Laura Carlsen

¿Qué está en juego en las elecciones de Estados Unidos?
(Rebeldía, Traducción megg)

El movimiento “Tiren a Bush”

A gran parte de las organizaciones y personas que han hecho una fuerte campaña a favor de los demócratas en días pasados no les simpatiza mucho John Kerry. En una de las primeras encuestas sobre preferencias de votantes que realizó MoveOn.org en junio de 2003, cerca de 317,000 usuarios de Internet votaron por un candidato demócrata, de esos, 44 por ciento se inclinó por Howard Dean. Kerry apenas y tuvo registro.
Pero en cuanto comenzaron las primarias estatales, un Kerry más dominante —apoyado por baluartes del Partido Demócrata— no tardó en colocarse al frente. Y al convertirse Kerry en foco de atención como el retador más viable de los intereses republicanos, mucha gente, no del todo convencida, modificó sus lealtades.
La razón por la que tanta gente de izquierda apoya a John Kerry es, por supuesto, George W. Bush. Acostumbrados desde hace tiempo a gobiernos que promueven activamente el imperialismo, el amiguismo capitalista y exactamente todo lo que la izquierda aborrece, hay algo en este gobierno que ha encendido las campanas de alarma como nunca antes.
Quizá sea que la presencia de Bush en la Casa Blanca a lo largo de estos últimos cuatro años viola el principio democrático básico de un gobierno del pueblo, ya que perdió el voto popular y manipuló descaradamente el proceso electoral. O quizá sea lo trillados que están los ataques de la administración Bush contra todo, desde los derechos de las mujeres hasta la protección al ambiente. O también podría ser que sus políticas económicas de “que coman los ricos” han incrementado el número de pobres en los Estados Unidos —que ya rebasan los 36 millones— durante los recientes tres años consecutivos.
Pero quizá por encima de todas esas razones, muy graves claro, sea la política exterior de la administración Bush la que hace tan diferente esta elección. La política exterior de Estados Unidos suele desempeñar un papel menor en la política nacional, pero con George W. Bush eso ha cambiado. La Estrategia para la Seguridad Nacional, desarrollada por el gabinete de Bush y por sus asesores de derecha tras el 11 de septiembre, ha sacudido los fundamentos de la política global. Teniendo como base el ataque preventivo, la acción unilateral y el aplastamiento de los aliados, la guerra “eterna” de Bush contra el terrorismo ha incrementado la inseguridad global y ha sido causa de sufrimiento, miedo e indignación para todo el mundo.
Apenas estamos viendo los primeros costos políticos y financieros de esta apología realmente radical del poder imperial. El Estados Unidos ha perdido aliados importantes y seguirá perdiéndolos. En el mundo árabe se ha alimentado un odio sin precedentes en la historia reciente hacia el gobierno estadunidense. Se han reducido los espacios para la diplomacia, pues se han favorecido medidas infantiles para premiar a los gobiernos que estén a favor de los intereses norteamericanos y para castigar a aquellos que no demuestren suficiente lealtad.
Entre los costos financieros está un déficit que se acerca a los 500 mil millones de dólares, de los que una parte cada vez mayor proviene del incremento al gasto militar y el despliegue de tropas al otro lado del mar. Los jugosos contratos entregados, sin concurso, a compañías cercanas al equipo Bush han enfurecido a los aliados y han evidenciado la corrupción que gobierna en la Casa Blanca.
No es que se trate de asuntos sin precedente en la política del gobierno de Estados Unidos. El intervencionismo, el control corporativo sobre el gobierno y las políticas anti-pobres no han sido la excepción sino la regla a lo largo de la historia de la nación. Lo interesante para el resto del mundo en esta elección es la combinación del contexto geopolítico relativamente nuevo en el que los EUA tienen hegemonía indiscutible, y el nuevo contexto político de claras aspiraciones imperialistas. Muchos analistas han advertido algo que quedó demostrado, sin duda, durante la invasión de Irak: que se trata de una combinación explosiva que amenaza la sobrevivencia del planeta entero.
Por ello no resulta sorpresivo que las elecciones de 2004 hayan sido recibidas con todo menos indiferencia por parte de la izquierda. Aquí podría haber muchísimo más en juego.

La batalla de los “presidentes de guerra”

George W. Bush se ha proclamado a sí mismo “presidente de guerra” y ha afirmado que jamás deja de pensar en la guerra. Como “presidente de guerra”, Bush ha colocado la política exterior, en particular la “guerra contra el terrorismo”, en el punto central de esta elección, lo que ha sido un error en su campaña.
La guerra en Irak no le está saliendo bien a Bush ni a su equipo: la resistencia va en aumento y la ocupación es un fracaso. Cuando quedó claro que los pretextos para la guerra —las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein y su vínculo directo con Al Qaeda— eran falsos, se desvaneció la justificación moral para la invasión y fue puesta en duda la integridad de la administración.
 La opinión pública que había favorecido la invasión comenzó a oponerse. Las constantes batallas en Fallujah y Najaf, así como lo que los analistas han llamado “pequeños Fallujahs” a lo largo del triángulo Sunni, han resultado muy costosos en términos económicos y políticos y han cobrado la vida de cientos de soldados estadunidenses, junto con la de los civiles iraquíes que la prensa de Estados Unidos aún no cuenta.
Si bien la primera etapa de la guerra —la invasión y el secuestro de Bagdad— mostró la insuperable capacidad militar de Estados Unidos, la etapa actual que comenzó en abril muestra sus limitaciones, tanto políticas como militares, frente a una resistencia de largo plazo. La administración Bush todavía no aprende la lección de la resistencia iraquí: en la geopolítica actual, una capacidad destructiva inmensa y un supuesto derecho divino de tu lado no bastan para controlar el mundo.
Diversos analistas estadunidenses han señalado que la resistencia iraquí ha tenido un impacto en la imagen de la guerra comparable a la que tuvo la ofensiva del Tet en Vietnam. La ofensiva del Tet cambió el curso de la guerra; fue el momento en que la sociedad estadunidense se percató de que la guerra en Vietnam no era ni fácil, ni limpia, ni popular entre el mismo pueblo que estaba siendo “salvado” del comunismo, y la opinión pública exigió un alto. Fue el momento en que quedó claro que el Emperador no llevaba ropa. En términos históricos, ha sido un momento sin retorno.
El discurso respecto de una “misión civilizatoria” en Irak se ha hecho a un lado para abrirle paso a un debate donde es común escuchar una palabra que inspira miedo a la administración Bush: “quagmire.” El término, que se define como “una situación difícil de la cual es casi imposible salir,” está asociado a la guerra de Vietnam —analogía que a Bush le gustaría evitar a toda costa.
Los conservadores culpan a la guerra de Vietnam de haber generado el “síndrome Vietnam,” que ellos definen como falta de voluntad para ejercer el poder militar de los EUA sobre el mundo. Más que por las protestas en casa, aseguran que la guerra de Vietnam se “perdió” por la renuencia de varios gobiernos sucesivos en los EUA a desempeñar un papel más fuerte en la región. Los halcones (los duros) se quejan porque aseguran que esto provocó un efecto de rechazo a las acciones estadunidenses que ya ha durado décadas. De hecho, George Bush padre celebró la primera Guerra del Golfo como si fuera el fin del síndrome Vietnam, y muchos halcones pensaban que con el ataque decisivo sobre Irak en 2003 quedaría superado ese síndrome.
Pero si los conservadores interpretaron que la lección de Vietnam era no volver a dudar como nación de sus deberes imperialistas, para la mayoría de la población de Estados Unidos la lección fue exactamente la contraria. El retiro de tropas de Vietnam fue para ellos el fin de una larga lucha para que el gobierno reconociera el error de haberse impuesto sobre una población en resistencia y volviera al principio básico de la no intervención. Irak no es Vietnam —la resistencia no es tan amplia y no tiene un programa político claro ni un ejército organizado—, pero para muchos ciudadanos estadunidenses son los mismos principios los que están en juego.
La entrega más bien ridícula a un gobierno interino en Irak en junio pasado no ha hecho nada para reducir los costos políticos de la guerra. El gobierno iraquí ha demostrado ser rápido para coartar las libertades civiles pero incapaz de controlar la resistencia y reconstruir la sociedad. El número de soldados estadunidenses muertos pronto llegará a mil. Se trata de una cifra poderosa en términos de imagen pública de la guerra. Además, los bombardeos recientes sobre Afganistán también han generado dudas respecto del éxito a largo plazo de la derrota sobre los talibanes en ese país.
Vietnam también es un tema espinoso para la campaña Bush porque George W. esquivó los combates, mientras que John Kerry ganó medallas al honor por haber combatido en Vietnam y haber vuelto al país lanzando críticas a la participación estadunidense. Ambos candidatos se pelean en los medios la imagen del líder patriota fuerte. John Kerry ha refutado el impulso belicoso de Bush con un toque del suyo. Kerry votó a favor de la guerra contra Irak y apoyó también el Acta Patriota.
Ha señalado que enviaría más tropas a Irak (aunque “internacionalizadas”) y que sería, esencialmente, un mejor presidente de guerra. Esta pelea por la imagen del macho ha provocado cambios y altibajos en las encuestas de opinión, que generalmente presentan a ambos al frente de una carrera muy cerrada.
Por otro lado, hasta ahora Kerry no ha manifestado deseo alguno de ampliar los esfuerzos de “cambio de régimen” estadunidense hacia otros países, en tanto miembros y asesores de la administración Bush han hablado varias veces de la necesidad de acomodar a Siria, y más recientemente a Irán, en el espacio hegemónico de EUA.

¿Y el pueblo?

Esto deja a la izquierda y a los miles de ciudadanos estadunidenses que se oponen a la guerra en la incómoda posición ya sea de apoyar a un candidato que no representa sus puntos de vista o bien de abrirle paso a otra presidencia de Bush. A juzgar por la postura asumida por las organizaciones anti-guerra más grandes, muchas han decidido apoyar a Kerry.
Muchas organizaciones que formaron la amplia coalición llamada “Ganar sin guerra,” y que exigió el retiro de las tropas estadunidenses de Irak, están ahora al frente del movimiento que busca “Tirar a Bush” (“Dump Bush”—dump en inglés significa, literalmente, tirar o arrojar algo a la basura). La coalición incluye organizaciones importantes que se opusieron a la invasión. Entre ellas se encuentran MoveOn.org y True Majority (Verdadera Mayoría). Son redes electrónicas de ciudadanos vinculados por medio de Internet. Tienen la virtud de alcanzar incluso a las comunidades más remotas, pero en general no cuentan con una estructura colectiva ni con una capacidad significativa de movilización en las calles. Aunque continúan trabajando en pro del fin de la ocupación, últimamente estas organizaciones han concentrado su trabajo y sus recursos en las elecciones.
Hay algunas, como True Majority, que están trabajando en el registro de votantes para garantizar un sistema de votación limpio. Otras, como MoveOn y America Coming Together (Los Estados Unidos Juntos), trabajan en el registro de votantes y el apoyo a la campaña de los demócratas  en los “estados bisagra” (“swing states”) que resultan cruciales. United for Peace and Justice (Unidos por la Paz y la Justicia), un grupo paraguas organizado en torno de la invasión a Irak y constituido por casi 750 organizaciones de trabajadores, activistas por la paz, estudiantes y ONGs, fue uno de los principales organizadores de la marcha del 29 de agosto para protestar contra la Convención Nacional Republicana en Nueva York. La marcha de 400 mil personas fue calificada como la más grande en la historia de las convenciones partidistas.
Sin embargo, el movimiento anti-guerra no será suficiente para derrotar a George W. Bush. Las campañas de arraigo se concentran en votantes clave (incluidos los hispanos) en 17 “estados bisagra” —estados que, en elecciones anteriores, han mostrado un margen muy pequeño entre republicanos y demócratas. El sistema del Colegio Electoral, una reliquia del siglo XVIII, indica que en lugar de un voto directo existen 51 contiendas separadas en los estados y en el Distrito de Columbia, y que todos los votos del Colegio Electoral de dicho estado son para el ganador. Esto significa que ciertos estados se hallan fuera del mapa de campaña porque se considera que ya están perdidos o ganados. Por otro lado, los “estados bisagra” reciben toda la atención de los candidatos. Aunque después del fiasco de 2000 hubo un pequeño brote de esfuerzos para abolir el colegio electoral, y aunque según el Center for Voting and Democracy (Centro para el Voto y la Democracia) la mayoría de los ciudadanos estadunidenses está en contra del colegio, el sistema se ha sostenido.
En vista de que el candidato que obtenga una mayoría simple de votos en un estado gana el 100 por ciento de los votos del colegio electoral, un tercer candidato puede desviar las lealtades políticas de dicho estado.
Muchos culpan a Ralph Nader de la derrota de Al Gore (en las elecciones del 2000) por los 100 mil votos que obtuvo en Florida. De hecho, Nader, antes un héroe popular entre los liberales por sus actitudes progresistas consistentes y por sus activismo en defensa del consumidor, se ha convertido en un paria para la izquierda que está a favor de Kerry o de Cualquiera-menos-Bush. El mismo Nader reconoce que su campaña ha recibido apoyo directo de conservadores que lo ven como estrategia para derrotar a Kerry. La fuerza de las opiniones contra Nader entre la gente que comparte su visión política es un indicador de que estas elecciones están siendo vistas como excepcionales. Debido a los riesgos que conllevaría otra administración Bush, muchos líderes de izquierda vilipendian a Nader y, aunque no destacan precisamente las virtudes de Kerry, sí apoyan activamente su campaña.

Ganadores y perdedores

A dos meses de las elecciones de noviembre ya hay ganancias y pérdidas. La primera pérdida está  en la erosión de las libertades civiles de los ciudadanos estadunidenses. El paciente ya estaba moribundo después de todos los golpes que recibió de los programas antiterroristas de Bush, que incluyen la infame Acta Patriota y otros retrocesos en derechos básicos. Hace poco, el New York Times informó sobre un memorándum del FBI (Buró Federal de Investigaciones) que ordenaba medidas para interrogar a manifestantes potenciales en sus casas y lugares de trabajo, con lo que virtualmente se criminaliza la actividad opositora.
Además, en los preparativos para la Convención Nacional Republicana, algunos funcionarios de neoyorquinos —en una decisión ratificada por la corte— negaron a los manifestantes su derecho a marchar en el Parque Central de Nueva York, bajo el argumento de que maltratarían el pasto. También aprobaron una serie de reglas que prohíben cierto tipo de protestas, como aquellas en que grupos de más de tres personas usan máscaras (los integrantes de un contingente zapatista planean desafiar abiertamente esa regla). En el lugar donde se realizó la Convención, convertido en un bunker de guerra custodiado por cientos de policías, cerca de dos mil manifestantes fueron acorralados y posteriormente encarcelados, a pesar de las garantías ofrecidas de que los grupos opositores serían respetados.
Como suele ocurrir en las campañas políticas estadunidenses, otra de las víctimas ha sido la verdad. Los medios de EUA fueron muy criticados por el papel que jugaron al difundir información falsa para justificar la guerra contra Irak. De hecho, tanto The Washington Post como The New York Times se disculparon formalmente. Sin embargo, esto no ha motivado una búsqueda espiritual más profunda en torno del rol que desempeñan para informar (o desinformar) a la opinión pública. La campaña de Bush lanzó una serie de anuncios patrocinados por un grupo de veteranos de Vietnam supuestamente involucrados en el incidente de combate en el que Kerry se hizo acreedor a sus medallas. Los anuncios cuestionan su actitud en combate. Y aunque se ha demostrado a plenitud que dichos anuncios son falsos en términos históricos (hay reportes de testigos oculares que corroboran los hechos), la administración Bush se ha rehusado a condenar el contenido y la mayoría de los medios más importantes ha informado sobre la refutación pero también ha criticado a Kerry por no haber respondido antes. Algunos sectores significativos de la opinión pública estadunidense siguen creyendo que Saddam Hussein estuvo directamente involucrado en los ataques al World Trade Center, así como otras mentiras publicitadas en los medios.

¿Qué es lo que está en juego?

A través de este espectáculo casi insoportable, en el resto del mundo se debate activamente qué es lo que está en juego realmente. Las posiciones se dividen en dos campos. Por un lado están los izquierdistas de la vieja guardia, quienes argumentan que el enfrentamiento Bush-Kerry no es más que la versión más reciente de las mismas elecciones de estira y afloja de siempre en los Estados Unidos. Miguel D’Escoto, otrora secretario de asuntos exteriores sandinista, plantea el caso: “Sería un serio error concluir que la actual conducta de Estados Unidos representa algo temporal que cambiará cuando George Bush Jr. abandone la presidencia. Nunca en su historia Estados Unidos ha dado un paso atrás en su carrera hacia la dominación universal y nunca ha corregido su conducta, que va de mal en peor desde el punto de vista de los derechos del resto de la humanidad”.
Resulta indiscutible que al desintegrarse la democracia participativa real y al imponerse el reino del dinero, los Estados Unidos de América se han convertido en poco menos que una Compañía Central, Inc. El poder que tienen la mayor parte de las corporaciones sobre la elección y sobre las políticas y acciones de los dos partidos más importantes está fuera de duda y lleva a cuestionar la naturaleza misma del Estado. Los señores de Hallilburton, Enron (o sus reencarnaciones), Cargill y Lockheed van a encontrar oídos atentos y carteras abiertas a sus intereses sin importar qué partido gobierne.
También es cierto que la política de John Kerry hacia Irak varía un poco de la de Bush. En el caso de su política hacia América Latina, si es que tiene alguna, el analista Tom Barry ha señalado que representaría un cambio positivo menor. Kerry propone una “comunidad de las Américas” pero apoya la idea de una continua intromisión en asuntos internos por medio de agencias como el National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia), un apoyo total a la guerra contra las drogas y el terrorismo que ha conducido a la militarización y la violación de los derechos humanos a lo largo de todo el continente.
¿Y entonces por qué tantos íconos de la izquierda —desde Noam Chomsky hasta Michael Moore— han decidido que Bush constituye un riesgo particular? Este otro campo señala que, a pesar de que el candidato demócrata muestra un carácter absolutamente cercano al establishment, en este caso hay una diferencia.
En esta elección se refleja un choque de formas de ver el mundo que ha convertido incluso a los escépticos en participantes apasionados de un ejercicio del proceso electoral que suele ser flemático. Existe la sensación de que el país se dirige hacia un punto de quiebre donde el resultado puede ser ciertamente catastrófico.
Los simpatizantes del movimiento “Tiren a Bush” señalan que con una segunda administración Bush sentiría que sus puntos de vista neoconservadores y radicales han sido ratificados, lo cual llevaría su desmedido orgullo imperialista hasta niveles que no podemos ni siquiera imaginar.
Las primeras víctimas serían los foros multilaterales, pues la negociación con entidades menores es una cortesía que, según los neoconservadores, Estados Unidos no necesita ofrecer. Max Boot, quien también es un “neocon”, observa que “su fe no se encuentra en trozos de papel sino en el poder, específicamente en el poder de los Estados Unidos”. Los neoconservadores están convencidos de que EUA debería usar la fuerza en caso de ser necesario para alcanzar tanto sus ideales como sus intereses. Y no sólo por puros motivos humanitarios, sino también porque la expansión de la democracia liberal mejora la seguridad estadunidense, mientras que los crímenes de lesa humanidad (como los asesinatos masivos perpetrados por el ex presidente iraquí Saddam Hussein o por el ex presidente yugoslavo Slobodan Milosevic) hacen que el mundo sea inevitablemente un lugar más peligroso”.
Aunque este país ya es el más destacado no-firmante de convenciones internacionales a nivel mundial, hay grandes probabilidades de que incluso se retire de algunas que ya están firmadas. La simple expresión “Naciones Unidas” provoca ataques de furia “neocon”. El apoyo general a dicha organización tiende a desvanecerse, excepto cuando son necesarias las invasiones que arrasan a otros países. El desdén que ha mostrado la administración Bush hacia las instituciones multilaterales se refleja no sólo en la ONU, sino también en el International Criminal Court (Tribunal contra Crímenes Internacionales) y en las convenciones internacionales sobre ambiente.
En segundo lugar, la soberanía de otras naciones —particularmente la de países en desarrollo ricos en recursos— podría convertirse en un concepto de tiempos pasados y débiles. La “renuncia” de Aristide en Haití, crudamente orquestada, no es más que una probadita de lo que podría venir con una segunda administración Bush. Y aunque se vean obstaculizados por la sobre-expansión militar en Irak y en Afganistán, miembros y asesores de la administración ya están apuntando miras hacia otras naciones que, según ellos, están maduras para un cambio de régimen.
Cabe señalar que, a largo plazo, Kerry no comparte la misma visión de imperio. La doctrina Bush sobre seguridad nacional —ataques preventivos, cambio de regímenes y unilateralismo— sería modificada si Bush y los “neocons” dejaran el gobierno. Desde afuera, éstas podrían parecer diferencias mínimas, pero los analistas críticos del liberalismo del partido demócrata afirman que podrían ser diferencias significativas ya en la práctica.
El resultado de las elecciones de noviembre todavía no está claro. Hay muchos factores que podrían intervenir aún para modificar el voto. He aquí algunos de los escenarios que se mencionan:
La utilización del miedo al terrorismo (las famosas alertas roja y naranja) para manipular ese miedo a favor de la plataforma de seguridad nacional de Bush. A principios de julio, un alto funcionario de inteligencia señaló: “Al Qaeda está decidida a realizar ataques (terroristas) para afectar nuestros procesos democráticos”, sobre todo en los días previos o justo en el día de las elecciones, y dijo que incluso existía la posibilidad de suspender la elección en caso necesario.
La captura de líderes terroristas afamados y de alto perfil, que los medios difundieron con bombo y platillo para lograr un máximo impacto en las campañas.
Fraude electoral por medio del uso de máquinas de votación electrónica. Más de 100 mil de estas máquinas serán usadas en todo el país, y la mayoría no cuenta con sistema de verificación. Además, los fabricantes de dichas máquinas son simpatizantes republicanos bien conocidos y se han rehusado a hacer pública la información sobre cómo se codifican las máquinas. Las pruebas han revelado serias fallas y las máquinas no dejan “huella en papel” para hacer recuentos. Muchas campañas ciudadanas han comenzado a cuestionar el uso de estos sistemas.
Esfuerzos para manipular (“rasurar”) las listas de votantes, como pasó en Florida en 2000, cuando a miles de afroamericanos se les prohibió votar “accidentalmente”.

Conclusión

¿Podrán derrotar los demócratas a George W. Bush en noviembre? Ciertamente es posible, si consideramos que lo hicieron en 2000 por casi medio millón de votos. Los últimos diez años han cambiado el escenario político de manera dramática pero han hecho muy poco para probar los méritos del primer presidente del país nombrado por la corte. Las elecciones de este año también podrían despertar el suficiente interés como para estimular a los votantes a ir a las urnas. Se piensa que una disminución en el enorme índice abstencionista del país podría favorecer a los demócratas.
Muchos de los que, desde la izquierda, están involucrados activamente en las elecciones presidenciales de 2004 no serán más que conversos por un tiempo a los procesos electorales. Muy pocos pensarán que, de aquí en adelante, las elecciones vayan a resolver la necesidad de reformas radicales en la política estadunidense. De hecho, las elecciones de 2004 son consideradas por la mayoría de la gente de izquierda como una medida provisional para impedir que las cosas se pongan mucho peor —no sólo para los ciudadanos estadunidenses sino para el frágil equilibrio de la paz mundial y la preservación del planeta.
El hecho de que tanta gente haya sido forzada a entrar en una dinámica solamente para impedir que las cosas se pongan peor habla muy mal de la política estadunidense. Pero si esto ayuda a movilizar la conciencia, a reflexionar sobre el papel que desempeñan los Estados Unidos en el mundo y a pensar en la fragilidad de las libertades civiles —y si logra detener esta forma de imperialismo descarado y virulento— podría tratarse de un paso en la dirección correcta.