Milagros Rubio, Jesús Urra, Manolo Burguete
La Huelga General del 30-M ¿Adónde nos lleva
la dinámica divisionista de ELA-LAB?

(Ezkerretik Berrituz, julio de 2013).

Desde que se inició la crisis económica venimos reflexionando sobre las respuestas a la brutal agresión social que sufrimos las mayorías sociales y en especial los sectores más desfavorecidos mediante las políticas de los distintos gobiernos que tenemos. Es un asunto central para las izquierdas. Por ello, lo hacemos ahora sobre la última Huelga General.

Los resultados en Navarra han sido muy exiguos. El paro muy escaso; sin un mínimo para poder hablar de huelga general. Las manifestaciones importantes, aunque sensiblemente inferiores a las acaecidas en las últimas HG de signo nacionalista-vasco. Su tendencia a la baja en este tipo de eventos es clara. Les salva de un fracaso más visible la fuerza del sindicalismo nacionalista-vasco. Ahora bien, cuando se tiene que recurrir al valor de las asambleas realizadas, al esfuerzo desplegado por la militancia, al debate público que se ha suscitado… es porque lo principal, la HG, ha fallado.

Una huelga general en clave nacionalista-vasca

Ha sido una huelga sin un objetivo preciso y concreto que galvanizara a la gente y creara una mínima expectativa. Una huelga sin tener en cuenta las enormes dificultades actuales (cansancio, miedo, falta de perspectiva esperanzadora, costo económico, etc.) para cualquier convocatoria, aunque sea exquisitamente preparada y aunque sea convocada de modo unitario. Una huelga sin sentido práctico ante el reto europeo: cuando las políticas antisociales se conciben y se determinan principalmente por el “gobierno” europeo (lo cual no rebaja ni un ápice la responsabilidad del gobierno del PP), es imprescindible buscar el ámbito más amplio que sea posible para enfrentarse a ese gobierno. Ante esta realidad palmaria, ELA y LAB, fieles a su dogmática nacionalista, reducen el ámbito de la huelga general a las comunidades autónomas de Euskadi y Navarra. Con lo cual rebajan de modo drástico los efectos prácticos y la dejan sin apenas capacidad de presión ante las instituciones europeas.

Se actúa así también por inercia. Hay un modelo ya establecido a base de poca huelga, piquetes intimidatorios hacia el pequeño comercio, manifestaciones importantes, fuerte parafernalia propagandística de cartelería y banderas… y a esto se le llama huelga general, a sabiendas de que no es tal. La repetición de este modelo deja en evidencia sus puntos débiles, ya que no se trata de un paro general ni de un llamamiento realizado por todas las organizaciones sindicales, sino que se trata de una convocatoria de parte y reducida a un ámbito muy pequeño. Con lo que es muy poco fructífera para los objetivos generales que se pretenden.

Ha sido una huelga para destacar la prevalencia nacionalista-vasca, esto es, la supuesta superioridad per se de las bonanzas nacionalistas. Una huelga para marcar la diferencia frente al sindicalismo de carácter vasco o navarro-español, para continuar con la línea divisionista establecida en el periodo anterior, donde les era más fácil la crítica a una política desmovilizadora y excesivamente pactista por parte de CCOO-UGT. Y también para dar respuesta a la incertidumbre que les genera en estos momentos el predominio absoluto de la cuestión social entre las causas de mayor preocupación para la ciudadanía como lo atestiguan las diferentes encuestas.

Se actúa así, mediante una convocatoria a la huelga de parte, para los míos, ante unas clases trabajadoras vasco-navarras que tienen unos sentimientos de pertenencia acusadamente diferentes. Lo cual provoca automáticamente efectos negativos y va en contra de lo que debe ser un criterio central del sindicalismo ampliamente contrastado por la experiencia: la búsqueda permanente de una unidad y solidaridad mínimas para luchar eficazmente contra la patronal o contra los gobiernos antisociales. La huelga general del pasado 30 de mayo se ha convocó con este espíritu, sin el menor gesto unitario hacia el otro bloque sindical, practicando el sectarismo puro y duro.

Y se actúa así también para marcar distancias con los trabajadores del resto de las comunidades autónomas. Este proceder vino precedido por la ausencia del sindicalismo nacionalista-vasco en la Comunidad Autónoma Vasca y por la convocatoria de dos horas de paro en Navarra (que al menos tuvo de positivo el llamamiento unitario) ante la huelga realizada en educación por todas las comunidades autónomas contra la ley Wert. Esta negativa, por principio, a la solidaridad o a la conjunción de fuerzas con la población trabajadora del resto de España es muy negativa para todos; también para nuestros propios intereses. ¿Qué justificación puede tener precisamente ahora, cuando la población trabajadora de Madrid está llevando a cabo una lucha ejemplar en defensa de la educación y de la sanidad pública, que será decisiva para el devenir de nuestro estado de bienestar?

Por último, hay una disociación muy fuerte entre la retórica ultrarradical anticapitalista, especialmente por parte de ELA… y unas prácticas divisionistas en el colectivo trabajador vasco-navarro que como todo el mundo sabe sólo pueden producir resultados muy negativos para la lucha obrera. No se corresponden las palabras con los hechos.

De cara al futuro

En primer lugar, es preciso articular una oposición total a las políticas antisociales de los poderes económicos y de los gobiernos. Es preciso mantener la movilización social como norte de actuación. Así se esta haciendo, de hecho, la respuesta social en España, en los países del sur de la Unión Europea y aquí (si no fuera por los efectos nocivos de la división)  está siendo muy importante.

Igualmente, hemos de criticar con toda contundencia las políticas gubernamentales neo-conservadoras que nos trajeron esta crisis, que nos ha ocasionado un deterioro social sin precedentes desde la segunda guerra mundial y que exime de responsabilidades a sus autores.

En tercer lugar, la respuesta social ha de tener en cuenta un criterio contrastado en nuestra experiencia contra los recortes sociales: lograr una unidad de acción mínima entre las gentes trabajadoras y organizaciones sindicales; entre las fuerzas del trabajo, de la cultura y de la intelectualidad; entre las diferentes plataformas unitarias. Siguiendo estas pautas, está siendo ejemplar la lucha desarrollada por los trabajadores y trabajadoras de la sanidad y de la educación en Madrid. Allá luchan unidos desde votantes del PP hasta la ciudadanía situada más a la izquierda, las gentes del 15-M, los sindicatos. ¿Qué pasaría con la marea verde o blanca, si se produjera una división absurda de convocatoria entre quienes comparten la defensa del estado de bienestar? Pues que sería un desastre. Esto es lo que nos sucede aquí con las convocatorias por separado de cada bloque sindical; y esta es la trayectoria defendida e impulsada por ELA y LAB desde que comenzó la crisis.

Cuarto, no debemos admitir el chantaje de que o apoyas a ELA-LAB o apoyas a CCOO-UGT. Este es un falso dilema. Es necesario tener un criterio propio; es preciso el análisis concreto de cada situación y en función de ello actuar en cada caso; en esta HG es evidente el predominio claro de los aspectos negativos, se mire como se mire.

A este respecto, no valen las inercias del llamado sindicalismo radical. En sus filas, durante décadas, se ha asentado la idea de que el sindicalismo nacionalista-vasco era más propenso a la lucha, más consecuente en la defensa de los derechos sociales que el sindicalismo representado por CCOO-UGT. Esto encerraba una parte de verdad, aunque requeriría un análisis más fino y más complejo; por ejemplo, no se puede olvidar la carga negativa que supone el permanente carácter escisionista del sindicalismo nacionalista-vasco en el seno de unas clases trabajadoras plurales en su identidad nacional. Sin embargo, el comportamiento de ELA y LAB en las tres huelgas generales convocadas por CCOO y UGT al calor de la crisis ha propiciado la nefasta división; y ha hecho prevalecer sus intereses particulares por encima de la unión que era posible. No sabemos qué rumbo tomarán CCOO y UGT, pero mientras sea posible una línea de oposición frente a la brutal política antisocial y en defensa del estado de bienestar, es preciso buscar la unidad para tener más fuerza. En este sentido, quienes no nos alineamos con ninguno de los dos bloques, hemos de mantener un criterio más libre, más independiente del sindicalismo nacionalista-vasco y hemos de presionar a favor de la unidad sin miedo a mojarnos.

Quinto, uno de los retos más difíciles –y necesarios- del momento es lograr la alianza entre los trabajadores ocupados y la gente en paro o en precario; entre trabajadores de los grandes servicios públicos como sanidad, educación, pensiones, dependencia, exclusión social, etcétera… y los receptores de estos servicios, constituidos por la amplia mayoría de la ciudadanía que no tenemos recursos a gran escala para pagar esas necesidades vitales fuera del Estado de Bienestar.

No está resuelto ni mucho menos este asunto. Las mediaciones sindicales, todas ellas, incluidas ELA  y LAB, representan a los colectivos de trabajadores que tienen un puesto de trabajo más o menos seguro. Pero la legión de personas que no responden a ese patrón (que la crisis ha incrementado muchísimo en cantidad y en empobrecimiento) no está representada por los sindicatos. Las estructuras sindicales no están siendo los instrumentos genuinos para atender directamente a los millones de personas en paro o excluidas. Sería injusto negar que intentan acercarse a estas causas, que denuncian las injusticias, o el apoyo otorgado en múltiples ocasiones; mas no pasan de ahí.

Por ello, se están abriendo paso nuevas plataformas que atienden a los sectores que se ven afectados con especial crudeza: ahí están las plataformas anti-desahucios, las plataformas en defensa de la sanidad y de la educación públicas y otras con un apoyo ciudadano muy notable. Esta es una vía eficaz. Los activistas sociales, las gentes preocupadas por la cuestión social deberíamos indagar más las problemáticas comunes de sectores sociales que viven muy angustiados por problemas vitales derivados de la crisis y de la consiguiente exclusión social para apoyarles solidariamente, para ayudarles a agruparse y a luchar, para poner a su servicio las organizaciones sindicales y los partidos de izquierdas y sobre todo para abrir nuevas experiencias. La práctica de estos años frente a la crisis lo avala plenamente.

Por último, la huelga general con objetivos concretos, con unas bases mínimas y comunes, impulsada por todas las organizaciones sindicales y plataformas es una buena herramienta para defender los anhelos de las clases trabajadoras y para plantarles cara a las políticas antisociales de carácter general. También sirve como un lugar de encuentro entre todas las personas afectadas por los injustos recortes y por el paro para luchar; como un sitio de confluencia entre todas las personas que tenemos intereses comunes, aunque poseamos diferentes sentimientos de pertenencia, de religión, de credo, ideología o raza. Ahora bien, ha de buscar sinceramente esta unidad. Así será eficaz y contribuirá a fortalecer la defensa del Estado de Bienestar, a crear lazos de solidaridad entre las clases trabajadoras que tenemos intereses comunes fundamentales, aunque tengamos diferente identidad nacional. Dejará un buen sabor de boca entre la población trabajadora, aunque no consigamos todo lo que consideramos justo. Tendremos el sentimiento del deber cumplido. Por estas razones, la huelga general del 30-M auspiciada por ELA y por LAB, se encuentra en las antípodas de este modelo unitario que en una situación como la nuestra es imprescindible.