Milagros Rubio*
Aguas turbulentas
(El País del País Vasco, 3 de octubre de 2007)

            La dimisión de Josu Jon Imaz y el desafío de Ibarretxe al Estado, hacen correr ríos de tinta cargados de una corta visión electoralista que estereotipa las reflexiones. El telón de fondo electoral y la fatídica existencia de ETA, contaminan cualquier propuesta y posterior debate. Faltan posiciones de fondo, sosegadas aunque apasionantes, concretas pero lo suficientemente abstractas como para remontar vuelo más allá de cualquier coyuntura inmediata. Es preciso hablar con independencia de intereses propios y de sigla, aunque las palabras que se digan no satisfagan del todo a nadie de quienes quieran salir a hombros del ruedo en la próxima tarde electoral y levanten las iras de quienes entienden la cólera como única dialéctica.
            La sensibilidad de Ibarretxe para contar con la opinión de la ciudadanía vasca, no se corresponde con su intolerancia ante consultas democráticas municipales como la que hubo en Zornotza dirimiendo la negativa ciudadana a la instalación de una central térmica. Lo cual, ya nos hace dudar de que lo que auténticamente busca Ibarretxe, sea dar la palabra a la ciudadanía. Con respecto a lo que para él es la auténtica consulta, es decir, con respecto a su desafío político, dijo primero Ibarretxe que sólo habría consulta en ausencia de violencia; luego, que la habría con ETA o sin ella, y ahora llega el anuncio, llueva o salga el sol, de que habrá consulta con fecha fija. ¿A qué responden estos cambios? Al camaleonismo al que nos tienen acostumbrados buen número de políticos, a la búsqueda, acertada o no, de la hegemonía electoral. Si en un momento determinado todo apuntaba hacia unas negociaciones que pudieran llevar al final de ETA, en el juego electoral podía contemplarse el escenario de no violencia como el adecuado para “la” consulta; si en otro momento dado las negociaciones fracasan y ETA sigue actuando, no es cuestión, al parecer, para Ibarretxe de perder oportunidades electorales. La pugna por el voto abertzale existe con o sin ETA. Ibarretxe hoy es lehendakari, pero en este asunto, al igual que otros presidentes, se comporta como candidato.
            Pero la cuestión tiene más calado. Al margen de las elecciones, y de la diferente posición con respecto a la actividad de ETA, en la pugna por la supremacía del voto abertzale, el plan Ibarretxe, Batasuna y, en general el mundo abertzale, buscan el mismo ángulo: patriotismo, frentismo con su correspondiente riesgo de fractura social, exclusión de “la otra mitad” de vascas y vascos en “la solución al conflicto”, y, por supuesto, como ingrediente principal, victimismo frente al Estado. Hasta hace casi nada, cualquiera hubiera podido pensar que tal visión era consustancial al propio nacionalismo vasco, parte de su esencia. Sin embargo, el paso de Josu Jon Imaz por la presidencia del PNV, ha sido una gran aportación para comprender que quizás pueda haber un nacionalismo moderno menos excluyente. Dejo para otro momento este interesante y difícil debate. Pero me quedo con dos cuestiones: una, que en el PNV hay posiciones más democráticas, como las de Josu Jon Imaz que, a pesar de ser el evidente perdedor del momento, no habrá estado sólo; otra, que el PNV como tal, no está hoy a la altura de los cambios que proponía Imaz. Si la propuesta de Ibarretxe ha ganado, será porque está más cerca del nivel del PNV de hoy.
            Y más: la propuesta Ibarretxe cabe, porque desde los poderes centrales no se ha abordado en profundidad la especificidad social y política vasca. El reiterado “derecho a decidir” del mundo nacionalista, anclado en un lenguaje e ideario esencialista, que conlleva una distinción entre los “vascos-vascos” y los menos vascos si no tienen necesidad de decidir autodeterminarse, tiene su soporte en otra suerte de nacionalismo españolista y en una rigidez “constitucionalista”, que lejos de abrirse al debate, los cierra con esquemáticos y dogmáticos constitucionales portazos. No voy a perder espacio ni tiempo comentando las obsesivas y autoritarias posiciones del PP. Sin embargo, más allá de siglas concretas, la negativa sistemática de los diferentes partidos que se alternan en el Gobierno español a abordar algunas cuestiones específicas del autogobierno vasco y de la situación del vasquismo en Navarra, y la cerrazón a una reforma constitucional que tenga más en cuenta la realidad plurinacional del conjunto de España, además de ser en sí misma un déficit antipluralista, alimenta el victimismo nacionalista.
            Uno y otro nacionalismo, el periférico y el central, se afanan por la supremacía entre ellos en los correspondientes espacios en que operan, ajenos a la necesidad de establecer relaciones más complejas e integradoras. Relaciones que, ante todo, traten de integrar todas las sensibilidades identitarias y busquen y encuentren acomodo en cualquier territorio para quienes se identifican con el nacionalismo que gobierna y para quienes no lo hacen. Por supuesto que es muy difícil y probablemente imposible buscar un punto de encuentro plenamente satisfactorio. Pero cualquier solución pasa por intentarlo. Y cualquier intento pasa por un reconocimiento recíproco de la otra sensibilidad. En el País Vasco, el nacionalismo gobernante debe reconocer a las ciudadanas y ciudadanos vascos- españoles, tanta titularidad vasca como a quienes comparten el soberanismo abertzale, no sólo con algunas palabras, sino también en sus planes, políticas y proyectos. En Navarra, el vasquismo debe reconocer sin titubeos la realidad política de Navarra como comunidad política diferenciada, y a su vez ese mismo vasquismo ha de ser reconocido por el navarrismo español en su política gubernamental. En España, a las sensibilidades identitarias representadas por los nacionalismos periféricos, ha de buscárseles encaje constitucional. Para todo ello, en cada territorio, habrá que forjar un pacto de convivencia que es incluso previo a cualquier planteamiento político, muy anterior a cualquier plan Ibarretxe o a cualquier manifestación navarrista en búsqueda de fragmentación social. La búsqueda de perfiles culturales fronterizos, que actúen de integradores sociales, el principio de reciprocidad que permita el reconocimiento de la legitimidad de las diferencias y su respeto por todas las partes, puede contribuir a trazar el camino en la búsqueda de unos fundamentos comunes que sirvan de sostén a la convivencia. Un camino que tendrá después que aterrizar en pactos que regulen acuerdos y diferencias y al que deberían sumarse con lealtad las representaciones políticas de las diversas sensibilidades.
            Hoy por hoy nos falta una cosa y nos sobra otra para emprender con éxito el camino trazado. Nos faltan políticos con apoyo en los grandes partidos nacionalistas vascos y españoles, que puedan liderar ese proceso y se atrevan a abrir procesos críticos y autocríticos en sus propias organizaciones, procesos que puedan conducir a los complejos pactos dibujados en el párrafo anterior. Josu Jon Imaz lo intentó sin éxito en el PNV. A su vez, Zapatero hubo un tiempo en que parecía iniciar un tímido acercamiento a posiciones más abiertas. Por distintas cuestiones, ninguno de los dos está conduciendo a su partido en esa dirección en el momento presente. Pero, en positivo, podemos decir que han sido aproximaciones que no habían tenido lugar en los años anteriores. Nuevos escenarios pueden favorecer que reflorezcan.
            Lo que nos sobra, es evidente. Además de la rigidez, los dogmatismos y esencialismos desde cualquier ángulo, nos sobra ETA. Y el panorama no da para optimismos al respecto. La revisión autocrítica del abertzalismo en general y de la izquierda vasquista y abertzale en particular, y un claro compromiso de solidaridad con las víctimas, contribuiría a clarificar dónde está cada cual y a que ETA sepa con claridad que nadie quiere su pretendido tutelaje a cambio de nada. La injustificada existencia de ETA conlleva dolor, sufrimiento, terror. Pero también es un estorbo políticamente hablando, que mediatiza cualquier debate, cualquier acuerdo, cualquier reflexión y, por supuesto, cualquier consulta al estilo Ibarretxe. Esto no quiere decir que si ETA desapareciese, el camino a trazar para atemperar la situación política vasca sería fácil. Me remito a lo ya dicho al respecto, pero sí quiere decir que con ETA actuando todo es más difícil y envenenado. Si le añadimos que la propuesta de la que hablamos puede dar alas a los supuestos argumentos políticos esgrimidos por ETA para atentar, el veneno aumenta.
            Todo ello es indispensable tenerlo en cuenta, para poner un grano de cordura en las aguas turbulentas de nuestra política.
____________________
* Miembro de Batzarre y concejala de NABAI en el Ayuntamiento de Tudela.