Maixabel Lasa

Claves de la discusión sobre víctimas del terrorismo en Euskadi

(Intervención en el Forum Deusto, el 3 de octubre de 2006, extractada por Hika)
(Hika, 182-183zka. 2006eko, azaroa-abendua)


            El pasado mes de octubre, Maixabel Lasa, responsable en el Gobierno vasco de la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo, integrada en el Departamento de Interior, pronunció una conferencia en el Forum Deusto sobre “Claves de la discusión sobre víctimas del terrorismo en Euskadi”. Tal y como se afirma en el texto, disponible en la red, estamos realmente iniciando un camino esperanzador hacia una situación nueva, trascendental, pues el final de este camino puede ser una sociedad vasca, por fin, libre. La andadura que se inicia es, en cualquier caso, compleja y difícil. El tema de las víctimas del terrorismo, de su reconocimiento y reparación, del papel que deben jugar, de su relación directa con la memoria del pasado reciente de este país, son , entre otros , algunos de los capítulos de esa obra colectiva por escribir. Maixabel Lasa es, por su biografía y por su resposabilidad institucional, una voz especialmente cualificada en este ámbito. Hemos seleccionado de su intervención en Deusto algunos de los párrafos más significativos, para seguir alentando desde las páginas de hika ese reconocimiento y esa discusión imprescindibles sobre todas estas cuestiones.

Antonio Duplá


             (…) Mi intención al recordar el pasado, a las víctimas y a las personas que han sufrido la lacra del terrorismo es, precisamente, afianzar y asegurar el mejor pronóstico posible de nuestro presente y porvenir compartido. Garantizar que el relato de generosidad protagonizado por las víctimas del terrorismo forma parte de la memoria viva de este país y afirmar que la deslegitimación de la violencia pasa, indefectiblemente, por la preservación de ese recuerdo imborrable. Las víctimas y sus familiares, recordémoslo, no han vencido, han perdido. Justamente por ello, entre todos debemos hacer lo indecible para que su ejemplo perdure. Para que las nuevas generaciones conozcan, valoren y agradezcan el servicio y el sacrificio prestado por tantos vascos y españoles frente a la intolerancia y el fanatismo de unos iluminados que aun hoy se sienten con valor suficiente para defender su verdad histórica y su quimera. Que es la del verdugo, no lo olviden: una y grande pero nunca libre.
            Como saben ustedes, el principal desafío al que se enfrenta hoy la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco, de la cual soy responsable, es responder con diligencia y prontitud a una cuestión todavía pendiente y no resuelta: el reconocimiento social, moral y político de las víctimas del terrorismo en Euskadi.
            Afortunadamente, durante los últimos años, tanto la sociedad como las propias instituciones vascas han avanzado en la necesaria toma de conciencia del significado que cobran las víctimas del terrorismo en nuestros días y en las muestras de reconocimiento y solidaridad hacia ellas. En este sentido, quiero destacar, por su importancia, que el Plan Paz y Convivencia aprobado por el Gobierno Vasco el pasado mes de Mayo, señala expresamente y cito textualmente “ que el terrorismo de ETA se ha ejercido en nombre del pueblo vasco, con el único objetivo de erosionar el sistema de convivencia de esta sociedad. Por ello, el déficit de reconocimiento del sufrimiento provocado por el terrorismo de ETA se convierte en objetivo prioritario de este Gobierno.” Más adelante, el mismo Plan antes citado remata ese argumento afirmando, sin complejos, que “este déficit de reconocimiento constituye una deuda moral histórica de la sociedad vasca con estas víctimas que el Gobierno se compromete a saldar con carácter prioritario.”

(…)

            Pero antes de seguir adelante, quiero hacer un alto en el camino y aclarar una cuestión que por lo que se ve y se oye, no se entiende o no se quiere entender. Cuando desde esta Dirección y desde el Gobierno se insiste en la conveniencia de que la sociedad vasca y sus instituciones entonen un “mea culpa” por el abandono, la desafección y la soledad padecidas por las víctimas durante tantos años, no estamos imputando a la sociedad la responsabilidad, directa ni indirecta, por los crímenes cometidos por los terroristas. Faltaría más. Cuando hablamos de saldar la deuda moral histórica que la sociedad vasca ha contraído con las víctimas del terrorismo nos referimos a la mejor manera de honrar su sacrificio al tiempo que permita a la ciudadanía sanar las heridas que aun permanecen abiertas en su conciencia moral. Pedir perdón, presentar sinceras disculpas, entonar un “lo siento” en primera persona del plural, por las faltas y omisiones o la simple incapacidad para expresar nuestra solidaridad a las víctimas, en las que hayamos incurrido en el pasado es un acto que dignifica al individuo y a la sociedad en su conjunto, y un gesto que devuelve la estima política y social al que ha sufrido.

(…)

            Es trascendental que todo el mundo, ciudadanos, agentes y estamentos sociales, lleguemos a una misma conclusión. No debemos compartir, únicamente, la profunda convicción de que es ilegítimo el uso de medios ilícitos y criminales para la consecución de objetivos políticos. Es, si cabe, mas imprescindible aun que traduzcamos esa sentencia a acciones concretas que solemnicen con rotundidad el empeño de la sociedad vasca por preservar la memoria del sufrimiento y hagan valer la autoridad moral de las víctimas sobre una versión de la historia insidiosa que proclama el triunfo de la muerte y el fanatismo. Por ello es tan importante que toda la sociedad vasca participe masivamente en cuantos actos e iniciativas se organicen con el propósito de reconocer a las víctimas. Porque con ello se le restituyen a la víctima sus derechos de ciudadanía. Porque con ello, la sociedad reconoce a la víctima su condición de ciudadano, aquélla de la que su verdugo pretendió privarle mediante su crimen.

(…)

            Decía recientemente el antropólogo Joseba Zulaika, que en Euskadi falta aún una cultura del duelo por el dolor real que nos ha causado ETA. A su jucio, ese duelo debería expresarse “reconociendo que se ha matado a personas reales, que otras personas reales han sufrido y están sufriendo”. En su opinión, “ese ha sido el gran desastre de nuestra generación, que no ha sabido ver hasta que punto ETA ha sido una catástrofe.”
            Pues bien, conscientes de todo ello, el Gobierno Vasco considera que hoy se dan las mejores condiciones para la escenificación de ese hito pendiente, en el que la sociedad vasca acoja y reintegre en su seno a las víctimas como parte imprescindible e intransferible de su ser como comunidad libre. Para que ese homenaje se proyecte al futuro como la imagen del triunfo de la democracia y la libertad frente a la sinrazón y el totalitarismo.
            Este objetivo se materializaría a través de un acto público y solemne cuyo contenido sea doble: por un lado, la petición, sin complejos, de perdón y disculpas por las faltas en las que se ha incurrido en el deber de solidaridad y aliento a las personas afectadas, y por otro, rendir tributo y recuerdo a la memoria de las víctimas para, en definitiva, dejar sentada la íntima convicción de que nada de lo que ha pasado ha ocurrido en vano, y que nuestros hijos e hijas sabrán de la generosidad demostrada por cientos de personas golpeadas por la violencia que soportaron en silencio su ostracismo, renunciando, además, a utilizar los mismos argumentos de los criminales.

(…)

            Sin embargo, es imperativo, también, reconocer que en la sociedad vasca existen otros sufrimientos derivados directa o indirectamente del fenómeno terrorista. En algunos de los cuales el propio Estado ha jugado y juega un papel determinante, mediante respuestas en unas ocasiones radicalmente ilegales e ilegítimas (guerra sucia, malos tratos, torturas) y en otras claramente alejadas de parámetros de imprescindible humanidad. Pienso, por ejemplo, en el alejamiento de personas privadas de libertad.
            En mi humilde y modesta opinión, es imprescindible afrontar, sin complejos y con absoluta honestidad, la discusión que suscita la existencia de otras víctimas y otros sufrimientos. Ahora bien, me van a permitir que atienda antes a una consideración previa que creo que es de justicia consignar. Estas víctimas, y hablo concretamente de las víctimas ocasionadas por el terrorismo de Estado, las víctimas de los grupos de ultraderecha, las víctimas de torturas o las víctimas de actuaciones ilegales de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, todas estas víctimas, han contado históricamente con unos niveles de reconocimiento y apoyo social, político e institucional en Euskadi del que nunca disfrutaron las víctimas de ETA.

(…)

            Pues bien, a la vista de todo ello, convendrán conmigo que cuando se habla de otros sufrimientos, que, sin duda existen, convendrán, sin embargo, que no estaremos en igualdad de condiciones a la hora de abordar globalmente este problema mientras no recorramos previamente un trecho que es de justicia transitar y que es aquel que va a permitir a las víctimas de ETA ver suficientemente compensado el déficit de reconocimiento acumulado durante tanto tiempo.

(…)

            De todo lo anterior se deriva, lógicamente, la exigencia incuestionable de priorizar el reconocimiento debido a las víctimas del terrorismo de ETA para a partir de ahí, e insisto, y solo a partir de ahí, poder afrontar y atender de manera global todos los sufrimientos derivados de la violencia. En todo caso, conviene también indicar que su tratamiento deberá ser entonces simultáneo pero difícilmente conjunto, por sus características y naturaleza claramente diferenciadas.
            No me gustaría dejar pasar esta ocasión para anotar algo sobre la paradójica devoción que algunas personas profesan, últimamente, entorno a la relación entre la doctrina de los derechos humanos y la pluralidad de sufrimientos junto a la poca coherencia que manifestaron mientras se mataba casi a diario. Curiosa forma esta de entender los derechos humanos mientras se relativiza la suerte concreta de los humanos. Como dice Reyes Mate, “el recurso a esos derechos es sospechoso de ofrecer un paraguas ideológico con el que amparar una interpretación del sufrimiento plural que equivale en la práctica a una equiparación de los distintos sufrimientos”.
            Dicho esto, creo, no obstante, que es preciso advertir, con preocupación, que hay demasiadas zonas oscuras en la historia reciente del conflicto violento del País Vasco. Son varias las investigaciones policiales y judiciales que se detuvieron o cerraron de modo precipitado. Especialmente, sumarios relacionados con crímenes alentados desde las entrañas del Estado. Es, asimismo, imprescindible, arrojar mucha más luz sobre algunos hechos en los que concurren fundadas sospechas de torturas y malos tratos a detenidos y presos. Sospechas que en algún caso tan sólo precisarían de la sentencia condenatoria para convertirse en cosa probada.
            En consecuencia, a mi modesto entender, no están suficientemente depuradas por el Estado todas aquellas responsabilidades de cualquier índole a las que hubiera lugar, por estos casos no aclarados. Y ello contribuye a debilitar de modo irreparable el prestigio y la superioridad moral que se le atribuye al Estado de Derecho en el combate contra el terrorismo. La verdad y la justicia no son derechos en exclusiva de las víctimas de ETA. La verdad y la justicia son imperativos que obligan a investigar y esclarecer todas las circunstancias, allí donde hay serios indicios de que se ha cometido un delito que debe ser juzgado.

(…)

            A mi juicio, sin embargo, el significado político de las víctimas del terrorismo es tan transparente como el agua. Más allá de las ideologías y del credo político de cada una de las víctimas, hay una circunstancia particular que nos iguala, una historia personal e intransferible que, curiosa y fatalmente, comienza de la misma manera. Una organización criminal como ETA, un buen día, decide exterminar a uno de los nuestros porque pertenecemos a esa parte de pueblo residual, sobrante al que hay que someter porque impide la materialización de su proyecto totalitario y fascista.
            Nuestros familiares, en contra de lo que se ha dicho alguna vez, no mueren por defender la Constitución, el Estatuto, o la colaboración entre nacionalistas y no nacionalistas. No. Son brutalmente asesinados por una organización terrorista que considera incompatible con sus objetivos de apartheid político y social la presencia de ciertas personas, de hombres y mujeres de diferente talante y condición política, que le resultan incómodos, y, consecuentemente, susceptibles de ser borrados de la faz de esta tierra.

(…)

            Por ello, el papel político de las víctimas del terrorismo en un hipotético proceso de paz está, a mi juicio, vinculado con las condiciones de comodidad que deben concurrir para que los más afectados se sientan partícipes y no excluidos y por ende, nuevamente damnificados. Y esas condiciones a las que aludo se asientan sobre tres principios que todos debiéramos asumir. Desde luego, el Gobierno al que represento lo ha hecho formalmente. Me refiero a la Memoria, a la Justicia y al Reconocimiento del daño causado.

(…)

            Por lo que respecta a la justicia, no hay mejor argumento contra la impunidad. Los crímenes cometidos deben ser juzgados y los responsables de haberlos perpetrado, deben ser condenados conforme dicte la ley. Y la sociedad tiene la facultad de exigir que los terroristas cumplan la condena impuesta porque también de ello depende el resarcimiento al que el conjunto de los ciudadanos tenemos justo derecho. Cuestión diferente será si, una vez decretado el fin del tiempo del terror, la misma sociedad, tal y como lo ha demostrado en el pasado, sabe ser magnánima con los asesinos para brindarles una segunda oportunidad. En todo caso, esa segunda oportunidad, de producirse, tendrá que ajustarse, indefectiblemente, a los principios que vienen definidos en este apartado.
            Por fin, el reconocimiento del daño causado es, seguramente, el principio que presentará más problemas en orden a su ejecución práctica. No obstante, el arrepentimiento público y sincero de los terroristas por los crímenes cometidos y la consiguiente petición de perdón a las víctimas constituye un acto cargado de gran fuerza simbólica que puede y debe servir para mejorar las condiciones del victimario de cara a su reinserción en la sociedad. La petición de perdón no es, pues, un formulario burocrático que se pone a disposición del agresor para que éste con su sola firma aspire a modificar su régimen penitenciario. No es esto. Hablamos de una declaración de intenciones sincera y creíble que de producirse afectará de modo positivo a la reintegración social del terrorista y contribuirá a reconfortar el ánimo y la tranquilidad interior de la víctima.

(…)

            El final de la violencia, jamás, puede ser resultado de una negociación política que favorezca las ideas defendidas por los terroristas con la sangre de los demás. De esta manera, la memoria de las víctimas será la garantía de que el final de la violencia se lleva a cabo desde su más radical deslegitimación, triunfando con nitidez la idea de que, jamás, JAMÁS, hubo justificación alguna para la muerte de sus familiares.
            Voy concluyendo ya. La novedad radical que introduce la víctima en el debate político de hoy es el hecho mismo de su propia existencia, de su visibilidad. Circunstancia que cobra una mayor dimensión, si cabe, entre los cientos y cientos de víctimas anónimas que prefieren pasar inadvertidas por múltiples razones. En consecuencia, la existencia de las víctimas del terrorismo perturba y condiciona el análisis político y nos incomoda a todos porque incorpora una variable y un dato que obliga a replantear y poner en tela de juicio muchas certezas del pasado que la razón instrumental del Estado puede tener la tentación de gestionar con frialdad y destreza técnica.