Martín Alonso
¿Pensamos en los muebles?
(CTX, 37, 4 de noviembre de 2015).

  El escenario catalán requiere activar todos los recursos para enfriar las mentes y la atmósfera, mientras componemos una caja de herramientas que nos permita continuar el viaje, y si tiene que ser a otro lugar que sea a Ítaca en vez de a Troya.

9 de Noviembre de 2015.

Hay dos figuras que se disputan la mala fama, los agoreros, que profetizan males venideros, y los circunstantes, que son incapaces de atisbar la gravedad de lo que ven. A menudo los últimos despotrican contra los primeros porque perturban su tranquilidad, en ocasiones cuando señalan con el dedo las contorsiones arriesgadas de una tercera figura, la de los sonámbulos. La combinación de sonámbulos y circunstantes --espectadores pasivos--, de hiperactividad tóxica minoritaria e inhibición de la mayoría, da cuenta de buena  parte de las catástrofes históricas que se ha infligido la humanidad. Cuando ya no hay remedio siempre vuelve una pregunta insidiosa en dos versiones: “¿Cómo pudo pasarnos?, ¿cómo hemos llegado a esto?”. Por el  reverso, Enzo Traverso aísla, para el contexto del nazismo, la figura de los “avisadores de incendios”, los que activan la alarma cuando perciben los primeros síntomas. La diferencia entre agorero y avisador de incendio sólo puede establecerse a posteriori, de manera que cuando uno se aventura en la prospección se enfrenta al dilema de elegir entre extralimitarse creando una preocupación innecesaria o quedarse corto al silenciar un riesgo potencial grave. Aquí se opta por el primer cuerno asumiendo un riesgo que se antoja mucho menos grave que el de la opción alternativa.

Uno piensa desde sus propias preocupaciones. En este caso las que –sin ánimo de  asimilación– motivaron las reflexiones de grandes pensadores del (genitivo objetivo) siglo XX: I. Berlin, A. Camus, G. Orwell, P. Levi, V. Grossman, H. Arendt, A. O. Hirschman, J. Semprún, H. Tajfel, L. Kolakowski, o, para representarlos en bloque, T. Judt. Todos ellos fueron finos analistas del comportamiento colectivo y si se quisiera encontrar un común denominador para sus reflexiones sería el de la centralidad que otorgan al pensamiento racional como pieza maestra del funcionamiento social y personal. En palabras de Kolakowski que encontraríamos replicadas en muchos de ellos: “Si no queda nadie que, en las grandes luchas, se reserve un juicio desapasionado y frío, la humanidad será aniquilada con mayor eficacia de la que podría hacerlo una catástrofe cósmica”. La contribución de estos pensadores es producto de una fina mirada a lo que hay de universal en las experiencias abominables del siglo XX; esa mirada tiene como telón de fondo la premisa de que el mal es siempre una posibilidad al acecho; eso les diferencia de los hombres normales que, según las palabras de D. Rousset tras su paso por los campos nazis, “no saben que todo es posible”. Seguramente el tiempo transcurrido desde los años más oscuros del siglo pasado y la distancia emocional de las generaciones que no sufrieron el franquismo da cuenta de un olvido temerario de esta máxima elemental de salud pública.

El relato de la humillación, el expolio o el genocidio cultural (el tropo victimista del destino robado) es, en las condiciones adecuadas, socialmente explosivo

Las condiciones que rodean el proceso catalán reúnen las piezas principales de la ecuación perversa, salvando las distancias que deben salvarse a efectos comparativos. Los sonámbulos ensayan una danza macabra en torno a la mecha de una bomba de relojería psicológica. Es psicológica porque está confeccionada con la pólvora de las percepciones y las creencias, particularmente la creencia en un choque de percepciones. Un déficit de las teorías estructuralistas es que menoscaban el peso de estas variables blandas. El relato de la humillación, el expolio o el genocidio cultural (el tropo victimista del destino robado) es, en las condiciones adecuadas, socialmente explosivo. Como en otras ocasiones del pasado, los sonámbulos están  presos de su propio papel. Y esta es una dimensión que  deben tener en cuenta los circunstantes, también aquellos que se desentienden de  las afecciones que observan desde el supuesto de la falta de motivación objetiva para ellas. Escribe Judt que los hechos que importan son los de dentro, los que la subjetividad procesa. El analista social debe chequear la validez epistemológica de las creencias pero sin descuidar el peso de la realidad psicológica de las emociones y los intereses que las sustentan. En este caso las más amenazadoras son las que vehiculan esos acontecimientos de masas  a lo que Michel Lacroix  llamó “catedrales emocionales”, atribuyéndoles un papel análogo al de las catedrales de piedra a la hora de crear vínculos sociales; en este caso efímeros pero no por ello menos poderosos. Se trata de una metáfora más ajustada que la del suflé: la energía fusional de los encuentros de masas y las convocatorias de afirmación colectiva en la calle encierran una  potencia explosiva.

Sobre todo si las emociones enroladas encuentran una estructura de plausibilidad o, en palabras de Popper, una lógica situacional congruente. Por una confluencia de motivos y dejando de lado la imputabilidad correspondiente a cada cual, no es aventurado afirmar que el contencioso catalán ha entrado en una fase extremadamente delicada. Un indicador de esta peligrosidad es el contenido aporético de la retórica al uso: expresiones como ‘no hay marcha atrás’, ‘ahora o nunca’, ‘vida o muerte’, ‘todo o nada’, ‘no hay nada que negociar’, etc., dan la medida del desgarro.

Esta retórica  adquiere verosimilitud en cuanto que es consonante con la situación aporética de muchos de los actores, que han quemado las naves o dinamitado sus propias formaciones políticas. Ante tal estado de cosas la fuga hacia delante se antoja una estrategia funcional a corto plazo. Sería un enorme error intuir un atisbo de luz en la dificultad de las negociaciones entre CUP y JxS. La experiencia de los últimos años ilustra que cada dificultad interna –de Banca Catalana al Carmel, del caso Palau a los recortes de Mas o la confesión de Pujol, pero también las tensiones dentro del PSC– se resuelve con una vuelta de tuerca identitaria que desvía el foco  allende la frontera simbólica.

Hay una pieza más a tener en cuenta en este escenario: la pléyade de intelectuales (pensadores, escritores, periodistas, artistas, profesores universitarios, emprendedores culturales), que se han incorporado al tren del proceso y que de alguna forma sienten su autoestima afectada por su complacencia o servilismo con las prácticas corruptas de  la ‘sociovergencia’, podrán ver como un mal menor la mudanza lustral a la eventual Icaria del prefijo 342 en el que  quedaría amnistiado, por  aclamación,  un currículo dudoso.

Nos encontramos pues en un contexto en el que la lógica situacional recompensa el maximalismo, la opción más tajante, de acuerdo con el principio de que lo más aceptable socialmente es lo más extremo, lo más radicalmente rupturista. Se trata de una lógica perversa montada sobre trampas reforzadoras, que nos lleva a cubrir, inercial e imperceptiblemente, de sorpasso en sorpasso, etapas hacia el precipicio. Y esta lógica perversa puede encontrar un reflejo especular en cuanto se activa la dialéctica identitaria. Ante este estado de cosas cualquier acontecimiento por más alejado que esté de la reivindicación soberanista puede contribuir a aumentar la temperatura que hará más probable la chispa: una contingencia ferroviaria, un incidente futbolístico, una convocatoria judicial… La campaña electoral en ciernes, con la demostrada falta de inteligencia política del partido del gobierno,  ofrecerá un  filón de oportunidades para la radicalización, para la oclusión del pensamiento racional. Hay, en suma, una plétora de circunstancias que, en la actual definición de la situación, conspiran hacia el desastre.

Quienes no dejan de blandir la amenaza del ‘España se rompe’ tan insensato como el ‘España nos roba’, tendrían que poner de su parte para impedir que otros consumen la ruptura cargándola a su cuenta

Quienes no dejan de blandir la amenaza del ‘España se rompe’ tan insensato como el ‘España nos roba’, tendrían que poner de su parte para impedir que otros consumen la ruptura cargándola a su cuenta. Si hay precipicio no nos salvamos, porque no hay una frontera que discrimine el ‘nosotros’ o el ‘ellos’ en las desgracias colectivas. Hay escasos ejemplos históricos de rupturas y secesiones unilaterales de terciopelo; sólo una separación negociada, si llega el caso, puede serlo. Por eso importa salvar los muebles en vez de tirarse los trastos a la cabeza. Aprovechar las sinergias de tantas experiencias compartidas –de Serrat a Mompou, de Machado a Marsé- en vez de  apalearnos con las esencias. En una pared de la Sarajevo sitiada la épica había escrito: “Esto es Serbia”;  un convecino quiso contestarle en prosa: “Esto es Correos”. “¿Pensamos en los muebles?” se reduce por esta vía pragmática que recomiendan nuestros mentores intelectuales a un simple “¿pensamos?”.

Y si pensamos tendríamos que activar todos los recursos para enfriar las mentes y la atmósfera, para dejar el motor en punto muerto mientras componemos –con un plural sin fronteras mentales– una caja de herramientas que nos permita continuar el viaje, y si tiene que ser a otro lugar  que sea a Ítaca en vez de a Troya. Ahora, dándole la vuelta al apotegma de Keynes tan querido de Judt, tenemos que cambiar las percepciones para que cambien los hechos. De modo que no nos veamos mañana ante la pregunta insidiosa “¿cómo hemos llegado a esto?”, ni el reproche anexo, “¿y tú qué hiciste cuando…?”. La espléndida Montserrat Roig puso estas palabras como dedicatoria de L’agulla daurada hace treinta años –treinta años no es nada para un proceso social, aunque multiplique por diez el lapso del ‘proceso’-: “Als meus fills… aquest llibre i un desig: que puguin viure en un món sense fronteres”. Sigue siendo válida, pero añadiríamos: y si como mal menor ha de haber fronteras, que sean de terciopelo.
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Martín Alonso es doctor en Ciencias Políticas y autor de El Catalanismo del éxito al éxtasis.