Julio Adámez
Los cambios políticos en Cuba.
Entrevista a Manuel Cuesta

La Habana, diciembre de 2015.

Aprovechando un viaje a Cuba, tuvimos la oportunidad de conversar con Manuel Cuesta Morúa, quien actualmente coordina un proyecto de tendencia socialdemócrata llamado Arco Progresista. Cuesta también trabaja en Nuevo País, una coalición de organizaciones muy diversas, que abogan por conseguir cambios en Cuba a través de la ley, mediante reformas legales que vayan abriendo espacios que a su vez  conduzcan a nuevos cambios legales.

Nuevo País participa, por otra parte, en la coordinadora Otro 18, cuyo nombre hace alusión a la afirmación pública que hizo el presidente de Cuba,  Raúl Castro, de que en el año 2018 pasaría el testigo a otra generación, a través de una nueva ley electoral. Una  coordinadora que está compuesta de diversas organizaciones políticas y civiles: grupos de abogados, de derechos humanos, etc. 

– Un turista que pasee por La Habana y la compare con la de hace pocos años ve que en la ciudad hay algunos cambios: han aumentado los negocios particulares (sobre todo las cafeterías), la compra y restauración de casas, y, en algunas calles, agrupaciones de gente conectada a Internet. ¿Estos cambios son más aparentes que reales?

– Yo no creo que sean aparentes. Antes no te podías comer por las calles una hamburguesa de cierta calidad y ahora sí. Hay un cambio real hacia la pequeña empresa, una empresa básicamente familiar. Ahora la gente puede satisfacer sus necesidades independientemente del Estado. Empieza a haber una distancia positiva entre la ciudadanía y el Estado para gestionar su propia vida. Hasta esta fecha dependíamos para todo del Estado, un Estado no muy eficiente. Estos cambios van en la dirección en la que el Gobierno cubano siempre se negó. Ahora es posible que alguna gente pueda explotar su propio ingenio y capacidad y empiece a tener otras experiencias de vida.

Luego, también está la posibilidad de que la gente pueda abrirse un poco más a través de Internet. Ciertamente, Cuba podría estar más conectada de lo que está. Las ofertas no solo norteamericanas, sino también europeas no han faltado. Únicamente con el cable que se puso desde Venezuela, toda la isla podría estar conectada, pero no lo explotan. La mayoría de la gente usa Internet para comunicarse con los familiares de fuera.

Por aquí han pasado las mayores empresas norteamericanas, incluida Google, y han ofrecido la posibilidad de que cualquier casa pueda tener acceso a Internet. Pero esta posibilidad la ahogaron y no todo el mundo puede emplear 2 euros en una tarjeta para conectarse una hora. El Gobierno cubano ha rechazado la oferta. Quiere seguir administrando lo que la sociedad cubana puede abrir en el espacio de Internet o las informaciones de algunas páginas. Quiere seguir marcando la velocidad de la normalización.

Se pueden ver estos cambios en La Habana, en Santiago, pero hay muchas provincias donde es imposible. Los cambios no son estructurales; las reformas no son todo lo profundas que debieran ser. El Gobierno hace esto porque no le queda más remedio, porque no puede ofrecer trabajo a la gente, no por el valor positivo de estas reformas. El Gobierno, en vez de estimular, desestimula con unos impuestos que muchos no pueden pagar, con lo cual es imposible mantener los negocios y abandonan.

– Otra gran mejora para la población podría venir de la mano del avance de los acuerdos con Estados Unidos y el fin del bloqueo. ¿Qué futuro le ves a estos acuerdos?

– Yo estoy claramente en el bando de los que apoyan tanto el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos como el fin del bloqueo. Celebro que se haya dado este paso. El conflicto entre Estados Unidos y Cuba permitía al Gobierno cubano utilizarlo como pretexto para no hacer ciertas cosas y ya ese pretexto desaparece. También permite un mayor flujo de la reunificación entre cubanos: muchos cubanos o bien han regresado ya a Cuba, o bien van y vienen. Luego, también el restablecimiento de las relaciones tiene un impacto económico porque aumentan las remesas, se deja de impedir el flujo de las ayudas de los familiares. De hecho, muchas de las cafeterías que se ven se deben a esas remesas; no había un capital inicial en el país que hubiese permitido eso. Y por último, una disminución de la tensión entre Estados Unidos y Cuba ayuda a que crezca la estabilidad en todo el continente americano.

El Gobierno cubano se está negando a aceptar toda la oferta y exigencias de Estados Unidos. Y ha elevado la apuesta, fijando unas condiciones al Ejecutivo de Obama imposibles de conceder de la noche a la mañana. El Gobierno cubano no se da cuenta de que hoy en día el mejor aliado que tiene en los Estados Unidos es Obama, y esto debería aprovecharlo y hacer propuestas más realistas que permitan avanzar en los acuerdos. Uno de los temas controvertidos es el de los derechos humanos. El régimen cubano se niega al reconocimiento institucional de tales derechos.

– Lo que sigue sin cambiar, al parecer, es lo que más afecta a la mayoría de la población: unos sueldos de miseria en el empleo –principalmente público– que no permiten vivir, aunque los que trabajan para los particulares tengan una situación un poco más desahogada.

– Este es el lado negativo de la manera en que se está haciendo esta reforma. El Estado solo reconoce 183 oficios o profesiones en los que admite el trabajo por cuenta propia, pero lo que más abundan, con diferencia, son las cafeterías y restaurantes, las rentas [de alquiler] de vivienda y los taxistas. Pongamos el ejemplo de los taxistas. Si uno analiza la mayoría de los taxis no estatales (los llamados “almendrones”), ve que la gran mayoría de los que los trabajan no son los dueños del vehículo y tienen que pagar mucho a los dueños del “carro” [coche], y, al mismo tiempo, otra gran cantidad para pagar la licencia; o sea, que el margen que les queda es bien pequeño. Aun así, es evidente que el nivel de vida de estas personas es mucho mejor que el de quienes trabajan para el Estado.

Vamos a poner otro ejemplo: el de los médicos. A estos trabajadores del Estado, para poder mantener un mínimo nivel de vida, no les alcanza su salario, y tienen que recurrir a las, llamémosles, “contraprestaciones” que les hacen sus enfermos y que son sistemáticas: si el enfermo vive en el campo les lleva comida; si vive en la ciudad, y tiene cierta posición, te puede resolver la casa en la playa de ese año; o si trabaja en una fábrica de ropa… Estas son las extras con las que se mantienen, básicamente, los médicos.

Luego esta apertura mal hecha ha creado un problema grave. Se ha producido una fractura social. Si uno camina por las afueras de La Habana se da cuenta de que hay un montón de cinturones de pobreza.

Los sectores emergentes con cierto nivel son aquellos que pueden utilizar cierto capital físico que la gran mayoría no tiene: un carro, una casa para rentar. Te puedes encontrar gente muy inteligente, muy bien preparada, pero que no puede entrar en estos nuevos mercados.

Estas reformas están acentuando la división social.

– La entrada de turistas en Cuba parece, a simple vista, que ha aumentado. ¿Ha ocurrido lo mismo con las inversiones extranjeras?

– En estos últimos años ha aumentado mucho el turismo, lo cual supone más entradas económicas. Claro, que el turismo en Cuba es muy caro porque hay que importar casi todo para poder abastecerlo. Por lo cual el beneficio neto no será tan grande. Pero el Gobierno nunca ha dado cifras sobre ello.

Pero no solo es importante por la economía, también el turismo está produciendo un impacto social de cambio en la gente. Antes era muy difícil tener contactos con los extranjeros, tenías que pasar por el Estado. Ahora es distinto: yo rento una casa y tengo mucho más contacto con los turistas.

¿Cómo está afectando este aumento del turismo a la economía cubana? Es difícil de saber. Sabemos que Cuba tiene una deuda muy alta, a pesar de que buena parte de ella le ha sido condonada en el Club de París. Pero la parte que no ha sido condonada tiene que pagarla estricta y religiosamente todos los años, con unas condiciones leoninas.

En cuanto a las inversiones extranjeras, no ha habido muchas. Ni siquiera China ha invertido en Cuba, porque los chinos invierten por dos cosas: o bien para que se les permita introducirse en el mercado interno del país –y el Gobierno cubano pone muchas trabas–, o bien para acceder a materias primas importantes para ellos, y tampoco es el caso de Cuba.

Para atraer a los inversionistas extranjeros tienes que dar mucha seguridad jurídica, y eso no ocurre en nuestro país. Los inversionistas exploran y se suelen ir. Ha sido famoso el ejemplo del inversionista británico que quería construir campos de golf y, tras muchas reuniones, todo quedó en nada porque no veía garantías.

Voy a poner otro ejemplo más cercano: hay un grupo de muchachos en el reparto [barrio] con gran inteligencia y habilidad para el arreglo de la telefonía móvil. Han logrado poner en marcha un negocio que les va bien, y se plantean ampliarlo. Se ponen en contacto con una empresa norteamericana, llegan a un acuerdo tanto en el material necesario como en los cursos de formación que recibirían; pero cuando tienen que ir a la Cámara de Comercio para formalizar el negocio, les informan de que ese servicio solo lo puede ofrecer ETECSA, que es la empresa estatal de telecomunicaciones. Ahí se acaba todo.

– Lo que tampoco cambia es el gran número de cubanos a quienes les gustaría abandonar el país.

– Este es uno de los capítulos más tristes hoy en día en nuestro país. Históricamente, Cuba siempre fue un país de inmigrantes. Pero tras el año 1959, la tendencia se revirtió. Si bien en un primer momento fueron por razones políticas, hoy es un éxodo masivo de grupos muy diversos. Hay gente que lleva 20 años con un planteamiento de vida en el que prima el deseo de irse. Otros lo consiguen en mucho menos tiempo. Y este problema, que es muy serio y que últimamente se ha agudizado, lo que demuestra es la falta de esperanza de mucha gente.

El Gobierno está muy interesado en vender la idea de que si bien las primeras generaciones que abandonaban el país tras el triunfo de la Revolución lo hacían por razones políticas, ahora los que se van lo hacen por razones económicas, ya no existe un problema político.

Sin embargo, esto no es muy real. Dentro de los que se van hay un sector significativo que no son los que más problemas económicos tienen. Quizás no tengan mucho dinero físico, pero pueden tener un capital (algunos pueden vender su casa) e incluso tienen una entrada regular de dinero que les mandan sus familiares y que les permite tener un nivel de vida superior al normal; se limitan ir a la Wester Union todos los meses a cobrar y a gastar ese dinero que no han sudado. Pues bien, muchos de ellos también quieren irse.

A un locutor de televisión se le escapaba el otro día –abandonando el discurso oficial– que también había razones políticas. Esto es cierto porque, a pesar de la reforma, seguimos sin que se generen posibilidades para mucha gente. Muchos piensan que no pueden tener un futuro próspero en este país.

– Otro hecho es el de los cambios de valores de la población. Se habla de que el retroceso ha sido notable, lo que lleva a algunos a afirmar que es uno de los grandes problemas para el cambio.

– Es evidente que, después de 1959, al reforzarse lo colectivo, se fortalecieron también valores de ayudar a los demás, de solidaridad, de austeridad en los modos de vida, que esta no estuviera tan marcada por el consumo. Y al mismo tiempo seguían estando presentes los viejos valores de honestidad y respeto. Pero esto al poco tiempo cambió.

Un problema importante es que el proceso político generaba lealtades obligadas; no era posible la crítica y mucho menos en público. Tenías que vivir en una sociedad en la que no podías decir lo que pensabas, y esto lleva al cinismo y a la doble moral. Y además, en la medida en que el Estado se mostraba absolutamente incapaz de mantener el esquema de bienestar austero, obligó a la gente a robar para poder vivir. Y los anteriores valores se fueron destruyendo.

Hoy predomina el afán de consumo y el mirar solo por tu interés. Está extendido el dicho de “Vales cuanto me des”. Esto refleja el tipo de relación existente, incluida en muchas parejas. Otro dicho que se oye muy a menudo es el de “Ese no es mi maletín”: te desentiendes de todo lo que no te afecta directamente, porque ya bastante tienes con lo tuyo. El Estado, además, al querer sustituir a la sociedad civil, al pretender ocuparse absolutamente de todo, no fomenta unos valores cívicos.

Esto es lo que lleva a que muchos amigos sean escépticos en cuanto a la posibilidad de reformas y del cambio en Cuba. Otros somos más optimistas. Si uno hace una lectura de la humanidad entera, observa cómo en muchas ocasiones se han producido cambios allí incluso donde no hay muchos valores. Entonces lo que hay que ver es de qué manera puede empujar uno para que se genere un debate amplio sobre esto. Y la Iglesia católica está trabajando en esta misma dirección. Hay que insistir en la idea de que los valores existen antes y después del Estado. Que este no puede dirigir todo y que incluso los valores pueden servir para mejorar el Estado.

– Viendo días atrás el debate televisado de la Asamblea Nacional, con Raúl Castro al frente, se podía comprobar la fuerza del inmovilismo. ¿Habéis notado últimamente cambios en la represión de la disidencia?

– A partir del inicio de las conversaciones con Estados Unidos, estaba claro que esto podía traer más aire a ciertos sectores de la disidencia.  Este proceso de normalización, al no poder ya el Gobierno utilizar el conflicto con Estados Unidos como un pretexto para detener la marcha de la historia, se podía entender como un proceso que iba a obligarle a hacer determinadas reformas. Pero la respuesta del Gobierno es no mostrar debilidad e intentar ser más fuerte.

De modo que, en relación con esto, hay que distinguir dos sectores en la disidencia. Hay un sector que, según el Gobierno, pretende aprovechar esta situación para reproducir en Cuba las “primaveras árabes”; a partir de una mecha tratará de sacar a la gente a la calle. Sobre este sector es evidente que últimamente ha aumentado la represión.

Y hay otro sector, en el que me incluyo, que se mueve más en otra dirección, de “ver las Olimpiadas bajo techo”. Sobre él, el Gobierno tiene muchos menos argumentos para la represión. Especialmente porque nosotros estamos respetando la ley, porque pensamos que la ley nos da esa brecha. Nosotros vamos a la aplicación literal de lo que dice la Constitución, que contiene unos artículos de los que, si uno los interpreta literalmente, puede concluir que Cuba es el país más democrático del mundo. De hecho, aparte de la nuestra, en muy pocas constituciones del mundo se habla de que el pueblo puede ejercer directamente el poder.

Hacia nuestro sector, el Gobierno trata de aplicar otro tipo de represión –podríamos llamarla psicológica–, de campañas de descrédito, de sacar a relucir la vida íntima o privada de la gente. Es una represión para desmoralizarte, pero no es tan directa como la que dirige al otro sector.

– Fuera de Cuba quizás el grupo más conocido de la oposición sean las Damas de Blanco. ¿Cuál es tu opinión sobre ellas? ¿Piensas que, en su conjunto, la oposición está avanzando?

– Las Damas de Blanco es uno de los grupos que sí está sufriendo una represión fuerte. Ellas tienen un espacio en la 5ª Avenida, donde se manifiestan todos los domingos, y esta represión es motivada porque el Gobierno teme que este espacio se pueda expandir. Yo las respeto mucho y las admiro.

Pero, a mi modo de ver, deberían abrir la cesta de las opciones, poner sobre la mesa otros problemas y no solo concentrarse en la demanda de la liberación de los presos políticos. Y esto se lo digo a ellas y lo digo públicamente porque pienso que ahora mismo Cuba está en un momento políticamente abierto. En nuestro país había una lucha entre los que quieren y los que no quieren, y a ver quién aguanta más. Pero ahora, mal que bien, el Gobierno se mueve en una dirección.

En la oposición se está avanzando en una nueva propuesta, llamada Mesa de Unidad de Acción Democrática, ya bastante articulada, y que agrupa a la mayoría de la oposición, tanto política como de la sociedad civil. En este proyecto participan personas cuya ideología va desde la derecha hasta la extrema izquierda. Estamos trabajando con urgencia en la elaboración de una “agenda mínima” que recoja todos los puntos comunes. Uno de los puntos fundamentales es el proyecto, del que hablamos al principio, de Otro 18. Coincidimos en que participar en las elecciones puede ser positivo. Hasta ahora la tendencia fundamental era la de no reconocerlas. Ahora hay una conciencia mayoritaria de que se debe trabajar para impulsar el cambio de la ley electoral. Un cambio que por lo menos garantice el pluralismo. Hoy en día al presidente no lo elige la Asamblea Nacional, sino que lo elige el Consejo de Estado.