Julen Rekondo

Balance climático 2003.
El extraño comportamiento climático
(Hika, 151 zka. 2004ko urtarrila)  

Desde hace una década, la información de los asuntos del tiempo y clima está ocupando un lugar destacado en los medios de comunicación de estos lares. La sociedad se ha vuelto muy sensible a los asuntos ambientales y, entre éstos, los episodios extraordinarios de origen atmosférico tienen rango de titular. No hay año que no pueda caracterizarse en virtud de algún fenómeno natural excepcional en un territorio. Es una manifestación característica de las sociedades postmodernas que acertadamente ha definido Ulrich Beck como sociedades del riesgo. El año 2003 que acaba de finalizar puede ser calificado como el año del calor.

Un rápido vistazo a las manifestaciones de la atmósfera durante los últimos doce meses nos habla de un invierno frío, una primavera no excesivamente lluviosa, un verano tórrido y un otoño inestable. En una primera aproximación, son características muy acordes con el ritmo de un año climático normal. Sin embargo, cuando se desciende al análisis específico de episodios atmosféricos ocurridos se comprueban algunos desajustes.

Así, el mes de enero y los primeros días de febrero conocieron tres temporales de frío y nieve en la mitad este del Estado Español y el valle del Ebro. Las nieves llegaron a la propia línea de costa en Castellón. Los registros rozaron los 0º en Valencia o Alicante. Tres invasiones de aire ártico y polar continental, respectivamente, fueron la causa atmosférica de estos episodios.

Las nieves acumuladas en el Pirineo, unidos al deshielo rápido que provocó el paso de una borrasca atlántica sobre el norte peninsular, originaron una crecida del río Ebro que alcanzó una punta de 3.000 metros cúbicos por segundo a su paso por Zaragoza el 8 de febrero. La altura del agua en la capital aragonesa superó los 5,70 m. El desbordamiento del Ebro en la cuenca media, entre Castejón y Zaragoza, obligó a desalojar a más de 700 personas.

La primavera, que no ha sido excesivamente lluviosa, tuvo un episodio de tormentas y precipitaciones en el oeste y sur de la península Ibérica, durante la semana del 14 al 20 de abril, lo que obligó, por primera vez en muchos años, a suspender algunas procesiones. En el archipiélago canario, la borrasca profunda que causó estas lluvias en la península Ibérica, ocasionó un temporal marítimo que se saldó en daños económicos importantes en diversos municipios costeros.

OLA DE CALOR. Y, de golpe, nos llegó el calor. A finales de junio, tuvimos el primer aviso. Algunos días antes, llegaban las noticias de los efectos que la ola de calor estaba causando en el norte de Italia, espacio poco acostumbrado a estos golpes de aire sahariano. Sin duda, el verano de 2003 ha sido uno de los más calurosos de los últimos cien años en la península Ibérica. En Francia, país poco acostumbrado a estas condiciones y escasamente aclimatado a las altas temperaturas, la ola de calor se saldaba, según el Instituto de Vigilancia Sanitaria, con más de 11.000 muertos. A pesar de la sucesión de días calurosos, y aunque pueda parecer paradójico, no faltaron fenómenos de tormenta que causaron inundaciones locales o daños a la agricultura en algunas zonas.

El calor estival cesó de forma brusca en forma de jornadas de tormentas violentas durante la primera semana de septiembre. Durante los días del 13 al 17 de octubre, se sucedieron jornadas lluviosas a causa de la presencia de un embolsamiento de aire frío en las capas altas de la atmósfera situado frente a las costas de Portugal, que fue penetrando hacia el Mediterráneo; fuertes tormentas descargaron cantidades importantes de lluvia, de forma intensa, a lo largo de las costas mediterráneas. Una semana después llegaron los primeros fríos otoñales a la península Ibérica, con la aparición de las nieves primerizas en las cordilleras cantábrica y pirenaica. Y en la última semana de octubre, nuevos temporales de lluvia en Andalucía occidental, con diversas inundaciones en Huelva, Cádiz y Sevilla y el desarrollo de dos nuevos tornados.

Como balance de esta sucesión de eventos atmosféricos, se ha producido un total de 213 víctimas mortales en el Estado Español a consecuencia de fenómenos meteorológicos. Se trata de la cifra más alta de los últimos 14 años, desde que se lleva un registro sistemático de víctimas, por delante de los 166 muertos del año récord hasta ahora, 1996. De ellas, 141 víctimas han correspondido a la citada ola de calor de julio-agosto que afectó al conjunto del Estado Español. Dejando al margen este fenómeno de calor prolongado y los golpes de mar, el episodio meteorológico que ha provocado más muertes en 2003 ha sido la niebla, al constituirse en factor de accidentes en mar y tierra, con un total de 21 víctimas mortales.

FUTURO. Algunos aspectos de la evolución atmosférica de estos últimos doce meses crean dudas sobre el comportamiento futuro de algunos de los elementos climáticos y sus efectos en la península Ibérica. Así, la aguda falta de lluvias que se registra en algunas zonas de la mitad sur peninsular, no permite ser optimista sobre la mejora de la situación de déficit hídrico estructural que, desde hace dos décadas, se padece en algunas regiones de la península Ibérica.

Asimismo, desde la pasada primavera, las precipitaciones acumuladas en el conjunto de la península son inferiores a lo normal. ¿Podríamos estar en el inicio de una nueva secuencia seca? En el balance climático del año que viene se podrá confirmar esta apreciación.

El año 2003 ha sido preocupante por lo que a la evolución del clima terrestre supone dentro de la hipótesis de cambio climático por efecto invernadero. En primer lugar, el agujero de ozono de la Antártida ha vuelto a crecer este año. Tras dos años consecutivos de reducción de sus dimensiones, el año 2003 ha sorprendido a los científicos por la reducción muy significativa que ha experimentado la ozonosfera sobre el casquete polar antártico. Ello puede indicar que no se estarían cumpliendo con el rigor necesario los protocolos internacionales de prohibición de gases de CFCs en los términos contemplados en dichos tratados.

Y junto a ello, el incremento de la temperatura que de nuevo va a experimentar la superficie terrestre y que confirma la tendencia al calentamiento del clima terrestre que se viene registrando desde hace 20 años. Si a ello unimos el incumplimiento manifiesto que se está dando en el Estado Español a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero prevista en el Protocolo de Kioto -las emisiones han crecido un 38% desde 1990, cuando solo pueden aumentar en un 15%, mientras que en la Comunidad Autónoma del País Vasco se han incrementado en un 28%-, y la anunciada negativa de Rusia en la novena Cumbre del Clima que se ha celebrado el pasado diciembre en Milán a ratificar dicho tratado, que se une a la de Estados Unidos, las perspectivas no pueden ser más pesimistas.

Parece como que el ser humano no quisiera darse cuenta del grave problema que supone una modificación de los caracteres del clima terrestre para el mantenimiento de las actuales condiciones de vida sobre la Tierra. Episodios como la tórrida ola de calor vivida este verano en Europa Occidental puede que sean el aviso del carácter extremo que puede caracterizar a los climas terrestres en los próximos lustros.