Laura Cházaro
Políticas del conocimiento: los silencios de los obstetras
mexicanos sobre las razas y los sexos, fines del siglo XIX

 [Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 31 de marzo de  2011].

Resumen

            He encontrado que a mediados del siglo XIX en México las nociones de raza y sexo se convirtieron en objetos de ciencia y propiciaron la producción de conocimientos médicos, en este caso la obstetricia. En el corpus de las historias clínicas de los obstetras mexicanos de la Academia Nacional de Medicina (1864) algunas patologías empezaron a explicarse por el origen racial y la categoría sexual de los pacientes. La asociación entre patologías, razas y sexos no fue ajena al saber médico europeo, referencia de lo normal y patológico como de lo que era o no la ciencia. Este texto interroga cómo los médicos al producir conocimiento reproducen jerarquías políticas post coloniales que reproducen también ignorancia y racismo. Entre los médicos, producir conocimientos implica la autoridad del diagnóstico y el silencio de los pacientes pero también supone los silencios de los médicos mexicanos frente al saber europeo. Así, la obstetricia como un saber alrededor del sexo femenino signado por el origen racial de su pueblo se traduce en medida de la ignorancia de los médicos en territorios marginales, apareciendo en falta con respecto al conocimiento producido en los centros científicos.

Tabla de contenidos

Introducción
La experiencia de las razas en México
Lo patológico y la nación
Las fuentes de la ignorancia, las razas
Las fuentes de la verdad, las pelvis femeninas
Las fuentes del silencio

Introducción

            En México, durante los sesenta del siglo XIX se afianzó un grupo importante de médicos clínicos, que organizaron las más reconocidas sociedades médicas, como la Academia Nacional de Medicina (1864); muchos de ellos fueron también profesores titulares en la Escuela Nacional de Medicina (1833) y fueron los autores de los más importantes estudios médicos de clínica. En ellos, el médico interrogaba al paciente sobre sus dolores y su oficio. Sin embargo, el “sexo” y la “raza” del paciente no formaba parte del interrogatorio, era el médico quien, como si se tratara de marcas evidentes del cuerpo enfermo, los asignaba. Después del reconocimiento clínico, el sujeto había sido reclasificado, su nombre había desaparecido, lo identificaba una enfermedad, el sexo y la raza asignada; en la clínica las referencias del saber médico y no las propias lo identificaban.

            Ante las relaciones médico-paciente, lo que queda por escrito no es un diálogo sino la voz hegemónica del médico, quien hace del paciente su objeto de su conocimiento. Esta situación ha dado lugar a múltiples reflexiones historiográficas pues ¿cómo investigar las experiencias sociales de enfermos y enfermas en el pasado?, ¿cómo inferir su voz cuando sus testimonios han sido opacados por la institución médica ó por la jurídica que produce esos testimonios? Además, estamos hablando de médicos de un país marginal en la producción de la ciencia, cuyas prácticas y conocimientos se han gestado en una historia que resulta de las jerarquías políticas con los saberes hegemónicos de las científicos de países centrales. La pregunta sobre los silencios en el marco de la institución médica, exige interrogar la visión de un paciente inerte como también la de un supuesto sujeto del conocimiento soberano, protagonista, propietario de la producción de conocimientos médicos.[[1]] Si retomamos este punto, podemos preguntarnos cómo se generan y trasmiten los conocimientos entre los países centrales y periféricos.

            Los médicos clínicos mexicanos del siglo XIX de los que hablo, la mayoría situados en la Ciudad de México, produjeron conocimientos inmersos en complejas relaciones: por un lado, con una voz que supone el silencio de sus pacientes; por el otro, con una voz propia pero opacada por las autorizadas ciencias europeas; sus indagaciones se construyen desde una posición subordinada frente al saber europeo. Ante la pregunta ¿quién habla por el paciente?, ¿quién se pone en su lugar?, este texto interroga ¿desde dónde se fabrican los saberes médicos? La historiografía contemporánea hispanoamericana ha interpretado los conocimientos y prácticas locales del pasado como consumados logros que dignifican la memoria nacional (el pecado de nostalgia) o, como erróneas copias, teorías fuera de lugar con respecto a investigaciones europeas, tomadas como modelos de conocimiento; en ambas opciones, más allá de Europa, los científicos parecerían condenados a no tener voz[[2]]. Desde el siglo XIX, la historia revive la tesis de que Europa es el sujeto productor de conocimientos ciertos y legítimos y que lo que se cultiva entre los sujetos no europeos es solo una buena copia de esas teorías o bien fallidas adaptaciones periféricas. Así, los médicos del siglo XIX, como los historiadores contemporáneos del siglo XXI, seríamos meros consumidores de teorías formuladas en Europa, sin ser tomados en cuenta[[3]]. La perspectiva se mueve si reconocemos que el conocimiento científico es producto de relaciones de subalternidad, entre médicos y pacientes así como frente a los saberes producidos en otros contextos, como Europa.

            He encontrado que los conceptos y actos como raza y sexo, en el contexto de la medicina mexicana del siglo XIX, muestran cómo funcionan esas jerarquías de subalternidad en la producción de saberes. Basándome en los textos clínicos publicados en la Gaceta Médica de México (1864), una de las más influyentes publicaciones médicas de la época, hallé que este par de conceptos pronto se incorporaron como objetos de indagación médica: la ginecología y la antropología médica, constituidas por el corpus de datos y juicios médicos sobre la gestación humana, la fecundidad y la herencia. Como objetos de conocimiento, protagonizaron las discusiones médicas sobre supuestas jerarquías raciales y diferencias sexuales entre mexicanos, y en ese punto encontré revelados los límites del conocimiento y de la ignorancia: hasta donde la voz de los pacientes alcanza, la de los médicos se sujeta a las categorías de la medicina europea; más allá de ese límite reina el silencio y la ignorancia.

La experiencia de las razas en México

            El interés de los médicos por la cuestión de las razas precede a los tiempos de la clínica, hunde sus raíces en el siglo XVI novohispano, cuando dominaba la medicina hipocrática galénica. Las enfermedades se explicaban por variaciones ó des-balances del temperamento, siempre referido a una constelación de influencias meteorológicas, geográficas, externas. En este esquema, el temperamento explicaba algunas variaciones entre hombres y mujeres: quien nacía mujer, poseía un temperamento húmedo y frío, los varones eran calientes y secos.

            Desde entonces, entre los médicos, se fijó la analogía entre los sexos y las razas; es decir, las nociones de variedad racial y de diferenciación sexual nacieron juntas, al menos han tenido vidas paralelas[[4]]. Se hablaba de razas frías y húmedas, por lo tanto débiles como las mujeres; así los indígenas eran con respecto a los europeos, lo que las mujeres con respecto a los varones; en ese mismo esquema cabían las diferenciaciones entre negros y blancos[[5]].Sin embargo, desde tiempos de la Nueva España, la experiencia del mestizaje (miscegination), producto de uniones y matrimonios entre distintos pobladores rebasó la imagen europea del negro versus del blanco, distinción binaria y jerárquica, para algunos fundamental. Sin embargo, la oposición entre la república de españoles y de indios y en general el mestizaje trajo consigo experiencias que rompían con las clasificaciones raciales basadas en el mero color de la piel y con ello se creó una complejidad clasificatoria, representada en los cuadros de castas: los mulatos, los mestizos, los criollos, los lobos. Poco a poco, los hijos de nuevas uniones generaron otras categorías en la población, “morenos”, “pardos” ó trigueños[[6]].

            Estas nuevas categorías trajeron la necesidad de ensayar otras jerarquías sociales que se integraron a la legislación civil, haciéndolas legítimas. A pesar de la necesidad de regular y controlar esas clasificaciones raciales, en la práctica, permanecieron ambiguas; ni la ley, ni el orden de las ciencias parecían controlar la exótica naturaleza americana. Para muchos, en esa experiencia, estaban las fuentes de la degeneración[[7]]. Los médicos parecen atrapados por la necesidad de controlar tales ambigüedades y, a lo largo del siglo XIX abandonaron las explicaciones humoralistas sin deshacerse del principio que asoció enfermedad, razas y sexos. Adoptaron el método anatómico clínico y buscaron en los actos y discursos racistas de naturalistas europeos, como Georges L. Buffon (1707-1788) y Georges Cuvier (1769-1832), estrategias y claves para encontrar un nuevo orden jerárquico en el que ellos y las mujeres mexicanas cupieran[[8]].

Lo patológico y la nación

            Cuando se habla de la medicina practicada en México en el siglo XIX, casi siempre se le asocia a la “moderna” medicina europea, especialmente a la francesa[[9]]. Los testimonios de los médicos mexicanos de la época confirman que ellos mismos enmarcaron sus asertos dentro de la tradición del conocimiento europeo. La asociación Pedro Escobedo, una de sociedad médicas más importantes de la época, decía que la medicina mexicana pertenecía a la escuela “ecléctica” del insigne Broussais, a la “vía verdaderamente médica” fundada con “el célebre Hipócrates” al que le sucedieron “el deslumbrante genio de Boerhaave, “el ilustre Haller y “el célebre Morgagni”[[10]]. Para la élite médica de la época formar parte de ese linaje de teorías, los conocimientos médicos mexicanos ganaban autoridad y heredaban verdad. Ubicados frente a los europeos, buscaron distanciarse de la medicina humoralista. Ahora miraban a través de la medicina clínica que explica las enfermedades como fenómenos con una sede física, radicadas en el cuerpo, ocultas bajo la piel pero expresadas por los síntomas. Para esta medicina, cualquier fenómeno corporal pasa por el tamiz de lo normal y lo patológico, estados regidos por las leyes naturales[[11]].Lopatológico supone una variación con respecto de lo normal y la tarea básica de la medicina es identificar, clasificar, medir e intervenir ó controlar esas variaciones para devolver la normalidad. La medicina clínica se definió como la búsqueda de los síntomas que el paciente declara y su constatación en los signos de la enfermedad: ¿cuánto y cuántas veces duele?, ¿cuán grande o disminuido está tal o cual órgano?, ¿qué diferencias de color, de consistencia ó temperatura se verifican? En el ritual de la auscultación, el médico observa, encuesta, mide, compara frecuencias que el cuerpo ofrece como síntomas[[12]]. En ese horizonte de ideas, la cuestión de si las variaciones raciales podían o no causar patologías se volvió importante. Estos clínicos estaban convencidos de que había enfermedades provocadas por la acción de los climas, la altura, la presión barométrica, incluso a causa de los malos hábitos, el sexo, la raza y cuestiones morales. Estas situaciones no tenían por sí mismas una sede o lesión física definida, pero se consideraban factores propicios que desencadenaban enfermedades, condiciones patológicas que podían debilitar a la población y degenerarla. En la clínica diaria estos condicionantes patológicos atraparon la atención de los médicos mexicanos; la literatura médica europea sobre la inferioridad de las razas y la degeneración de las poblaciones se constituyó en referencia ineludible para estos médicos[[13]].

            Cuando se trataba de condiciones patológicas, como ha sido reconocido por muchos historiadores, fueron determinantes las ideas europeas sobre la inferioridad de las razas y la degeneración de las poblaciones[[14]]. Los médicos mexicanos, preocupados por la limitada capacidad “natural” de la raza mexicana para preservarse, se creía que la población se debilitaba ó degeneraba por efecto de la transmisión de lo que llamaron la herencia morbosa o factores hereditarios predisponentes[[15]]. Si bien, tales mecanismos no eran claros, había cierto consenso en que padecimientos como la ceguera, el idiotismo, la epilepsia, la alienación mental y la histeria habían sido causados por vicios y hábitos ilícitos que podían trasmitirse generación tras generación. Es decir, propiciaban que ciertos individuos ó poblaciones enteras reprodujeran rasgos del hombre primitivo[[16]]. Considerando que lo patológico es una variación natural del estado normal, según esos médicos, la “raza mexicana” compuesta de españoles e indígenas, se hallaba en un estado inacabado a nivel orgánico y somatológico. La historia natural de las razas mostraba todavía reminiscencias atávicas, atestiguadas en las variaciones fisiognómicas, dimensiones craneanas y corporales que mostraban algunos sujetos de la población, especialmente entre los indígenas y mestizos. Una de las tareas del médico era justamente controlar esos factores predisponentes a las enfermedades y, al menos, se lo propusieron en dos sentidos: intervenir en la reproducción de la población (en la herencia) al tiempo que se buscaba para los mexicanos un nuevo lugar, en la historia natural y en la nacional.

            Para los médicos las variaciones naturales se correspondían a la historia política de aquella nación[[17]]. Así lo señala el historiador Vicente Riva Palacio, autor del conocido México a través de los siglos (1884-1889). Para él, las variaciones naturales explicaban la dividida historia política de la nación:

            Para que exista una verdadera nacionalidad es indispensable que sus individuos tengan relativamente entre sí aptitudes semejantes (…) organismos constituidos similarmente, que estén sujetos en lo general a las mismas vicisitudes morfológicas y funcionales, a los mismos peligros epidémicos y que no presenten entre sí más que anomalías individuales en su construcción[[18]].

            Para los médicos e historiadores de la época, hay que subrayarlo, había una correspondencia íntima entre la posibilidad de consolidación de la nacionalidad mexicana y las patologías de la población provocadas por variaciones raciales. Según esta idea, para lograr un tipo nacional estable, médica y políticamente, era necesario una raza mexicana que hubiera fundido biológicamente los elementos indígenas y españoles que los separaba. En la medicina mexicana se postula así como necesario intervenir todo lo relativo a la reproducción, la fertilidad y al mestizaje. Este control aseguraría que sus variaciones no fueran sospechosas de degeneraciones o atavismos sino solo de patologías (normales), como las padecidas en entre los europeos. En México, entonces, la práctica obstétrica era algo más que el arte de los partos. Los médicos debían intervenir, operar y vigilar toda lo relativo a la reproducción misma y asociaron úteros, mujeres, razas. Fue así como los médicos indagaron cuestiones como ¿las variedades raciales son normales o expresan la degeneración del tipo racial original? ¿Son las variaciones raciales patologías ó monstruosidades? Concretamente, ¿la raza mexicana, con respecto a la europea es variación ó entidad distinta[[19]]? La noción médica de razas y de los sexos se parieron juntos en aquella época de ansiedades nacionalistas.

Las fuentes de la ignorancia, las razas

            La mayoría de las historias clínicas publicadas en la Gaceta Médica de México (1864), regularmente mencionaban los orígenes raciales del paciente; había consenso que ese factor modificaba los síntomas y signos de las enfermedades e influía en los rasgos morales de los individuos, por ejemplo, en sus propensiones criminales. A pesar de su importancia, los médicos no estaban de acuerdo en cómo el elemento racial funcionaba, por lo que muchas veces debatieron la cuestión. Durante la ocupación francesa (entre 1862-1865), se discutió si el tifo (T), entonces con proporciones epidémicas, también conocido como “fiebre petequial” o “tabardillo”, era o no idéntico a la fiebre tifoidea (FT), también llamada “fiebre europea”.

            Si bien contaban con las evidencias de múltiples anatomías patológicas practicadas a los cadáveres, éstas no resultaban claras. Los franceses asentados en México aquejados de FT presentaban una sintomatología y anatomías con importantes diferencias respecto a las mostradas por los mexicanos enfermos de tabardillo[[20]]. Estas contradicciones dividieron en dos bandos a los médicos: había quienes defendieron que se trataba de enfermedades distintas y los que creían que, en esencia, se trataba de la misma enfermedad; si se atestiguaban diferencias se debían a “la influencia de las diversas localidades” y al “temperamento” de los enfermos. Para estos últimos, una entidad médica puede modificarse por el sello “personal” del paciente ó por la influencia del medio, como la raza, la altitud, las costumbres.[[21]] Para éstos, el tabardillo mexicano era una manifestación “exótica” con respecto a la fiebre tifoidea, definida según las evidencias europeas. Desde entonces, los que defendieron que se trataba de “dos entidades distintas” en tanto que tomaban a las enfermedades como entidades sujetas a leyes regulares[[22]], rechazaron la idea de la exoticidad del mexicano.

            A pesar de las pruebas aportadas, la cuestión racial dejaba muchas dudas y los médicos declararon no poder contestar si “en las regiones tropicales” “hay enfermedades especiales a tal o cual raza”[[23]]. Pero, lejos de abandonarse el tema, la falta de respuestas redobló el interés y se ensayaron más investigaciones médicas sobre tipologías raciales y enfermedades, en ambos lados del Atlántico. Para los médicos mexicanos encontrar las causas locales de las patologías los afirmaría como científicos y como creadores de una nación racialmente unificada, eliminando las posibles causas de la inestabilidad social, como la antihigiene, los atavismos raciales y la debilidad criminal ó femenina[[24]].

            Más allá de lo acertado ó falsas de sus ideas, expresan la decisión de los médicos de formular teorías adaptadas a sus preocupaciones; que al mismo tiempo que reproducían tesis europeas, explicarían las experiencias de sujetos no europeos. Pero esas indagaciones casi nunca coincidían con los resultados esperados y se terminaba por apelar a la exoticidad del mexicano: frente a Europa, el camino de la ignorancia se fortalece. Los médicos mexicanos se decidieron por opciones que fortalecían políticamente al varón, mestizo y racialmente sano, frente a sujetos débiles (como las mujeres e indígenas) susceptibles de desarrollar atavismos raciales y patologías. Frente a los europeos, la voz de los médicos mexicanos parece reducida a investigaciones subordinadas ó equívocas, al precio de fortalecer su voz política, afirmando la viabilidad y salubridad de aquella nación. En esos límites positivos, la ignorancia se recrea y los silencios de los pacientes se reafirman.

Las fuentes de la verdad, las pelvis femeninas

            Los obstetras y los clínicos mexicanos en el único espejo que querían verse era en la tradición europea. Frecuentemente buscaban distinguirse de las “parteras empíricas” y de otras prácticas. El afamado obstetra Juan María Rodríguez era uno de los que quería borrar todo nexo entre las parteras y los médicos. Según él, éstas eran mujeres de “nuestro pueblo”, “incapaces”, que “corrompían (el arte de los partos) haciéndolo aborrecible”[[25]]. Les preocupaba que los errores de esas mujeres se conocieran en el extranjero; pues los médicos europeos ignoraban “muchas cosas que pasan en México”. Por mero desconocimiento, afirmaban “que la obstetricia mexicana seguía el saber de las parteras”; o que los conocimientos de sus colegas mexicanos era igual al practicado por “los chinos y los japoneses”[[26]]. Estar fuera del ideal teórico europeo equivalía a estar en el error y sin embargo, en 1860, un número importante de parteros, asociados a la Academia Nacional de Medicina, afirman que habían creado la “doctrina mexicana mixta de obstetricia”, inspirada en los preceptos de obstetricia europeos, pero adaptados a la práctica mexicana[[27]]. Como los pacientes mexicanos que padecían fiebre petequial, los médicos mexicanos producían conocimientos con características “exóticas” a los ojos de los médicos de Europa. Efectivamente, lejos de la École de Médicine de Paris, los parteros se interesaron por la “fecundidad”, “degeneración”, la “variedad racial” y “la raza mexicana”. Fue así como se concentraron en la mecánica del aparato reproductivo femenino; estaban convencidos de que si funcionaba bien, podrían detener la mortalidad y las causas de la degeneración de la población mexicana.

            De forma cotidiana sucedían una gran cantidad de partos “felices” ó normales, pero de cuando alguna anormalidad los impedía y se presentaban partos distócicos, los obstetras entraban en acción. Testigo de múltiples partos obstruidos, el Dr. Rodríguez y sus discípulos, entre 1868-1909 buscaron saber si las medidas de la geometría pélvica de las mexicanas eran adecuadas o no para las labores de parto normales. Encontraron que los partos distócicos ó obstruidos podían asociarse a lo que llamaron las pelvis abarrotadas de las mexicanas, caracterizadas por poseer un pubis más ancho y próximo a la columna vertebral, lo que las hacía medir 6 y 8 centímetros, mientras que la bibliografía europea decía que las pelvis normales medían entre 10 y 11 centímetros[[28]]. Hasta antes de la Revolución de 1910, entre los médicos se manejaban dos razones para explicar las supuestas pelvis estrechas que encontró Rodríguez: una, frecuentemente inspirada en la ginecología francesa que afirmaba que las mujeres mexicanas presentaban variaciones anatómicas causadas por defectos raciales de conformación, probablemente por supervivencia de primitivas herencias. Otros, la mayoría, sostenían que las pelvis abarrotadas poseían una peculiaridad del promedio nacional, por lo que podía suponerse una condición normal, aunque peculiar de las mujeres mexicanas.

            Aquí se repite un esquema del conocimiento médico: los mexicanos (qua raza y sexo) son una variación y ésta es por falta, falla o inadecuada adaptación del modelo; en este caso, las mujeres mexicanas varían con respecto a las europeas. En ese mismo sentido, tenemos que ahí donde las mujeres mexicanas se “descubren” como una variación peculiar con respecto a las mujeres europeas, los médicos parecen producir teorías que están en falta, falla ó equívoco con respecto a lo hallado en Europa.

            Para 1910, estas investigaciones empezaron a ser criticadas; obstetras más jóvenes y fuera de los círculos de poder de la Academia Nacional de Medicina, afirmaron que era errónea la tesis del acorazonamiento pélvico. Para 1920, el Jefe de la Maternidad, el Dr. Duque de Estrada concluyó, después de estudiar un número considerable de pelvis, que tal defecto no era estadísticamente representativo de la población femenina mexicana. El equívoco se debía probablemente a que los médicos no habían usado métodos estandarizados de medición. Las pelvis estrechas no eran un vicio racial de conformación sino expresión de deficiencias alimenticias e higiénicas de las mujeres medidas[[29]].

Las fuentes del silencio

            Las indagaciones médicas revelan cómo los conceptos de razas y las jerarquías entre los sexos se parieron juntos, como las caras de una misma moneda. Lo que encuentro aquí es una geografía de las epistemologías modernas. El sur, lugar privilegiado para encuestar cuerpos buscando la naturaleza de las diferencias raciales y sexuales fue el origen y motivo de las modernas ciencias del hombre, las ciencias médicas, la antropología y la historia[[30]]. Como la obstetricia que hizo de las mujeres su objeto de estudio y al tiempo que las ciencias sociales convirtieron en sujeto de conocimiento a la sociedad y al hombre mismo. Esta jerarquización sexual de los conocimientos supone las jerarquías raciales; al menos, el tema de las razas ha propiciado la producción de nuevos datos, la generación de nuevos objetos de conocimiento, convirtiéndolos en hechos de las ciencias, (sociales y biológicas) que, más allá de informar, han hecho posible, en acto y palabra, la inferioridad biológica de los no europeos y, por extensión, de las teorías producidas en los trópicos.

            Estas jerarquías de los conocimientos son fuente de ignorancia y de silencios. La interrogante ¿quién habla por el paciente o el subalterno? abre una problemática para la historia, al menos nos obliga a interrogarnos sobre las evidencias del historiador de esas voces; a preguntarnos de qué sujetos hablamos. Visto desde la fábrica del conocimiento, lo que aparece es que las interrogantes de los médicos situados en la Ciudad de México, en la Escuela Nacional de Medicina, como sus pacientes reproducen relaciones subalternas que afianzan a la región como un espacio donde se produce un no-conocimiento, silencios. El sujeto creador del conocimiento médico, en este caso, está atravesado por un doble silencio: el de las disciplinas médicas sobre sus pacientes y el que creó una geografía de la ignorancia, negándole un lugar en el concierto de las ciencias de aquella época, característicamente europeas. El silencio, en este caso, no es que los médicos no publicaran (y por lo tanto no pudiéramos escuchar sus voces); tampoco que las mujeres e indígenas del México del siglo XIX fueran mudos. Los primeros dejaron múltiples testimonios y los subalternos siempre han podido hablar. La cuestión es que en las prácticas de producción de conocimiento unos y otros participan de silencios aunque, hay que subrayarlo, son distintos: los médicos frente a la historia de las ciencias que toma como modelo las producidas en las metrópolis y otros frente a la historia oficial de la nación mexicana. Frente a ello, el historiador se debate entre lo que da cuenta y cómo lo convierte en Historia y ahí, parecen no quedar más opciones que interpretar las fuentes de los silencios.

            Estas historias sobre la fábrica de los saberes médicos en México en el siglo XIX permiten ver que la enorme cantidad de datos producidos sobre las patologías raciales y femeninas no fortalecieron a las ciencias en el estilo europeo pero se volvieron material del nacionalismo que contestó al imperio español. El nacionalismo mexicano cobró vida excluyendo a los indígenas vivos bajo la sospecha de transmitir debilidad y degeneración biológica a los mexicanos. Estos últimos, los mestizos varones se convierten en la voz hegemónica frente a mujeres con partos difíciles, eternas pacientes de la ciencia y, por extensión, del poder del estado. Así, estos sujetos, los médicos científicos frente a las políticas nacionalistas con pretensiones de modernidad y de democracia afirmaron su voz al interior de la nación en la medida en que sus asertos se desoyen, se opacan o silencian en el mundo exterior, en Europa.

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Notas

[[1]] Desde distintas perspectivas los estudios postcoloniales enriquecen la historiografía de la medicina, especialmente en América Latina, Asia y África: Doménech, Rosa María, La historia de la medicina en el siglo XXI. Una visión postcolonial, Granada: Universidad de Granada, 2005, p. 36-40; MacLeod, Roy (ed.), Nature and Empire. Sciences and the Colonial Enterprise, Osiris, (Vol. 15), Chicago: Chicago University Press, 2000; Anderson, Warwick, Colonial Pathologies. American Tropical Medicine, Race, and Higiene in the Philippines, Duham and London: Duke University Press, 2006 y Morris, Rosalind C. (ed.), Reflections on the history of an idea. Can the subaltern speak?, New York: Columbia University Press, 2010.

[[2]] Palti señala que la historia intelectual de los países latinoamericanos está dominada por el modelo que tomó a Europa como criterio de modernidad y civilidad. Las distancias entre las experiencias de las sociedades latinoamericanas del pasado y esos modelos miden cuán desviadas, deformes o “fuera de lugar” son las ideas desarrolladas entre los mexicanos ó latinoamericanos. Palti, Elías José, La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX. (Un estudio sobre las formas del discurso político), México: FCE, 2005, p. 28.

[[3]] Para Chakraborty: “La paradoja diaria de la ciencia social del tercer mundo es que nosotros encontramos estas teorías, a pesar de su inherente ignorancia de ‘nosotros’, eminentemente útiles para entender nuestras sociedades. ¿Qué permitió a los sabios europeos desarrollar con tal clarividencia en relación a las sociedades que ellos empíricamente ignoran? ¿Por qué no podemos, una vez más, regresar la mirada?”, Chakraborty, Dipesh, Provincializing Europe. Postcolonial Though and Historical Difference, Princeton and Oxford: Princeton University Press, 2008, p. 29.

[[4]] Elsa Dorlin, La matrice de la race. Génealogie sexuelle et coloniale de la nation française, Paris: Éditions La Découverte, Texte à l’Appui/Genre et Sexualité, 2006, p. 70 y ss; Butchard, Alexander, The Anatomy of Power. European Constructions of the African Body, London and New York: MacMillan-Zed Books, 1998.

[[5]] Dorlin, op. cit., p. 225; López Beltrán, Carlos, “Hippocratic Bodies.Temperament and Castas in Spanish America (1570-1820)”, Journal of Spanish Cultural Studies, UK: Routledge, (Vol. 8, Issue 2), 2007, p. 253–289; Foucault, Michel, Genealogía del racismo. De la guerra de las razas al racismo del estado, Madrid: Ediciones La Piqueta, 1992, p. 70.

[[6]] En la Nueva España el color de la piel no siempre fue el signo de la “raza”, linaje e identidad de un sujeto. Muchos especialistas coinciden en que la fisiognomía importaba, expresaba la “calidad de las personas”, permitía ubicarlas en cierto linaje; lo que propició el mestizaje de la población. Carrera, Magali, Imagining Identity in New Spain. Race, Linage, and the Colonial Body in Portraiture and Casta Paintings, Austin Texas: Texas University Press, 2003, p., 7-9; Kellogg, Susan, “Depicting Mestizaje: Gendered images of Ethnorace in Colonial Mexican Texts, Journal of Women’s History, 2000, (Vol. 12), Number 3, p. 69-70; Cope, R. Douglas, The limits of Racial Domination. Plebeian Society in Colonial Mexico City, 1660-1720, Wisconsin: The University of Wisconsin Press, 1994.

[[7]] Dorlin, op. cit., p. 193 y ss.

[[8]] Panckouke, “Homme”, Dictionaire des Sciences Médicales (HEM-HUM), Paris, 1815, (Vol. 21), p. 203.

[[9]] Fernando Martínez Cortés, La medicina científica en México, México: FCE., 1989.

[[10]] Editorial “Introducción”, El Observador Médico. Revista de la Asociación Pedro Escobedo, 1871, Tomo 1), Núm. 1, 1ero de noviembre, p. 2.

[[11]] Canguilhem, Georges, The Normal and the Pathological, New York: Zone Books, 1991.

[[12]] W.F. Bynum, Science and the Practice of Medicine in the Nineteenth Century, UK: Cambridge University Press, 1995, p. 33-42.

[[13]] Sobre este tema, un clásico, Pick, Daniel, Faces of Degeneration. A European Disorder, c. 1848-c. 1918, U.K.: Cambridge University Press, 1993.

[[14]] No me extenderé aquí en la tesis de la “debilidad” o “degeneración” racial, central a la medicina y la higiene mexicana del siglo XIX. Me interesa subrayar que las investigaciones médicas sobre los mecanismos hereditarios humanos destacaban el papel de supuestas patologías asociadas al género ó a la raza. López Beltrán, Carlos, “‘Les maladies héréditaires’ 18th Century Disputes in France”, Revue d’Histoire des Sciences, 1995, (Vol. XVII, 3), Paris: PUF, p. 340-1; Urías, Beatríz, Indígena y criminal. Interpretaciones del derecho y la antropología en México. 1871-1921, México: UIA-CONACULTA, 2000, p. 76-79 y Nancy Lays Stepen, “The Hour of Eugenics”. Race, Gender, and Nation in Latin America, Ithaca and London: Cornell University Press, 1991.

[[15]] Hyac Kulburn, Cours d’Hygiène Publique, París; sans éditeur, 1867, p. 381.

[[16]] El alcoholismo era el ejemplo paradigmático: los hijos de los alcohólicos estaban predispuestos “a la sordera y a las afecciones del sistema nervioso, (pero también a) la depravación de los instintos, a los impulsos fatales e irresistibles”, Hyac Kulburn, op. cit., 384; Gónzalez Soriano, Fabricio, Prevención de la herencia patológica; utopía y materialización de la vigilancia médica del matrimonio en el derecho civil mexicano (1870-1930), Tesis de doctorado, México: Facultad de filosofía y Letras-UNAM, 2007, p. 52.

[[17]] Sería imposible mencionar aquí la enorme cantidad de médicos y antropólogos que coincidieron en el interés de medir cuerpos de indígenas y mestizos. Desde que se fundó la Academia Nacional de Medicina (1864), se abrió una sección de estudios de antropología médica cuyo programa se tomó de las ideas de Armand de Quatrefages, profesor del Museo de Historia Natural de París (1855). Conocían también a Theodore Hammy con quien Quatrefages publicó, luego de la visita de ambos a México, Crania Éthnica. Les crânes des races humaines décrits et figurés d’après les collections du Muséum d’Histoire Naturelle de Paris, de la Société d’Anthropologie de Paris, 1873-1879.

[[18]] Vicente Riva Palacio, México a través de los Siglos, Vol. II, México, 1872, citado en Urías, op. cit, p. 114.

[[19]] Estas preguntas están presentes en el texto del doctor José Ramírez, “Origen Teratológico de las variedades, razas y especies”, en Moreno, Roberto, La polémica del darwinismo en México, México: UNAM, 1989, p. 214-225.

[[20]] En México se conocían los trabajos de los médicos franceses Xavier Broussais y Pierre Bretonneau para quienes el tifo era una enfermedad epidémica, contagiosa, debida a los miasmas y fluidos producidos en lugares hacinados, se le conocía como la “enfermedad de las prisiones y los campos de batalla”. Coleman, William, Death is a Social Disease. Public Health and Political Economy in Early Industrial France, Madison Wisconsin: The University of Wisconsin Press, 1982, p. 149 y ss.

[[21]] Denis Jourdanet, “Considérations sur le Typhus”, Gaceta Médica de México, (en adelante GMM), 1865, (Vol.1), p., 197-198. Éste médico francés asentado en México creía que el tifo y el tabardillo eran diferentes de la fiebre tifoidea. Diferenciaba entre el tifo de Europa y el del Anáhuac, este último era el dominante y base de otras enfermedades, es el quid ignotum de otras enfermedades. En cambio, el francés se debía al hacinamiento, a la pobreza y la anti-higiene y por eso, según él, el del Anáhuac no seguía un desarrollo clásico sino exótico.

[[22]]  Academia Nacional de Medicina, “Acta de la Sesión del día 1 de marzo de 1865. Presidencia del Señor Jiménez”, GMM, 1865, (Vol. 1), p. 402.

[[23]] Academia Nacional de Medicina, “Revista extranjera. Influencia de los climas y las razas sobre el traumatismo”, GMM, 1872, (Vol. VII), p. 256-7.

[[24]] Kellogg, op. cit., p. 69-70 y la hipótesis de Cope, op. cit., p. 23.

[[25]] El doctor Juan María Rodríguez (c.1828-1894) fue el líder de la obstetricia en la época y su Guía clínica de partos (1869) se convirtió en el libro de texto de la Escuela de Medicina; distinguido miembro de la Academia Nacional de Medicina y de la Sociedad Filoátrica y de Beneficiencia.

[[26]] Contreras, Angel, “Observación de un caso de versión cefálica que practicó por medio de maniobras mediatas del profesor de clínica de obstetricia D. Juan María Rodríguez”, GMM, 1870, (Tomo V), Núm. 3 y 4, p. 50.

[[27]] Rosendo Gutiérrez y Velasco, La dystocia en México, México: Imprenta de I. Escalante,1872, p. 7.

[[28]] Este tema lo desarrollé en Cházaro, L., “Mexican Women’s pelves and obstetrical procedures: Interventions with Forceps in late 19th-Century Medicine”, Feminist Review, 2005, (vol. 79), p. 100-115.

[[29]] Juan Duque de Estrada, Contribución al estudio de las deformaciones pélvicas en México, México: La Europea, 1901.

[[30]] Dorlin, op cit., p. 14-15.

Para citar este artículo. Referencia electrónica

Laura Cházaro, « Políticas del conocimiento: los silencios de los obstetras mexicanos sobre las razas y los sexos, fines del siglo XIX », Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates, 2011, [En línea], Puesto en línea el 31 de marzo de 2011. URL : http://nuevomundo.revues.org/61053.

Autora:

Laura Cházaro
Departamento de Investigaciones Educativas, Cinvestav-IPNchazaro@cinvestav.mx

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