Laura Carlsen

El segundo gobierno de Bush en América Latina: Más de lo mismo
16 de febrero de 2005
Americas Program, Interhemispheric Resource Center (IRC)
www.americaspolicy.org

El 18 de enero, en la audiencia para su ratificación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, la virtual Secretaria de Estado Condoleezza Rice afirmó que el hemisferio occidental es extremadamente crítico con los Estados Unidos. Estamos trabajando con nuestros vecinos cercanos en América Latina para llevar a cabo la visión de un hemisferio democrático unido por valores comunes y por el libre comercio.

Si bien es esperanzador ver que América Latina ha logrado llegar al mapa de la política exterior de la administración Bush, hay pocas razones para esperar una política hacia la región que cambie o se profundice en los próximos cuatro años. Más bien, con todos los ojos puestos en el Medio Oriente, la región seguirá siendo una arena para intervenciones en crisis ad hoc, con Cuba y Colombia como puntos focales opuestos.  

¿Importa América Latina?

Los países latinoamericanos han ido pasando a segundo plano desde los ataques del 11 de septiembre contra el Centro Mundial de Comercio en Nueva York. Si bien se ha dicho poco sobre la importancia de la región en la geopolítica contemporánea, todavía menos se ha dicho sobre ciertas políticas de largo plazo que podrían posiblemente llevar a una integración mayor, en un hemisferio menos económica y políticamente polarizado.

Los países latinoamericanos han ido forjándose un nuevo papel en los últimos años. Han consolidado ya liderazgos sorprendentes en asuntos como el comercio internacional, las finanzas y la integración económica regional. Desde la formación del Grupo de los 21 en la V Reunión Ministerial de la Organización Mundial de Comercio en Cancún, en 2003, Brasil ha asumido el papel de un reformador del comercio. Su principal estandarte ha sido la reducción de los subsidios agrícolas en Estados Unidos y Europa.

La insistencia de Argentina en estabilizar su economía antes de pagar a sus acreedores ha hecho del país un villano para las comunidades financieras y un héroe sin celebraciones para muchas otras naciones que enfrentan abrumadoras deudas externas.

La región latinoamericana se ha convertido también en un líder global al cuestionar otros aspectos del modelo neoliberal de integración económica. La lista de batallas nacionales en torno de la privatización crece diariamente. La privatización de los servicios, promovida por los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos y los programas de ajuste estructural, se ha convertido recientemente en la mecha del descontento en América Latina. La sociedad civil boliviana ha cosechado dos victorias importantes en torno del agua: contra Bechtel en Cochabamba en 2004 y con la cancelación del contrato con Suez en El Alto y La Paz en enero de 2005. Ecuador, Nicaragua, México, Uruguay y El Salvador han rechazado también algunas privatizaciones.

La Comunidad Sudamericana de Naciones, fundada el 9 de enero de este año, puede ser por demás simbólica, pero debería ser vista como una declaración de independencia respecto de las actitudes hegemónicas de la administración Bush. El nuevo foro multilateral debería ser visto también como un giro a la izquierda en el contexto político del Cono Sur.1

En las recientes elecciones, Uruguay eligió a un presidente del izquierdista Frente Amplio; el Partido de los Trabajadores de Brasil cosechó victorias importantes; Hugo Chávez ha consolidado su poder en Venezuela y otras organizaciones del centro izquierda crecieron en el nivel municipal.

Esto, por supuesto, no es exactamente la clase de liderazgo que la administración Bush quería ver en su flanco sur, pero refleja las hondas contradicciones al interior de las sociedades latinoamericanas y, al mismo tiempo, ofrece un desafío serio a los generadores de políticas públicas estadounidenses para adoptar posiciones más flexibles y centradas en la realidad.  

Ofensiva ideológica y vacío político

Todo indica que la segunda administración Bush no aceptará el desafío. Ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Rice reafirmó las posiciones asumidas durante la primera administración. Reiteró su ofensiva contra Cuba y criticó severamente a la Venezuela de Hugo Chávez. Brasil fue citada como un socio crítico, México fue visto como un actor clave para fortalecer la competitividad global del bloque del TLCAN, los países andinos calificados de región vital con mucho potencial y el gobierno colombiano de Uribe alabado como un modelo de cooperación exitosa.

El principal mensaje de la Secretaria de Estado entrante fue que el criterio para la intervención estadounidense en el mundo sería la promoción de la libertad y la democracia . De esta forma, Rice adelantaba el mensaje inaugural del Presidente Bush, que prometía una cruzada por la libertad a través del globo, dejando en el polvo las predicciones sobre unos Estados Unidos más aislacionistas.

Esta agenda, ratificada y confirmada, no define desafortunadamente los términos libertad o democracia , y mucho menos las políticas que los respaldan.

En América Latina, frases como la influencia de Estados Unidos es considerable y la usaremos con seguridad en la causa de la libertad suenan ominosas. En el historial de la superpotencia pueden verse apoyos a la represión y a la intervención disfrazados con una retórica semejante.

Aún más, el tipo de acciones que avizora la segunda administración Bush va acompañado de altos principios pero muestra poco compromiso con la resolución de los problemas que asolan la región. El terrorismo sigue siendo la principal preocupación estadounidense en materia de seguridad, en un momento en que el término raramente aparece en la lista de prioridades de otras naciones del hemisferio. En Colombia, donde los frentes de batalla se han dibujado con base en el narcoterrorismo una categoría dudosa que equipara la lucha contra la droga con los esfuerzos de contrainsurgencia en una campaña general que ha levantado serias dudas en materia de derechos humanos. Cuba sigue en la lista de estados terroristas, a pesar de que no hay evidencia de que el gobierno cubano tenga lazos con el terrorismo internacional.

Los gobiernos latinoamericanos, entretanto, enfrentan los duros retos de la pobreza, la desigualdad económica, la violencia urbana y los desplazamientos masivos. Todos estos requieren el apoyo de Estados Unidos para generar políticas domésticas que tienen poco o nada que ver con la Guerra contra el Terrorismo (hoy Tiranía ) o con el libre comercio.

Además de estos retos de largo plazo, Estados Unidos se ha adentrado ya en conflictos políticos con naciones individuales que requieren soluciones inmediatas y negociadas. En México, el tema es la migración. En Estados Unidos el asunto es tratado por partidarios de restringirla, por los intereses corporativos y los grupos pro-inmigrantes como una papa caliente política. En México, sin embargo, el trato justo a los migrantes es visto por todos los sectores como la medida de la habilidad del gobierno para proteger a su propia gente en un mal clima para las relaciones bilaterales.

En las relaciones entre Brasil y Estados Unidos, el tema de los subsidios agrícolas estadounidenses sigue en el centro de la discusión. El gobierno de Lula ha dejado claro que no negociará el ALCA sin un compromiso de reducir los subsidios. Ese compromiso no ha sido anunciado por la administración Bush.

La administración Bush no ha ofrecido propuestas concretas sobre tan delicados asuntos. De hecho, más allá de la agenda antiterrorista, no ha habido evidencia de una política coherente hacia la región que tome en cuenta problemas reales y la necesidad de un diálogo entre ambas partes.  

El lente de la libertad

En este contexto, la política hacia América Latina probablemente sea una serie de reacciones, marcadas por algunos proyectos consentidos, especialmente el Plan Colombia. Esta falta de política integral y particularmente la ausencia de cualquier preocupación sobre el aumento de la pobreza y la desigualdad pueden tener efectos profundamente negativos.

Una perspectiva política tan dispersa y desorientada deja a los generadores de políticas públicas sin las herramientas para interpretar las crecientes protestas en la región. Tratado generalmente como un problema de gobernabilidad por la élite de Washington en ambas bancadas del Congreso, las demandas de que los servicios sigan siendo públicos y de reafirmar el control local y nacional sobre los recursos naturales no puede ser tachada de populista o histeria de masas y descartada sin más, puesto que en la mayoría de los casos se trata de una expresión organizada de la voluntad popular.

El lente de la libertad que clasifica a los gobiernos como buenos y malos en torno de un eje simple e invisible hace incomprensibles estas muestras de voluntad del público. Repitiendo el bien conocido estribillo de los días de los conflictos centroamericanos, la administración Bush tiende a acusar a terceras partes de manipulación antes que a reconocer el descontento popular con políticas apoyadas por Estados Unidos. Esta cortedad de miras política lleva a una seria subestimación del aliento y hondura de los movimientos indígenas en los Andes, por ejemplo.  

El equipo de la segunda ronda

El nuevo equipo reunido en la segunda ronda de Bush da pocas razones para prever el surgimiento de una agenda política más coherente hacia América Latina. Condoleeza Rice arrastra una marcada inexperiencia en asuntos del Hemisferio Occidental. Su entrenamiento en la mentalidad de la Guerra Fría alimenta la visión mesiánica del Presidente de la política exterior y una peligrosa tendencia a prejuzgar los hechos. La negativa de Rice a condenar el fallido golpe de Estado en Venezuela levanta muchas dudas sobre si en ciertas circunstancias ubica sus objetivos ideológicos por encima de la ley.2 En un momento en que la mayoría de los países latinoamericanos buscan consolidar sus instituciones democráticas, conseguir un mínimo de gobernabilidad depende en buena medida de que Estados Unidos respete los procesos internos.

El nombramiento de Robert Zoellick como subsecretario de Estado tampoco es un buen augurio para América Latina.3 La cruzada de Zoellick en torno del modelo de libre comercio y los privilegios corporativos lo ha llevado a abrir trincheras cuando Estados Unidos debía negociar. La reunión ministerial de la OMC en Cancún se vino abajo por la intransigencia combinada del equipo de Zoellick y del europeo Pascal Lamy,4 y las pláticas sobre el Área de Libre Comercio de las Américas han llegado a un punto muerto por la misma intransigencia.

El estilo de negociación comercial de Zoellick ha sido caracterizado por la línea dura incondicional combinada con la arrogancia personal. Los brasileños todavía recuerdan su afirmación, en 2002, de que si no les gustaba el ALCA siempre podían comerciar con la Antártica.

Para desgracia de Zoellick, eso es exactamente lo que está haciendo Brasil. Saltando a los pingüinos, Brasil ha buscado alianzas con otros países del sur tanto en América como en otros continentes. Al hacerlo, busca mejorar su capacidad de negociación y la de otros países en las pláticas comerciales. La formación de la Comunidad Sudamericana de Naciones y la asociación de las naciones andinas al MERCOSUR son pasos adelante en el camino de una integración regional alternativa.

Al mismo tiempo, Zoellick ha favorecido abiertamente el rompimiento de la resistencia a las agendas estadounidenses al elegir las negociaciones bilaterales sobre las instituciones multilaterales.5 De esta forma, el negociador comercial estadounidense busca abrirse paso a golpes en torno de ciertos asuntos altamente sensibles incluyendo los subsidios agrícolas para los países en desarrollo en la región. Zoellick ha hecho alusiones retóricas a la reducción de subsidios al tiempo que se niega a reducirlos en la práctica.

Otros temas comerciales sensibles incluyen la reticencia de parte de muchos gobiernos y grupos de la sociedad civil a otorgar derechos de inversores como están establecidos en el Capítulo 11 del TLCAN. Muchas de estas protecciones rayan en lo absurdo, incluyendo no sólo una compensación liberal por la expropiación sino compensación por las ganancias futuras por proyectos cancelados. Los derechos de propiedad intelectual que hacen que muchos programas estatales de tratamiento con medicamentos genéricos sean ilegales ha levantado también protestas, especialmente en Brasil, donde el control de la pandemia del VIH-SIDA está basado en el acceso a medicamentos genéricos. La insistencia de Washington de incluir estos temas en el paquete de las negociaciones comerciales continuará sin duda, llevando a una mayor fricción con sus socios comerciales sureños.

Las políticas unen o dividen

Democracia, libertad y buena gobernabilidad son sin lugar a dudas metas compartidas en el hemisferio. La reciente y vigorosa actividad de las comisiones de la verdad y de las cortes para perseguir las violaciones de derechos humanos cometidas durante las dictaduras es prueba de una democracia revigorizada, del fin de la impunidad y de una nueva era de responsabilidad.

Irónicamente, al tiempo que la administración Bush propone estos principios como las guías de la política exterior, el gobierno estadounidense parece estar siempre en el bando equivocado de estos casos. Su aceptación, por lo menos tácita, de la represión durante la Operación Cóndor y su papel en torno de los escuadrones de la muerte y los contras en Centro América ha generado un resentimiento hondo en la región. Recomendar la aplicación de la solución salvadoreña en Irak6 o ubicar a criminales juzgados y comprobados como Elliott Abrams7 en posiciones altas del Departamento de Estado es reabrir viejas heridas.

Para llegar a un hemisferio unido y capaz de garantizar la seguridad y el bienestar mutuos, Estados Unidos necesita una política hacia América Latina que aprenda de errores pasados y no los repita. A pesar de las diferencias de opinión, el dinamismo y la innovación de la política latinoamericana actual es una fuente de esperanza. Queda mucho por hacer para consolidar las instituciones democráticas, impulsar alternativas de base y canalizar los movimientos hacia el cambio.

Décadas de experiencia han mostrado que los teoremas de que la democracia y el desarrollo fluyen naturalmente del centro a la periferia son falsos. Es aún menos probable que el modelo funcione para la libertad.

La libertad impuesta es una contradicción en términos. Como en otras partes del mundo, la libertad de América Latina dependerá de su propia gente y la política de Estados Unidos deberá ser sensible a las necesidades y desafíos determinados por procesos democráticos sólidos en esas sociedades.

 

Laura Carlsen es directora del Programa de las Américas (www.americaspolicy.org) del Centro de Relaciones Internacionales (IRC, en línea en www.irc-online.org.)


Notas

1. Véase Laura Carlsen, “Latin America Shifts to the Center-Left”, IRC Americas Program http://www.americaspolicy.org/columns/amprog/2004/0411elect.html.

2. El Senador Christopher Dodd fue citado en la prensa respondiendo a la respuesta de Rice: Mantenerse callado cuando un gobierno es derrocado ilegalmente es profundamente inquietante y tendrá profundas implicaciones para la democracia hemisférica.

3. Ver el análisis de Right Web en http://rightweb.irc-online.org/analysis/2005/0501number2.php.

4. Ver Laura Carlsen “Bringing down the Walls: A Partial Victory in Cancún”, IRC Americas Program http://www.americaspolicy.org/columns/amprog/2003/0309walls.html.

5. Véase Tom Barry, “Coalition Forces Advance”, IRC Americas Program http://www.americaspolicy.org/briefs/2004/0407econ.html.

6. Ver Michael Hirsh y John Barry, “The Salvadoran Option”, Newsweek, http://msnbc.msn.com/id/6802629/site/newsweek/ y Christopher Dickey, “Death Squad Democracy”, Newsweek, http://msnbc.msn.com/id/6814001/site/newsweek/.

7. Ver el perfil de Right Web en http://rightweb.irc-online.org/ind/abrams/abrams.php. Abrams escribió sobre El Salvador en el National Review (Febrero 3, 1992, pp.39-40): “En este pequeño rincón de la guerra fría, la política estadounidense estuvo bien y fue exitosa".