María Gascón
¿Puede ser Europa un lugar de refugio?
(Página Abierta, 238, meyo-junio 2015).

Desde que el pasado 19 de abril, entre 700 y 950 personas desaparecieran cerca de las costas de Libia al volcar la nave en la que trataban de llegar a Europa, ha vuelto a ser noticia la tragedia que viven miles de inmigrantes y refugiados procedentes de África Oriental y Oriente Próximo. El anterior desastre que tanto conmovió a esta parte del mundo fue hace tan solo año y medio, el 3 de octubre de 2013, frente a las costas de Lampedusa (1). Entonces, se pudieron rescatar 150 personas de las 500 que iban a bordo del barco que se incendió y hundió. Pero, en realidad, es imposible saber cuántas personas han podido perder la vida en estas travesías (2), la mayoría procedentes de Libia (3) por vía marítima, desde que Grecia y Bulgaria sellaron sus fronteras terrestres con vallas y otros sistemas de control de los flujos procedentes del Este, ni cuántas las que la pierden antes de embarcar, al atravesar el Sahel.

¿Cómo es que ha vuelto a ocurrir? ¿Qué medios se pusieron desde entonces para evitarlo?

Una parte de las respuestas son conocidas. Sigue habiendo guerra en Siria, y situaciones bélicas y de persecución en Somalia, Sudán de Sur y otros países africanos. Irak y Afganistán quedan un poco más apartados, al Este, pero la situación de su población civil es insostenible en determinadas zonas, algunas de ellas acosadas por el Estado Islámico. Por lo tanto, la gente que puede, la que tiene salud y algunos recursos económicos, cambia todo lo que tiene por un hueco en una nave clandestina para ellos y sus familias, con tal de huir y llegar a Europa.

Los países limítrofes (4) con los conflictos, todos ellos en vías de desarrollo, son los que acogen un mayor número de refugiados, la mayoría en campamentos (5), algunos de ellos con una población superior a la de muchas ciudades europeas. Los refugiados carecen de perspectivas para el futuro, hasta el punto de que en algunos de esos «asentamientos» hay pobladores de tercera generación.

También se conoce la respuesta política a la tragedia de Lampedusa.  Ese mismo año, 2013, el Gobierno italiano puso en marcha el programa Mare Nostrum con el objetivo de localizar a los barcos cargados de refugiados y llevarlos a puerto. Según sus cálculos, ha salvado desde entonces a más de 100.000 personas (6). Por su parte la UE reforzó Frontex, el viejo sistema de control de las fronteras europeas (poco que ver con la ayuda humanitaria). Y cuando Italia clausuró el Mare Nostrum, al ser rechazada por la UE su solicitud de colaboración y ante el coste que suponía (7), la UE puso en marcha el programa Tritón (8), que no tenía la misma misión, sino únicamente la de vigilar las fronteras europeas. De ahí que no se acercara a las libias, donde se producen la mayor parte de los naufragios.

Se partía de la idea de que los salvamentos podían tener un «efecto llamada», de manera que se ponía el acento en actuar contra los traficantes, desinteresándose por la búsqueda de posibles náufragos. La propia comisaria europea de Interior (9) reconocía que Tritón no podía reemplazar el papel del programa Mare Nostrum (10),pero que mantener éste sólo dependía de Italia. O dicho en román paladino, la responsabilidad de la UE es la de impermeabilizar sus fronteras, no la de salvar la vida de miles de personas, entre ellas un gran número de menores, que vienen a nosotros pidiendo refugio.

Los resultados de esa política

Solo han pasado unos pocos meses desde que la UE tomó esa decisión y ya se puede concluir, con el gran naufragio del 19 de abril y con otros posteriores con menos víctimas, que el comportamiento político de la UE es criminal. ¿Era ingenuo esperar que, ante la nueva tragedia, la UE reconociera su error y rectificara su política con respecto al salvamento de inmigrantes y refugiados, retomando, por ejemplo, el programa MareNostrum y asumiendo su coste? Al parecer sí lo era, porque la nueva respuesta de la UE ha contemplado otras «soluciones». Por un lado, reforzar Tritón, es decir, las fronteras marítimas de las costas europeas, principalmente las italianas, triplicando su presupuesto e igualándolo al de Mare Nostrum. La primera consecuencia será que las naves que tengan problemas antes de llegar a las puertas de Europa no podrán ser socorridas, y nunca sabremos el número de naufragios que se producirán; pero, eso sí, ocurrirán lejos de Europa para que no nos afecten, que es de lo que se trata.

Pero la UE piensa en todo y también en que no lleguen a producirse esas desagradables situaciones. ¿Cómo? Muy sencillo, se trata de evitar que las naves salgan de puerto, es decir, de Libia, para lograr un efecto parecido al que consiguió España años atrás (11) al ofrecer recursos a Mauritania a cambio de que evitara la salida de cayucos. Pero, como es muy difícil negociar nada con Libia (12), que tiene dos Gobiernos enfrentados y en una situación de caos total, la UE ha pensado en dos soluciones: por un lado, llegar a acuerdos con algunos de sus países limítrofes, como Túnez, Sudán o Egipto, para que impidan que los emigrantes salgan de sus fronteras y lleguen a los puertos libios,  y por otro –por si llegan a las costas de Libia–, destruir en puertos o en aguas de este territorio los barcos destinados al tráfico.

Resulta que la idea del ministro del Interior español, que en su momento pareció una auténtica demencia bélica de consecuencias impensables, ha calado en los socios europeos hasta el punto de ponerla sobre la mesa del Consejo de Seguridad de la ONU para pedir su aprobación. ¿Habrá que esperar a que Rusia o China sean más sensatos que la UE –¡a dónde hemos llegado!– y veten la propuesta?

¿Tiene Europa una alternativa?

Antes de preguntarse si hay una solución alternativa a la que Europa ofrece a esta grave crisis, hay que afirmar que esta no lo es. No va a las causas del problema, que no son otras que la situación de conflicto y pobreza que viven, entre otros, los países del Norte y Este de África y del Oriente Medio. Por lo tanto, mientras eso siga igual, la UE sabe que seguirá llegando gente. Pretende minimizar el impacto de los efectos del problema, los naufragios, alejándolos del escenario europeo, sabiendo que con ello empeora la situación de las víctimas.

Quiere luchar contra las mafias a cañonazos, en vez de poner los medios para hacerlas innecesarias. Trata de llegar a acuerdos con los países de tránsito encargándoles de impedir que la gente salga de ellos, sabiendo que no solo no tienen capacidad para hacerlo, sino que esa especie de subcontrata de los controles migratorios a terceros países va a significar la violación sistemática de los derechos migratorios y de asilo protegidos por las convenciones internacionales, porque ni esos países, ni sus funcionarios, tienen que responder como lo harían, o se les exigiría, a los de la UE.

Por estas razones, entre otras, las respuestas que ofrece la UE no son una alternativa al problema planteado. Así, no solo no lo van a solucionar, sino que lo van a agrandar día a día, al mismo ritmo que se agranda el alejamiento de las políticas europeas de inmigración y asilo de los derechos humanos que forman parte de sus principios.

Pero también hay que reconocer que el problema no tiene fácil solución. Y quienes defendemos los derechos de los inmigrantes y de los refugiados no podemos limitarnos a denunciar a quienes lo hacen mal, no hacen nada o hacen lo contrario de lo que deberían hacer.

Problemas pendientes

¿Puede recibir la UE más inmigrantes y refugiados de los que recibe? ¿Con qué obstáculos se encuentra para no hacerlo?

No hay una fácil respuesta porque en materia de inmigración y asilo no se puede hablar de la UE en general como si de un cuerpo único se tratara. Tanto por su desarrollo económico, como por sus políticas y legislación de acogida y residencia, por situación geográfica o por la respuesta de sus sociedades a la acogida, hay grandes diferencias entre sus países miembros.

La UE tiene una población de algo más de 500 millones de personas (13), de las que más de 30 millones son inmigrantes extracomunitarios (14). De ellos, una proporción difícil de calcular, pero significativa, en situación de irregularidad y permanente entrada, sobre todo a través de los países del Sur, aunque de forma muy desigual según la procedencia y el momento. Sin embargo, la UE adolece de un marco jurídico y legal que aborde la inmigración ilegal como un asunto conjunto, algo incomprensible cuando una parte importante de esa inmigración irregular que entra por el Sur tiene como objetivo llegar a los países del centro y norte de Europa.

La dificultad para distinguir entre inmigrantes y refugiados de quienes llegan de las zonas en conflicto es otro problema difícil de resolver, que hace que se metan en el mismo saco situaciones de muy distinta naturaleza con grave perjuicio, especialmente, para las personas que, si son devueltas a sus países, pueden sufrir persecución y hasta morir.

Hoy en el mundo hay 51 millones de refugiados, de los que Europa acoge a unos tres millones, sin contar con los desplazados internos. También en materia de asilo, las enormes diferencias entre los países miembros de la UE son muy expresivas de una falta de una política común. En 2014, la UE asiló a unas 185.000 personas, en su mayoría sirias, eritreas y afganas. Tan solo Alemania y Suecia (15) acogieron al 60% de los sirios y casi la mitad del total, seguidas de Francia e Italia, con algo más de un 10% cada una, y Gran Bretaña y Holanda con algo más de un 7%. España tiene todavía que hacer efectiva la entrada de los 130 demandantes de asilo cuya solicitud se aprobó en 2012. «Dos años más tarde, aún no han entrado en nuestras fronteras», dice Intermon Oxfam, que asegura que España está muy por debajo de la cuota que le corresponde (16). Pero todas ellas siguen siendo cifras nada comparables a las que tienen que soportar los países no europeos del Sur, con muchos menos recursos.

A falta de acuerdos políticos más estables, y ante la urgencia de ofrecer alguna salida a la presión migratoria, Bruselas ha anunciado que establecerá un reparto proporcional en la acogida, a base de cuotas en función del PIB, del número de parados y otros criterios que aproximen la capacidad de acogida a los recursos disponibles en cada país. Una medida que parece sensata en su planteamiento pero que se derrumba cuando, a continuación, está contemplando la posibilidad de acoger solo a 20.000 personas.

Ciertamente es indispensable regular los flujos. Ningún país puede acoger nueva gente de forma ilimitada y garantizar su bienestar sin una previsión y planificación de sus recursos. Pero, ante una situación como la que se está viviendo, ¿eso es todo lo que la UE puede hacer? ¿Acaso es imposible flexibilizar la entrada de inmigrantes con procedimientos administrativos que se puedan resolver desde los países de origen, sin tantas dificultades burocráticas como las que hay actualmente? ¿Acaso no se podrían llegar a acuerdos de colaboración con los países emisores para que las salidas y entradas fueran legales y obedecieran a intereses comunes de desarrollo en vez de recurrir a la represión? ¿Acaso no se puede restituir una ayuda al desarrollo real, allí donde las condiciones lo permitan, que, a la larga, vaya evitando en lo posible la necesidad de emigrar para sobrevivir?

Hay que insistir en que la Unión Europea tiene los medios necesarios para establecer una política de acogida importante y, por lo tanto, exigir y conseguir que todos los países miembros acepten comprometerse con la misma estrategia, complementando las situaciones diferentes, en vez de la política que se practica hoy en día, más preocupada por trasladar al de al lado la carga de la acogida que por solucionar un problema que ya es estructural.
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(1) Otro desastre similar tuvo lugar pocos días después, el 11 del mismo mes.
(2) Según ACNUR, cada año mueren al menos 1.700 personas en el Mediterráneo. Según datos de la Eurocámara, en 2014 fallecieron más de 3.000 personas en el mar Mediterráneo tratando de alcanzar Europa, y en lo que va del año 2015, según ACNUR, más de 1.800 personas.
(3) Un 90% de los emigrantes que llegan a Italia salen de Libia, según Amer Taha, responsable de la OIM en El Cairo. El País, 20/4/2015.
(4) Líbano: 1,17 millones de refugiados; Jordania: 622.000; Turquía: 1,6 millones; Pakistán: 1,6 millones (afganos).
(5) Campamento de Dadaad, en Kenia, con 336.719 personas (ACNUR), el 98% somalíes; Al Za´atari, en Jordania, con 84.000, la mayoría sirios.n Kenia
(6) Fuente: Sinembargo.mx. El País señalaba (18/10/14) 150.000 personas rescatadas y 330 traficantes detenidos. Otras fuentes hablan de 200.000 personas rescatadas.
(7) Presupuesto Mare Nostrum: 9 millones de euros.
(8) Tritón se puso en marcha el 1 de noviembre de 2014 con un presupuesto de 1,9 millones de euros mensuales y con la colaboración en barcos de 8 países de los 28 de la UE (Finlandia, España, Portugal, Holanda, Letonia, Malta, Francia e Islandia).
(9) Cecilia Malmström, a la sazón.
(10) W. Spindler, portavoz del SP del Consejo de DDHH de la ONU, declaró en octubre 2014 que el cierre del programa Mare Nostrum en el mar Mediterráneo podría aumentar las víctimas entre los inmigrantes ilegales.
(11) Operación África (Gobierno de Zapatero).
(12) En el momento de escribir estas líneas, se está intentando llegar a algún tipo de acuerdos en la lucha contra las mafias que operan desde ese país.
(13) 503.824.000 habitantes en el año 2010, y para el año 2035 se preven 525.000.000  (Eurostat: Proyecciones poblacionales de la UE 2010-2060. Consultado en septiembre de 2014).
(14) Los países de mayor acogida proporcional son Reino Unido y España, seguidos de Italia y Alemania, que reúnen al 61,9% de los 31.000.000 de inmigrantes. (Estadísticas de migración y población migrante. Eurostat,  sept. 2014).
(15) Suecia acogió entre 2012 y 2014 a casi 180.000 refugiados. Encabeza el número de refugiados por habitante: 12,2 por cada 1.000 suecos. Alemania encabeza el número de aceptaciones, siendo la proporción de 2,4 refugiados por cada 1.000 alemanes.
(16) A España le corresponden 5.982 refugiados, un 2% del total.