José Luis
Zubizarreta
Indecencia y “bienquedismo”
(El Correo, 9 de octubre de 2005)
Hay situaciones tan complejas que, a la hora de decidir, al político
sólo le queda la disyuntiva entre lo malo y lo peor. En estos
casos, al justificar la decisión que dice haberse visto obligado
a tomar, el político debería tener, al menos, la decencia
de no aspirar a quedar bien con todos, sino que habría de contentarse
con caer mal a los menos. Al fin y al cabo, optar por un mal, aunque
sea a cambio de evitar otro peor, no es un acto que merezca el aplauso
de nadie. Cabe, a lo sumo, esperar el silencio comprensivo de los ciudadanos.
En estas situaciones, el político tiende a echar mano, en parte
para tranquilizar su propia conciencia, de la distinción weberiana
entre ética de la responsabilidad y ética de la convicción.
El mal que de hecho se ha elegido evitaría, a la larga, aunque
sin dejar de ser mal, otras posibles consecuencias aún mucho peores.
Viene esto a cuento de lo que está ocurriendo estos días
con la oleada de emigrantes que asaltan con éxito las vallas que
se han erigido en torno a las ciudades fronterizas de Ceuta y Melilla.
Todos reconocemos, o deberíamos reconocer, que la situación
a la que los gobernantes se enfrentan es auténticamente endiablada
y que nadie ha sabido todavía diseñar un mecanismo de respuesta
que haga justicia, de manera equitativa, a los derechos e intereses de
todos y cada uno de los ciudadanos que se encuentran implicados en este
espinoso fenómeno de la inmigración.
Sobran, por ello, tanto las hipócritas condenas generalizadas
de las decisiones que se adoptan como las apelaciones 'buenistas' a supuestas
soluciones globales que, por acertadas que fueran, no resolverían
las situaciones urgentes que día a día se presentan y que
día a día hay que afrontar.
Pero, dicho esto, tampoco resulta tolerable que los políticos,
acogiéndose a la complejidad del problema, pretendan hacer pasar
por menos malas o, incluso, por buenas aquellas decisiones que son las
peores de cada disyuntiva ni que, amparados en la ética de la
responsabilidad, olviden por completo los requerimientos de lo que es,
pura y simplemente, decencia humana.
Existe, en efecto, un punto en el que ambas éticas, la de la responsabilidad
y la de la convicción, se cruzan y en el que resulta, en consecuencia,
imposible hacer sutiles distingos entre ellas. En ese punto de intersección,
sólo la coherencia con la propia conciencia vale de criterio seguro
para la toma de decisiones correctas.
La pregunta sobre qué hacer con los inmigrantes que han logrado
saltar las vallas y adentrarse en suelo europeo es una de las que se
plantean, creo yo, en ese punto en que las dos éticas se cruzan
y se identifican. El Gobierno, activando un viejo convenio que dormía
desde principios de los noventa, ha optado por devolverlos a territorio
marroquí y abandonar su suerte en manos de las autoridades alauitas.
No contento con adoptar la decisión, está pretendiendo,
además, que se la aplaudamos como la menos mala, y recurre para
ello a un método de convicción demasiado parecido a aquel
que nos resultó tan repugnante en la anterior legislatura: «teníamos
un problema y lo hemos resuelto».
En efecto, el ministro de Interior se escudaba el otro día frente
a toda crítica afirmando, sin vergüenza alguna, que «ningún
país es responsable de lo que pueda hacer otro». Y la vicepresidenta
del Gobierno recordaba, no se sabe si con ingenuidad o con cinismo, que
el Gobierno marroquí estaba obligado en ese convenio por las leyes
internacionales de derechos humanos. Hemos hecho, por tanto, lo que debíamos
hacer, y toda otra cuestión ulterior sobre el futuro de los expulsados
se resuelve por el cómodo expediente del encogimiento de hombros.
Hoy sabemos, sin embargo, que los emigrantes devueltos corren el riesgo
de sumarse, en muy pocos días, a esos otros que, no habiendo sido
capaces de saltar las vallas, merodean moribundos por el desierto en
un enésimo intento de volver a intentarlo. Hay que decir, por
tanto, frente al desaprensivo argumento de nuestro ministro de Interior,
que España sí es responsable de lo que Marruecos vaya a
hacer con esos expulsados y que no puede en modo alguno encogerse de
hombros ante su destino.
Por otra parte, y por mucho que esté recogido en un convenio internacional,
no es en absoluto razonable que Marruecos deba hacerse cargo de unos
ciudadanos que, si ilegalmente traspasaron nuestras fortificadas fronteras,
ilegalmente entraron también en su indefenso territorio. Nada
puede hacer por ellos Marruecos que no pueda hacer, y mucho mejor, España.
Pero no importa. Se dará a Marruecos incluso más dinero
del que España habría de gastarse en sus propios centros
de acogida, con tal de mantener el principio de la inviolabilidad de
las fronteras y de la fortaleza europea. Y se llamará ética
de la responsabilidad a lo que a usted y a mí, creo yo, nos parece
pura indecencia y 'bienquedismo' .
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