Kepa Bilbao
¿Patriotismo? ¿Constitucional?

Luchando por la patria se ha vivido (y seguimos viviendo) en el crimen, a veces con holocaustos, guerras y genocidios. Patriotismo, internacionalismo, liberalismo, nacionalismo, democratismo, socialismo, capitalismo, cristianismo, islamismo... y todos los ismos han crecido sobre la sangre. Los causantes de estas monstruosidades realizadas y padecidas por los seres humanos han encontrado inspiración y excusa en actitudes teóricas y en ideologías de signo tanto universalista, cosmopolita como particularista, nacionalista, tanto racionalistas como irracionalistas, así como en monoteísmos religiosos de signo universalista.
Tampoco La Democracia, erigida en mito y exhibida como el paradigma del cortafuegos de los males anteriormente señalados, está libre de acusación. Las distintas democracias reales existentes en el mundo, la democracia americana, la democracia israelí, la democracia mexicana, la democracia turca, etc., tienen al respecto un largo y triste historial y son compatibles con valores y prácticas profundamente antidemocráticas. Los demócratas fundamentalistas y sobre todo los bienintencionados que no han abandonado el gusto por pensar encontraran de provecho el último libro de Juan Aranzadi, El escudo de Arquíloco, segundo volumen, donde analiza exhaustivamente los casos de Israel y los EEUU.
Se puede incluso ir más lejos y decir que de la lucha por la creación del futuro Hombre Nuevo de los años sesenta, se ha pasado al cuestionamiento del propio hombre, del ser humano, responsable en última instancia de contaminarlo todo, de prostituir hasta la mejor de las ideas. De utilizar el texto como un pretexto para la comisión de crímenes. Todo esto ha traído como consecuencia una tremenda desconfianza, escepticismo, en las ideas y en el ser humano. La filosofía lleva varias décadas sentada en el banquillo de los acusados y aquejada de un profundo sentimiento de culpabilidad. Esto hace que no exista hoy un pensamiento fuerte creíble, unas ideas-fuerza que enganchen, movilicen y despierten el entusiasmo de la ciudadanía, por lo menos en esta parte del mundo desde la que escribo.
Pero al mismo tiempo que todo esto es cierto, también lo es que no podemos vivir sin un discurso moral, sin valores sin caer en la barbarie, lo que nos lleva cada cierto tiempo a revisarlos, a recrearlos; otra cosa es con qué fundamentos, con qué resultados y con qué éxito.

Nacionalismo versus patriotismo


En este revisar, en lo que se refiere al campo de lo nacional, hay que constatar que están teniendo últimamente un gran predicamento en la retórica política las ideas y valores que algunos filósofos de renombre han extraído de la tradición republicana clásica.
Autores como Mauricio Virolli (Por amor a la patria, Acento editorial) recuperan el lenguaje del patriotismo republicano fagocitado desde hace dos siglos por el lenguaje del nacionalismo y relegado a los márgenes del pensamiento político contemporáneo. Virolli rastrea el origen de ambos conceptos hasta llegar al momento en que se confunden para concluir reivindicando un patriotismo sin nacionalismo, entendiendo éste como un amor a la libertad común y a las instituciones de la república que lo sustentan y no en la homogeneidad cultural y lingüística, más propio del nacionalismo.
En mi opinión, no creo posible que en la actualidad se puedan convenir usos estrictos diferenciados para los dos términos patriotismo/nacionalismo, a pesar de que su origen y evolución semántica, así como las tradiciones políticas en que se insertaron, hayan sido en principio diversos. Me convence más la opinión de E. Gellner, el cual sostiene que "el nacionalismo es una clase muy concreta de patriotismo que pasa a generalizarse e imperar tan sólo bajo ciertas condiciones sociales, condiciones que son las que de hecho prevalecen en el mundo moderno, y no en ningún otro. El nacionalismo es una clase de patriotismo que se distingue por un pequeño número de rasgos verdaderamente importantes... Homogeneidad, alfabetización, anonimidad: éstos son los rasgos clave" (Naciones y nacionalismo, Alianza).
En esta línea de recuperación del republicanismo y el patriotismo en oposición al nacionalismo se sitúa otra propuesta, la de Habermas, que más adelante comentaré, de un patriotismo de la constitución, cuya base se encuentra en la creencia en la universalidad de los principios de libertad y democracia recogidos en la misma. Tratando de separar el ideal político de la nación de ciudadanos de la concepción del pueblo como una comunidad prepolítica de lenguaje y cultura. Concepción que a la vez es contestada por otro filósofo Kiymlicka, de gran peso en este campo, el cual señala la no plausibilidad y las contradicciones en la que caen aquellos que tratan de distinguir entre naciones cívicas y naciones étnicas como es el concepto habermasiano de patriotismo constitucional, el cual parece implicar que la ciudadanía debería ser independiente de características etnoculturales o históricas concretas como la lengua, y al mismo tiempo, que una lengua común es indispensable en una democracia.
De acuerdo con algunas de estas visiones, se presenta casi como un imperativo volcar sobre el nacionalismo un juicio profundamente negativo que le imposibilita para expresar cualquier tipo de sentimiento o ideales positivos. No creo que haga falta decir que gracias a su impulso se han producido fenómenos loables de heroísmo, de lucha contra la opresión, de construcción de una nación; así como manifestaciones culturales en la literatura, arte, etc., que no podemos más que admirar y respetar.
A la vista de esta tensión de contrarios que anidan en todo nacionalismo y teniendo en cuenta la variedad de nacionalismos existentes en todo el mundo, creo que resulta más certero juzgarlos por su mayor o menor calidad democrática tanto de los instrumentos y los caminos que propone para conseguir sus objetivos como de los valores en que se basan sus proyectos y su ideología.

El patriotismo español del PP

A finales de la década de los 80, el conocido e influyente filósofo socialdemócrata alemán Jürgen Habermas reformuló y popularizó la expresión patriotismo constitucional, que diez años antes y con motivo del trigésimo aniversario de la constitución alemana acuñara el politólogo Dolf Stenberger. El propósito era encontrar un remedio a la crisis de identidad alemana lastrado por un patriotismo que condujo a dos guerras mundiales, a Hitler y al holocausto.
Se trataba de asentar el orgullo de ser alemán en el rechazo explícito, crítico y consciente de ese pasado y en las reglas de juego que rigen desde 1949 (primero en Alemania occidental y desde 1990 en todo el país) en una constitución que consagra el respeto a los derechos humanos, la libertad y la democracia. Dicho con otras palabras, hacer prevalecer el principio del Estado de Derecho sobre el principio del Estado-Nación. De un Estado que preserve y garantice el derecho democrático de todos los ciudadanos a la pluralidad cultural, lingüística y simbólica, a tener distintos códigos de identificación nacional y diversas opiniones sobre el futuro nacional.
A principios de los 90, destacados miembros del PSOE importaron el concepto habermasiano de patriotismo constitucional y defendieron la apertura de un debate, paralelo al que se estaba dando en Alemania, que quedó frustrado. Hoy, diez años más tarde y con mayoría absoluta, el centro reformista de Aznar que también anda en eso de recrear el imaginario y de renovar las viejas ideas de la derecha conservadora española para adaptarla al mundo en constante cambio que vivimos, más falta de ideas que la izquierda pero no de intereses y pragmatismo, se ha apropiado de la etiqueta del patriotismo constitucional y de algunas ideas que más arriba he comentado, provenientes del campo republicano y socialdemócrata, dotándola de su propia filosofía nacional, de su particular idea de España y de la Constitución de 1978. Eso sí, negando toda analogía con la alemana, cosa que ni la mayoría de los que los han votado aceptarían y que por ello la hace más necesaria.
Una oportunidad de oro, dicho sea de paso, que ha perdido el equipo del centro reformista de Aznar, que hubiera certificado su reconciliación con los valores democráticos, hubiera servido para, por lo menos, intentar acercarse a una gran parte de los ciudadanos y de los nacionalismos periféricos, a esa otra España de la que habla, ganando de esta forma en dignidad democrática y en legitimidad, y lo que es aún más importante, hubiera tenido un efecto educativo para las jóvenes generaciones y para afirmar una serie de valores democráticos y pluralistas débilmente asentados en la mayoría de la ciudadanía española.
En este aspecto resulta decepcionante el enfoque y la historia orientada en la que cae el PP en la ponencia sobre el patriotismo constitucional, cuando aborda el pasado más reciente de la historia de España, que deja traslucir una falta de profundas convicciones democráticas. Nada hay en el texto del PP, sino todo lo contrario, de lo que dijera Simone Weil, una de las adalides de la concepción del patriotismo más puro, del patriotismo de la compasión, para quien el patriota se diferencia del nacionalista por tener una visión más amplia siendo capaz de sentir tanto admiración como vergüenza por los acontecimientos de la historia de su nación.
Pero la decepción con la ponencia del PP no se circunscribe a esta cuestión. El tono del texto es enojosamente triunfalista, en la línea tan del gusto del Aznar de España va bien. Parece que está hecho para animar a la parroquia y generar un patriotismo más de partido que constitucional. El contenido es superficial, lleno de retórica hueca, tramposo, afirmando cosas que luego el desarrollo del texto desdice, como cuando afirma «nosotros no somos nacionalistas», en un texto de afirmación nacionalista española de arriba a abajo. Huye de los problemas, como si por el mero hecho de no nombrarlos dejaran de existir.
El único problema queda focalizado (aparte del consabido terrorismo y su entorno) en un nacionalismo excluyente que no se cita por su nombre. Todo lo que propone para Euskadi (nombre que tampoco aparece) es fortalecer la idea de España. España aparece como la única realidad nacional significativa. No hay más identidad que la española; las demás son identidades virtuales de algo que ya no existe o que no ha existido nunca.
Define a España como una nación política, histórica y cultural. Una nación constituida a lo largo de los siglos, además de una realidad objetiva, fuerte y homogénea. Como un gran país cuya máxima preocupación ha de ser la de estar entre los grandes. España como empresa común y unidad de destino en lo universal. Una España en la que resuenan ecos canovistas y raíces orteguianas y joseantonianas debidamente remozadas. Hay una mirada estrecha, restrictiva y sacralizadora de la Constitución, fundamento del patriotismo que invoca.
Sin duda, la Constitución de 1978 instaura una democracia formal intachable y fue aprobada con respeto a las formas democráticas; pero eso no quita para que algunos valores que consagra sean inequívocamente antidemocráticos, como lo es su concepción de la Nación, o los que subyacen a la Monarquía y a la asignación al Ejército de la salvaguarda de «la indisoluble unidad de la Nación española». Es obvio que si «la soberanía nacional reside en el pueblo español» (art. 1.3), sólo puede defenderse el artículo 2 («La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles») negándole al pueblo español soberano su derecho de dividirse, su derecho al divorcio entre sus miembros, en nombre de algún fundamento superior a la libre voluntad de ese pueblo soberano. ¿Cuál? ¿La Historia? ¿La Naturaleza? Lo único que deja claro la Constitución es que su garantía es la desnuda fuerza militar (art. 8).
Es un texto hecho a base de consignas y de afirmaciones tajantes sin razonar y lleno de noes. No a la definición de España como un Estado multinacional. No a la reforma de la Constitución. No a su relectura. No a su desarrollo y adaptación. No a la reforma del senado. No al federalismo. No a los nacionalismos. No a la autodeterminación. No a otra identidad distinta de la española. No a la Europa federal. No a la representación de las comunidades autónomas en Europa. Concluyendo, es un texto cerrado, autista y que no deja ninguna posibilidad a la discusión de otras propuestas, de otra idea de España, de la Constitución. No busca terrenos de encuentro con los nacionalismos periféricos, sino todo lo contrario, porque parte de la premisa de que España ha resuelto todos sus problemas en este terreno.
El significado que el PP da a su patriotismo constitucional lo resumía de una forma muy clara una de las ponentes, María San Gil, «el patriotismo constitucional es la forma de ser español sintiéndose orgulloso de serlo». Bien, estupendo y totalmente legítimo; pero ¿qué hacemos con los que se sienten orgullosos de ser vascos o catalanes o gallegos?
Quienes de ahora en adelante sigan defendiendo otras propuestas quedarán fuera de la ortodoxia constitucionalista y serán por tanto tachados de malos patriotas.

Malos tiempos

Los populares, con este texto, despejan todas las dudas y vienen a dar un nuevo empujón a un fuerte movimiento regeneracionista del nacionalismo español, que viene de atrás, impulsado por sectores de la intelectualidad, algunos medios de comunicación, instituciones como la Academia de la Historia, etc., que sentía en crisis la idea de España ante el empuje de los nacionalismos periféricos que afirman para sus respectivos territorios una identidad diferente a la española. La ponencia del patriotismo constitucional del PP marca el paso de una actitud defensiva que muchas veces se quedaba en la simple demonización y descalificación de los nacionalismos periféricos, a otra actitud más ofensiva de afirmación en positivo de un concepto de España homogeneizador único e indiscutible.
El texto y los hechos apuntan que el tiempo de las concesiones y de la recomposición del nacionalismo español han acabado. La rama doblada (I. Berlin) que desde la salida del franquismo había funcionado como un ramalazo reactivo en defensa de lo que antes había sido atacado y que ha venido satisfaciendo los nacionalismos periféricos ha tocado a su fin y la rama se vuelve a doblar en sentido contrario. Todo esto es posible por la mayoría absoluta que ostenta el PP y durará hasta que esta dure. La vía de los derechos históricos (Herrero de Miñón), las formulas federales, el derecho de autodeterminación o cualquier simple consulta hecha con todas las garantías democráticas, tendrán que esperar nuevos tiempos y nuevas mayorías. Ni reforma ni relectura. Involución constitucional y afirmación de un nacionalismo incluyente por la fuerza.

Tiempos para afinar

Los posicionamientos ante la propuesta de choque del PP se podrían dividir en tres grandes bloques y un cuarto más modesto.
El primer bloque (1), estaría integrado por los que la rechazan de plano porque ya tienen otra patria y/o rechazaron o rechazan la Constitución del 78 (no hay que olvidar que los menores de 40 años no la han votado). Estaría formado principalmente por los nacionalismos periféricos y otros de difícil clasificación.
El segundo bloque (2), también de rechazo, estaría encuadrado por algunos sectores del nacionalismo periférico y, mayormente, por los patriotas constitucionalistas españoles que tienen diferencias, más o menos profundas, tanto con la idea de España de los populares, como con la interpretación que éstos hacen de la Constitución. En este bloque constitucionalista habría que diferenciar dos alas: una a) más moderada y menos substancial en el fondo en su crítica a la propuesta popular, PSOE y aledaños; y otra b) más rupturista, en la que estarían una buena parte de los federalistas, republicanos, IU, y algunos demócratas radicales y pro-autodeterministas.
El tercer bloque (3), de apoyo a la propuesta del PP, lo formarían españoles, nacionalistas o que dicen no serlo pero que en las cuestiones centrales se comportan como tales, que sienten y razonan la patria independientemente de las normas legales o constitucionales en vigor, y que en mi opinión son una gran mayoría, a la que hay que sumar los principales medios de comunicación. Una mayoría que se siente satisfecha con la España actual situada entre las diez primeras potencias del ranking mundial de bienestar social y en la que cada vez es más radical el sentimiento españolista y antinacionalista.
Finalmente un cuarto bloque (4) formado por sectores dispersos que, rechazando de plano la propuesta del PP, no se inscriben en ninguno de los bloques anteriores y, parafraseando a Bernardo Atxaga, no estarían con unos ni contra otros, sino en todas partes. Unas gentes desparramadas por toda la geografía, que apenas cuentan con medios y organización para hacer valer su voz y que en esta pugna de patriotas, de afirmaciones nacionalistas, no se encuentran ni totalmente dentro ni totalmente fuera de cada una de ellas, sino en sus límites o fronteras, reconociendo lo que hay de legítimo en las distintas identidades y afirmaciones nacionalistas pero sin renunciar a la resistencia democrática y a la crítica de todas ellas, hecha desde posiciones radicalmente pluralistas e incluyentes, de una integración compleja.
En mi opinión la estrategia política del PP está diseñada y va encaminada, en primer lugar, a liderar y cohesionar el bloque (3), para lo que contará (entre otros) con el apoyo de los principales medios de comunicación; paralelamente tratará de bloquear, moderar e integrar, cuando menos una parte, del bloque (2)-a, lo que le resultará difícil, más que por diferencias de fondo, por intereses electorales y de poder; por último, se centrará en combatir, satanizar y marginar el bloque (1), el (2)-b y el (4).
Tiempos para disentir, para resistir, pero también tiempos para afinar para no caer en un peligroso duelo de patriotas.

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