Malika Abdelaziz

Las mujeres en las sociedades
mahgrebíes contemporáneas
(Disenso, 43, abril de 2004)

Hoy en los países del Mahgreb —con la excepción de Túnez, donde sin embargo se está produciendo una regresión—, tanto la estadística oficial como la moral dominante siguen infravalorando el trabajo, la influencia y el papel social de las mujeres. La eclosión del islamismo político ha contribuido en gran manera a frenar la tendencia al reconocimiento de los derechos de la mujer y su paridad con los del hombre. Malika Abdelaziz es periodista argelina. Vive en España desde 1994. Fue miembro del
Consejo Consultivo que se constituyo bajo el breve mandato del presidente M. Abudiaf y actualmente trabaja en Madrid en la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes de España (ATIME).
En el Mahgreb, la tradición, fuertemente marcada por el patriarcado, ha constituido una visión que da la espalda a la realidad y a las vivencias de las mujeres. Ha prohibido —y al mismo tiempo ha ocultado— las aportaciones femeninas al mantenimiento, desarrollo y evolución de los grupos sociales que lo masculino pretende enmarcar, representar y liderar. El trabajo asalariado, constitutivo del capitalismo inicial y periférico con la expansión colonial del siglo XIX, ha contribuido aún más a ello, marcando profundamente las fronteras entre los espacios rurales y los urbanos, entre las economías modernas y las tradicionales.

INFRAVALORACIÓN DE LA MUJER. Hoy en el Mahgreb, tanto las estadísticas como la moral social dominante, siguen infravalorando el trabajo, incluso el asalariado, de la mujer, tanto en cifras como en importancia. Se concibe como un trabajo complementario al del cabeza de familia, obligado por las circunstancias, necesario pero no legítimo, si nos referimos al ideal de mujer elaborado por la tradición. Efectivamente, el desequilibrio entre hombres y mujeres es elevado respecto a tasas de empleo, profesiones posibles y accesos a puestos de responsabilidad, entre otros, lo que no impide que la actividad económica laboral de las mujeres sea quizá el elemento más significativo de su implicación y aportación social.
Posiblemente en siglos pasados y en el seno de la nobleza urbana y de las castas feudales agrarias mahgrebíes existían mujeres que respondían a la ficción patriarcal y a la construcción jurídica que en la actualidad intenta perpetuarlas como sujetos dependientes1: hijas tuteladas, esposas, madres improductivas, que son ubicadas en espacios endogámicos y bajo control, como el hogar privado, el territorio del clan, de la comunidad, de la soberanía nacional...
Pero en esa lejana realidad histórica, la construcción de género no fue en su conjunto así. Campesinas, artesanas, comerciantes, sirvientas, poetas y artistas, rebeldes y refugiadas, cautivas y enamoradas, han sostenido, mezclado y estructurado en su largo y tumultuoso pasado las sociedades mahgrebíes contemporáneas.
Sin embargo —y con gran fuerza—, se construyó una mitología que nos apartaba del espacio social, de sus necesidades, pulsiones y responsabilidades. Un hombre tenía que hacerse garante de nuestra integración y conformidad social. Hubo excepciones, antiguas figuras de mujeres combatientes, que lideraron sus tribus y naciones contra los invasores árabes de los siglos VI y VII, o contra los franceses del siglo XIX; místicas, que heredaban la baraka del ancestro fundador; figuras míticas que hoy funcionan como referencias en los esfuerzos del feminismo local para legitimarse, para tejer confluencias con el nacionalismo y la tradición, que si bien integran a estas mujeres, las subliman y las desencarnan.
Existieron también mujeres en los movimientos nacionalistas y en las luchas de independencia —en Argelia con siete largos años de guerra—, pero se consideró que su misión histórica terminó con la recuperación de la soberanía nacional. Se constituyeron sistemas antidemocráticos y equilibrios de poder que siempre tenían —y siguen teniendo— argumentos para explicar a las mujeres que algo debía cambiar en lo que les concernía, pero que las prioridades eran para otros asuntos o que los contextos no eran aún favorables a sus reivindicaciones. Esto se ha traducido en estatutos híbridos: Constituciones, reconocimiento de derechos laborales, derechos políticos que proclaman la igualdad entre hombres y mujeres en dicho ámbito, y códigos familiares y civiles que jerarquizan la relación hombre/mujer.

LA EXCEPCIÓN DE TÚNEZ. En toda la región, el único país que rompió con el status quo de género fue Túnez, al comienzo de la descolonización, en 1956. Como ejemplo único en todo el mundo árabe y musulmán —a excepción de Turquía después de Mustaphá Kemal2— la legislación tunecina rehabilita a la mujer en el marco familiar, liberándola de las tutelas y privilegios masculinos arbitrarios. El contexto en que se produce esto —la euforia de la independencia— favorece las cosas. El líder político de la época lo quería y tenía suficiente carisma para imponerlo. Túnez —aunque también Egipto— disponía de un fuerte patrimonio intelectual musulmán reformista. Además, a diferencia del mundo árabe y musulmán, existía en Túnez una burguesía con una larga historia y no amalgamada a los grupos feudales teocrático-militares, que suelen constituir el poder en la región. Algo ha pasado, sin embargo, para que parezcan creíbles las opiniones que afirman que actualmente no podría reproducirse tan sencillamente ese cambio emancipador3.

PRESENCIA SOCIAL DE LA MUJER. La paradoja es que jamás las mujeres han impuesto su presencia como lo hacen hoy en el Mahgreb: irrumpen en el escenario político, en las calles, en las agendas de los partidos y gobiernos, constituyen la mayoría del reciente movimiento asociativo, de la sociedad civil que busca afirmarse, desde finales de los ’80.
La historia corrige esta impresión de brusca incursión de las mujeres en el ámbito político, mostrando que han estado presentes en todas las resistencias populares a la ocupación colonial (más de 130 años de colonialismo francés en Argelia, protectorado francés y español en Marruecos, y protectorado francés en Túnez) y que han asumido un papel esencial en los procesos de descolonización del Mahgreb. Aparecían invisibles, ocultas tras el velo tradicional —estéticamente diferente del hijab de ahora, este velo ha sido politizado por el actual islamismo político— y dirigidas por los hombres que tenían el mando. Pero, y particularmente cuando se trata del mundo árabe, hay que recordar que la invisibilidad de las mujeres no es ausencia y, aún menos, inutilidad. Producen, crean, desarrollan sus medios de expresión, de presión y de poder; eso sí, en una sociedad que las desvaloriza y las teme, al mismo tiempo que se obsesiona por su control y por el intento de perpetuar el desarrollo separado de los dos sexos.
Desde las independencias, las mujeres también han marcado su presencia en las luchas sociales, democráticas y de reivindicación femenina, tratándose, sin embargo de una minoría, de una élite, que poco o nada tiene que ver con la novedosa movilización política de las mujeres de finales de los ’80 hasta ahora.
Pero las mujeres, aun con el movimiento de los años ’80 y, para esquematizar, incluso con sus intervenciones en los cincuenta años de luchas por la independencia del Mahgreb (el último país independiente fue Argelia en 1962), no han podido imponerse significativamente en terrenos políticos, ocupados por los diferentes poderes hegemónicos que han gobernando y siguen gobernando la región. Tampoco han logrado verdaderas rupturas con demonios del pasado, como la falta de autonomía de sus movimientos, la atomización de sus fuerzas, la confrontación entre sus respectivas y frágiles estructuras organizativas...

EL FRENO DEL ISLAMISMO POLÍTICO. Sus intentos de construcción de movimientos femeninos/feministas autónomos, que datan de finales de los ’80, han sido aplastados por acontecimientos políticos adversos, en particular la agudización de la polarización social relacionada con el auge del islamismo político. Entre 1991 y 2002 Argelia, particularmente, entró en un ciclo de violencia, comparable a una guerra civil, que se ha transformado en terrorismo enquistado y en justificación de los límites impuestos por el poder al funcionamiento democrático del país.
En Marruecos, desde el año 2000 y hasta la fecha de redacción de este informe4, está sin concretar el Plan de Acción para la Integración de la Mujer al Desarrollo, que fue consensuado entre asociaciones de mujeres y el Gobierno del ex primer ministro Youssefi. Este Plan prevé un conjunto de medidas: en primer lugar, educativas, con la alfabetización de 250 mil mujeres por año, programas de reinserción a favor de las niñas sin escolarizar, de las trabajadoras del servicio doméstico y de las aprendices de manufacturas, así como la difusión de la “educación en la igualdad”; en segundo lugar, sanitarias, con mejoras en el cuidado de la salud reproductiva y la prevención de enfermedades de transmisión sexual, así como mejoras en el sistema de distribución de preservativos y liberalización de algunas restricciones relativas al aborto, y en tercer lugar, sociales, como la lucha contra la pobreza y el establecimiento de un ingreso mínimo de inserción para mujeres cabezas de familia, así como la dotación a las artesanas de un estatuto que les permita acceder a microcréditos y al mercado, empoderamiento a las mujeres para luchar contra la explotación y la precariedad laboral en las fábricas y medidas para garantizar un estatuto profesional a las empleadas en el servicio doméstico y en el trabajo a domicilio.
Para facilitar estas medidas, el Plan para la Integración de la Mujer contemplaba la introducción de varios cambios en el derecho de familia, el Mudawana, que implicaban, entre otros, los siguientes aspectos: fijar la edad de matrimonio para la mujer en 18 años, en lugar de los 15 actuales; hacer facultativa la tutela matrimonial; eliminar el repudio arbitrario; poner fin a la poligamia; reconocer a los esposos el derecho a solicitar, por separado o conjuntamente, el divorcio judicial; derecho de la mujer a la mitad de los bienes adquiridos durante el matrimonio, y garantizar a la mujer la tutela de sus hijos e hijas, incluso en caso de segundo matrimonio.
En marzo de 2000 hubo grandes manifestaciones en Marruecos, protagonizadas por numerosas mujeres. Una de ellas tuvo lugar en Rabat, en apoyo al Plan de Acción; otra, en Casablanca, organizada por movimientos islamistas, en contra de dicho Plan.
En Argel, a finales de 1989 había habido una importante contramanifestación de mujeres islamistas en respuesta a otra anterior convocatoria de mujeres, que reclamaban la igualdad de derechos, así como la reacción del Estado frente a las primeras agresiones contra mujeres realizadas por exaltados integristas. Lo que más me impresionó, además del gran número de mujeres asistentes —vigiladas de cerca por hombres ostensiblemente barbados— era el slogan que coreaban: “¡Dejadnos de vuestros derechos y aprended de nuestros deberes!”.
Todo, sencillamente, no se puede explicar, y no dispongo aquí del espacio adecuado para matizar lo que creo saber y lo que sigo sin entender de las pasiones y temores que se desencadenan en el Mahgreb, cada vez que se toca la situación y el porvenir de las mujeres. Siempre aparecen en el debate argumentos semi-racionales, que encuentran antagonismos irreductibles entre el pleno reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres y la identidad secular de los pueblos del Mahgreb.
Es, sin embargo, indudable, que en esto se puede observar el peso específico de las raíces agrarias de la cultura tradicional. En su totalidad, el Mahgreb se ha ido paulatinamente urbanizando, pero se trata de un hecho reciente en el tiempo y caótico en la forma. De los 77 millones de habitantes de la región, el 64% vive en ciudades, cuando hace 20 años la proporción era del 42%. Se trata de un cambio sociológico significativo, que sigue aumentando con éxodos rurales continuos5, de forma muy rápida y con enormes repercusiones sobre las vivencias femeninas, tanto en lo referente a cuestiones materiales, si reparamos en las pésimas condiciones de esta urbanización —hábitat deteriorado, déficit de viviendas disponibles, chabolismo, falta de agua, atrofia de los servicios públicos básicos...— como en lo ideológico, si tomamos conciencia del traslado de valores e imaginarios que supone este salto de un espacio a otro.

EL PAPEL DEL ISLAM. También es cierto que en esta crispación algo misógina interviene la “religión”, palabra que pongo entre comillas por no utilizar la palabra “Islam” y verme, por lo tanto, obligada a hacer la génesis de los 15 siglos marcados por la Revelación coránica, sus interpretaciones, apropiaciones, contestaciones, traducciones normativas y contrapuestas... A este nivel, la cuestión no está en una interpretación y una vivencia cuajadas o, por el contrario abiertas del Islam.
Comparto la siguiente propuesta de Abdelwahab Meddeb: “En lugar de distinguir el buen Islam del malo, más vale que el Islam recobre el debate y la discusión; que vuelva a descubrir la pluralidad de sus opiniones; que acondicione un sitio al desacuerdo y a la diferencia; que acepte que el vecino tenga la libertad de pensar de otro modo; que el debate intelectual reencuentre sus derechos y que se adapte a las condiciones que ofrece la polifonía; que las brechas se multipliquen; que cese la unanimidad...”6.
Sin embargo, en la actualidad son las referencias al Islam las que justifican las restricciones para las mujeres en las legislaciones de los países del Mahgreb. Y frente a ello, las propias mujeres no hablan con una sola voz. Grosso modo, se pueden encontrar cuatro tipos de actitudes: la aceptación del Mudawana marroquí o del Código de Familia argelino, considerados como la traducción de la Sharía —ley islámica—; la convicción de que desde una reinterpretación original y progresista del Islam se puede codificar la igualdad de la mujer; la opción por la secularización del Estado, del Derecho y del ámbito público —cívico— de la vida, y la elaboración de un estatuto digno de la mujer en el marco de referentes musulmanes que aseguren su especificidad.
En estas orientaciones sobre las reacciones relativas a la situación de las mujeres, incluyendo la fuerza del argumento religioso, también se encuentran huellas de las épocas traumáticas de la historia del Mahgreb, cuando bajo la dominación colonial, los nativos no tenían otros espacios de poder que sus casas, otras esperanzas que las de transmitir a las generaciones ulteriores lo que pensaban que era su esencia, su personalidad y perennidad, mediante el control y la conservación de la autenticidad de sus mujeres.
Buscando a qué aferrarse para entender las contradicciones, el potencial de manipulación y la acumulación de frustraciones que emergen cuando se trata de las mujeres, una se queda corta, lo que es mi caso. Fernand Braudel, el famoso historiador del espacio Mediterráneo, escribió acerca de la existencia de una “mentalidad colectiva predominante” que “determina actitudes, fundamenta prejuicios, influye sobre los movimientos sociales de una forma o de otra”, que no es “un producto de circunstancias históricas o accidentales, sino que evoluciona a partir de antiguas herencias, creencias, temores y viejas inquietudes, frecuentemente inconscientes”. Se trata —piensa Braudel— de “una contaminación cuyos gérmenes —perdidos en el pasado— se transmiten de una generación a otra. Las reacciones sociales actuales podrían obedecer menos a la racionalidad y al egoísmo, que a este imperativo difícil de expresar, generado por el inconsciente colectivo”7.

SUBDESARROLLO HUMANO. Como bien se sabe, en la identidad de género concurren factores económicos, sociales, políticos, incluso espaciales y generacionales, que también en este Mahgreb de muy fuerte cultura patriarcal y poder político autoritario, diferencian las vivencias y oportunidades entre las mujeres de cada país y en cada uno de los países que lo componen: Marruecos, Argelia, Libia, Mauritania y el aún disputado Sahara Occidental. Pero muy a menudo, y desde un acercamiento a las mujeres árabes, que privilegia el zócalo religioso común, se afirma la existencia de una uniformidad de situación y estatuto que no se corresponde ni con las realidades ni con las dinámicas en construcción en el mundo musulmán, singularmente en esta región árabe-beréber que es el Mahgreb. Aquí, quizá con más claridad que en todo el mundo árabe y musulmán, se ven las presiones, contradicciones y cambios que las evoluciones socioeconómicas y las propias luchas femeninas, imponen en el marco ideológico y jurídico favorable a su subordinación.
Sin pretender aburrir con cifras y estadísticas, considero imprescindibles algunos datos para situar, tanto las diferencias entre países del Mahgreb, como los grandes rasgos de la condición femenina mahgrebí. Para ello me referiré al informe de 2002 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Es conocido el intento por medir mundialmente, a partir de una larga gama de índices8, las respectivas situaciones en las que viven las poblaciones del planeta, así como las desigualdades que las caracteriza. A partir de ello, el PNUD elabora una clasificación de los países miembros de las Naciones Unidas en tres grupos: países con alto, medio y bajo índice de desarrollo humano, e igualmente, un ranking de países, que da a cada Estado un lugar dentro de esta escala.
Particularmente, Marruecos y Argelia, países de donde proviene una gran mayoría de las inmigrantes mahgrebíes en España, pertenecen al grupo de países de desarrollo humano medio y ocupan, respectivamente, los puestos 123 y 106 en el ranking de países. El país de acogida, España, pertenece al primer grupo de países, ocupando el rango 21 y marcando así con sus vecinos mahgrebíes una distancia de PIB per capita ciertamente elevada: 15.926 dólares USA más, respecto a Marruecos, y 14.164 dólares USA más, respecto a Argelia; por otra parte, cuenta con unos 10 años más de esperanza de vida. Estos son algunos ejemplos que nos permiten visualizar las realidades recogidas en esta lectura mundial.
Sin embargo, y a pesar de este esfuerzo de conceptualización de herramientas que capten las diversas realidades sociales, los que propone el PNUD son básicamente datos que extrapolan las diferencias en término de clases/grupos sociales, mostrando, por tanto, una realidad parcial.
Partiendo de un nuevo indicador, el Coeficiente Gini9, se miden las desigualdades internas en los países, las diferencias entre grupos de población ricos y pobres, indicador que a su vez permite comparar la situación entre países. En el Mahgreb, este Coeficiente es de tipo mediano —de 39,5 en Marruecos y de 35,3 en Argelia—. Pero tanto en Marruecos y más recientemente en Argelia, la polarización social es mucho más aguda de lo que representan estas mediciones, lo que origina y alimenta unas frustraciones y resentimientos que, de momento, en estos dos países, parecen beneficiar a los movimientos políticos más opuestos al cambio de posición de la mujer en la actual jerarquía de poderes.
Los datos del Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2002, ponen de manifiesto que la condición femenina en el Mahgreb está, en primer lugar, marcada por los parámetros económicos, sociales y educativos del subdesarrollo. En lugar de homogeneizar la situación de género, propicia diferencias muy acentuadas entre las mujeres, diferencias producidas por el maldesarrollo10 espacial —ciudades/zonas rurales— y social, el estancamiento del crecimiento, con niveles insostenibles de subempleo, y la atrofia del Estado de bienestar: vivienda, salud, educación, servicios públicos, ayudas económicas, etcétera.

DATOS DEMOGRÁFICOS. En cuanto a los datos demográficos, Marruecos y Argelia cuentan con unos 30 millones de habitantes y tienen una tasa anual de crecimiento demográfico de 2,2% y 2,5%, respectivamente. Son datos que nos permiten entrar en uno de los grandes asuntos relacionados directamente con la condición femenina, no solamente para subrayar las rupturas que han intervenido en materia de fecundidad en todo el Mahgreb, sino para dar cuenta de las repercusiones globales de las cuestiones demográficas sobre las situaciones y construcciones de género.
Hasta mediados los ’90 la tasa de fecundidad por mujer era, tanto en Marruecos como en Argelia, muy elevada —6,9 y 7,4, respectivamente— y significativa de la centralidad de la maternidad en el papel social de las mujeres. Sin embargo, se observa en ambos países un uso muy reducido de anticonceptivos por parte de las mujeres casadas, cuyas edades oscilan entre los 15 y los 49 años: Argelia, 52%; Marruecos, 50%. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que estas tendencias demográficas tienen que ver con las crisis sociales de estos países y no únicamente con un cambio de mentalidad y del papel global de las mujeres.
Volviendo al informe del PNUD, se puede comprobar que, en términos de género, el panorama actual es fuertemente desigual en asuntos tan básicos como la alfabetización (mujeres: 57,1%; hombres: 76,2%), la educación (mujeres: 69%, hombres: 75%) el acceso al empleo y los ingresos por trabajo remunerado (mujeres: 2,389 US $; hombres: 8.150 US $)11.

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(1) Me refiero al derecho de familia, sea el Mudawana marroquí o el Código de Familia argelino.
(2) El Código Civil de la Reública Turca, de 1926, estableció la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer en lo referente al divorcio y la herencia. Sin embargo, hasta la reforma de 1990 el hombre prevalecía como jefe de familia y la mujer precisaba su consentimiento para poder acceder a un trabajo asalariado.
(3) De hecho, en 1985, Túnez ratificó con reservas la Convención Internacional contra las discriminaciones, informando a las Naciones Unidas que no tomará ninguna que medida que fuera “en contra del Islam”.
(4) El 10 de octubre de 2003, el Rey de Marruecos anunció 11 importantes medidas que equiparan casi en su totalidad, los derechos entre hombre y mujer en el seno de la familia. Los sangrientos atentados de Casablanca  han tenido por  inmediata consecuencia una gestión más represiva del islamismo político y la reafirmación, por parte del monarca marroquí, de su liderazgo religioso del país.
(5) Éxodos por razones económicas, pero también, en el caso de Argelia, fruto de la violencia política. Se evalúa en un millón quinientas mil las personas que se han movido, entre 1992 y 2002, hacia la relativa seguridad de las grandes ciudades.
(6) Meddeb, Abdelwahab: La Maladie de l’Islam. Chihab Editions, Argel, 2002, pág. 13.
(7) Braudel, Fernand : Las civilizaciones actuales. Estudio de historia económica y social. Tecnos, Madrid, 1975.
(8) Índices: Esperanza de vida al nacer, Tasa de alfabetización de adultos, Tasa bruta de matriculación primaria, secundaria y terciaria combinadas, y PIB per capita.
(9) El Coeficiente Gini mide la desigualdad a lo largo de toda la distribución del ingreso o consumo. Un valor 0 representa igualdad perfecta (más bajo, Eslovaquia con 19,5) y un valor 100, desigualdad perfecta (más elevado, Sierra Leona con 62,9). España: 32,5.
(10) En alusión a las Actas del Seminario del CIP Desarrollo, maldesarrollo y cooperación al desarrollo. Edición Centro Pignatelli, Zaragoza, 1997.
(11) Estimación aproximada sobre la base de datos relativos a la relación entre el salario no agrícola de la mujer y del hombre, los porcentajes masculino y femenino en la población económicamente activa, el total de poblaciones masculina y femenina y el PIB per capita por género.