Manuel Llusia
Para animar a la lectura de Luis Cernuda
(Página Abierta, 229, noviembre/diciembre de 2013).

  El pasado 5 de noviembre se cumplieron 50 años de la muerte de uno de los poetas del siglo XX de mayor influencia en la literatura en castellano, Luis Cernuda: un exiliado por la instauración del franquismo y un poeta del exilio. A continuación reproducimos un texto-homenaje de M. Llusia publicado en el número 132-133 de nuestra revista (diciembre 2002-enero 2003), al cumplirse el centenario del nacimiento del poeta, y del que se han excluido los poemas que se intercalaban dentro de él (*).

Luis Cernuda Bidón nació en Sevilla en 1902. Su madre era sevillana, y su padre, nacido en Puerto Rico y de ascendencia gallega y mallorquina, coronel del Regimiento de Ingenieros. Luis fue el tercero de los hijos, antes nacieron Amparo y Ana. «Mi contacto primero con la poesía, a través de los versos de un poeta que años más tarde sería uno de mis preferidos entre los de la lengua española, fue con ocasión del traslado de los restos de Bécquer desde Madrid a Sevilla». Era el año 1911.

Entre los 12 y los 16 años vivió con su familia en el Cuartel de Ingenieros, en las afueras de Sevilla. Y estudió el bachillerato en el colegio de los escolapios. «Hacia los catorce, y conviene señalar la coincidencia con el despertar sexual de la pubertad, hice la tentativa primera de escribir versos. Nada sabía acerca de lo que era un verso, ni de lo que eran formas poéticas, sólo tenía oído, mejor dicho, instinto del ritmo, que en todo caso es cualidad primaria del poeta» (1).

Entre 1919 –un año después moriría su padre– y 1925 estudia en la Universidad de Sevilla, licenciándose en Derecho, carrera que nunca llegó a ejercer. Allí conoce a Pedro Salinas, quien en diversos aspectos tendrá una importante influencia en la vida de Cernuda, tal y como éste reconoció. Él le animará a la lectura de los poetas clásicos españoles (Garcilaso, Fray Luis de León, Góngora, Lope, Quevedo, Calderón...). De Salinas dice: «Me indicó la necesidad de que leyera también a los poetas franceses [...] Baudelaire fue el primer poeta francés a quien entonces comencé a leer en su propia lengua y hacia el cual he conservado devoción y admiración vivas. Luego [...] emprendí la lectura de Mallarmé y Rimbaud; el verso del primero me apareció ya entonces, y nunca dejó de aparecerme así a través de los años, con una hermosura sin igual. En cuanto a Rimbaud, no creo que yo, en aquella primera lectura, me diera cuenta del alcance de su pensamiento, aunque aquel contacto preliminar con su obra dejara una huella que las lecturas posteriores fueron profundizando».

Salinas también le animó en la lectura de André Gide. «Me figuro que Salinas no podía suponer que con esa lectura me abría el camino para resolver, o para reconciliarme, con un problema vital mío decisivo. De mi deuda para con Gide algo puede entreverse en el estudio que sobre su obra escribí entre 1945 y 1946. [...] No creo que los pocos versos que escribí en 1951 (In Memoriam A. G.), al morir André Gide, puedan dar al lector cuenta bastante de cuánto significó su obra en mi vida».

Primeras publicaciones

En 1926 Salinas le presenta a Juan Ramón Jiménez. Publica sus primeros versos en Revista de Occidente y realiza algunas colaboraciones en La Verdad. Por primera vez viaja a Madrid, puede moverse en sus círculos literarios y artísticos y visitar el museo de El Prado.

Al año siguiente, gracias a la labor editorial de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre desde Málaga, sale a la luz su primer libro de poemas: Perfil del aire. Amarga queja de Cernuda por las críticas adversas recibidas y el “silencio” de Salinas. Sólo Bergamín y la gaceta barcelonesa L’Amic de les Arts defendieron su obra, según escribiría muchos años más tarde Luis Cernuda.

Apoya de forma indirecta el homenaje a Góngora –«Góngora hace de la lengua escrita algo tan espléndido y deslumbrante como una joya» (2)– que algunos poetas jóvenes llevan a cabo en el Ateneo de Sevilla en 1927.

Va componiendo y publicando entre 1927 y 1928 nuevos poemas de lo que se ha considerado una etapa clasicista y que después, en 1936, serían publicados conjuntamente: Égloga, Elegía, Oda. Hablando sobre el primero de ellos, Cernuda evocaría a Garcilaso: «Mi amor y mi admiración hacia Garcilaso (el poeta español que más querido me es), me llevaron, con alguna adición de Mallarmé, a escribir la Égloga...».

En 1928 muere su madre y decide trasladarse a Madrid. Después recordará: «La sensación de libertad me embriagaba. Estaba harto de mi ciudad nativa, y aún hoy, pasados treinta años, no siento deseo de volver a ella. Las ciudades, como los países y las personas, si tienen algo que decirnos requieren un espacio de tiempo nada más; pasado éste, nos cansan. Sólo si el diálogo quedó interrumpido podemos desear volver a ellas [...] Desde niño me atrajeron los viajes, y el espacio comenzó pronto a obsesionarme; el tiempo, mi otra obsesión, sería, naturalmente, más tardía».

Nada más establecerse en esa ciudad comienza su amistad con Vicente Aleixandre. Se siente atraído, por un lado, por el dandismo, y por otro, por el surrealismo: por el malestar, la rebeldía, el radicalismo antiburgués y la osadía que éste reflejaba y proyectaba.

Enseguida parte hacia Toulouse para trabajar como lector de español en la École Normale. Eso le permitirá hacer sus primeras visitas a París. El Louvre, el cine, el jazz, las librerías, la lectura de los surrealistas, traducir a Paul Eluard..., la fascinación, en suma, por París.

“Ganarse la vida”

Vuelve a Madrid meses más tarde, en verano de 1929. Y a comienzos de 1930 empieza a trabajar en una librería todo el día: son momentos de escasa producción literaria. Su nulo aprecio por el ejercicio de su carrera de Derecho y su convicción de que sólo servía para la poesía, suponían un gran problema para poderse ganar la vida. «Tenía además horror a lo que el mismo Rimbaud ha llamado “la mano”, el acomodamiento espiritual a un oficio o profesión, y comprendía, no sin terror, ya que la sociedad exige tal acomodamiento de los que deben ganarse la vida, que nunca tendría esa “mano”».

También, en un texto bastante anterior al citado más arriba, de 1941, Cernuda hace referencia irónicamente a este problema: «¿Cómo ha de ganarse entonces su vida el poeta? Como quiera y como pueda, menos con sus versos; al igual que cualquier otro hombre, ¿no tiene ante sí todas las ocupaciones más o menos parcamente remuneradas de la sociedad moderna? Ésta es tan generosa que hoy día ya no se puede decir que el poeta se muera de hambre, y si lo hace, culpa suya es, y por tonto bien ganado se lo tiene. Si el poeta quiere hoy morirse a toda costa, la única muerte natural que le queda como privativa es la de morirse de asco» (3).

Entre 1928 y 1929 escribe los poemas recogidos en Un río, un amor; y en 1931, Los placeres prohibidos. Se siente identificado con los surrealistas al mirar lo que sucedía en España. «España me aparecía como país decrépito y en descomposición; todo en él me mortificaba y me irritaba [...] Hoy reconozco que entonces, al menos, nadie me hubiera impedido decir tal opinión y comprendo que me formé y eduqué en mi tierra cuando aún se respetaban en ella ciertas libertades humanas sin las cuales el hombre deja de serlo: el proceso de descomposición nacional estaba menos avanzado de lo que lo está hoy [está hablando de la España de los años cincuenta]».

Y prosigue: «Como consecuencia de tal descontento ciertas voces de rebeldía, a veces matizadas de violencia, comenzaban a surgir, aquí y allá, entre los versos que iba escribiendo. La caída de la dictadura de Primo de Rivera y el resentimiento nacional contra el rey, que había permitido su existencia, si no la había traído él mismo, suscitaban un estado de inquietud y de trastorno. Mi antipatía al conformismo me hacía difícil a veces el trato con aquellos pocos escritores a quienes conocía, repugnándome el fondo burgués que adivinaba en ellos» (4).

A finales de 1931 cambia el trabajo en la librería por un puesto, bastante más satisfactorio –y de nuevo, gracias a Salinas–, en un patronato de la República recién creado: las Misiones Pedagógicas. Y allí se quedará hasta el comienzo de la Guerra Civil. Primero realizará una labor de despacho: participar en la recogida de fondos para la creación de bibliotecas en los pueblos más abandonados de España. Y enseguida querrá participar en la otra “misión pedagógica”: el Museo del Pueblo o el Museo Circulante, copias de cuadros y reproducciones de grabados que se exponen por los pueblos durante unos días, tras los cuales quienes viajan con estas colecciones dan charlas y regalan reproducciones de estas obras. Al frente de este museo ambulante se encuentran Ramón Gaya (buen amigo de Cernuda), Rafael Dieste y Antonio Sánchez Barbudo. Esta experiencia significa para Cernuda su acercamiento a una realidad que le interesa y le duele, y la satisfacción de ese impulso hacia los viajes que le acompañó toda su vida (5).

En 1932 vive una intensa relación amorosa con Serafín F. Ferro, que da ocasión a muchos de los poemas contenidos en Donde habite el olvido (1932-1933). En este periodo abandona el surrealismo y vuelve a interesarse por Bécquer. Establece fuertes lazos con Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. También con Lorca y Alberti. Colabora con Alberti en la revista Octubre, y mantiene relaciones con el campo comunista.

En los años posteriores aprende inglés y alemán. Y se interesa especialmente por el poeta Hölderlin, al que traduce al castellano, mientras va componiendo la colección de poemas que titularía Invocaciones. «Al ir descubriendo, palabra por palabra, el texto de Hölderlin, la hondura y la hermosura poética del mismo parecían levantarme hacia lo más alto que pueda ofrecernos la poesía. Así aprendía, no sólo una visión nueva del mundo, sino, consonante con ella, una técnica nueva de la expresión poética».

Estos poemas aparecieron en la revista que dirigía Bergamín, Cruz y Raya, publicación con la que colaboró Cernuda. Bergamín se encargó también de llevar a cabo una primera recopilación de los poemas escritos hasta entonces por Cernuda. El libro se tituló La realidad y el deseo (1 de abril de 1936).

De la Guerra Civil al exilio

Nada más comenzar la Guerra Civil, marcha a París como secretario del embajador español, Álvaro de Albornoz. Dos meses después, en septiembre de 1936, vuelve a Madrid. «La estancia en París fue breve; al regresar el embajador a Madrid, regresé con él y su familia. La nostalgia natural de dejar París se unía a lo incierto y difícil de la situación española. Al principio de la guerra, mi convicción antigua de que las injusticias sociales que había conocido en España pedían reparación, y de que ésta estaba próxima, me hizo ver en el conflicto no tanto sus horrores, que aún no conocía, como las esperanzas que parecía traer para el futuro. Desnudas frente a frente vi, de una parte, la sempiterna, la inmortal reacción española, viviendo siempre, entre ignorancia, superstición e intolerancia, en una Edad Media suya propia; y, de otra (yo en pleno wishful thin-king), las fuerzas de una España joven cuya oportunidad parecía llegada. Luego me sorprendería, no sólo la suerte de salir indemne de aquella matanza, sino la ignorancia completa de ella en que estuve, aunque ocurriera en torno mío.

»Ninguna otra vez en mi vida he sentido como entonces el deseo de ser útil, de servir [...]. Afortunadamente mi deseo de servir no sirvió para nada y para nada me utilizaron. La marcha de los sucesos me hizo ver poco a poco que no había allí posibilidad de vida para aquella España con que me había engañado. Al margen de todo, no pensé en salir de allá...».

En Madrid, hasta abril del 37, colabora con Arturo Serrano Plaja en la radio y se va como voluntario de las milicias populares a la sierra de Guadarrama. En su breve estancia en Valencia conoce al grupo que edita Hora de España (entre otros, Juan Gil-Albert) y colabora en la revista. Vuelve a Madrid. «En las noches de invierno de 1936 y 1937, oyendo el cañoneo en la ciudad universitaria, en Madrid, leía a Leopardi». Ya en estos primeros momentos de la guerra comienza a escribir algunos de los poemas que conformarían Las nubes (1937-1940). En Madrid forma parte del grupo colaborador de El Mono Azul, que dirigen Alberti y María Teresa León.

En febrero de 1938 viaja a Londres a dar unas conferencias, gestionadas, según Cernuda sin él saberlo, por su amigo inglés el poeta Stanley Richardson. Y ya no volvería. «A ese amigo, Stanley Richardson, [...] debo el haberme salvado de los riesgos eventuales, después de terminada la guerra civil, si su final me alcanza en España. Al comienzo de aquélla estuve en ignorancia de la persecución y la matanza de tantos compatriotas míos (los españoles no han podido deshacerse de una obsesión secular: que dentro del territorio nacional hay enemigos a los que deben exterminar o echar del mismo), mas luego adquirí una consciencia tal de estos sucesos, que enturbiaba mi vida diaria; hasta tal punto de que, fuera de mi tierra, tuve durante años cierta pesadilla recurrente: me veía allá, buscado y perseguido. Sufrir de tal sueño es cosa que, simbólicamente, me enseñó bastante respecto a mi relación subconsciente con España».

Su etapa británica

Tras una breve estancia en París, y viendo imposible su regreso a España, vuelve a Londres y comienza así su larga etapa británica, con esporádicos viajes a París, hasta su marcha a EE UU. Desde su llegada se relaciona con Rafael Martínez Nadal y Jacinta Castillejo, que supondrán un soporte de amistad fundamental para los difíciles años que Cernuda pasó en las Islas, pero que tanta huella literaria dejaron en él. «Si no hubiese regresado, aprendiendo la lengua inglesa y, en lo posible, a conocer el país, me faltaría la experiencia más considerable de mis años maduros. La estancia en Inglaterra corrigió y completó algo de lo que en mí y en mis versos requería dicha corrección y compleción. Aprendí mucho de la poesía inglesa, sin cuya lectura y estudio mis versos serían hoy otra cosa, no sé si mejor o peor, pero sin duda otra cosa. Creo que fue Pascal quien escribió: “No me buscarías si no me hubieras encontrado”, y si yo busqué esa enseñanza y experiencia de la poesía inglesa fue porque ya la había encontrado, porque para ella estaba predispuesto».

Serán Blake, Keats, Browning y, por encima de todos, Shakespeare, como poetas, y Coleridge, como ensayista y crítico de la poesía, entre otros, en quienes más atención pondrá.
Su vida transcurrió entre Surrey, como ayudante de español, la Universidad de Glasgow –ni esa ciudad ni Escocia fueron de su agrado–, la Universidad de Cambridge, donde vivió sus mejores años en tierras “nórdicas” entre 1943 y 1945, y en el Instituto Español de Londres, hasta su marcha a EE UU en 1947. «Llevaba ya no pocos años de vivir en Inglaterra, pero mi actitud acerca del país y del carácter nacional seguía siendo ambivalente, lo cual se echa de ver en todos aquellos poemas míos de fondo o tema inglés. No olvido, ni es fácil que olvide, cuanto de admirable había conocido allí [...].

»No es Inglaterra, ni son los ingleses gente que atraiga fácilmente el afecto, al menos el mío; pero no conozco tierra ni gente hacia las que sienta igual admiración y respeto».
En los años que pasó en Gran Bretaña su producción poética, sus ensayos y otras obras en prosa fueron abundantes. Allá terminó Las nubes, escribió Ocnos, los poemas contenidos en Como quien espera el alba (1940-1944) y parte de los que después terminaría en América, Vivir sin estar viviendo (1944-1949).

Su interés por la música continúa y puede disfrutar de ella en Gran Bretaña; de conciertos como los dedicados a su admirado Mozart, sobre el que escribirá un poema extraordinario, recogido en Desolación de la quimera, poemas escritos entre 1956 y 1962. «La música ha sido para mí... la que prefiero después de la poesía [...]. Mozart es el artista a quien debo haber gozado del más puro deleite; y al escribir esto recuerdo cómo algunos discuten acerca de que el arte debe “comprometerse”, ser útil. No conozco obra de arte comprometido que me haya servido tanto, ni mejor, en su pureza irreductible, como la de Mozart». 

Cernuda entre EE UU y México

En septiembre de 1947 se embarca con destino a Nueva York. Entre ese año y 1952, gracias a Concha de Albornoz, trabaja como profesor de literatura española en Mount Holyoke (Masachusets). Sentirá por primera vez un gran desahogo económico. Pronto, sin embargo, por sus visitas veraniegas a México, empezó a sentirse incómodo en Mount Holyoke. De sus impresiones sobre sus viajes a México y las contradicciones de su vida en EE UU da cuenta su libro en prosa Variaciones sobre tema mexicano (publicado en 1952). En una de esas visitas volvió a sentir el amor. «Durante las vacaciones de 1951, conocí a X, con ocasión de los “Poemas para un cuerpo”, que entonces comencé a escribir. Dados los años que tenía yo, no dejo de comprender que mi situación de viejo enamorado conllevaba algún ridículo. Pero también sabía, si necesitaba excusas para conmigo, cómo hay momentos en la vida que requieren de nosotros la entrega al destino, total y sin reservas, el salto al vacío, confiando en lo imposible para no rompernos la cabeza».

En esos años mantiene alguna colaboración literaria con revistas españolas como Ínsula. En 1950 comienza a escribir Con las horas contadas (1950-1956).
En diciembre del 51 pasa por Cuba de regreso a EE UU, y allí, además de ver a María Zambrano, conoce al grupo “Orígenes”, entre cuyos miembros se encuentra, por ejemplo, Lezama Lima.

Entre su estancia en Mount Holyoke College y la fijación de su residencia en México se interesa por la filosofía presocrática y, en general, por la civilización griega. «Aquel mundo remoto de Grecia, tan cercano a nosotros al mismo tiempo, me atrajo en no pocas ocasiones de mi vida, sintiendo la nostalgia que otros poetas, mejor enterados de él que yo, expresaron en sus obras. No puedo menos de deplorar que Grecia nunca tocara al corazón ni a la gente española, los más remotos e ignorantes, en Europa, de “la gloria que fue Grecia”. Bien se echa de ver en nuestra vida, nuestra historia, nuestra literatura».

En noviembre de 1952 se instala en México, y casi siempre en casa de Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, en Coyoacán. Por temporadas vivirá también en Acapulco.

En esta época, además de publicar las dos colecciones de poemas ya citadas, Con las horas contadas y Desolación de la quimera, realizó una labor intensa de ensayo literario que da lugar, junto a una recopilación de textos anteriores, a la edición de Estudios sobre poesía española contemporánea (1957) y Pensamiento poético en la lírica inglesa (1958), el primer tomo de Poesía y literatura (1960).

Mientras tanto recibe alguna ayuda, da clases esporádicamente, imparte cursos...; y durante el verano de 1960 vuelve a EE UU para dar un cursillo de seis semanas en Los Ángeles (Universidad de California). Lo que volverá a repetir al año siguiente, solo que esta vez durante un año y en el State College de San Francisco. Y al siguiente curso, 1962-1963, volverá de nuevo a Los Ángeles, tras pasar el verano en México.

Antes, ha muerto, en 1959, Altolaguirre. Y Cernuda se implica en la edición de sus poesías. Al año siguiente mueren sus dos hermanas. Poco tiempo antes recordaría a una de ellas en una anécdota que le servía para cerrar, con una, algo amarga, reflexión sobre sí mismo, Historial de un libro (1958): «Alguna vez me contaron en la casa familiar, en Sevilla, cómo durante la fiesta que siguió a mi bautizo, al arrojar mi padre desde un balcón al patio lo que allí llamaban “pelón”, mis primos y primas, que eran numerosos, se arrojaron sobre el montón de monedas, mientras mi hermana Ana, segunda hermana mía, se quedaba en un rincón, mirando el espectáculo y sin participar en él. Al preguntarle alguno por qué no entraba, ella también, en la refriega, respondió: “Estoy esperando a que acaben”. En su respuesta veo no tanto la tontería inocente, como la muestra de cierta cualidad insobornable, rasgo característico del temperamento familiar, que también existe en mí.

»Así, frente a la turbamulta que se precipita a recoger los dones del mundo, ventajas, fortuna, posición, me quedé siempre a un lado, no para esperar, como decía mi hermana, a que acabaran, por qué sé que nunca acaban o, si acaban, que nada dejan, sino por respeto a la dignidad del hombre y por necesidad de mantenerla; y no es que crea no haber cometido nunca actos indignos, sino que estos no los cometí por lucro o por medro. Verdad que la actitud puede parecer a algunos tontería, y no ha dejado de parecérmelo a mí bastantes veces. Pero ya lo dijo hace muchos siglos alguien infinitamente sabio: “Carácter es destino”».


***

El 5 de noviembre de 1963 muere Luis Cernuda en México, en el domicilio de Concha Méndez. Tras su muerte se publica el segundo tomo de Poesía y literatura. En esta recopilación de ensayos, del I y del II, podemos descubrir las preferencias literarias, algunas no comentadas hasta aquí, de Cernuda. Casos especiales son el poeta y dramaturgo irlandés Yeats (1865-1939) o el poeta francés de comienzos del XIX Gérad de Nerval, así como Cervantes o Galdós. «La discreción de Galdós, como escritor, con respecto a su persona, le perjudica entre nosotros, ya que su honestidad de artista le impidió utilizar su obra para hablar de sí y hacer con ella su propio reclamo, como lo han hecho hasta la náusea las gentes del 98. [...]

»Sin embargo, si algún escritor español moderno tiene la talla y las proporciones de nuestros mayores clásicos, ese es Galdós. [...] Se ha repetido que Galdós no sabe escribir, que no tiene “estilo”. No sé qué llamarán estilo quienes tal cosa dicen. Galdós creó para sus personajes un lenguaje que no tiene precedentes en nuestra literatura, ni parece que nadie haya intentado continuarlo o podido continuarlo».

Galdós también aparece en un pequeño homenaje tras la muerte de un novelista estadounidense al que admira Cernuda: se trata de Dashiell Hammett, del que destaca su novela Cosecha roja. Y en estas breves notas también emergen junto a él Cervantes, Shakespeare y Dostoiewsky. «Leemos para divertirnos o para aprender, quiero decir para nuestro aprendizaje intelectual, y poco podríamos aprender de una lectura cuando ésta no despierta en nosotros la emoción de compartir una experiencia excepcional, tanto intelectual como humanamente. Para conseguir eso, la visión de la realidad debe ir entreverada de afecto e ironía, lo cual, desde Cervantes acá, ha sido meta del arte novelesco. [...]

»En la vida ordinaria no vemos sino lo visible de ella y de los seres humanos; para verlos enteramente, para calar hasta esa zona invisible que ni ellos alcanzan a penetrar en sí mismos, donde la trivialidad y la insignificancia aparentes pueden realzarse con un viso mágico, alternativamente poético, dramático o trágico, es necesario que el novelista, aliado con el poeta, nos dé vislumbre de esa otra dimensión humana que, desde Shakespeare acá, nos fuera revelada para siempre. (Y perdóneseme que saque a colación tan grandes nombres como Cervantes y Shakespeare). No es necesario, ni fácilmente posible, que el novelista alcance adonde Cervantes y Shakespeare alcanzaron (aunque Dostoiewsky y Galdós sí alcanzaran), ya basta con un acercamiento mayor o menor a esta meta ideal».

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(*) Se trata de unas notas biográficas basadas fundamentalmente en la Obra completa en tres volúmenes (uno de poesía y dos de prosa), edición a cargo de Derek Harris y Luis Maristany. Ediciones Siruela, Madrid, 1993.

(1) En Historial de un libro, notas autobiográficas de Luis Cernuda, escritas a finales de los cincuenta del pasado siglo y publicadas en 1958. Los textos de Cernuda que van apareciendo después pertenecen también a esta obra, salvo en los que por nota oportuna se señale lo contrario.
(2) En Estudios sobre poesía española contemporánea (1957), ensayo de Luis Cernuda.
(3) Texto dedicado a Juan Ramón Jiménez que recoge Nigel Dennis en su texto “Luis Cernuda, la II República y las Misiones Pedagógicas. 1931-1936”, incluido en Entre la realidad y el deseo. Luis Cernuda, 1902-1963, catálogo de la exposición que con motivo del centenario de Cernuda llevó a cabo la Residencia de Estudiantes de Madrid.
(4) Según Darik Harris y Luis Maristany, en la versión del ensayo que contiene Historial de un libro, publicada en varias entregas durante 1958 en México en la Cultura bajo el título “Luis Cernuda”, al hablar de “esos escritores” Cernuda hacía referencia a Salinas, Guillén y al mismo Aleixandre.
(5) Ver el texto de Nigel Dennis antes citado: “Luis Cernuda, la II República y las Misiones Pedagógicas. 1931-1936”.