Juan Manuel Brito
10 años después del No a la Guerra: ¿otra
década perdida para la izquierda?

El pasado 15 de febrero se cumplieron diez años de las movilizaciones internacionales contra la guerra en Irak, que logró sacar a la calle bajo una misma consigna a millones de personas en todo el mundo. Las jornadas de movilización del 15F que están consideradas las más importantes a escala global, se plantearon durante la celebración del Foro Social Europeo de Florencia, en noviembre de 2002, siendo asumidas en enero de 2003, por el Foro Social Mundial de Porto Alegre. A partir de ahí, múltiples plataformas y diversas redes de ámbito estatal, nacional o local, compuestas por organizaciones vinculadas al movimiento por la justicia global, así como organizaciones pacifistas y de otros movimientos sociales articularon un ciclo de protestas, que duró tres meses (febrero-abril de 2003). Las movilizaciones tuvieron un marcado carácter internacional, y fueron en gran medida la mutación de un movimiento antiglobalización que emergió públicamente a partir de las protestas en Seattle contra la Ronda del Milenio de la OMC (1999) protagonizando relevantes movilizaciones y contracumbres internacionales como los Foros Sociales Mundiales de Porto Alegre (2001 y 2002) en un ciclo de protestas contra las políticas neoliberales y neoconservadoras a escala global.

Sin embargo, sin negar el carácter trasnacional de las movilizaciones contra la guerra, el impacto político de estas hay que situarlo en el ámbito estatal y su relación con los alineamientos políticos estatales. Así, las manifestaciones más importantes tuvieron lugar allí donde los gobiernos participaron directamente o fueron más favorables a la guerra en Irak (1). En el caso español, las movilizaciones fueron también, y sobre todo, una expresión del rechazo de una parte importante de la ciudadanía a las políticas autoritaristas y antisociales del gobierno del PP -entonces con mayoría absoluta y dirigido por Aznar-, cuya expresión más clara de autoritarismo fue la decisión de apoyar la intervención militar en Irak cuando las encuestas de opinión reflejaban que un 90% de la ciudadanía estaba en contra. De este modo, las movilizaciones contra la guerra hay que insertarlas en un ciclo creciente de movilizaciones en el ámbito estatal: reformas educativas y movilizaciones anti-LOU, decretazo y huelga general, marea negra del Prestige y movilización en Galicia, manifestaciones contra el trasvase del Ebro, etc.

Sin embargo, las manifestaciones contra la guerra reflejaron en su composición un alto grado de pluralismo y diversidad en los participantes, llegando a incluir a un considerable porcentaje de votantes del PP. Si bien es cierto que, para muchas personas votantes del PP, el marcado carácter de oposición al gobierno, que incluyó que el PSOE apoyase pública y activamente la convocatoria, pudo suponer un desincentivo para la participación en las manifestaciones (Jiménez, 2006).

Se trató en gran medida de un movimiento de respuesta basado en unos valores de defensa de la no-violencia y el pacifismo, en el contexto de una guerra contra Irak. El componente moral como motivación de los participantes y una dimensión emocional importante, que superó las afiliaciones políticas y los grupos sociales, se tradujo en sentimientos de solidaridad con las víctimas civiles, de rechazo democrático ante la toma de decisiones en contra de la opinión pública, y de ilegal, al tomar esas decisiones al margen de la ONU.

Pero, las motivaciones de la movilización fueron más allá y recogieron el rechazo de una parte importante de la sociedad a las políticas antisociales y a la actitud autoritaria demostrada por el PP. A ello contribuyó la cercanía de las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2003. Así, las movilizaciones contra la guerra adquirieron también un carácter de confrontación entre la derecha del gobierno y las oposiciones de izquierda, incluyendo a partidos, sindicatos y organizaciones de los movimientos sociales, que se implicaron muy activamente (2).

Sin embargo, la mayoría de las personas participaron de manera individual y espontánea, o constituyendo grupos informales de amigos, compañeros de trabajo o de estudios, al margen de las organizaciones de los movimientos sociales, que eran quiénes convocaban y organizaban las manifestaciones. Para muchos de esas personas las movilizaciones contra la guerra supusieron su primera participación en acciones de protesta. Se calcula que un 20% de los participantes en las manifestaciones contra la guerra de Irak lo hacían por primera vez (3).

Se visibilizaron así algunos elementos novedosos que han venido caracterizando la protesta social desde los años noventa hasta la actualidad. En primer lugar, la afirmación de la autonomía individual y la acción solidaria, sin necesidad de recurrir a un sentido de pertenencia o identificación con las organizaciones sociales tradicionales, incluyendo aquí a las organizaciones de los nuevos movimientos sociales. Detrás de esta tendencia parece operar un proceso de individualización de la política que genera ciudadanos más críticos, en el que la participación política está menos mediada por la posición social de los ciudadanos y la mediación de identidades fuertes, y más en relación con las actitudes y opiniones sobre temas específicos de interés personal (Dalton, 2000; Norris, 1999). En segundo lugar, una normalización de la protesta social, en el que el recurso a la manifestación se habría ido incorporando a la práctica y la cultura política como una forma habitual de expresión política que, en un proceso de aprendizaje social, se habría ido extendiendo tanto a sectores nuevos de ciudadanos como a actores políticos que tradicionalmente no suelen participar en manifestaciones. Esta extensión de la protesta contrariamente a la visión de la desafección democrática, indicaría una amplia voluntad de participación a través de los canales a disposición de la ciudadanía para hacer llegar sus reivindicaciones, lo que pondría de relieve las limitaciones del sistema político español en relación a la participación ciudadana (Brito, 2012).

El impacto político de las movilizaciones contra
la guerra: ¿otra década perdida?

Cuando nos referimos al impacto político de un movimiento social o de protesta, no nos referimos a sus éxitos, sino más bien a sus consecuencias, logros, efectos… El éxito de cualquier movimiento guarda relación con la consecución de los objetivos pretendidos y explicitados. En este sentido, parece muy claro el escaso éxito del movimiento, ya que no evitó la guerra y la tragedia humana posterior, cuyas consecuencias se viven aún de forma muy patente en la zona.

En la dimensión más doméstica, hay quienes niegan todo impacto del movimiento contra la guerra, centrando su atención en los resultados electorales de las elecciones municipales de mayo de 2003, que no supusieron una derrota del partido del gobierno; otorgando sólo un efecto menor sobre los resultados electorales de la elecciones generales de marzo de 2004, que tras los atentados del 11M y las movilizaciones inmediatas contra la respuesta gubernamental, supusieron la derrota del PP y la victoria del PSOE.

La valoración del impacto político de los movimientos de protesta a través sólo de los resultados electorales, es un tipo de valoración muy limitada ya que no toma en consideración, ni la multiplicidad de factores que entran en juego en los procesos electorales, ni las diversas dimensiones en las que hay que considerar el impacto político de los movimientos sociales: en la cultura cívica, los repertorios de acción colectiva, las relaciones de poder, los cambios en las élites, las formas de participación política, las políticas públicas, la confianza de los ciudadanos, etc.

Sin embargo, incluso en el plano electoral podemos afirmar que el ciclo de movilizaciones contra la guerra de Irak fue un evento político de gran trascendencia electoral, ya que supuso un cambio de fondo en las posiciones de los participantes frente al Gobierno, incluyendo la pérdida de apoyos de anteriores votantes del PP, sobre todo los jóvenes democristianos, lo que ayuda a comprender su derrota electoral en las elecciones de 2004 (Jiménez, 2006: 113).

El movimiento contra la guerra no fue sólo una respuesta coyuntural al problema de la guerra, la intervención militar española, o el autoritarismo y las políticas antisociales del gobierno frente a la mayoría social y, mucho menos, una moda pasajera, sino que supuso mucho más, vislumbrando algunos de los elementos relevantes que caracterizan el ciclo de protesta actual.

Desde una perspectiva global el ciclo de movilizaciones contra la guerra sirvió de base para una deslegitimación mundial de la guerra de Irak, lo que obligó a los gobiernos que la apoyaban a dar explicaciones y argumentos, que en este caso no fueron sino un cúmulo de falsedades que el tiempo ha terminado desmontando, aunque para ello, desgraciadamente, hayan tenido que morir millones de personas durante todos estos años.

Las manifestaciones contra la guerra se presentaron como una expresión de espacios de construcción de “ciudadanía global”, base de un incipiente activismo transnacional para el que la visibilización de la protesta y la expresión del poder de las calles ocupando los espacios urbanos siguen siendo imprescindibles. Las convocatorias globales se basan desde entonces en la idea de multitud, pero también en la de simultaneidad: muchas personas saliendo a las calles, coreando las mismas consignas en muchos sitios distintos a la misma vez. En las manifestaciones del 15F no hubo un centro, y primaron la simultaneidad y la globalidad. El éxito de la protesta no estuvo determinado sólo por la cantidad de personas que participaron en una ciudad o en un país determinado, sino también por el número de convocatorias que tuvieron lugar en diversas ciudades globales. El 15 de febrero de 2003 se celebraron 600 manifestaciones en 60 ciudades distintas.

La manifestación del 15F dio lugar también a una “nueva manifestación” en la que la marcha de los asistentes es sustituida por la práctica inmovilidad provocada por la muchedumbre. La marcha y el desfile son reemplazados por el desbordamiento, el recorrido de la manifestación es habitado pero no transitado, y no hay lugar para el espectador que aplaude o abuchea, siendo el único posible el telespectador (Morán, 2005: 111).

El alto número de participantes en las movilizaciones motivados por cuestiones de tipo moral, relacionadas con el valor de la paz y la no-violencia (4), evidenciaron el relieve del pacifismo en la sociedad española, producto entre cosas de un movimiento pacifista y antibelicista que desde mitad de los años ochenta ha ido influyendo culturalmente en la sociedad española (Prat, 2004; Del Río, 2004: 39-42). También hay que señalar que un importante porcentaje de los participantes en las movilizaciones contra la guerra lo hicieron motivados por razones vinculadas a la participación política (5), anunciando, en cierta medida, la puesta en marcha de una nueva cultura cívica, una nueva forma de entender la política y de situarse frente al poder, que implicaría un mayor protagonismo de la ciudadanía, y una recuperación de cierto sentir que el poder está en la sociedad, en el conjunto de ciudadanos que colectivamente lo afirma (Ibarra y Grau, 2004: 8).

Diez años después de las multitudinarias movilizaciones contra la guerra, nos encontramos inmersos en un ciclo de protesta que, aunque con diferencias relevantes, vuelve a expresar muchas de las cuestiones que hemos descrito anteriormente, lo que refleja que un proceso ha venido operando durante la última década entre amplios sectores de la sociedad, conformando muchos de los rasgos que caracterizan la protesta social actual. Las movilizaciones de protesta que desde el 15M se han venido intensificando, se caracterizan por la diversidad y el pluralismo en su composición y en sus motivaciones, destacando un sentimiento de impugnación moral, de identificación de una injusticia y de los responsables de la misma (esto es muy evidente en el movimiento contra los desahucios) que ahora se acrecienta con la cercanía de los afectados directamente, así como el desencanto y la desconfianza hacia los actores políticos institucionales. Las manifestaciones están suponiendo también para muchas personas las primeras experiencias de participación no convencionales. La normalización de la protesta va acompañada de una intensificación de la misma en cuanto al número de personas que participan activamente en la protesta, pero también en cuanto a los sectores  y los territorios implicados. El pacifismo y la no-violencia siguen siendo una seña de identidad mayoritaria del conjunto de la sociedad y de las movilizaciones, a pesar de los intentos por parte del gobierno de criminalizar la protesta, y de convertir las movilizaciones en problemas de orden público, para lo que ha incrementado la acción policial. Además, por ahora, los intentos de minorías activistas de desarrollar métodos de acción violenta han encontrado escaso eco social (6).

Pero el impacto político más relevante se proyecta sobre la izquierda y las organizaciones de los movimientos sociales, actualmente puestas en cuestión en su papel de mediadoras y de representantes de los intereses y las expectativas de una amplia parte de la ciudadanía movilizada. Hoy, al igual que hace diez años, volvemos a encontrarnos con un conflicto de identidades y de formas de entender la participación política, la representación y la organización (Brito, 2003). Un conflicto que saca a la luz los límites del conjunto de la izquierda y las organizaciones de los movimientos sociales. Una nueva cultura cívica se ha venido gestando en, al menos, los últimos diez años sin que parezca que haya afectado a una parte importante de la izquierda (por supuesto, a partidos y sindicatos; pero también a muchas organizaciones de los nuevos movimientos sociales). El ciclo de movilizaciones actual, al igual que las movilizaciones contra la guerra de 2003, son momentos relevantes en los que salen a la luz los elementos de cambio, y son momentos también de aprendizaje y adaptación a esos cambios. Lo que está en juego no sólo es el futuro de nuestro estado de bienestar, el de nuestros derechos colectivos y libertades individuales, o el de nuestro sistema político, sino que además, se está dilucidando, en buena medida, el futuro de la izquierda y las organizaciones de los movimientos sociales como catalizadores de las demandas, necesidades y expectativas de amplios sectores de la ciudadanía. Más allá de análisis optimistas basados en resultados electorales, o de planteamientos autocomplacientes basados en los amplios niveles de movilización, las cuestiones planteadas parecen exigir cambios en la orientación y en los repertorios de acción, en los mensajes y los argumentos, en las estructuras de organización y en las formas de participación. En este contexto de urgencias y resistencias, no parece fácil atender todas estas cuestiones, sin embargo, obviarlas o tomar ciertos atajos podría suponer pagar un alto precio para el conjunto de la izquierda social y política. ¿Será ésta otra década perdida para la izquierda?


Referencias Bibliográficas:
Brito Díaz, Juan Manuel (2003): “Las manifestaciones en Canarias contra la agresión a Irak: un conflicto de identidades”, en Disenso, 40, julio, 19-21.
----- (2012): El ciclo de protesta actual: la acción colectiva después de la indignación, en http://www.pensamientocritico.org/juabri1212.htm
Dalton,  J.R. (2000): “Citizens attitudes and political behaviour”, Comparative Political Studies, 33 (6/7), 912-940.
Del Río, Eugenio (2004): “Arraigo del pacifismo”, en Izquierda y sociedad, Talasa, Madrid, 39-42.
Ibarra, Pedro y Grau, Elena (2004): “Las movilizaciones de 2003 ¿una nueva cultura política?”, en Ibarra y Grau (eds): La red en la calle. ¿Cambios en la cultura de movilización?, Icaria-Betiko Fundazioa, 7-9.
Jiménez, Manuel (2006): “Cuando la protesta importa electoralmente. El perfil sociodemográfico y político de los manifestantes contra la guerra de Irak”, en Papers, 81, 89-116.
Morán, María Luz (2005): “Viejos y nuevos espacios para la ciudadanía: la manifestación del 15 de febrero de 2003 en Madrid”, en Política y Sociedad, 42, 2, 95-113.
Norris, P. (1999): “Conclusiones: the growth of critical citizens and its consequences”, en Norris, P. (ed): Critical Citizens: Global support for democratic government, Oxford University Press, Oxford, 257-272.
Prat, Enric (2004): “Trayectorias y efectos del movimiento pacifista”, en Mientras Tanto, 91-92, 123-138.



(1) Las manifestaciones más numerosas fueron las de Londres y Roma, que congregaron a 2.000.000 de personas, seguidas de las de Madrid y Barcelona, que rondaron el 1.500.000 de personas. En Berlín, Nueva York, París y Valencia se calculan 500.000 personas en cada una.
(2) Algunos estudios realizados indican que las movilizaciones contra la guerra movilizaron fundamentalmente a votantes de partidos de izquierdas, aunque también son notables, por ejemplo, los  abstencionistas políticos. Así, se calcula que un 42% de los participantes fueron votantes del PSOE, un 20% de IU, un 10% votantes de derechas, y un 16% eran abstencionistas políticos, incluyendo aquí a no votantes y a votantes en blanco. (Jiménez, 2006: 97-98)
(3) Para un análisis del perfil conductual de los participantes en el 15F, véase Jiménez (2006: 102-104).
(4) En el estudio publicado por Manuel Jiménez un 34% de los participantes argumentaban su participación en las movilizaciones con expresiones como “Me opongo a todas las guerras” o “Nunca puede haber argumentos a favor de la guerra”, así como un 4,4% que alude a la solidaridad y el sufrimiento de la población civil iraquí (Jiménez, 2006: 108).
(5) En concreto un 6,5% lo hace como medio para expresar su posición en un acto público, y un 10% lo considera un acto de responsabilidad ciudadana, lo que se expresa en afirmaciones del tipo “Para expresar activamente mi opinión”, “Necesidad de comprobar que somos capaces de unirnos a favor de un ideal” o “No quiero quedarme impasible ante una decisión tan contraria a mis principios” (Jiménez, 2006:  109).
(6) En este sentido, está por ver cómo afectará la nueva estrategia anunciada por el movimiento contra los desahucios que incluye el escrache como repertorio de acción colectiva. El escrache es la denominación argentina y uruguaya que se da a un tipo de acción colectiva en la que un grupo de activistas se dirige al domicilio o lugar de trabajo de alguien a quien se quiere denunciar. Tiene como fin que las demandas se hagan conocidas entre la opinión pública, así como señalar públicamente a los responsables de la injusticia que se denuncia. En ocasiones también es utilizado como una forma de intimidación, coacción y acoso público, para lo cual se realizan diversas actividades generalmente violentas. La PAH y Stop Desahucios han anunciado que sus repertorios de acción incluirían este tipo de acciones en caso de no aceptar la ILP presentada en el Congreso, contra quienes voten en contra de la misma. En relación a cómo afecta la cuestión de métodos de acción violenta al desarrollo de los movimientos véase Brito (2012).