Lourdes Muñoz Santamaría

La experiencia de Nueva Orleáns.
Una oportunidad para reflexionar sobre la política
(*)

No puedo dejar de pensar que lo que  hemos vivido no ha sido tan sólo las circunstancias de una catástrofe natural, sino los síntomas de otro tipo de catástrofe, sin duda más grave: la crisis de la ética en la política, y que ha provocado un sufrimiento innecesario en miles de personas.
Diversos factores y circunstancias son clave para analizar la situación:
– La responsabilidad compartida entre los tres niveles de la Administración norteamericana –era decepcionante escuchar y ver en los medios de comunicación las peleas entre ellas mientras se deterioraban las condiciones de vida de las personas.
– Las decisiones políticas previas que se toman y que convierten un huracán en una gran catástrofe:
• el no dedicar fondos a reforzar los diques, cuando los informes indicaban que no aguantarían un huracán;
• derogar la norma que declaraba no edificable una amplia zona, incrementándose la erosión de la protección natural de los terrenos pantanosos;
• la falta de un plan de evacuación por parte de las tres administraciones: local, estatal y federal.
Una cuestión más global ha sido la constatación de la “falta de Estado”, de la falta de infraestructuras y de inversiones en protección civil fruto de una política ultraliberal. Un Estado tan raquítico que no prevé ni tan sólo disponer de efectivos para atender a las personas en una crisis. Por cierto, lo que más me sorprendió fue la ausencia de crítica a la falta de respuesta del Gobierno; no eran demasiado exigentes porque aquellas personas no esperaban nada de su Gobierno.
Existe un enorme cuarto mundo en el interior de los Estados Unidos que vive en condiciones muy precarias, resultado de un modelo en el que están ausentes las políticas sociales. La opinión pública mundial lo ha podido observar, de hecho, en el último informe de Naciones Unidas sobre pobreza, que incluye datos clave sobre estos aspectos. La mayoría de personas que no pudieron marchar, fue por no tener recursos para hacerlo, y eran mayoritariamente negros.
En este modelo de reducir “lo público” al mínimo, además de tener en cuenta el presupuesto y efectivos destinados a la guerra de Irak, en los que está incluida una parte importante de la Guardia Nacional de Louisiana.
La cuestión racial ha sido factor clave, especialmente en Louisiana. No puedo dejar de preguntarme si hubieran tardado tanto en reaccionar si las víctimas hubiesen sido “blancos de clase media”. ¿Eran ciudadanos  de primera para la autoridad federal? En los últimos días muchas voces lo han planteado también desde los Estados Unidos y era un sentimiento palpable entre las personas hacinadas en el Centro de Convenciones. Algunos defensores de derechos civiles lo han denunciado. Ahora en las encuestas 6 de cada 10 negros creen que la tardanza en la respuesta ha sido por la raza.
Por otra parte, a pesar del paso de los días y las horas, no podemos quitarnos de la cabeza que este huracán ha provocado también otra catástrofe: la de la ética de la política pública de los Estados Unidos, sumada a la falta de efectivos, al modelo de Estado mínimo, a las decisiones previas y a la falta de coordinación entre administraciones.
No tengo duda alguna de que Estados Unidos tiene suficientes recursos para trasladar en pocas horas a soldados y equipos de protección civil a la zona, para garantizar una situación digna a las 100.000 personas y evacuarlas de forma ordenada. De hecho, cuando se dedicaron los efectivos necesarios, la evacuación fue rápida, pero tuvieron que pasar  seis días en los que mucha gente  enfermó y murió.
Recuerdo que en aquel momento pensé: “habría que hacer un examen de humanidad a la gente antes de poder acceder a una responsabilidad”.
Hablo de una crisis de la ética en la política porque las decisiones de las autoridades no sólo no tuvieron como centro a las personas, sino que algunas de las decisiones generaron un mayor sufrimiento a las personas.
Me resultó especialmente impactante escuchar frases en las que la gente denunciaba que la situación era un genocidio moderno, decían que agrupaban a los negros para que muriesen, pensaban que les iban a dejar morir o que incluso les juntaban para que se mataran entre ellos. Tal vez desde fuera pueden parecer frases exageradas, pero era lo que decía la gente y así lo intenté  transmitir fielmente en mis intervenciones en los medios de comunicación en esos días.
A medida que pasaban las horas estas frases eran fruto de la desesperación, porque la gente se sentía –nos sentíamos– perseguidos, maltratados, torturados, a merced de la voluntad de las autoridades.
¿Piensan que es extraño sentirlo?
La gente veía cómo las autoridades traían en camiones de mudanzas a los viejos –muchos de ellos tuvieron que bajar arrastrándose– y les dejaban en la “selva” en la que en pocas horas comenzaban  a morir.
La policía no contestaba cuando reclamábamos la retirada de los primeros cadáveres. Los primeros efectivos del Ejército se dedicaron, en los primeros días, a patrullar para evitar los robos en lugar de ayudar y proteger a los miles de personas que seguíamos sin agua, sin comida y rodeados de tiros; no nos dejaban salir del Centro aunque estábamos sin agua a 35º centígrados y 90% de humedad y  los más débiles ya comenzaban a deshidratarse.
¿Por qué no anunciaron que no se romperían más diques, ni se inundaría lo que no se había inundado ya cuando el peligro había pasado? Mientras, en el interior del Centro de Convenciones y en otros centros de evacuación, se seguía padeciendo la tortura en cada “avalancha,” pensando que nos podíamos inundar y ahogar. El no haberlo anunciado produjo heridos, muertos y pánico en la gente.
¿No creen que es difícil de entender que el primer cordón policial que se forma en la zona sea para proteger el helicóptero presidencial, y no para proteger a las personas?
En esta crisis no sólo no se han garantizado los derechos humanos: se han tomado decisiones que  directamente han vulnerado los derechos humanos.
La prioridad era vigilar, controlar, patrullar, evitar los robos, mientras la gente comenzaba a morir. Sin duda para mí son signos evidentes de la catástrofe más profunda, de la pérdida de la ética en la política, en las decisiones políticas. No hay nada que pueda colocarse por encima de la vida de miles de personas.
No hay ninguna teoría política democrática que se apoye en que, en un caso de emergencia, las cosas materiales estén por encima de las víctimas.
Es posible que el hecho de no creer en el Estado, en lo público, en tener como prioridad siempre la propiedad privada y una sociedad individualista donde la política se fundamenta en la imagen y en la prioridad de la seguridad entendida solamente como represión, haya conducido al desastre en la ética política.
Se han priorizado los comercios y las oficinas, la imagen de los dirigentes frente a las personas, el concepto de seguridad basado en vigilar a la gente con un mirada puramente represiva.
Intentando obtener enseñanzas de toda esta experiencia,  además de la importancia de lo público y de las políticas que eviten que se formen grandes masas de pobreza, lo más importante es que el humanismo impregne las decisiones políticas y que las  personas y su bienestar siempre estén en el centro de sus decisiones.


Lourdes Muñoz Santamaría es diputada del Parlamento de Cataluña por el PSC. El 27 de agosto llegó a Nueva Orleans procedente de Miami. Al día siguiente intentó salir de la ciudad y ya no pudo. Tras la inundación se refugió en el Centro de Convenciones. Fue evacuada con su compañero y el hijo de éste el día 2 de septiembre por la noche.

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(*) Texto recogido del “diario” en Internet (blogweb) de Lourdes Muñoz Santamaría, el martes 20 de septiembre de 2005.