Nanina Santos

Algunas preocupaciones sobre el feminismo
(Página Abierta, nº 141, octubre de 2003).

La autora de este artículo nos señala algunas reflexiones que le suscita el repaso de la pequeña historia del feminismo, que personalmente ella ha experimentado, y que considera útil poner por escrito para debatirlas e intercambiarlas. Son preocupaciones que interesan para comprender, de una manera crítica, la evolución del feminismo y algunas cosas que piensa y hace hoy, por lo menos, el feminismo que más se hace notar.


Me remonto, muy breve, sucinta y esquemáticamente, al nacimiento del feminismo de segunda ola, al final del franquismo, y como parte integrante de un amplio movimiento popular, para enmarcar y contextualizar, luego, cómo veo yo algunas cosas.
Los inicios de aquel movimiento, en la década de los años setenta (1), están marcados por el encuentro de las mujeres basado en la supuesta unidad de su condición e identidad, con un fuerte vínculo (semejante a los vínculos de sangre).
Un movimiento minoritario, activo, imaginativo, enérgico, rebelde, entusiasta, interesado en abrir brecha, ganar adeptas a su causa, mover a las mujeres y rescatarlas de “su pasividad”. Un movimiento de mujeres convencido de que sus acciones, nuestras acciones, contribuían a cambiar “las cosas”, que la acción social y política es precisa para transformar la sociedad y para transformar a quienes participan en ella.
A aquel feminismo le importaba:
· Descubrir y argumentar la opresión y desvelarla, haciéndola patente a los ojos de la sociedad. Tiene en su punto de mira la libertad para las mujeres.
· La oposición al papel que el franquismo otorgó a la mujer y las muchas preguntas que se encadenaban sobre esta cuestión en una sociedad dinámica, en proceso de cambio, permite abrir las puertas a los deseos de libertad sin que los límites de las leyes, la tradición, los estereotipos y la moral dominante –profundamente patriarcal– la sofoquen, la contengan, la censuren (o la lleven a la autocensura) y la mantengan “atada” a la familia y a la casa (la función y el lugar por excelencia asignados a la hembra de la especie humana).
· Usa el exclusivismo feminista en lo organizativo, en lo psicológico, en lo ideológico: sólo de mujeres (manifestaciones, encierros, marchas, declaraciones, manifiestos y, por supuesto, lugares de encuentro), afirmación y sentido de pertenencia, donde los hombres no tenían cabida –fiestas, bailes, conciertos, películas– más que como frontones sobre los que construir “unas nuevas mujeres”... (2).
· Es incisivo en la crítica y, sin duda, provocador, pero no descuida el modo de transmitir las ideas: consignas, hojas, carteles.
· Hace ensayos, tanteos, arriesga, apuesta en el pensamiento, en lo organizativo, en lo reivindicativo, en lo político. Mete la pata, avanza. Le hubiera gustado, tal vez, tener libros o líderes fundacionales que le dieran cobijo, pero, por fortuna, no los tiene. Como escribe F. Collin, «Sin doctrina –sin evangelio, sin texto base–, pero no sin algunas sectas; sin fundador, pero no sin algunos gurús que desearían encarnarlo».
· Lleva a la calle, a los medios de comunicación, al espacio público, los asuntos que le preocupan, denunciando, difundiendo, oponiéndose a las situaciones de injusticia, discriminación y opresión, así como exigiendo cambios en las leyes.
· Valora, en mucho, la unidad y solidaridad de las mujeres creando la ilusión de un sentido de pertenencia único y homogéneo.
· Defiende y difunde la idea de que “lo personal es político” y que tantísimas cosas que se quedan en el ámbito de lo privado construyen organización social, orden y jerarquía.
Hoy, veinticinco o treinta años más tarde, ha habido importantes cambios en la sociedad y en el feminismo. Entonces era una sociedad muy dinámica, cambiante, activa: la famosa Transición. Actualmente, es una sociedad con un sistema de democracia formal asentado, con un clima general de satisfacción aparente, poca organización, participación y movilización (3).
En este contexto, y a lo largo de todos estos años, el feminismo llegó a importantes sectores sociales. Las distintas organizaciones feministas que conformaron el movimiento en estos años lograron difundir sus ideas, o bastantes de sus ideas, en relación con la asimétrica y marcada distribución de lugar y función entre mujeres y hombres que lleva aparejada jerarquía a favor de los varones y desigualdad.
Es decir, aquel movimiento feminista consiguió hacerse oír, y ganó muchas personas para su causa. De ello se siguió que instituciones del Estado, en sus muchos niveles de concreción, recogieron algunas de las demandas, promoviendo leyes que modificaron situaciones, etc. (4).
El feminismo se extendió. Llegó a muchas partes, casi “a todas partes”. Esta extensión y esparcimiento ha acarreado pérdida de cuerpo y consistencia. Pérdida también de dinamismo y acicate social y de crítica. Un proceso nada nuevo: a la vez que se extiende, se hace poco preciso, de manera tal que “está en muchas partes y no está en ninguna en particular”, gana en aceptación y orden lo que pierde de capacidad de azuzar el pensamiento, la acción, la transformación.

Los logros del feminismo

La compleja peripecia de este nuevo movimiento –ya menos nuevo y que se mueve tan poco– tiene entre sus logros esta conquista que no puede ni debe desvalorizarse. La sociedad, en este sentido, ha cambiado muchísimo si ponemos en relación el hoy con el ayer de hace veinticinco o treinta años, por mucho que haya tanto por delante. El feminismo también ha aportado al pensamiento social y político preguntas de mucho interés y cuestionamientos pertinentes de lo que se daba por natural o logros tenidos por universales. Esos logros son de ese movimiento, y es bueno que así se escriba y así se fije en la memoria (y en la historia). No por el prurito de a quién le corresponda la medalla y el mérito, que también, sino porque no le arranquen valor a un movimiento social que se constituyó como tal, que luchó, peleó y se movió para que aquellos seres desvalorizados, subalternos y fuera de foco, estuviesen en la escena, y en el escenario, hablando por sí mismos, sin actuar al dictado ni interpretando el guión de otros constituidos en directores o gerentes. O lo que es lo mismo: que, en un sentido muy general y amplio, las mujeres dejen de ser exclusivamente objetos y pacientes para constituirse en sujetos y agentes.
Esta es una de las preocupaciones. El valor de este movimiento que mientras se movió hizo conquistas valiosas y no debería dejar que le reescribieran la historia, que lo fagocitaran otras personas que aspiran a hacer valer, en nombre de aquél, sólo y exclusivamente, algunos de los objetivos en una dirección interesada; y que otras personas no nos hagamos eco de esa corriente de despojo y hagamos del feminismo una demanda, consigna o reivindicación de política pública.
Claro que cometió errores, torpezas que pueden y deben explorarse para conocer su alcance, especialmente si siguen condicionando y salpicando; y sobre todo, porque vale mucho la pena aprender de ellos.
Dejo ahora las preocupaciones vinculadas a las concepciones o ideas sobre el feminismo y sus propiedades e inherencias, que me parecen interesantes (el propio término feminismo, las diferentes concepciones de la identidad de las mujeres sobre las que se asientan los distintos tipos de feminismos; muchas aristas relacionadas con el tema de la igualdad, la atribución al feminismo de propiedades que no le pertenecen...), u otras preocupaciones ligadas a la mayor diferenciación entre las mujeres y más expresiones de esto en más feminismos; si implican debilidad o no; si posibilitan o impiden políticas y acciones compartidas, etc. Y las dejo ahora porque existe la limitación del espacio, porque es necesaria la selección y porque me inquietan otras cosas en las que ahora me centro.

Posiciones problemáticas del feminismo de hoy

Me preocupa el alineamiento de sectores importantes del feminismo con posiciones muy problemáticas socialmente (o cómo, en nombre de la liberación de las mujeres, se suman fuerzas a posiciones que, en mi opinión, contribuyen al recorte de libertades).
En la cuestión de los malos tratos (también llamada violencia doméstica o violencia de género) se solicitan más castigos, más condenas, más cárcel, más penas, hacer públicos los nombres de los maltratadores, colgar nombres y fotos en la Red... Se contribuye así a una mengua de las libertades y se abona el camino para que sigan avanzando las políticas penalistas y retrocedan las de reinserción, ya extremadamente cutres y exiguas.
Sé que no es fácil aprender a vivir con el conflicto, con el riesgo, y en cambio, es mucho más fácil convencernos de que las cosas se resuelven quitando del medio a las personas que molestan, en vez de ensayar “soluciones” que, en cualquier caso, requieren protección a las víctimas y el derecho de reparación. Y es, en mi opinión, de este modo como debe entenderse el castigo: para reparar el daño hecho a la comunidad y reintegrarse en ella, superando los comportamientos lesivos para las personas (delictivos o no). Lo que requiere recursos económicos y humanos en educación (desde la infancia, para aprender a negociar los conflictos, a buscar soluciones no violentas, a reconocer las relaciones lesivas y dañinas, aprender a comunicar sentimientos y emociones –los positivos y los negativos– y a controlar aquellos impulsos inadecuados); o el uso de las televisiones públicas, en cualquiera de los espacios de su programación (humor, películas, series, publicidad, debates), como herramientas de formación y divulgación.
Quiero referirme ahora a dos cuestiones que veo problemáticas en el enfoque de la prostitución:
a) Hablar en nombre de las mujeres (y de todas las mujeres) sin escucharlas o haciendo oídos sordos a lo que dicen y expresan.
Es un mal extendido el arrogarse representaciones que nadie otorga, o tomar la parte por el todo, un mal que ha dado algunos ejemplos bien poco edificantes. Tal vez convenga pensar más en esto y expresar nuestras posiciones con la modestia debida. Hablar por nosotras, y cuando representemos algo, decir qué representamos.
Mis posiciones no mejoran ni empeoran por estar en mayoría o en minoría. El pensamiento es otra cosa. Pero, sobre todo, hablando en nombre de gente a la que no represento, ni se siente representada, sólo consigo que no me oigan, que no me presten atención y que no les interese hablar conmigo, y que aumente la separación y la escisión.
b) Las mujeres que decidieron ser putas no merecen que nadie diga de ellas que es imposible que lo hicieran en el uso de su libertad, que están alienadas, que están sometidas a los hombres y que no saben lo que hacen... Entre otras cosas, porque esto, todo esto, de idéntico modo, lo podemos decir de todas: amas de casa, profesoras, empleadas en el servicio doméstico, camareras, empleadas del sector de la limpieza, auxiliares de clínica, obreras textiles, empleadas en el Ejército.
La libertad de elección (dentro del pequeño margen de elección que la mayoría de las personas tenemos, porque, como primera providencia, nacemos “con lo dado” y es ahí donde tenemos que vivir, crecer, cambiar. Lo otro, el ser humano abstracto, no existe) es de cada una, y se trata de que el margen de elección se ensanche, de que los horizontes y las perspectivas sean mayores para las mujeres, que es de lo que queremos hablar.
También debo señalar dos cosas en la cuestión de la publicidad, que consume una parte importante de la sensibilidad de las mujeres feministas:
Por un lado, en lo que se viene llamando “el sexismo de la publicidad”, que no acaba de precisarse exactamente a qué se refiere, se confunde más de una vez sexismo con sexo-desnudos-invitación sexual y, en otras ocasiones, sexismo con mercantilización del cuerpo de la mujer (y de todo lo que a la industria se le ponga por delante), errando el tiro en algunas denuncias, o en el objeto de crítica y debate, y alentando el puritanismo.
Por otro, se lleva a cabo la “promoción de la censura”, el pedir la retirada de carteles o anuncios de televisión por las denuncias que se envían al Instituto de la Mujer y a los organismos encargados de defender “la dignidad de las mujeres”.
Respecto a la pornografía, lo que es bueno para mí también lo es para las mujeres, para todas las mujeres; y en nombre de un feminismo uniformador que alguien dicta se dicen cosas así: “Eso sólo gusta a los hombres; a las mujeres eso no las excita, y las que se ponen cachondas es porque están hechas en el molde machista y masculino; además, las trabajadoras de la pornografía están explotadas”. Cuestiones todas en las que hay elementos de verdad, pero dicho así resultan simplismos, demuestran desconocimiento y crean distancia, porque se identifican esas posiciones con las ideas y las prácticas antisexo y el puritanismo, tan presentes en nuestra historia y en nuestra cultura, a la que sólo le faltaba el refuerzo de lo lila.
La petición de la supresión o la prohibición de la pornografía (cine, revistas, libros) abunda en la línea censora y prohibicionista, como la reciente petición de retirada del libro de relatos de H. Migoya titulado Todas putas.

El feminismo y la juventud

Me preocupan esas ideas, o esa idea, que ha calado entre las generaciones más jóvenes de que la igualdad está conseguida y que el feminismo es un anacronismo, o casi.
Lo cierto es que el feminismo que se emite más al exterior es un feminismo poco atractivo, en mi opinión. Se percibe muchas veces como institucional, anquilosado y repetitivo, penalista y victimario, además de puritano y censor, así que no es de extrañar que no enganche mucho con la gente más joven.
Muchas adolescentes y jóvenes sienten que el papel de las mujeres en la sociedad (familia, mundo laboral, científico, en la política, en los espacios de ocio y diversión) no es “igualitario” y que la libertad de las mujeres tiene trabas y amenazas añadidas, pero no se identifican con lo que dice el feminismo “más oficial”; y, sobre todo, un aspecto con el que no sintonizan es en ese “separatismo” entre mujeres y hombres que se sigue predicando tan a menudo.
Por su lado, a muchos jóvenes y adolescentes varones no les parece bien que se les culpe por ser varones, y no están de acuerdo en que tengan que hacerse el haraquiri por haber nacido ¿en el sexo equivocado? No comparten muchos de los rasgos que aún con tanta frecuencia, aquí y allí, se asocian a la masculinidad, y quieren contribuir a una sociedad mejor.
El feminismo importa, sigue teniendo sentido y siendo necesario sólo porque la situación de las mujeres es la que es, cuajada de discriminaciones, injusticias y atropellos (en el mundo laboral, en la reproducción y cuidado de los hijos e hijas; muchos de los cuidados familiares y del trabajo doméstico recaen en las mujeres, lo que acarrea enfermedades, estrés, cansancio; la violencia contra las mujeres, en sus muchas expresiones; el doble rasero que habitualmente se utiliza para la valoración de ellas y de ellos; las críticas misóginas...).
El amplio espacio que sigue ocupando “lo general” y “lo universal” y que reproduce la sociedad cuando se trata de lo particular y parte de lo universal.

El exclusivismo feminista

Hay que romper el exclusivismo mujeril si queremos la implicación de los varones en la transformación feminista de la sociedad y si nos interesa esa transformación.
Cuando en 1975 arranca el feminismo de segunda ola en el Estado español, las mujeres que tiraban de él eran mayoritariamente militantes de aquel vasto movimiento popular a favor de las libertades. Mujeres que conocen los sentimientos de marginación y subalternidad, que se han sentido relegadas en el interior de sus organizaciones y en la expresión de aquel movimiento cara al exterior, donde prácticamente todos eran varones. Ésta es una de las razones que se encuentran en la base de la construcción del movimiento con organizaciones autónomas de los partidos y los sindicatos y con mucho peso en la idea de que sólo las mujeres debíamos hablar de nuestros problemas y decidir lo que queremos hacer y cómo queremos que se haga. El peso del “feminismo radical” también ayudó notablemente a ese exclusivismo.
Hoy en día las cosas han cambiado mucho. Somos capaces de ver que el exclusivismo feminista tuvo algunas ventajas pero tuvo también problemas no pequeños:
· Al señalar, muy justamente, aunque no siempre de modo matizado, a los hombres como beneficiarios, dio pie a que en algunos casos se les considerase “enemigos”.
· Las cosas de mujeres sólo competen a las mujeres, y se deja fuera a los varones. De esta forma, se obstaculiza la posibilidad de participación y cambio de los hombres.
· Eximió a los varones de dar batallas por la igualdad en todos los ámbitos: laboral, doméstico, político etc., porque a ellos no les competía.
· Nos hizo perder perspectiva y a la vez nos despistó en el laberíntico mundo de los aliados, beneficiarios, enemigos y amigos.
Es verdad que ese exclusivismo dio mucha fuerza, entusiasmo y sentido de pertenencia, sobre todo a las líderes del movimiento feminista en sus primeros años, para sentirse fuertes, arropadas, seguras..., cuestiones, desde luego, nada despreciables y que fueron útiles para aquel empuje de los primeros años, aquella especie de “vínculo de sangre”.
No creo que nadie continúe manteniendo la idea de que la transformación de la sociedad en un sentido feminista sea exclusivamente cosas de mujeres, ya que hay muchos hombres que quieren participar y contribuir con sus esfuerzos. Además, si bien es cierto que no se podrá hacer sin las mujeres, tampoco se podrá hacer sin los hombres.


NOTAS

(1) Coloco el punto de partida en las ya famosas I Jornadas de Liberación de la Mujer celebradas en Madrid en diciembre de 1975, organizadas por el Movimiento Democrático de la Mujer (MDM), recién muerto Franco.
(2) Esta cuestión del exclusivismo feminista dio pie a debates potentes, no sólo en el tema conocido entonces como doble militancia. Su negación daba fe del grado máximo de desconfianza en las mujeres y la capacidad de los hombres de contaminarlas, manipularlas y someterlas a sus dictados. También la llamada autonomía del movimiento, en la práctica un cierto punto de encuentro que encubre posiciones diferentes y distantes. Desde la necesidad de colocar a las mujeres en el centro de la escena, secularmente excluidas, hasta la convicción de que ellos, los hombres, son enemigos. Las desconfianzas son múltiples y también por múltiples razones:
En las instituciones, porque son el poder y/o son masculinas.
En los partidos políticos y organizaciones sindicales, de comprobado machismo en sus políticas y, en ocasiones, con usos oportunistas de la cuestión feminista, amén de dirigidas mayoritariamente por varones y, en general, poco dispuestos a tomar en serio las cosas de mujeres, el feminismo.
La desconfianza en los hombres, cualquiera que fuese su posición en la distribución de la riqueza, la cultura y la información, el lugar geográfico y la cota de poder; y, sobre todo, cualquiera que fuese su compromiso crítico con la realidad. Ellos eran los primeros y principales beneficiarios de la situación de opresión y discriminación de las mujeres, cuando no agentes y responsables de la misma.
(3) Es obligado hacer referencia a las enormes, sorprendentes, masivas y sostenidas movilizaciones en contra de la guerra y el mal hacer del Gobierno español en el espantoso episodio del ataque al pueblo iraquí. También la fantástica reacción del pueblo gallego en el catastrófico suceso del Prestige, que aún continúa.
(4) No abordo ahora cómo lo hicieron ni cómo lo están haciendo. Ello obligaría a análisis más detenidos que no carecen de importancia.