Juan Manuel Brito

Las manifestaciones en Canarias contra la agresión a Iraq.
Un conflicto de identidades
(Disenso, nº 40, julio 2003)

Seguramente necesitaremos más tiempo para acometer una completa valoración de todas las dimensiones presentes en las movilizaciones contra la agresión a Iraq. Nos encontramos ante un hecho de enorme trascendencia -más allá incluso de lo masivo de las manifestaciones internacionales- por el hecho de hallarnos ante una auténtica respuesta global a la que es difícil encontrar antecedentes. Pero, aunque la dimensión de estas movilizaciones sea mundial, no parece muy acertado intentar realizar aquí una valoración global, que necesariamente sólo recogería aspectos generales, marginando la gran cantidad de situaciones diversas que pudieron expresarse a lo largo y ancho del planeta. Por eso, parece más conveniente centrarnos en las movilizaciones que tuvieron lugar en Canarias.

ASPECTOS PREVIOS. ¿Qué se ha expresado realmente en las movilizaciones contra la guerra? ¿Ha sido sólo una respuesta a la agresión bélica contra Iraq? ¿Qué las ha motivado? ¿Cuáles han sido los sujetos que han participado activamente en ellas? ¿Cómo han respondido a este fenómeno las organizaciones sociales, los sindicatos y los partidos políticos tradicionalmente adscritos a la izquierda? ¿Y las ONG? ¿Y los jóvenes canarios de los '90? ¿Qué protagonismo han asumido y qué motivaciones les han impulsado? Indudablemente son muchas las cuestiones que habría que acometer, dada la magnitud y la intensidad de las protestas, así como lo poco satisfactorias que han sido algunas primeras explicaciones sobre las mismas procedentes de ámbitos de la izquierda.
Como punto de partida, conviene señalar que la interpretación de los hechos me viene dada desde el conocimiento directo de lo ocurrido en Gran Canaria y de las informaciones indirectas -pero precisas- que he tenido de lo sucedido en otras islas, fundamentalmente en Tenerife, por lo que mis reflexiones únicamente tienen que ver con esos ámbitos. Por otro lado, intentaré analizar lo ocurrido no desde la mitificación del hecho puntual del éxito -que fue real- de las movilizaciones, perspectiva ampliamente extendida entre los sectores activos del movimiento por la paz más proclives al optimismo.
Para abordar la cuestión parto de la consideración de las movilizaciones en términos de proceso, considerando que hay factores muy diversos en el origen de la oposición contra la guerra y haciendo únicamente referencia en este artículo a aquellos que me parecen más problemáticos.

¿MOVIMIENTO O ESTADO DE OPINIÓN? Lo primero que habría que determinar es en qué medida estamos hablando de un movimiento social concreto. Esto tiene que ver con las motivaciones, los símbolos, los objetivos, etcétera, pero también con los contextos sociopolíticos y los marcos culturales. En un sentido estricto, lo que se exteriorizó mayoritariamente durante las movilizaciones contra la guerra no fue un movimiento social, sino más bien un estado de opinión que se expresaba en una sucesión de manifestaciones, y que como tal contenía gran cantidad de motivaciones, símbolos y objetivos, que se agrupaban bajo el amplio paraguas del rechazo a la invasión de Iraq. Todo ello en el contexto del apoyo incondicional a la guerra del Gobierno español, frente a lo que luego se constituyó como una amplia mayoría social.
A mi modo de ver, las movilizaciones contra la guerra en Canarias, pudieron suponer una sucesión de actos (re)constituyentes del movimiento pacifista o antimilitarista en las Islas. Sin embargo, su desenlace viene determinado por el papel jugado por las organizaciones sociales y políticas que se agruparon en la Coordinadora Canaria por la Paz y la Solidaridad, en Gran Canaria, y en la Plataforma Canaria por la Paz , en Tenerife.
Por lo tanto, hay que delimitar a qué nos referimos, distinguiendo entre el estado de opinión -mayoritario y muy heterogéneo- y el movimiento social activo -pacifista o antimilitarista, antiglobalización, o simplemente contra la guerra-, para posteriormente establecer la relación entre ambos y los problemas y las expectativas que se dan tras el final del conflicto. Esto es necesario también a la hora de abordar y no confundir las motivaciones que han dado lugar a las movilizaciones.

LAS MOTIVACIONES. Los factores que han motivado las sucesivas manifestaciones y acciones de rechazo en Canarias, no han sido muy distintos a los del marco estatal. No estamos ante un movimiento que presente rasgos diferenciadores de las tendencias estatales.
La primera precisión es que este movimiento coyuntural se enmarca desde el principio como un movimiento de paz, en el contexto de la guerra contra Iraq. Son movilizaciones contra la guerra que se preparaba y que luego se desarrolló. Esto es importante acentuarlo, porque se relaciona con dos motivaciones que estuvieron muy presentes en la ciudadanía que expresó su rechazo al conflicto: en primer lugar, una percepción social de la barbarie y del horror de la guerra, que está en relación con valores positivos presentes en la sociedad y que salen a la luz en ocasiones como ésta; y, en segundo lugar, la sensación de que se estaba ante una guerra sin justificación alguna, de que no sólo era una guerra ilegal e ilegítima, sino que además se considerada que los argumentos expresados para justificar la intervención militar constituían una montaña de falsedades con respecto a los objetivos buscados mediante la misma. A estas dos motivaciones habría que unir un sentimiento de rechazo hacia la política exterior norteamericana, que en gran cantidad de ocasiones conecta con un antiamericanismo primario, en el que tan cómodamente se sienten sectores de la izquierda más ortodoxa. Aunque también es cierto que la información y el conocimiento de un gran movimiento de protesta en EE UU contribuyó en parte a seleccionar el contenido de ese antiamericanismo.
En el fondo, por tanto, existían unas motivaciones pacifistas o antibelicistas que me llevan a considerar, como ya he apuntado, que las movilizaciones pudieron ser un momento (re)constituyente de un movimiento social por la paz, ya que se nutrieron de un sentimiento generalizado de injusticia, de que existían unos culpables de dicha injusticia y de que ésta recaía sobre un colectivo humano, la población iraquí, respecto al cual había que sentirse solidario.
Se generó así una proto-identidad colectiva, un nosotros (los del "No a la Guerra"), enfrentado con unos otros (los que apoyaban la guerra: el Gobierno español y el Partido Popular, principalmente), y finalmente, un sentimiento de que era posible con la movilización colectiva, vencer esa injusticia ("Paremos la guerra") o, por lo menos, que el Gobierno español rectificase su política. Indiscutiblemente, este sentimiento tuvo repercusiones una vez iniciado el conflicto y más aún ahora que ha finalizado. Repercusiones que se traducen en un extendido desencanto, pero que pueden tener derivaciones en la medida que se impone la idea de que ha habido un déficit democrático que hay que corregir.
En esta perspectiva habría que entender parte de las motivaciones que se fueron imponiendo. A medida que se sucedían los hechos y se iniciaba la batalla de las resoluciones en el Consejo de Seguridad, las movilizaciones se convertían en un rechazo explícito al PP y a su política belicista y servil respecto al Gobierno ultra-conservador de EE UU. A ello también contribuyó la posición de los Gobiernos de Francia y Alemania, que sí se correspondía con la opinión mayoritaria de sus respectivos países.
Las movilizaciones contra la guerra han sido, por tanto, también una protesta contra el Gobierno del PP, que ha estado más acentuada por la cercanía del período electoral, y que expresaba un rechazo hacia la prepotencia, la incompetencia y el desprecio hacia la sociedad que la derecha gobernante ha venido mostrando en diversos acontecimientos de importancia: reforma educativa y manifestaciones anti-LOU, decretazo y huelga general, marea negra y movilización en Galicia. En Las Palmas de Gran Canaria las movilizaciones recogían una expresión de rechazo frontal a las actitudes del PP, local e insular, y más concretamente al autoritarismo y antipluralismo del alcalde de la capital y presidente del partido en Canarias, José Manuel Soria.

REACCIÓN DEMOCRÁTICA.
Poco a poco, ante la cada vez más contrastada sensación de que el Gobierno actuaba sin apoyo social, se activaba una reacción democrática, una reacción de deber democrático, de responsabilidad colectiva ante unas cámaras parlamentarias que, usando las mayorías absolutas, asociaron al Estado a una acción ilegal internacional. Este hecho, de enorme importancia, activó elementos democráticos al alcance de la ciudadanía -libertad de expresión, asociación y manifestación- (1) y fue capaz de sacar a la luz la cara más autoritaria del PP.
Una actitud que tuvo su constatación más evidente en la reacción del poder contra el mundo del cine, que conectó con la ciudadanía y lideró a partir de ahí las movilizaciones, ofreciendo seguridad y promoviendo la acción en ese sentido de responsabilidad democrática y rechazo moral a la guerra. El papel del mundo del cine y, posteriormente, del mundo de la cultura, hizo que la protesta pasase a ser también un hecho mediático, hasta tal punto que se convirtió en un liderazgo con legitimidad, frente a la crisis que en tal sentido sufren las fuerzas políticas (2). Aunque ello no implicó que el papel desempeñado por los colectivos y organizaciones agrupadas en la Coordinadora grancanaria y la Plataforma tinerfeña no fuese crucial en las movilizaciones, hasta el punto de que seguramente sin esos espacios organizativos las iniciativas no hubiesen transcurrido de igual forma.

LA COMPOSICIÓN DE LAS MANIFESTACIONES. Otra de las cuestiones sobre las que parece interesante detenerse es en la composición de las manifestaciones y las otras iniciativas, ya que, sobre todo en las primeras, fue donde se reflejó abiertamente el estado de opinión al que nos hemos referido. Al igual que las motivaciones, la composición ha sido muy heterogénea, incluyendo diversas expresiones sociales (con un predominio del componente medio-urbano), religiosas (comunidad árabe, grupos cristianos de base) generacionales (niños, jóvenes, mayores) o intergeneracionales (familias).
Una de las características de las movilizaciones es que ha habido una multiplicidad de ámbitos de expresión: compañeros de trabajo, estudiantes, amigos, familias, agrupaciones deportivas, vecinales, sindicatos, partidos de oposición, etcétera. Todo ello en gran parte desde la reafirmación individual como portavoz de las motivaciones. Se diluía así la vinculación directa con la política -en un sentido muy amplio- y se reafirmaba una forma de protesta desde la impugnación moral y desde el auto-reconocimiento como ciudadano, o sea, persona con derechos.

LOS JÓVENES. Esta fue la forma mayoritaria de participación de los jóvenes, y más concretamente de los jóvenes de los '90, así como de una nueva generación que ha tenido como primera experiencia activa estas movilizaciones. Sus motivaciones no han estado en general muy alejadas de las del resto de la sociedad, pero sí conviene detenernos en algunas cuestiones. Entre otros aspectos, impera en ellos una fuerte impugnación ético-moral de la guerra, que conecta con una desdramatización del contexto sociopolítico (que en ocasiones se traduce en dosis de ingenuidad). Esto tiene que ver con el peso que valores como la solidaridad, el respeto al medioambiente, la justicia social o la paz tienen en este tipo de jóvenes. Me atrevería a afirmar que esta actitud ético-moral es la que hace que mayoritariamente no sólo consideren esta guerra injusta, sino que les lleva a la consideración de que no hay ninguna guerra justa.
Los jóvenes participaron de forma diversa en las movilizaciones, pero fueron mayoría los que lo hicieron de manera individual y espontánea. Este elemento de afirmación de la autonomía personal y de acción solidaria individual no es del todo novedoso, ya que constituye uno de los rasgos que han caracterizado a los jóvenes activos de los '90, por lo que es un elemento de interés a la hora de entender los cambios en la mentalidad de los componentes de esta generación.
Los jóvenes adscritos a opciones más ideológicas o que ya venían participando en algún tipo de organización o movimiento también han jugado un papel relevante. Sin embargo, su protagonismo ha sido desigual y sobredimensionado por el arrope de las organizaciones y, por extensión, por la Coordinadora y la Plataforma. La gran cantidad de iniciativas de jóvenes en ámbitos muy distintos y el desigual tratamiento en esos espacios, evidencia al menos una falta de diálogo entre sectores juveniles, algo que ya se venía expresando en el seno del movimiento antiglobalización. La iniciativa de la acampada en el Parque de San Telmo, de Las Palmas de Gran Canaria, tuvo la virtud de convertirse en un punto de referencia para las organizaciones y personas cercanas a la Coordinadora, e incluso se convirtió en un relativo punto de referencia para los medios de información. Sin embargo, esto se hizo sin dirigirse a la mayoría de jóvenes a los que nos referimos, que fueron muy activos en acciones realizadas exitosamente en los ámbitos en los que desarrollan alguna actividad, principalmente institutos y centro universitarios.

EL PAPEL DE LAS ORGANIZACIONES. Llegados a este punto conviene reflexionar sobre cuál ha sido el papel jugado por la Coordinadora grancanaria y la Plataforma tinerfeña en las movilizaciones. Ya comenté anteriormente que lo considero importante y crucial, en cuanto que de ambas organizaciones salieron los medios que garantizaron el éxito de las convocatorias y, más concretamente, de las manifestaciones multitudinarias. Sin embargo, hay que preguntarse, alejándonos de análisis autocomplacientes, por la relación del movimiento activo organizado con ese colchón social tan heterogéneo y diverso que se movilizó contra la guerra. Para ello es necesario que nos detengamos en algunas cuestiones que ayudan a entender las formas de actuación de las organizaciones y su relación con los estados de opinión.
Lo primero es la composición de esos espacios. En Gran Canaria, la Coordinadora Canaria por la Paz y la Solidaridad se inició, al calor de la gran movilización del 15 de febrero, con una composición muy heterogénea, pero posteriormente fue reduciéndose a un núcleo de organizaciones con un fuerte peso de la izquierda más tradicional. En Tenerife fue esta izquierda la que integró mayoritariamente la Plataforma Canaria por la Paz en todo el proceso. La actividad de ambos espacios ha estado marcada por elementos positivos, entre los que destacaría la capacidad de recoger la disociación entre la corriente de opinión ciudadana y lo político-institucional y la de servir como impulso movilizador constante. Pero también se han dado elementos negativos, que han impedido orientar el trabajo lejos de ciertas dosis de irrealismo y de optimismo autocomplaciente.

EL ORIGEN DE LOS PROBLEMAS. Los esquemas de pensamiento que se imponen en la izquierda, en el movimiento antiglobalización y -ahora- en el movimiento contra la guerra, son, a mi modo de ver, el origen de los problemas, ya que las acciones van encaminadas al reforzamiento de una identidad (la del movimiento social activo ya existente) cerrada ideológicamente (el viejo esquema antiimperialista bajo nuevas formas) y que no se corresponde con la pluralidad y heterogeneidad de un estado de opinión mayoritario socialmente. El principal problema surge de que la identidad (esquema ideológico antiimperialista, formas duras de expresión y enfrentamiento, etcétera) no conectó con la proto-identidad (valores de solidaridad, rechazo del enfrentamiento, formas suaves de expresión sin perder el fuerte contenido ético y moral) que se fue gestando en las movilizaciones y en las que los jóvenes jugaban un papel crucial.
Es por ello, que la principal carencia del movimiento por la paz en Canarias está en relación con cómo se ha afrontado un proceso (re)constituyente en el que pocas personas -y más exactamente pocos jóvenes- se han incorporado a los espacios organizados del movimiento social. Los problemas actuales, una vez acabado el conflicto, tienen que ver fundamentalmente con estas cuestiones, que en el fondo seguirán existiendo, en la medida que se sigan imponiendo las formas de pensamiento que tradicionalmente han venido funcionando en la izquierda y que tan conflictivamente se han extendido en el movimiento antiglobalización, hoy fundamentalmente movimiento contra la guerra.
En este sentido, las expectativas del movimiento en Canarias no son nada halagüeñas. El recorrido actual está lleno de problemas importantes, a los que no favorecen los cantos de sirena ni las visiones de optimismo desmesurado que proclaman una revolución mundial por la paz o cuestiones por el estilo. No nos queda otra salida que seguir trabajando desde el campo de la acción social, con iniciativas que sean consecuentes con la heterogeneidad y el pluralismo existentes, siendo conscientes de que el colchón social se está desinflando considerablemente y que de nada valdrán las huidas hacia delante que no tengan en cuenta, desde el realismo y la autocrítica, el origen de los problemas.

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(1) Véase la entrevista al catedrático de Derecho Internacional de la Universidad Autónoma de Madrid, Antonio Remiro Brotóns, en Página Abierta, nº 135, pp. 8 y 9.
(2) Véase el artículo de Manuel Llusia "El movimiento contra la guerra de agresión a Iraq", en Página Abierta nº 135, pp. 4 a 6.