Paco Doblas
Literatura y memoria histórica 
Marzo de 2011.
(Página Abierta, 215, julio-agosto de 2011).

Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes
ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges

La memoria constituye un elemento central de la identidad humana. Una persona que pierde la memoria ha perdido su ser. No es que tengamos memoria, es que somos nuestra memoria. Siempre construimos la literatura, inevitablemente, con esos retazos de nosotros mismos, incluso cuando estamos hablando de ficción, aun en sus expresiones más fantásticas, ya que como dice Samuel Taylor, «la fantasía no es otra cosa que un modo de memoria emancipado del orden del tiempo».

Los personajes literarios, por ejemplo, están hechos con retazos de las personas que su creador ha conocido en la realidad y que han quedado codificados como recuerdos en su mente, y en el momento de la escritura, de alguna manera, combina mágicamente para recrear otras personas de ficción sobre el papel. Sin embargo, hay personajes literarios que tienen más realidad que la mayoría de la gente de carne y hueso que vive entre nosotros. ¿Quién podría negarle realidad a Ulises, a Don Quijote, a Madame Bovary o a Gregorio Samsa?

Lo mismo que hablamos de los personajes podemos decir del tiempo y el espacio literarios, con los que reconstruimos verdaderos universos. Sin embargo, la relación entre realidad, memoria y literatura es siempre conflictiva y dialéctica. Lo que recordamos nunca es exactamente la realidad y la literatura no es simplemente la transcripción de nuestros recuerdos, sino una recreación artística y libre de ellos que construye una realidad nueva.
Por lo tanto lleva razón Antonio Colinas cuando nos dice que «en esencia, toda la literatura que se hace es literatura de la memoria». Sin embargo, asociamos más específicamente a la memoria aquellas formas literarias que evocan el pasado como son de forma muy directa la biografía y la autobiografía, pero también la novela, el teatro y la poesía históricos. En todos estos géneros o subgéneros la literatura limita con un país cercano, la historiografía. Esto nos lleva al segundo hito de nuestra reflexión.

Literatura e historia

«Escribir libros es una tarea con consecuencias, y una obra literaria desborda siempre la página escrita y altera de alguna manera la realidad. A mí siempre me gusta decir que en América Latina, los vacíos que deja el relato de la historia contada por los historiadores de profesión, vacíos que siguen siendo numerosos, vienen a llenarlos los escritores, sin que nadie pueda vedarles el uso de la imaginación, que se halla en la esencia de su oficio, a la hora de contar los hechos de la historia», escribe Sergio Ramírez.

Al igual que ocurre con los individuos, las identidades colectivas también tienen una suerte de memoria que llamamos historia. Una familia, un colectivo, una clase social, un grupo étnico, un país o un continente van acumulando un poso de recuerdos colectivos, de mitos, de acontecimientos significativos, de vivencias comunes que forman su historia.

Al igual que decíamos con la memoria individual, también podemos decir que un sujeto colectivo que ha perdido su historia, ha perdido su ser. Y que un pueblo no tiene una historia, sino que es su historia. Pero, como dice la cita arriba expuesta del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, los escritores vienen a llenar los muchos vacíos que dejan los historiadores. La literatura completa los huecos fijándose en muchos detalles que pasan desapercibidos por la Historia, con mayúscula. Como si fuera una lupa, nos acerca a la realidad cotidiana de la gente, a esas pequeñas historias, con minúsculas, que corren por debajo de la superficie de los grandes acontecimientos históricos como ríos subterráneos, como la sangre corre por dentro de nuestro cuerpo.

Alguno podría objetar que la literatura trabaja con ficciones y no con hechos reales como la historiografía, pero esa doble afirmación no es así del todo en ninguno de sus dos extremos. Aquí también podemos decir que realidad, literatura e historia se relacionan siempre de forma conflictiva y compleja. La literatura, por un lado, desde su campo específico ha prestado su voz para crear la narración histórica, algunas veces recreando hechos reales contados de forma literaria y otras creando ficciones, relatos inventados, pero empapados de un realismo, de un tiempo y un espacio históricos que a veces, al igual que decíamos con los personajes literarios, son más reales y sustanciales que muchos de los acontecimientos que verdaderamente pasaron.

Un ejemplo lo tenemos en ese producto híbrido que inventaron los románticos, la novela histórica, y que goza de tan buena salud editorial en nuestros días. Y es que la buena novela histórica (o teatro, o cine, o poesía históricos) tiene que pasar un doble filtro de calidad: la histórica y la literaria. Así, muchas veces nos podemos encontrar novelas muy bien documentadas desde el punto de vista histórico pero que no superan los mínimos de calidad literaria o viceversa. De aquí que este tipo de literatura tiene una dificultad añadida: el escritor ha de hacer previamente un estudio y a veces una verdadera investigación del lugar y la época histórica en los que se van a desarrollar la narración, saber elegir la historia o historias individuales que se quieren contar, que sean suficientemente significativas desde el punto de vista histórico. Y aunque sean ficciones, deben ser realistas en el sentido de que podrían haber ocurrido perfectamente en el contexto histórico concreto en el que se desarrollan y por lo tanto ser no solo coherentes, sino ilustradoras del espíritu de la época que aspiran a retratar.

Y es que ayudar a comprender un determinado contexto histórico debería ser uno de los objetivos de cualquier buena novela, y más aún de una novela que se apellide histórica. Por ello, coincido con Luis Mateo Díez cuando dice: «Siempre me interesó mucho la idea de que el patrimonio imaginario de la humanidad es, en muy buena medida, el patrimonio de su memoria, que una parte sustancial de lo que ha sido el ser humano se encuentra en el espejo de las ficciones, que para el conocimiento de una época, de una sociedad, para encontrar el reflejo más íntimo de la misma, el latido más secreto de quienes pudieron vivirla, hay que recurrir a las novelas».

Y volviendo otra vez a Sergio Ramírez, debemos concluir que nadie puede vetar el uso de la imaginación al escritor, que es la esencia misma de la literatura, procurando siempre un buen equilibrio entre realismo e imaginación cuando la literatura que hagamos lleve el adjetivo de histórica. Por otra parte, si miramos hacia el lado de la historiografía hemos que tener claro que, por mucho que esta aspire a tratar los hechos con neutralidad académica, es siempre también una construcción artificial, una recreación imperfecta donde lo que se refleja necesariamente es aquello que el historiador desde su subjetividad entiende como más significativo y merecedor de pasar a esa narración común, a ese discurso colectivo sobre el pasado y que da sentido e identidad al presente que es la historia.

Además, la historia, al igual que la literatura, se escribe y por lo tanto está acotada también por los límites y las trampas de la escritura. Y a esto debemos añadir aquí, como tantas veces se ha dicho, que la escriben los vencedores que, con su historiografía oficial, imponen, o intentan imponer, lo que debemos recordar y lo que debemos olvidar. Afortunadamente, además de este discurso dominante, quedan los alegatos alternativos de los vencidos que no se resignan a ser olvidados. Y esta reflexión ética nos lleva al último punto de la exposición.

Recuperar la memoria histórica

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros
cuando asqueados de la bajeza humana
cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
Luis Cernuda, del poema 1936

La ecuación memoria histórica está cargada de significación ética y política y está relacionada con esas voces alternativas de los vencidos. Se trata, además, de un movimiento social cuyo empeño es recordar aquello que la historia oficial de los vencedores había condenado al olvido. Se han desarrollado movimientos a favor de la recuperación de la memoria histórica en aquellos pueblos que han pasado por experiencias traumáticas de guerras y dictaduras, como muchos países latinoamericanos o de Europa del Este, y han sido las víctimas de la violencia o los familiares de estas los que han levantado la reivindicación de dignidad y justicia.

Aquí en España, durante los últimos años, se han constituido por todo el territorio asociaciones con el fin de recuperar la dignidad de las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura franquista. Son los hijos y, en muchos casos, los nietos los que buscan los restos de sus familiares asesinados, a la vez que piden que se restituya la memoria de sus seres queridos injustamente represaliados. Son ellos, las victimas y sus familiares, los protagonistas de este despertar de la memoria histórica a su estela. Historiadores y muchos escritores, con mayor o menor fortuna, se han sumado a este empeño por arrancar del olvido a los vencidos y rescatar su voz.

Porque hay que decir claramente, para que nadie se llame a engaño, que al hablar de memoria histórica estamos metiendo un componente ético valorativo y por lo tanto estamos tomado partido. La memoria histórica es un discurso de parte, a favor de las víctimas, de la democracia y los derechos humanos, una posición que busca empatizar con el dolor injustamente acallado. Y, ciertamente, durante la guerra hubo víctimas y dolor en ambos bandos, y esto no se puede negar por mucho que este estuviera desigualmente repartido. Pero lo que tampoco se puede negar, y ahí está el agravio, es que el bando vencedor siguió reprimiendo a sangre y fuego de forma unilateral, una vez acabada la guerra, durante más de cuatro décadas, y que mientras las víctimas del bando nacional eran ennoblecidas como héroes por el nuevo Estado como “caídos por Dios y España”,los del lado republicano eran olvidados en las cunetas.

A esta corriente por la recuperación de la memoria histórica ha respondido otra de signo contrario, autodenominada revisionista, que intenta traer como algo supuestamente novedoso el viejo discurso manipulado de que fueron realmente los republicanos y la izquierda los que se sublevaron provocando la Guerra Civil. Pío Moa y César Vidal son los más conocidos difusores de esta corriente que cuenta con nula credibilidad académica. Una inmensa mayoría de historiadores, como Paul PrestonJavier Tusell o Ian Gibson…, se oponen a este revisionismo, amén de negarle originalidad al señalar que recupera las añejas argumentaciones franquistas. Esto no impide, sin embargo, que estos “historiadores” gocen de gran popularidad y arrasen en los índices de ventas.

Sumando a unos y a otros, en los últimos años en nuestro país han corrido ríos de tinta impresa. A los innumerables ensayos históricos se han sumado títulos de novelas, películas, obras de teatro… sobre la república, la guerra, la posguerra, la dictadura o la transición que han llenado las estanterías de las librerías. Especialmente prolífera ha sido la producción de novelas, tanto que algunos hablan de hartazgo, como lo demuestra el título irónico de la novela de Isaac Rosa ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!

Javier Cercas, autor de la magnífica novela Soldados de Salamina, ironiza sobre la ironía en un interesante articulo en El País titulado ¡Otra bendita novela sobre la guerra civil!, del que extraigo algunos fragmentos:  «… todo perfecto idiota intelectual español, al principio piensa que la guerra civil es algo tan ajeno y tan remoto para él como la batalla de Salamina y al final descubre lo evidente, y es que el pasado no pasa nunca, que el pasado es el presente o la materia de la que está hecho el presente y que, nos guste o no, nada de lo que somos se entiende sin la guerra civil porque la guerra civil es nuestro mito fundacional… el tema de una novela es siempre secundario: la literatura no es una cuestión de tema, es decir, de fondo, sino de forma, porque en ella la forma es el fondo… ¿Tienen todavía algo que decir las novelas sobre la guerra civil? La duda ofende; la respuesta es evidente: depende del talento de quien la escriba».

En unos términos similares se expresa Almudena Grandes cuando dice: «Desde el punto de vista narrativo, la Guerra Civil y la posguerra son un filón extraordinario. Cualquier escritor que sea capaz de ponerse de puntillas y mirar dos milímetros por encima de la historia oficial, verá que la historia contemporánea de España está llena de personajes y episodios impresionantes».

Suscribo totalmente el contenido de estas citas. El problema es que entre tanta oferta es complicado a veces diferenciar el polvo de la paja. Como antes decía, estas publicaciones deben responder a dos criterios: por un lado, la calidad literaria; por otro, el rigor histórico. Lo que excluye, desde mi punto de vista, a los revisionistas, tanto historiadores como novelistas, pero también a bastantes escritores que, mejor intencionados desde una posición solidaria con las víctimas,  hacen un discurso fácil e ideologizado que a veces roza el panfleto político y que perjudican tanto una buena historiografía como una buena literatura.

Pero también soy contrario a quienes piensan que el escritor debe  despojarse de todo posicionamiento ético-ideológico. Creo que este es totalmente necesario para elegir el tema, el ángulo del que se va a mirar, los hechos concretos, los personajes, el tono… Ahora bien, cuando hablamos de los géneros narrativos como las novelas, este posicionamiento no debe aparecer de forma discursiva directa y mucho menos avasalladora. Al contrario, el escritor debería de limitarse a mostrar, a contar la historia, y a que sea la historia la que hable a través de los hechos y de sus personajes.

Ya para concluir, he de decir que en España, en los últimos años, han ido apareciendo un buen puñado de novelistas que a los criterios que he apuntado de calidad literaria y rigor histórico habría que añadir una posición ética a favor de la recuperación de la memoria histórica. A los ya mencionados Javier Cercas y Almudena Grandes habría que sumar a otros como Julio Llamazares, Jordi Soler, Dulce Chacón, Juan Eslava… por nombrar solo a algunos. Y así, de vez en cuando, tenemos la suerte de que llega a nuestras manos uno de esos libros que nos hacen gozar aprendiendo historia con una buena literatura, amén de hacer un ejercicio ético de empatía con tanto dolor silenciado.


Paco Doblas es autor del libro de poesía histórica El Guernica andaluz. Poesía contra el olvido (Cedma, Málaga, 2008) y  miembro de la Asociación contra el Silencio y el Olvido por la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga.