Julio Loras

El comportamiento altruista. Psicología y evolución
Sobre el libro El comportamiento altruista. Psicología y evolución, de Elliot Sober y David Sloan Wilson
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Editorial Siglo XXI. Barcelona: 2000. 320 páginas.
(Página Abierta, nº 129, septiembre de 2002)

Desde mediados de los setenta, dominan en la biología evolutiva y en las ciencias sociales –y se nos bombardea constantemente con ellas– teorías que afirman que todos los comportamientos son egoístas. Cuando se les pone frente a comportamientos altruistas, siempre se las ingenian para encontrarles un fundamento egoísta. Como vio claramente Darwin, los comportamientos altruistas sólo podrían evolucionar mediante la selección de grupos, teoría que Wynne-Edwards propuso formalmente en los años sesenta. Enseguida fue rechazada porque los individuos egoístas de los grupos siempre vencerían en la competencia. Todos los biólogos se han formado desde entonces en la creencia de que la selección de grupos es una teoría refutada o, como mínimo, no confirmada por ningún hecho.
El libro de Sober y Wilson, filósofo y biólogo, respectivamente, sale al paso de esta situación. Empieza distinguiendo entre comportamientos biológicamente altruistas y egoístas, por un lado, y psicológicamente altruistas y egoístas, por otro, planteando la posibilidad de que no se dé coincidencia entre uno y otro nivel, para analizar ambas cuestiones por separado.
Son biológicamente altruistas los comportamientos que disminuyen la aptitud del sujeto aumentando la de los demás, siendo biológicamente egoístas los comportamientos que aumentan la aptitud del sujeto. Es cierto que, si se limita el estudio a un grupo, los individuos egoístas aumentan a expensas de los altruistas, llevando, en último término, a la desaparición de los individuos altruistas en el grupo. Pero si los grupos no están aislados, e intercambian individuos entre sí o se disuelven para formar nuevos grupos, las cosas son distintas. Un grupo debe entenderse como un conjunto de individuos que interaccionan con respecto a un rasgo, de forma que influyen en su aptitud, independientemente de que sea grande o pequeño, de que los individuos que interaccionen sean o no parientes y de que su duración sea de varias generaciones o sólo de una minúscula fracción del ciclo vital. Esta definición de grupo permite a los autores subsumir dentro de una teoría de varios niveles los casos explicados por la selección de parentesco, por el altruismo recíproco y por la teoría de juegos, como casos particulares dentro de una teoría general.

Los autores denuncian la falacia de los promedios que practican los oponentes a la selección de grupos. Se trata de considerar, después de un período de evolución, las proporciones de altruistas dentro de los grupos, que disminuyen, sin considerar que esta proporción puede aumentar en la población si los grupos con más altruistas crecen más que los demás.
Pasan luego a plantear la manera adecuada de estudiar las adaptaciones a cada nivel (sólo consideran los niveles individual y de grupos, pero su tratamiento puede bajar al nivel de genes y subir al de comunidades), mediante tres pasos. Los dos primeros consisten en determinar qué evolucionará si la selección individual es la única fuerza y qué evolucionará si lo es la selección de grupos, acotando las posibilidades en cuanto hasta qué punto los rasgos estudiados han evolucionado mediante un tipo u otro de selección. Muestran que es de esperar que en la mayoría de los casos reales se dan resultados intermedios, prueba de que actúan ambos tipos de selección.
El tercer paso, el estudio de los componentes básicos de la selección a cada nivel, busca la determinación de la variación fenotípica (1) (la única visible a la selección) dentro y entre los grupos (una estructura poblacional en que todos los miembros de cada grupo son idénticos y la composición de los grupos difiere es la más favorable a la selección de grupos, mientras que una estructura con todos los miembros de los grupos diferentes entre sí y una composición idéntica de todos los grupos lo es a la selección individual); de la heredabilidad de las diferencias fenotípicas, es decir, la correspondencia fenotípica entre progenitores y descendientes (sean individuos o grupos), habiéndose demostrado la heredabilidad a nivel de grupos en experimentos análogos a los de selección individual; y las consecuencias de la variación fenotípica en la aptitud dentro y entre los grupos, ya que, si existe variación y ésta es heredable, la diferente supervivencia y reproducción de las unidades llevará a un cambio evolutivo, adaptando las propiedades de las unidades a su entorno.
Cuando estudiamos nuestra especie mediante esta teoría de selección a varios niveles, se ve que nuestro comportamiento no puede situarse, en su totalidad, en ningún punto entre la selección individual y la de grupos. Como la mayoría de las especies con comportamientos facultativos, abarcamos todo el intervalo: los humanos estamos preparados de forma innata para luchar todos contra todos, tanto como participar en superorganismos, según la estructura poblacional en que nos encontremos. Lo mismo pasa, en menor grado, con las abejas, pese a la extendida idea de su ultrasociabilidad.
Los autores proponen mecanismos por los que se puede fortalecer la selección de grupos: las interacciones discriminadas o elección de compañeros (aunque requiere un mínimo de capacidades cognitivas, éste es bajo, a no ser que se averigüe que los gupis de los acuarios las poseen en alto grado); la variación continua en los rasgos que evita el problema del surgimiento que se plantea en los modelos de un único gen y variación discontinua (un individuo más altruista que la media siempre puede encontrar otros individuos también por encima de la media); la amplificación del altruismo mediante sanciones que, a bajo coste para quienes las administran, hacen menos costoso el comportamiento altruista primario; el papel de las normas sociales en la uniformización de los comportamientos (que favorece las diferencias entre grupos y las minimiza en su interior)…
Pasan luego a averiguar si las sociedades humanas se ajustan a lo que propone la teoría, seleccionando al azar una muestra de las sociedades incluidas en la base de datos antropológicos conocida como HRAF, encontrando que se ajustan al modelo en gran medida: en la mayoría de las sociedades humanas, los individuos no tienen plena libertad para emplear cualquier estrategia de comportamiento que deseen, encontrándose éste fuertemente regulado por las normas sociales. Éstas son poderosas porque los premios y castigos pueden imponerse a bajo coste. Una amplia gama de comportamientos pueden convertirse en ventajosos si las normas sociales los aprueban, y cuando se han establecido, presentan al observador una forma de diversidad cultural que desafía la explicación funcionalista, aunque casi todas las culturas poseen normas sociales fuertes que parecen diseñadas para promover el bienestar del grupo.
Muestran también un ejemplo de selección de grupos en acción: el proceso de sustitución de los dinkas por los nuer, un pueblo derivado del primero. Este proceso se producía principalmente por la organización distinta de los grupos de ataque y por la regulación entre los nuer del reparto de los animales del enemigo vencido, ausente en los dinka. Los grupos de ataque dinka se reclutaban entre las gentes que llevaban a pastar su ganado a un mismo territorio, mientras que los nuer no ligaban los grupos al territorio de pasto. Los dinka luchaban entre sí por el ganado capturado al enemigo y además lo hacían en cuanto éste huía, mientras que los nuer, aunque también luchaban entre sí, sólo lo hacían con mazas, nunca con lanzas, y no repartían el ganado hasta que no había posibilidad de contraataque.

Una vez probado que la selección de grupos puede actuar en teoría y lo hace realmente y que, por lo tanto, el altruismo biológico puede evolucionar y ha evolucionado, pasan a la discusión del altruismo psicológico. Aquí distinguen entre tres teorías sobre el comportamiento: el hedonismo, en que el comportamiento está motivado solamente por el deseo remoto de evitar el dolor y conseguir placer; el egoísmo, en que el comportamiento está motivado sólo por el deseo remoto de conseguir bienestar para uno mismo (al final, los autores refutan el egoísmo refutando el hedonismo, ya que es a lo que recurren todos los partidarios del egoísmo cuando se les muestran comportamientos que intuitivamente son altruistas. “¡Ah! A primera vista es altruista, pero se hace para sentirse bien”, suelen decir los partidarios del egoísmo en esas situaciones); y el pluralismo motivacional, en que se afirma que algunas veces se realizan algunos comportamientos respondiendo al deseo remoto de beneficiar a los demás.
Los dos primeros pasos son una revisión de lo que dice la psicología, especialmente la psicología social experimental, y lo que puede decir la filosofía, llegando a la conclusión de que no aclaran la cuestión, explorando finalmente las posibilidades de la teoría evolutiva. En este último sentido, proponen tres criterios evolutivos para comparar los mecanismos psicológicos basados en el hedonismo, el pluralismo motivacional consistente en la existencia de motivaciones altruistas en algunos comportamientos y hedonistas en otros, y el pluralismo motivacional consistente en la existencia de motivaciones altruistas y hedonistas para el mismo comportamiento: la fiabilidad, la disponibilidad y la eficacia. El comportamiento que examinan es el cuidado parental, diciendo que el examen podría extenderse al cuidado de no parientes, por su similitud y porque algunas investigaciones indican que hay una relación positiva entre ellos.
En cuanto a la fiabilidad, llegan a la conclusión de que los mecanismos pluralistas del primer tipo pueden ser más fiables que los hedonistas cuando las sensaciones de placer y dolor del sujeto no se corresponden perfectamente con sus creencias acerca del bienestar de sus hijos. Y también llegan a la conclusión de que los mecanismos pluralistas del segundo tipo son más fiables porque son análogos a los dispositivos de control de múltiples conexiones, siempre más fiables que los de conexión única, análogos a los mecanismos hedonistas.
Respecto a la disponibilidad, el pluralismo no puede rechazarse diciendo que no estaba disponible en las poblaciones ancestrales, habiendo muchas razones para pensar que sí lo estaba, puesto que requiere el mismo equipamiento básico que el hedonismo. Un hedonista debe formular creencias sobre el bienestar de sus hijos, formarse el deseo remoto de obtener placer y evitar el dolor, y construir el deseo instrumental de que sus hijos se encuentren bien. El pluralista también debe formarse creencias sobre el bienestar de sus hijos y formarse el deseo remoto de que sus hijos se encuentren bien, construcción que no implica grandes innovaciones.
La eficacia es difícil de evaluar, puesto que se sabe poco sobre los efectos secundarios de los mecanismos considerados o sobre los costes energéticos de construir y mantener la maquinaria postulada por cada hipótesis. Pero es difícil entender por qué el pluralismo debe resultar más costoso energéticamente que el hedonismo. El pluralismo no requiere que el organismo construya y mantenga ningún dispositivo nuevo. Los mecanismos para representar deseos y creencias son necesarios en ambas hipótesis, ambas precisan que el organismo pueda experimentar placer y dolor y que tenga deseos remotos e instrumentales. El pluralismo requiere que el dispositivo para representar los deseos remotos codifique una representación más: el deseo de que los hijos se encuentren bien. Dado que los organismos hedonistas ya representan este contenido proposicional como creencia y como deseo instrumental, es difícil comprender por qué si se coloca esta proposición en la “caja de los deseos remotos” del organismo debe aumentar apreciablemente la carga energética.

En conclusión, el mecanismo próximo detrás de los cuidados parentales que ha podido evolucionar con mayor probabilidad es el pluralismo motivacional. El argumento contiene bastantes elementos especulativos y no es suficiente por sí solo para probar concluyentemente que la hipótesis pluralista sea cierta. Esto sólo puede venir del descubrimiento de otras consecuencias del pluralismo que puedan probarse, lo que puede venir de la psicología experimental, de la biología evolutiva y de la neurociencia. Pero es suficiente para que ya no se siga considerando el egoísmo como una teoría inocente mientras no se demuestre lo contrario. Quienes lo defienden deben explicar de qué forma su hipótesis es mejor, con respecto a estas consideraciones de disponibilidad, fiabilidad y eficacia.
Aunque es un trabajo técnico, dado que no hay en él, prácticamente, matemáticas y que se puede seguir bien si no se tiene prisa, me atrevo a recomendarlo encarecidamente a quienes piensan que al enemigo neoliberal no se le combate sólo desde los sentimientos, sino también desde las razones sólidas.
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(1) El fenotipo son las características observables de un organismo –o, en este caso, también puede referirse a un grupo o a una comunidad– respecto a un rasgo determinado. Se contrapone al genotipo, composición genética respecto a un rasgo.

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