Miren Lourdes Oñederra

Deslegitimación de la violencia
(Hika, 193zka. 2007ko azaroa)

            Mila esker, niri dagokidan aldetik, entzutera etorri zinetenoi, hau irakurriko duzuenoi. Esker mila, batez ere, Gesto por la Paz-eko legunei ni gonbidatzeagatik. Izan ere, ez da gauza erraza, ez zait erraz, gai honen inguruan esatea, ezer esatea. Bestalde, baina, garbi daukat zail bezain beharrezko gertatzen zaidala. Precisamente por eso, por ponerme en la tesitura de decir y por darme, además, la oportunidad de compartirlo con José Angel Cuerda y con Iñigo Lamarka.
            Me decía hace poco un colega australiano, me deseaba, que ojalá encontrara las palabras, palabras nobles, adecuadas y convincentes para afrontar el tema. Es un buen deseo. Hay que encontrar las palabras. He dicho en euskera que yo siento ante el tema con igual fuerza la dificultad de decir, de hablar y la necesidad de hacerlo. Creo que no soy la única. Creo que somos bastantes (y por eso me atrevo hoy a plantear el tema desde ahí) y que hay que intentarlo en serio, que hay que hablar, que hay que decir.
            Además de las razones morales para estar en contra de ETA y manifestarlo, hay que decir porque el no decir, el callar, el silencio tiene la propiedad de multiplicarse, de propagarse, precisamente como se propaga físicamente el sonido, en ondas concéntricas, en círculos a partir de una vibración, como cuando se tira una piedra al agua y se expanden ondas a partir del punto en el que la piedra se ha hundido. Cada una, cada uno de nosotros que calla es una vibración negativa (que en vez de sonar absorbe el sonido) provoca a su alrededor silencio, el no decir, ese por si acaso… Y ese silencio se va propagando, a su vez, desde el entorno más inmediato, al siguiente y al siguiente hasta conformar entornos, grupos, secciones de sociedad en las que vivimos como si algunas cosas no ocurrieran, no nos estuvieran ocurriendo, como si ETA no existiera, o como si su existiencia no tuviera nada que ver con nosotros, con nosotras, como si se tratara de un fenómeno metereológico, más o menos oportuno…
            Indudablemente esto es más intenso en algunos ambientes. Yo, por dedicarme a la enseñanza, la investigación y la literatura fundamentalmente en euskera me muevo con frecuencia en contextos donde lo dicho es muy marcado, muy notable. El silencio es muy denso.
            Creo que no es exclusivo de esos contextos, pero, lo que simplificando llamaré el mundo del euskera es un lugar privilegiado para observar lo que comento. También debería serlo para romper esta inercia de tantos años (porque en el fondo lo perjudica). Los datos no son muy esperanzadores. Por experiencia directa sé –me permito un ejemplo anecdótico porque me parece una buena ilustración– cómo el Consejo Asesor del Euskera del Gobierno Vasco protestó en bloque y en la calle ante el cierre del periódico Egunkaria (protesta que comparto), cuando no había abierto la boca ante el asesinato algunos días antes de Pagazaurtundua no muy lejos de la sede de aquel periódico. Lo primero nos unía, lo segundo nos hubiera desunido… o eso se temía. El resultado, en cualquier caso, fue el silencio, no tocar el tema.
            Arrastramos una ligazón sentimental, más o menos directa o personal según los casos, con el mundo violento. Eso provoca una oscura confusión de temas que no se analizan. Nos une, como durante el franquismo, el oponernos a, el estar en contra de los factores que amenazan el euskera, en abstracto, sin concretar ni especificar. Como sabemos que el llamado mundo radical participa de la defensa del euskera (incluso protagoniza y se ampara en), el tema de la violencia no se toca, salvo en contadísimas excepciones1. Creo que sería bueno que se tocara, creo que sería beneficioso para la defensa de la lengua, pero sobre todo sería beneficioso para la regeneración de esta sociedad, para que se vayan diluyendo los límites entre quienes estamos en contra de ETA, aunque en otros temas podamos no estar de acuerdo. Posiblemente eso tenga que ocurrir a costa de dibujar un límite claro entre los vasquistas antiETA y quienes no lo son. Creo que ése es uno de los pasos que hay que dar. También creo que es difícil. Resulta más fácil seguir juntos sin tocar algunos temas que arriesgarnos a la ruptura. La inercia es potente y los lazos sentimentales y afectivos están así establecidos en esta sociedad, que es pequeña y, más pequeña aún, dentro de ella, el mundo del euskera. Se podría hablar en ocasiones de factores de cohesión equivalentes a los familiares.
            Es comprensible el miedo a desenganchar el euskera de sus puntos de apoyo habituales, incluso el vértigo que eso puede dar. Sinceramente pienso que en lugar de atraer se está ahuyentando a bastante de la gente que aún sería necesaria, si de verdad nos proponemos salvar la lengua. Habría mucho que hablar del tema. Pero una vez más el gran Silencio produce pequeños silencios, no se puede hablar exhaustivamente, con serenidad, de la supervivencia de una lengua, cuando está amenazada la vida de seres humanos.
            El silencio, desde luego, no es exclusivo del mundo del euskera, podría hablar también, sin salirme de los colectivos en los que yo participo o tengo cerca, del que formamos los profesores de la Universidad. O del de los alumnos. Y de otros muchos, organizados o no. Por ejemplo el de las mujeres, tomando el termino colectivo de manera elástica. En este terreno, quisiera simplemente apuntar que es curioso cómo Ahotsak, impulsado por mujeres de distintos partidos y organizaciones políticas, basaba su estrategia fundacional precisamente en no hablar de temas partidistas, en no hincarle el diente al monstruo… en asumir la perspectiva de género (?) antes que en un posicionamiento claro ante el uso de la violencia para la resolución de conflictos políticos2. Un rodeo más. Una cohesión más (ésta no mantenida como las cuadrillas o las familias, sino iniciada) que paga el precio de no tocar el tema, de hablar en abstracto del conflicto.
            Creo que el diagnóstico se podría generalizar en un grado u otro a toda la sociedad (salvo a quienes son afectados directos y una exigua minoría sensibilizada3). El caso es que callamos, el tema no se toca.
            Hay que encontrar las palabras nobles, las palabras oportunas y exactas; ya es hora de dejarse de metáforas.
            Quiero pensar que si hubiera un rechazo explícito de la violencia por parte de quienes callan, de quienes callamos, sobre todo por parte de ciertos colectivos, eso tendría un efecto en quienes apoyan o al menos no condenan la violencia de ETA, que en el silencio se sienten más arropados, que funciona una especie de quien calla otorga. Supongo, además, que más gente se atrevería a salir de su comodidad y de su miedo.
            Romper los silencios, explicitar el rechazo a la violencia contribuiría sin duda a sanar una sociedad enferma de indiferencia, de supuesta indiferencia, una sociedad que está consciente o inconscientemente haciendo un constante ejercicio de negación de una parte importante de su propia realidad, como dicen los psiquiatras que hacemos con las vivencias que no admitimos: relegarlas al subconsciente, disfrazarlas, enmascararlas, olvidarlas…
            Me refiero a toda esa parte de esta sociedad no afectada directamente por ETA, es decir, la que no ha sido amenazada o víctima directamnete o en su entorno cercano, esas personas que no son partidarias ni opuestas, y que pueden vivir relativamente bien –muy bien– en esta sociedad opulenta y feliz, de pinchos y poteo, de alegres cenas. Ahí está mi foco, mi centro de preocupación: toda esa gente, yo misma, que trabaja, se divierte, bebe y come, se enamora o se desenamora, educa a sus hijos, liga o no, se casa, se divorcia, va a la iglesia los domingos o al monte o de aperitivo, festeja el patrón de su pueblo o ciudad… como si nada, como si aquí, en la calle de al lado, al salir de la sociedad, no le pusieran la pistola en la sien o la bomba en el coche a quien no piensa como dictan las directrices de ETA.
            Eso es posible, ocurre. Ha sido posible y ha estado ocurriendo a lo largo de muchísimos años. Es algo que nos horroriza cuando vemos películas sobre la Alemania nazi y, simplemente, ignoramos en nuestro aquí, en nuestro ahora. Es fascinante, pero sobre todo, por desgracia, es trágico, porque está estructurando nuestra historia colectiva e individual; es trágico, porque estamos optando por construir nuestra sociedad así y porque estamos optando por ser las personas que somos, gente que vive sin mirar a quienes son perseguidos por asesinos.
            Me preocupan cosas como –y vuelvo al anecdotario personal—la mirada desafiante de algunos de nuestros alumnos y alumnas, en plena acción reivindicativa, sentados en el hall de nuestra facultad, la mirada que nos dirigían cuando pasábamos entre ellos, para asistir a la concentración de protesta por el asesinato de Buesa y su acompañante a unos pocos metros de donde estaban sentados. Me preocupa el silencio del resto (la mayoría) de alumnos. Nuestro silencio. Me preocupa cara al futuro que estamos construyendo con este presente.
            Hemos estado tanto tiempo así que no sólo los asesinos, sino su entorno, la gente que los quiere, sus madres, sus parejas, sus hijos, sus amantes, sus amigos han consolidado su fe, su creencia de que son necesarios, de que cumplen una misión histórica a favor de este pueblo. De este pueblo, que somos nosotros. Se les olvida a ellos y se nos olvida a nosotros: nosotras, nosotros también somos ese pueblo en cuyo nombre matan y aterrorizan.
            La primera frase de la novela El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence, no es ajena a nuestra reflexión. Viene a decir que vivía (la protagonista de quien va a hablar la novela) en una época fundamentalmente trágica y que, por eso mismo, no estaba dispuesta a tomarse las cosas de manera trágica…
            Habrá que construir o reconstruir la sensibilidad ante el dolor, ante todo dolor, ante el dolor humano. Debemos tener la madurez necesaria para pensar con todas sus consecuencias que matando se niega la posibilidad de ser a un ser, que se le quita todo; hay que tener la madurez de pensar sin distracciones ni disimulos, sin interferencias, sin relativizar que quien mata toma la vida del otro en sus manos. Y se la carga.
            Nadie tiene derecho a hacer eso.
            Estamos haciendo trampa, nos estamos dejando una asignatura pendiente, así no podemos avanzar, no podemos pasar de curso.
            Es necesario romper la masa compacta de ese silencio de esa no-deslegitimación –si se me permite el monstruo lingüístico para subrayar lo conceptualmente negativo, lo perverso de esta cómoda ambigüedad que supone en lo cotidiano para mucha gente de esta sociedad eso que no es legitimación pero tampoco lo contrario—. En las clases de idiomas se suele hablar de la avoidance strategy, ese truco por el cual cuando un verbo no se recuerda o no se está segura de una construcción gramatical, se evita, se utiliza otra palabra, otro giro.
            Gracias a ese evitar el tema muchas cuadrillas no se han roto, pero se ha instaurado en la sociedad la negación patológica de la propia realidad y a los partidarios de la violencia se les ha proporcionado un magma de pseudo-apoyo, oxigeno para seguir respirando, cobertura para poder seguir diciendo que lo hacen por este pueblo.
            Es terrible constatar cómo el miedo al entorno inmediato nos ha impedido ver el otro, el Miedo con mayúscula de quien teme por su vida. Es hora de ir diciendo, de decirnos estas cosas. Es hora de darnos cuenta de que hay libertades que el grupo, la cuadrilla, la familia, la sociedad, nuestra propia comodidad nos han usurpado: sobre todo, la libertad de oponerse verbalmente al poder armado.
            Pagaremos caro, como sociedad y como individuos, la pasividad ante la violencia que se ejerce en nuestro nombre.
            La pregunta ahora es cómo hacer que la parte de la sociedad que vive como si ETA no existiera se sienta interpelada, llamada a posicionarse; cómo hacer que sean conscientes de que quienes estamos hoy aquí, somos responsables de nuestra actividad o nuestra pasividad; de nuestra opción, de hacer o no hacer hoy aquí.
            Desvincular la cuestión de la violencia del tema político me parece imprescindible para tomar esa conciencia, para despertar esa sensibilidad. Necesario y difícil, muy difícil. La relativamente poca gente que participa en las manifestaciones de Gesto es –creo– muestra de esa dificultad. Nos mueven los políticos... Pero esto nos lleva al tema del coloquio que sigue a éste. Ojalá podamos trabajar en ese sentido.
            Volviendo a nuestro tema, decía que no podemos pasar al siguiente curso con esta asignatura pendiente. Si se me perdona la deformación profesional, me gustaría terminar mi intervención planteando para esa eventual asignatura un temario provisional. Aprovecho el temario para repetir algunas cosas ya dichas y mencionar otras que no he tenido tiempo de desarrollar ni presentar:
            Temario para una asignatura pendiente de esta sociedad (la Deslegitimación de la Violencia)
            1.            Los miedos que no nos han dejado ver el gran Miedo de las víctimas (miedo a la ruptura, a perder la identidad, miedo a que el euskera se quede sin defensores, etc.).
            2.            La negación de la realidad o una mirada a nuestras calles y plazas para comprobar si es éste un país en guerra (como trabajo de campo, un paseo por una calle, un bar, un mercado cualquiera en día de fiesta o de labor)
            3.            La esquizofrenia colectiva de celebrar en Zugarramurdi un concierto por el feliz aniversario del periódico Egunkaria, mientras se asesinaba a Juan Mari Jauregi, de Legorreta, en nombre de la Patria Vasca. Mostraría en clase una proyección del precioso concierto e imágenes del vil asesinato.
            4.             La alteridad como coartada, el otro, los otros como límite de la compasión: la adjudicación de la etiqueta español como carta blanca para la extorsión, la intimidación, el asesinato.
            5.             Las grandes cantidades de odio que se están cultivando y sedimentando en esta sociedad.
            6.            El desprecio hacia quien se va o confiesa que se marcharía de aquí: esa histeria defensiva.
            7.            Las abstracciones frente a las concreciones: la patria frente al individuo, la lengua frente al hablante, la Historia frente las historias de cada uno-cada una, la Libertad frente a cada una de las libertades, etc. En definitiva, qué gana cada ser humano cuando se gana una guerra violenta.
            El objetivo de la asignatura sería la regeneración, la reeducación de nuestra sociedad.
            El silencio es una trampa. Incluso en el felicísimo caso de que lo de ETA terminara, el borrón y cuenta nueva sería un acto de cobardía infantil y una base podrida sobre la que no podríamos construir una convivencia mejor.
            Habría que elaborar y completar la lista de temas entre todos, entre todas4. Luego trabajar los temas, seguir buscando las palabras y los foros. Éste es uno de esos foros y yo me siento privilegiada por el tiempo que se me ha dado, por esta oportunidad de expresarme.
            Bihotzez, eskerrik asko.

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1. “Isiltasuna ez da aterpe”, firmado en septiembre de 2000 por unas 140 personas del mundo de la cultura vasca en euskera, destaca entre los más bien escasos manifiestos colectivos, por oponerse exclusivamente a ETA, sin diluir el mensaje en consideraciones relativas a la otra parte del contencioso.
2. Planteamiento emblemático de otros movimientos feministas contra la guerra, etc.
3. Que en muchos casos se va fuera o se refugia en casa.
4. Recojo del coloquio un octavo tema en torno al término violencia, qué queremos decir cuando decimos violencia, la importancia de no confundir.

M.L. Oñederra es lingüista y escritora. Este texto corresponde a su intervención en una mesa redonda sobre Deslegitimación de la violencia, organizada por Gesto por la Paz en Vitoria-Gasteiz el pasado mes de octubre.