a un capitalismo mucho menos preocupado por la desigualdad dentro de sus fronteras. Aunque gracias a la globalización, las sociedades han prosperado, no todos se han beneficiado por igual: como resultado, la desigualdad social ha aumentado y la movilidad social se ha reducido.

Krastev describe la emergencia de una elite global que como un hovercraft sobrevuela las sociedades sin tocarlas: es una élite sin fronteras, carente de ideología y desconectada emocionalmente de la ciudadanía. El pacto social entre esa élite global y la ciudadanía se ha quebrado, afirma Krastev, porque esas elites ya no dependen para su supervivencia de los ciudadanos-soldado, de los ciudadanos-trabajadores ni de los ciudadanos-consumidores. Tampoco, como vemos, rinden cuentas a los ciudadanos-votantes. Las élites del nuevo capitalismo son móviles, y sus activos también, no dependen de una democracia liberal para existir. Es lo que Krastev muy agudamente denomina “la emancipación de las elites”.

Las implicaciones internacionales de esta conjunción de crisis y declive de las democracias liberales tradicionales (EEUU, Europa y Japón) son interesantes. No estaríamos tanto ante la emergencia de un mundo dominado por un conflicto ideológico de alta intensidad entre EEUU y China (lo que sería una buena noticia), sino ante la consolidación de un orden internacional liberal de carácter light, es decir, regido por principios e instituciones liberales (al menos en el orden económico, es decir, comercial y financiero), pero sin instituciones multilaterales de carácter liberal. Dicho de otra manera, estaríamos ante un liberalismo económico global donde los liberales son marginales o irrelevantes. Como demuestran las dificultades, vistas esta misma semana, de EEUU a la hora de establecer una alianza estratégica con Brasil, el hecho de ser una democracia liberal no necesariamente predice la convergencia en política exterior con otras democracias liberales.

Así pues, aunque nuestras democracias no estén amenazadas desde el exterior, pues ni China ni Rusia ofrecen un modelo alternativo, sí que pueden coexistir pacíficamente con el capitalismo autoritario emergente. De forma más preocupante, lo grave sería que las democracias, en lugar de atraer hacia sí a los capitalismo autoritarios emergentes, sean ellas las que converjan con estos últimos en la medida que el éxito relativo de estos y su fracaso económico les obligue a rebajar sus estándares de vida y degrade la calidad de sus democracias.

Como conclusión, una pregunta provocadora: ¿y si el fin de la historia fuera cierto pero no fueran las democracias las ganadoras, sino el capitalismo autoritario? ¿Es el futuro el liberalismo sin liberales?