Norberto Ibáñez

Facundo Perezagua: Entre el mito y la realidad
(Hika, 161-162 zka 2004-2005ko abendua-urtarrilla)

La penetración y el desarrollo del socialismo en Vizcaya están estrechamente ligados a la figura de Facundo Perezagua. Su capacidad de movilización al frente de los trabajadores y el férreo control que ejerció sobre las primeras agrupaciones socialistas le convirtieron en el dirigente más carismático del PSOE en la provincia hasta 1914, y en uno de los personajes imprescindibles para comprender la evolución sociopolítica del País Vasco contemporáneo, del mismo modo que lo fueron Víctor Chávarri al frente de la oligarquía vizcaína o el nacionalista Sabino Arana. Tres personajes, por cierto, que representan y sintetizan el ascenso de otras tantas fuerzas políticas y que definen la evolución de este país hasta el estallido de la Guerra Civil.
Facundo Perezagua, nacido en 1860 en Toledo, llegó a Vizcaya en 1885 precedente de Madrid. En la capital española había conocido unos años antes a Pablo Iglesias y se había incorporado a la junta directiva de la sociedad de Resistencia El Porvenir. Participó activamente en los debates de la Comisión de Reformas Sociales y fue incluido como otros muchos activistas en las listas negras de los empresarios madrileños tras encabezar la huelga desatada en la empresa Platería Meneses.
En el momento de su llegada a Vizcaya el movimiento obrero local, a pesar del desarrollo industrial experimentado en los últimos años gracias a la explotación intensiva de las minas, era prácticamente inexistente. La organización obrera se limitaba a unas pocas sociedades de socorros mutuos y recreativas, de modo que hasta la gran huelga minera de 1890 apenas se conocieron conflictos laborales de importancia.
El 11 de julio de 1886 se constituyó la Agrupación Socialista de Bilbao, cuyo comité quedaría formado por el fundidor Facundo Perezagua, el zapatero José Solano, Miguel Lapresa, el tipógrafo Federico Ferreiros y Leodegario Herboso. En 1887 Perezagua y los suyos comenzaron a extender dominicalmente la propaganda socialista en la zona minera y más concretamente en Ortuella, en medio de la hostilidad patronal y el desinterés más absoluto por parte de los trabajadores. A pesar de los desalentadores resultados que tuvo la apertura de la agrupación socialista de esta localidad, los dirigentes socialistas no cejaron en su labor. Sin embargo, la situación iba a cambiar en pocos años.
En las laderas de los Montes de Triano y a lo largo de las diferentes localidades de la zona minera se hacinaban miles de familias obreras en barracones insalubres, soportando unas lamentables condiciones de vida. Las jornadas de trabajo extenuantes, los bajos salarios, la férrea disciplina, los accidentes y las enfermedades, o la obligatoriedad de los trabajadores de consumir en las cantinas de los propios patronos, fueron algunos de los elementos que fraguaron un profundo malestar hasta transformarse en una situación verdaderamente explosiva en la zona.
Un conflicto, la huelga general desatada en 1890, cambiaría definitivamente la organización del movimiento obrero y la penetración de los socialistas en la provincia. El liderazgo de Perezagua, plagado de referencias míticas, se fue forjando a partir del estallido huelguístico desatado en la cuenca vizcaína desde la última década del siglo XIX. La explosión de esta primera protesta marca el arranque de un periodo definido por una intensa conflictividad social que define la etapa militante, también denominada de guerra sin cuartel del obrerismo vizcaíno que se extiende hasta 1911.
Los efectos de este primer conflicto obrero de grandes dimensiones, que terminó con la intervención del general Loma y el reconocimiento de algunas de las reclamaciones más importantes de los trabajadores, marcaron toda una época salpicada de fuertes enfrentamientos sociales. En este contexto la huelga se erigió como un elemento de presión previo a la negociación en un periodo marcado por la intransigencia de los patronos mineros. Esta estrategia, desplegada hasta 1911 a lo largo de cinco huelgas generales e innumerables huelgas parciales, se reveló muy efectiva y encumbró a Perezagua como la figura indiscutible del obrerismo vizcaíno durante esta época.
Comenzaba así a forjase la leyenda de uno de los dirigentes más relevantes del primer socialismo vizcaíno. Su presencia, su propio aspecto físico, acentuado por su figura enjuta y su incendiaria oratoria impresionaban por igual a obreros y patronos. Aquellos veían en él un líder capaz de conseguir por la fuerza los derechos que se les negaban mientras estos últimos asistían temerosos a la irrupción de un peligroso agitador que proclamaba la revolución socialista. Los testimonios que existen sobre su figura en este primer periodo, tanto de sus seguidores como de sus detractores, incluidos los del propio partido, inciden en la importancia que su autoridad prácticamente incontestable ejerció sobre el primer socialismo vizcaíno y no hacen sino reforzar la imagen mítica que rodea al personaje. Perezagua, en palabras de Julián Zugazagoitia es la dinámica, el verbo. Algunos episodios como la revuelta vecinal que se organizó en los barrios altos de Bilbao en 1891 y que llegó a tener tintes de verdadero motín popular en protesta contra su detención, o los duros enfrentamientos verbales e incluso físicos que tuvo con sus contrincantes políticos (con el concejal republicano Leguina en 1897 o con el presidente de la Diputación Salazar en 1910), no hicieron sino alimentar aún más esta imagen.
Este halo místico y épico que rodeó su figura y la propia historia del movimiento obrero vizcaíno han impedido en ocasiones una valoración sosegada del personaje, de su importancia real, de sus verdaderos éxitos y de sus fracasos. En primer lugar y a pesar de lo que proclamaban las autoridades de la época, los empresarios e incluso de los contenidos de sus propias proclamas en actos y manifestaciones, Facundo Perezagua nunca fue un activista revolucionario, es decir, un líder que pretendiera subvertir el orden constituido y proclamar un nuevo sistema político. Ciertamente, las soflamas lanzadas en el fragor de las batallas huelguísticas desarrolladas en la zona minera entre 1890 y 1911 estaban cargadas de referencias a la huelga universal y al clarín revolucionario que habría de anunciar el despertar de los pueblos, y no es menos cierto, que a partir de 1921 y de su paso a la escisión comunista y de la adhesión a la Tercera Internacional, la revolución rusa pasó a formar parte de su horizonte político. Sin embargo, ni su primera época fue explícitamente revolucionaria, ni su etapa final como comunista fue excesivamente entusiasta ni relevante.
La utilización de la huelga como forma de protesta nunca fue a lo largo de la primera época del socialismo vizcaíno, un arma revolucionaria, sino más bien un elemento de presión para conseguir una negociación sobre las condiciones laborales de los trabajadores. Nunca hubo detrás de aquellos asalariados, que llegaron a ocupar por miles las calles de Bilbao en columnas procedentes de las minas cercanas, un proyecto articulado ni preparado para subvertir el orden constituido. La huelga era el único recurso posible en una situación carente de los más mínimos derechos laborales. Ni la huelga de 1890, a pesar de su espectacularidad, ni la de 1900, ni la de 1903 o 1906, ni siquiera las de 1910 o 1911, a pesar de la violencia desplegada en numerosas ocasiones, ni por supuesto de la dura represión con que fueron sofocadas, pueden considerarse como huelgas revolucionarias. Los trabajadores protestaban por conseguir nueve horas de trabajo, por un salario más digno o por que fueran reconocidos sus representantes en la negociación de las condiciones laborales.
En segundo lugar existe una faceta política e incluso institucional de Perezagua que es relativamente desconocida. La corrupción del sistema político de la Restauración, la falta de un cuerpo electoral propio y la estrategia aislacionista de los socialistas eran algunos de los problemas que impedían su crecimiento durante los primeros años. La política de los socialistas, ante la concesión del sufragio universal y la posibilidad de llevar diputados obreros al Parlamento, se vio afectada por la dualidad que definía al propio partido. Los socialistas criticaron abiertamente el sistema político vigente, pero pidieron a los trabajadores el voto para sus candidatos, alejados de lo que denominaban despectivamente como los hombres políticos. De este modo, trataban de convertir las tribunas del Parlamento en verdaderos altavoces que clamasen contra los abusos que sufría la clase obrera. Por este motivo, los meetings electorales y las primeras campañas se convirtieron en actos de agitación y organización, así como de denuncia contra los partidos burgueses y republicanos.
Tras solventar un gran número de dificultades, Facundo Perezagua salió elegido como concejal por Bilbao en 1895. Su labor en este sentido ha quedado un tanto eclipsada por los duros enfrentamientos mantenidos con otros miembros de la corporación bilbaína, pero a lo largo de los años en que fue concejal (1895-1898, 1902-1905, 1912, 1918-1920) y segundo, tercer y sexto teniente de alcalde (1910-1911, 1914-1915 y 1921) ejerció su cargo con una firme dedicación y apostó decididamente por la vía institucional. Para ello desarrolló la política municipal adoptada por el PSOE en el III Congreso de 1892. El programa, inspirado en el aprobado por los socialistas franceses, concretaba algunas de las reivindicaciones del partido, una gran parte de las cuales serían recogidas e impulsadas por los socialistas en Bilbao, dirigidos por Facundo Perezagua.
Una vez elegido en 1895 se incorporó a la comisión de Hacienda, de la que había formado parte su antecesor y correligionario Manuel Orte. Su inclusión en dicha comisión y su designación como delegado del ayuntamiento en el Matadero Municipal provocó serios recelos entre sus contrincantes políticos. La llegada de los representantes socialistas levantó una enorme expectación en la vida política local. Perezagua era perfectamente consciente de la importancia que habría de tener su presencia en las instituciones municipales, tal como lo pondrá de manifiesto en numerosas ocasiones: «Nosotros queremos demostrar que somos aptos para administrar un pueblo y nuestros actos en todos los puestos públicos han de llevar siempre el sello de la moralidad y de la justicia».
Ambos principios – moralidad y justicia- se convirtieron en señas de identidad de los nuevos concejales socialistas, dispuestos a encabezar la lucha contra la corrupción que se venía denunciando repetidamente en La Lucha de Clases. La crítica de los métodos desplegados desde el ayuntamiento en la gestión de los presupuestos municipales, la concesión de obras y la contratación irregular de funcionarios y empleados fueron algunos de los motivos de enfrentamiento más importantes. Perezagua defendió con vehemencia la regeneración integral de los sistemas de nombramiento del personal médico, tratando de impulsar un sistema de oposiciones más justo frente al modelo tradicional, basado únicamente en el reconocimiento de los derechos adquiridos y la antigüedad.
A lo largo de su labor como concejal intentó imprimir a los presupuestos municipales un nuevo rumbo desde la Comisión de Gobernación, haciendo tributar -según sus propias palabras a la riqueza en todas sus manifestaciones, y descargando de este modo la tributación de los impuestos sobre los consumos. Además, se mostró especialmente sensible con los problemas del mundo del trabajo, participando activamente en la Junta Local de Reformas Sociales. Defendió otros muchos proyectos de carácter social, como la construcción de viviendas obreras, la creación de casas de socorro, entre ellas la de Olaveaga, y tuvo un destacado papel en las comisiones creadas para evitar la mendicidad, exigiendo para ello la responsabilidad de la Diputación en la creación de un asilo provisional
Sin embargo, la fulgurante figura de Facundo Perezagua, tanto al frente del movimiento obrero vizcaíno y de los socialistas, como de sus responsabilidades como concejal comenzó a declinar a partir de 1910-1911. Las dos huelgas generales que se produjeron esos años marcan precisamente el cenit de su liderazgo y su posterior declive. Una serie de factores influyeron en ello: en primer lugar la propia crisis del socialismo vizcaíno. La huelga de 1906 había puesto de manifiesto las profundas diferencias de criterio existentes dentro de su seno, entre los defensores a ultranza de la huelga general como arma de negociación, liderados por Facundo Perezagua y los reacios a su utilización. El dirigente obrero no aceptó los planteamientos adoptados por la dirección socialista, cada vez más atenta a la evolución del contexto sociopolítico. Es más, en numerosas ocasiones se ratificó públicamente a favor de la omnipresencia de las sociedades de resistencia, es decir, sindicales, como únicos referentes entre la clase obrera. La tenacidad de su posicionamiento le llevó a alejarse del creciente posibilismo en el socialismo español, que se basaba en la acción política para la consecución de objetivos inmediatos. La estrategia impulsada en la dirección central del PSOE debía centrarse en la obtención de un marco legislativo favorable al mundo del trabajo desde un estado cada vez más intervencionista a partir del siglo XX. La garantía de su mantenimiento y aplicación pasaba por el refuerzo electoral en los órganos representativos y, en concreto, en el parlamento. El acuerdo con los republicanos en 1909, aceptado a regañadientes por Perezagua, supuso la culminación de este proceso que rompía el tradicional aislamiento político del primer socialismo.
Los conflictos laborales sistemáticos impulsados por Perezagua eran incompatibles con dicho pragmatismo político. Su falta de sintonía con la organización central le había llevado a rechazar decididamente las propuestas arbitrales del PSOE y de la UGT, que temían su generalización al resto del estado. La intransigencia de Perezagua no nacía de un talante propiamente revolucionario, sino de su fe en el protagonismo de las organizaciones societarias como garantes de la lucha de la clase obrera por sus derechos sociolaborales. Su actitud escéptica hacia la actividad política era debida a las propias carencias democráticas del modelo vigente de la Restauración, que ni siquiera fueron corregidas por el efímero gobierno liberal de Canalejas.
A partir de 1912 se desató definitivamente el choque interno en el socialismo vizcaíno entre la tendencia intransigente de activismo obrero, al que tanto debía su inicial implantación, y la moderada de acción política, que pretendía ampliar su base social mediante la mejora de los resultados electorales. Lideraban ambas posturas el ya fogueado pero cada vez más aislado Facundo Perezagua y el emergente joven periodista bilbaíno Indalecio Prieto. El primero fue incapaz de adaptarse a las nuevas circunstancias políticas y a la propia evolución de la clase obrera. El segundo apostó decididamente por una política reformista de transformación social desde el poder institucional, que tan sólo creía posible en un estado republicano. Desde esta reflexión nacía el prietismo como el exponente de una política de afirmación democrática y republicana. Era el final del rígido determinismo ideológico del primer socialismo español, que tradicionalmente se había opuesto a colaborar con todo partido que calificara de burgués. La irrupción del emergente Prieto y su consolidación política contribuyó aún más a reforzar las diferencias entre ambos personajes, reafirmando la moderación del nuevo dirigente frente al radicalismo del viejo líder obrerista, una proyección que en cierto modo terminó pasando a la propia historiografía.
Ni siquiera su incorporación al recién nacido Partido Comunista de España, escindido del PSOE, consiguió relanzar la figura de Perezagua. Tan sólo su muerte a finales de abril de 1935, -con una impresionante manifestación de duelo popular en los barrios altos de Bilbao-, devolvió el protagonismo póstumo de un personaje imprescindible para conocer nuestra reciente historia.
NOTA. Norberto Ibáñez es historiador, coautor, junto con José Antonio Pérez Pérez, del libro Facundo Perezagua, 1860-1935. El primer líder obrero de Bizkaia (Bilbao: Temas vizcaínos, Fundación BBK, 2004).