Manuel Llusia

NO A LA GUERRA
El movimiento contra la guerra de agresión a Irak
(Página Abierta, nº 135, marzo de 2003)

El pasado 15 de febrero, millones de personas se han movilizado frente a la guerra contra Irak que pretende emprender la Administración de EE UU y los gobiernos de otros países occidentales, especialmente, Gran Bretaña y España.
Los datos sobre estas manifestaciones han sido difundidos ampliamente; en especial, los referidos a Europa, que pueden calificarse de espectaculares. Sobre todo en aquellos países (Italia, España, Gran Bretaña) en los que los Gobiernos respectivos venían siendo fieles abanderados de la política de la Casa Blanca. Mientras que la respuesta de las poblaciones de otros continentes a esta convocatoria a fecha fija ha sido, sin duda, menor.
Culminaba así un periodo en el que se fue incrementando poco a poco, hasta llegar a cifras inesperadas, el número de personas que se declaraban contrarias al ataque propuesto por EE UU. La opinión pública internacional contra la guerra crecía y se hacía ampliamente mayoritaria en muchos países. Y el movimiento social activo se encontraba así con un colchón de oposición al belicismo estadounidense, en la sociedad y en los estados mayores de algunas potencias europeas, quizá impensable. En esta ocasión, la comunidad internacional ni seguía los pasos de EE UU ni permanecía pasiva.
Y de esa corriente de opinión surgió una respuesta práctica de una buena parte de la sociedad. En particular, con las manifestaciones del sábado 15 de febrero. Dando lugar a una movilización pacifista de grandes proporciones, que en algunos lugares tiene pocos precedentes.
Podemos, pues, hablar de que hemos asistido a un acontecimiento histórico.
Todo esto se sabe. Y quizá huelga decirlo. Pero nos interesa recordarlo así para, enseguida, hacernos dos preguntas enlazadas: ¿cómo analizar este movimiento? y ¿qué efectos ha producido y qué futuro puede augurársele?
Sobre la primera, algo podemos atrevernos a contestar. De la segunda, nada aventuraremos sin que la anterior pueda desvelarse mínimamente y sin que transcurra un tiempo razonable para ello.

Preguntarse por las causas de este movimiento, por los diferentes factores que han podido influir en esta eclosión, y acertar en la respuesta, se me antoja poco menos que imposible sin acotar el territorio en el que se ha desarrollado. Por ejemplo, Europa. Y mejor aún, España.
¿Qué rasgos podemos decir que definen a este movimiento, en principio, coyuntural?
Es un movimiento en favor de la paz, pero puesto en marcha frente a una intención precisa de guerra. Luego, aunque parezca una obviedad, hay que decir que es un movimiento contra la guerra que se prepara sobre Irak en estos momentos. Así se expresa la opinión pública y quienes se han lanzado a la calle. No se entiende de otra manera una respuesta a favor de la paz hoy.
A partir de aquí podemos rastrear otros motivos más comunes que nos permiten señalar algunos rasgos básicos de esta respuesta tan amplia de la sociedad. Los datos para ello surgen de las expresiones públicas de la gente en las manifestaciones, de las realizadas desde ámbitos sociales diversísimos, culturales, profesionales, religiosos, etc. Por supuesto, lo que voy a señalar tiene bastante de hipótesis.
– Creo que se debe a una percepción social del horror que producirá la guerra: las víctimas se “ven” ya, y esa visión duele, aunque no sean cercanas. Lo que tal vez diga mucho sobre los valores que a veces emergen así en nuestra sociedad.
Esto puede estar motivado por razones distintas, según la edad y la experiencia, por ejemplo. Y quizá lo esté por el conocimiento que buena parte de la gente tiene –a pesar de la ocultación de la realidad– de los daños producidos en anteriores intervenciones frente a los logros obtenidos. Un dato que se procesa en la conciencia para rechazar otra nueva agresión armada sobre una población civil, y de las dimensiones que se le supone, a tenor de la información sobre la terrible maquinaria de guerra desplegada, sobre su capacidad destructora, que sin lugar a dudas se va a emplear, tal y como afirman de modo soberbio Bush y compañía.
– Se puede suponer también que la población contraria a esta guerra aprecia que es injusta. Que no hay motivos para ella. O, en último extremo, que deben buscarse otras medios para resolver las supuestas razones que “obligan” a lanzarla. Seguramente hoy existe una conciencia extendida de las falsedades de los objetivos buscados con la guerra y de los argumentos empleados para justificarla.
Las encuestas que señalan esa amplísima mayoría que rechaza la guerra aunque haya una nueva resolución de la ONU, que supuestamente la apoye, es un dato que avala lo anterior. Como también significa, aunque probablemente en menor dimensión, una desconfianza en la práctica ejercida por el Consejo de Seguridad, sin que ello lleve a no defender la necesidad de una legalidad internacional. Porque aquí entra en juego lo que todo el mundo sabe y lo que hace sangrar: el doble rasero o la impunidad israelí. No será pequeña la cantidad de personas que se sienten solidarias con el pueblo palestino.
– Nada tiene de extraño, sino todo lo contrario, que la movilización sirva para expresar un rechazo al poderío y prepotencia de los dirigentes estadounidenses. Bush, sin duda, es una figura que calienta especialmente ese sentimiento (como en su día lo fue Reagan).
(Es difícil saberlo, pero pensando en la amplitud de la movilización, me inclino a considerar que no estamos ante un antiamericanismo primario, aunque su dimensión no sea despreciable).
– Y probablemente por encima de lo anterior, y referido a la gente que salió a la calle en Europa, se trata de una respuesta específica a los dirigentes propios proguerra. No se entiende la belicosidad extrema, la actitud lacaya, la falta de conciencia de lo que va a producir la guerra, de lo que supone implicar al país en una agresión hacia un pueblo que nada nos ha hecho..., de Aznar y su Gobierno. La cara indigna de una moneda contraria a la ofrecida por Francia, Alemania y Bélgica, que lideraban una postura en consonancia con la opinión mayoritaria de sus ciudadanos y que defendían la independencia europea frente a una Administración, la estadounidense, que se permitía el lujo de insultarnos. Parece inaudito, y motivo de una repulsa como la así expresada.
– La gente se ha implicado, ha sentido un deber de reacción democrática, de participación frente a una política en la que está en desacuerdo. En principio, podemos pensar que el hecho no es sentido como que afecta muy directamente a nuestras vidas, aunque haya quien tenga presente el posible ataque del “terrorismo de Al Qaeda”, o que nos veamos inmersos en una guerra mundial o, más en concreto, que tropas españolas entren en la guerra.
Tiendo a pensar que ahora opera menos el miedo a una guerra nuclear o mundial, como en otros momentos de la movilización pacifista del pasado siglo, o que nos alcance directamente el conflicto del Golfo.

Todo lo hasta aquí señalado puede valer como definición, o contenido de la opinión creada y de la movilización levantada. Los motivos sentidos, las razones sociales... Pero ante estos hechos concretos excepcionales conviene considerar que existen circunstancias o momentos favorables para la extensión de la conciencia y respuesta ciudadana y para su expresión concreta.
Para algunos analistas o comentaristas, la movilización se ha producido gracias sobre todo al valor de la comunicación por red. Así, unos pueden achacar al movimiento antiglobalización el protagonismo casi único o principal de la gran respuesta social o simplemente a la convocatoria por Internet. Nada me atrevo a decir de otros países, pero por lo que respecta a este no sólo me parece que no es el único, sino ni siquiera el principal, sin que ello le quite el valor indudable que tiene.
Efectivamente, la existencia de un llamamiento a la movilización contra la guerra, fijado el 15 de febrero de 2003 desde el Foro Social Europeo celebrado en Génova hace unos meses, y luego ratificado por el reciente Foro Social Mundial de Porto Alegre, es un banderín de enganche fundamental.
Y también creo que sin la labor de los foros sociales u otros organismos unitarios vinculados a ese movimiento heterogéneo, poniendo los medios para la convocatoria concreta del día 15, tal vez no habría discurrido de la misma manera en algunos lugares.
Pero esa convocatoria se ha encontrado con un terreno muy abonado: la ascendente marea de opinión pública que rechaza la guerra. Y como marea ha actuado, alimentando corrientes favorables y, a la par, alimentándose de ellas.
Referentes religiosos, artísticos, intelectuales, además de los ideológicos-políticos, actúan de acicate y de impulso movilizador. De la conciencia, de la opinión, a la movilización. Y la importancia en ello de dos condiciones de cultura: a pesar de todo, una mayor posibilidad de información, sobre la que no cala tanto la manipulación y los datos que se ocultan; y la presencia de grandes medios que actúan más a favor del movimiento contra la guerra. Lo que invita a pensar de nuevo en los errores de los modelos de explicación estáticos sobre la formación de la opinión pública. Pero también sobre el salto que se ha originado en cuanto a la dimensión de la movilización. Es decir, el peso de determinadas circunstancias y hechos particulares. En el caso español se me ocurren varias.
Lo acaecido en Galicia y la respuesta de Aznar y su Gobierno, las actitudes de prepotencia y desprecio a la ciudadanía (con un antecedente: la huelga general sobre el decretazo); la movilización de la oposición política al PP, directa y a través de grandes medios de comunicación; el efecto boomerang de un acontecimiento televisivo de respuesta a la guerra y a la política del Gobierno y la reacción airada de éste (el mundo del cine conecta con la opinión pública, se siente arropado por ella y lanza su reto, eso hace que la gente se sienta aún más convencida de su opinión; los liderazgos culturales y afectivos funcionan como un motor que da seguridad a la conciencia y promueve el ánimo movilizador); el sentirse segura la gente en su opinión ante la marea en ese mismo sentido ofrecida por la opinión pública europea y por la respuesta de los líderes políticos de diversa adscripción que gobiernan países tan importantes como Francia o Alemania... Y hasta esa capacidad especial que surge en momentos como éstos para acertar con los símbolos: “NUNCA MÁIS”, “NO A LA GUERRA”...
Pero hay algo más a añadir a lo específico de la movilización: otros aspectos de lo sucedido.
Uno que se me ocurre es el interés ciudadano por unificarse ante una convocatoria social no vinculada a una determinada fuerza o plataforma política. Se rompe la relación política directa.
Junto a esto aparece un impulso de la movilización ciudadana, digamos, propio. La gente se organiza desde ámbitos particulares muy diversos, profesionales, barriales, parroquiales, culturales y hasta deportivos, para expresar a su manera el rechazo a la guerra. No en todas partes, por supuesto, ni con la misma intensidad. Y eso se muestra y se demuestra, se ve en las formas de propagar esa idea, en lo original y peculiar.
A ello se añade un motor propio y especial, aunque no nuevo: el deseo de acción individual, especialmente en la gente joven. Una posición práctica de un impulso moral y de afirmación de la autonomía personal.

Llegados aquí, pienso que la lectura de lo dicho podría inducir nada más que al optimismo desmesurado, primo hermano del catastrofismo. Pero no, acostumbrados como estamos a que el tiempo traiga tormentas y nubarrones, a pesar del cambio climático, o, dicho de otra manera, a que los cosas muden, ya sabemos que los problemas siguen presentes y las dudas persisten.
No me cabe la menor duda de que un acontecimiento así deja huella, o que la huella sobre la violencia y la guerra se asienta en una dirección pacifista. Y que tiene mucho de fundamentalmente positivo.
Como lo es un hecho clave: el efecto de las movilizaciones, de la marea de opinión internacional, sobre el rumbo de los planes de guerra estadounidenses, no pueden caer en vacío. Las dificultades de la Administración de Bush, los reveses diplomáticos, los problemas para sus alianzas no permiten que ese camino sea cómodo. En todo caso, esta crisis muestra ciertos límites a su unilateralismo y cómo se agita el sistema internacional, las relaciones internacionales y sus bases jurídicas.
Pero en el campo concreto de la acción internacional, todavía hay posibilidades nada halagüeñas de que una parte de la opinión pública acepte la guerra como inevitable o, peor, que considere que, siendo la guerra el último recurso, éste deba abrirse paso ya. La dimensión de la protesta hace suponer una heterogeneidad consecuente.
La oposición ahora de algunas fuerzas, líderes políticos y medios de comunicación casa mal con los antecedentes, y con las doctrinas mantenidas sobre las justificaciones de la acción armada internacional y las excepciones al control fijado por la Carta de las Naciones Unidas, en casos, por ejemplo, como la guerra y la posguerra contra Irak tras su invasión de Kuwait, la acción de la OTAN y la posterior de la ONU en Kosovo y las vacilaciones, cuando no apoyos indirectos, ante la intervención en Afganistán.
Los márgenes de actuación ciudadana para influir en las decisiones políticas –más allá de la continuación de la movilización en estos momentos– quedan para el futuro inmediato en el marco electoral. Y como siempre, surgen dos problemas. Uno, que la sociedad que vota es mucho más amplia que la sociedad que se mueve (que es también sólo una parte de la opinión pública). Dos, que las alternativas, seguramente, además de no entusiasmar, no responden a un movimiento más profundo de cambio. Pero, en lo que hace al modo de gobernar frente a la ciudadanía, como a determinadas políticas, como la de qué hacer ante el mundo árabe y Oriente Próximo, hay una cierta advertencia social que puede influir a corto plazo. Luego, políticos y ciudadanos olvidan.
La lista de pegas puede seguirla rellenando quien quiera, y no sea pesimista irracional.