Pablo Stefanoni
¿Izquierda “light liberal” o libertaria?
(www.paginasiete.com.bo. Noviembre de 2014).

Cada vez que se critica a quienes no se alinean “lo suficiente” con los relatos oficiales que provienen de la izquierda o el nacionalismo se apela a la fórmula de “izquierda liberal”. Recientemente, un “compañero internacionalista” que colabora con el Gobierno en La Paz –Katu Arkonada– fue algo más creativo e inventó la expresión izquierda “light-beral”, al parecer una izquierda incapaz de consumir la cantidad de calorías que requiere hacer la revolución (no puedo evitar recordar que el fascista carapintada argentino Aldo Rico repetía en una línea similar que “la duda es la jactancia de los intelectuales”).

No fue casual que quien festejara más entusiastamente la creación de Arkonada en Twitter fuera Isabel Rauber, una argentina-cubana íntimamente asociada a la intervención política-policial en el Centro de Estudios sobre América, que en los años 90 mandó al exilio a prestigiosos intelectuales cubanos, justamente por demasiado “light-berales”; algunos terminaron con procesos penales. José Stalin –que era menos sofisticado en el lenguaje que sus nuevos seguidores– apelaba a la expresión más explícita de “liberalismo podrido” contra todos sus adversarios, a muchos de los cuales fusiló en los procesos de Moscú, en un homenaje nunca igualado al “antiliberalismo” judicial. Lo de seguidores no es abusivo de mi parte: un reciente afiche virtual donde aparecía Chávez junto a Stalin –que pensé que había sido confeccionado por el equipo de Capriles– circuló profusamente en algunos Facebooks de críticos del “light-beralismo” de izquierda.

Ya sabemos que democracia y liberalismo no van de la mano. Muchas veces (quizás demasiadas) el liberalismo no fue democrático y muchas otras la democracia no fue liberal, por lo que acusar de liberal a cualquier perspectiva democrática radical y libertaria lo único que logra es reponer una dualidad –“liberalismo/democracia”– que justamente desde la izquierda buscamos poner en cuestión. Arrojar el agua de la bañera junto con el niño nunca fue la mejor perspectiva para deshacerse del agua sucia. Pero el pequeño grupo mencionado, al atacar al liberalismo busca atacar a la democracia. Por eso defendían el sistema de “democracia directa” de Kadafi, el paraíso del antiinstitucionalismo: el líder libio no tenía ningún cargo formal pero manejaba el país con mano de hormigón armado.

Precisamente, las teorías sobre la radicalización de la democracia buscan evitar visiones antiliberales algo primitivas intelectualmente. Como ha escrito el gran historiador Marc Bloch, muchos de los principios consagrados por revoluciones liberales clásicas constituyen una “ortopedia del caminar erguido”, una forma de dignidad personal que a veces los antiliberales ingenuos no conocen en toda su plenitud –ni en la teoría ni en sus vivencias personales–. No hay que confundir dureza frente a los factores de poder (muy necesaria) con la cancelación del pensamiento crítico (a mediano plazo, muy fútil).

Como se ha visto, los regímenes de partido único y Estado omnipresente en la vida social moldearon ciudadanos atrapados en una razón cínica muy fuerte, que en muchos casos para sobrevivir, debieron realizar concesiones morales muy complicadas. Fidel Castro podía tener razón en que “multipartidismo es multiporquería” pero cualquier demoliberal podría responder con simpleza que “unipartidismo es porquería única” y en ese caso quizás es mejor tener para elegir qué “porquería” queremos.

Si hay algo que está en las antípodas de la emancipación es la psicología del censor y del delator. En los auges revolucionarios, ello parece un gran aporte a la causa, pero cuando las aguas bajan y la situación se normaliza –y el gris de la imprescindible burocracia reemplaza el verde de la revolución– esas actitudes quedan desnudas de cualquier veleidad épica y se muestran tal como son: puro servilismo.

A esta altura parece evidente que cualquier perspectiva de emancipación no puede evitar incluir muchos de los derechos consagrados por el liberalismo en su etapa revolucionaria. Eso siempre fue claro en el marxismo. No deja de ser paradójico que el nuevo héroe que acaba de poner en jaque al sistema de espionaje estadounidense, Edward Snowden, sea un libertarian, que en EEUU es una suerte de anarcocapitalista. Obviamente, eso no tiene nada que ver con la izquierda, aunque los estertores de la Guerra Fría lo obligaran a buscar asilo en el eje del mal, y ningún país liberal lo acogiera. Pero nos advierte que el mundo actual es algo más complicado de lo que algunos discursos binarios dejan ver.

En todo caso, si ser light es evitar la pesadez de los “edulcorados” y a agobiantes discursos autocelebratorios de un neonacionalismo filoestalinista a menudo contrabandeado en las actuales emergencias populares, bienvenido. Y si liberal implica una conexión con tradiciones libertarias que han advertido sobre la expansión incontrolada del poder estatal, igualmente bienvenido.

La capacidad de pensar libremente es una de las mayores conquistas de los humanos, sea contra la Iglesia o contra los Estados, incluso los revolucionarios. Y los actuales procesos de emergencia popular son demasiado importantes como para que una pequeña pandilla estalinista busque secuestrar sus significantes e inducir a prácticas caducas.