Paloma Uría
Las novedades en la actual novela policiaca
(Página Abierta, 224, enero-febrero de 2013).

La novela policiaca, en sus diferentes versiones, invade hoy nuestras librerías, buscando –y probablemente logrando– un importante número de lectores. Junto a la tradición clásica de novela policiaca anglosajona y francesa, se han unido al mercado no sólo la novela en castellano que ha impulsado, entre otros, Vázquez Montalbán, sino traducciones del griego, del italiano, del holandés… y una nómina de escritores nórdicos (finlandeses, suecos, noruegos, islandeses) que, al calor del éxito del Millennium, han llamado la atención de nuestros editores. Y no sólo Europa y EE UU, sino China, Japón y hasta Botsuana aportan su granito de arena al afán detectivesco.

Es de destacar la abundancia de mujeres que se dedican a este género literario. Las escritoras han irrumpido con fuerza en la creación literaria en general, y su presencia en el género policiaco es muy llamativa, a pesar de que los precedentes eran escasos. P. D. James, Donna León, Camilla Lackberg, Asa Larsson, Fred Vargas, Patricia Cornwell, Sara Paretski, Sue Grafton, Elisabeth George, Anne Perry…, y la nómina continúa imparable. Con ellas irrumpe también la mujer detective.

En las novelas escritas por hombres aparecen algunas mujeres policías, pero casi siempre en papeles secundarios, si exceptuamos a Salander, la peculiar protagonista de Millennium. También algunas mujeres escritoras prefieren hombres policías, como Donna León o P. D. James; sin embargo, otras optan por dar el protagonismo de sus narraciones a investigadoras privadas. En algunos casos se inspiran en el modelo de la novela negra americana: sus investigadoras son mujeres independientes, divorciadas y sin hijos, con una activa vida sexual, que corren riesgos, manejan armas, reciben golpes y heridas y se recuperan de todas sus peripecias manteniendo la independencia y la seguridad en sí mismas.

No es la intención de este artículo analizar todo este esfuerzo creador que inunda el mercado editorial ni hacer balance de él. Sólo se pretende destacar algunos factores novedosos que aportan las nuevas narraciones si las comparamos con la novela policiaca clásica.

En la novela clásica, especialmente la de los años 30 y 40, la trama policiaca es central y todo se subordina a ella. El desenlace supone el clímax de la novela. El detective o investigador, varón con contadas excepciones, destaca por su inteligencia o habilidad para desentrañar los entresijos de la trama criminal (*). El detective es un personaje singular, con personalidad acusada que se mantiene más o menos invariable en todas las novelas y que destaca por su agudeza intelectual (Holmes, Nero Wolf, Poirot). A veces son personajes rodeados de cierto misterio, amargados, duros, cínicos, con afición al alcohol y, sobre todo, hombres de acción, más que de reflexión  (Sam Spade, Philip Marlowe, Lew Archer), y también individuos  integrados en la vida cotidiana, como el comisario Maigret.

Los ambientes están asimismo subordinados a la trama y responden a rasgos más o menos tópicos y/o repetidos: familias acomodadas con turbios pasados o mundos artificiosos puestos al servicio de la trama. En algunos casos se describen ambientes más realistas: destacan en este sentido las novelas de Maigret, en las que, sin descuidar la trama, se reflejan ambientes de barrios parisinos o zonas rurales, con reflexiones sobre sus valores, generalmente conservadores. También es el caso de las novelas de Miss Marple, que presentan con eficacia la vida de pueblecitos rurales ingleses, con una buena dosis de amable ironía. Por otra parte, en la novela negra de EE UU encontramos enfoques sociales con denuncias de corrupción y ambientes gansteriles y marginales.

El lector aficionado a esta novela policiaca clásica disfruta con la complicación de la trama y compite con el detective, casi siempre sin éxito, en ir desentrañándola, buscando los cabos sueltos e insinuaciones que va dejando el autor para descubrir al culpable. Al mismo tiempo, puede apreciar los ambientes descritos y también dejarse subyugar por tipos duros e interesantes, como Sam Spade o Philip Marlow… Pero el lector no encontrará mensajes o reflexiones  sobre la vida o las pasiones humanas, análisis sociológicos o políticos, ni personajes complejos que dejen huella o impacto duradero. Lo que busca es puro entretenimiento, inteligencia o agudeza y, a veces, acción.

La novela policiaca contemporánea ha introducido modificaciones importantes de enfoque. Es evidente que siguen escribiéndose muchas novelas siguiendo el patrón clásico, aunque modernizando los personajes y los ambientes y recreándose en crímenes mucho más sangrientos y morbosos. Pero hay un cambio en muchos de los novelistas de más éxito. Desde mi punto de vista, el cambio principal consiste en que la trama policiaca, el enredo, el crimen, por así decirlo, ha pasado a segundo plano. En algunos casos, parece como si al autor fuese improvisando su desarrollo, hasta el punto de que el desenlace no constituye ya el clímax que cierra la novela.

La centralidad de la trama ha sido sustituida por otros elementos que, en mi opinión, son de dos tipos: el entorno en el que se desarrolla la novela, y las peripecias vitales del propio detective o investigador.

Son muchas las novelas de denuncia política que se desarrollan en países que están sufriendo o han sufrido pobreza, opresión, dictaduras o guerras. Las más recientes son las del escritor griego Petros Markaris, que en sus últimas novelas refleja la desesperación de la sociedad griega sometida a los imperativos de la troika; el propio Camillieri, en algunas de sus novelas, denuncia la situación de los inmigrantes que llegan a Sicilia en busca de un paraíso que no encontrarán. El novelista Qiu Xiaolong y la novelista Wei Liang sitúan la acción  en la China contemporánea, denunciando los excesos de la Revolución Cultural o la corrupción y el nepotismo del país que se incorpora a los mercados capitalistas. Martín Cruz Smith coloca a su detective, el policía Arkadi, en las postrimerías y derrumbe de la Unión Soviética, destacando la represión, la corrupción, el surgimiento de las mafias, la escasez de todo tipo de bienes y la creciente pobreza de las capas populares.

En otros casos, las intenciones políticas no son tan claras y lo que predomina es el ambiente y la vida cotidiana. Pongamos como ejemplo el detalle con el que algunos autores se recrean en la gastronomía, siguiendo probablemente la estela de Vázquez Montalbán: las dotes culinarias de Adelina (cocinera del comisario Montalbano, de Camillieri) o los exóticos platos chinos de las novelas de Qiu dan muestra de ello. Es notable también el protagonismo que adquieren las ciudades y la vida urbana. Se nos describen con minuciosidad las calles, avenidas, parques, ríos y lagos, monumentos, restaurantes, bares, oficinas y atascos de ciudades europeas, como Atenas, Edimburgo, Oslo, Estocolmo, Glasgow, Malmo, Londres, Moscú…, a veces con plano incluido, de forma que casi podemos respirar sus ambientes y sentirnos parte de su vida.

Varias de las novelas de autores nórdicos se desarrollan en los fríos  parajes bálticos o polares, en pueblos pequeños o ambientes rurales; contemplamos la belleza de los hielos y de las costas, los días o las noches interminables, la cultura de los inuit. Sorprende, a veces, el retrato de un mundo rural dominado por la influencia religiosa luterana, conservadora e intransigente, muy alejada de la idea que podríamos tener de una sociedad que pensábamos avanzada y tolerante. El contraste entre la fuerza y la belleza del paisaje y la violencia soterrada resulta de gran impacto. En líneas generales, podríamos afirmar que muchas de estas novelas funcionan casi como reclamo turístico que nos invita a conocer unas tierras extrañas y lejanas.

El otro cambio de enfoque se refiere a los investigadores, que aparecen como los verdaderos y a veces únicos protagonistas de la novela. Una primera diferencia la encontramos en la profesión del detective. Si en la novela clásica este era un investigador privado, a  veces enfrentado o en competencia con las fuerzas policiales (exceptuando el caso del comisario Maigret), ahora la mayoría de los detectives son policías. Los autores crean un personaje que se mantiene en toda la serie y una parte importante de la novela se dedica a indagar en su personalidad, en sus problemas, en sus amores y desamores, en sus relaciones con los compañeros o con los jefes, con sus hijas, que van creciendo y planteando nuevos giros en la trama. Podemos tomar como muestra al escocés inspector Rebus, de Ian Rankin, o al sueco inspector Wallander, de Henning Mankell, o al noruego Harry Hole, de Jo Nesbo. Los tres son divorciados, de mediana edad, solitarios, con problemas de alcoholismo o de salud, y sus reflexiones y avatares adquieren a veces más intensidad en la novela que el propio desarrollo policiaco.

Dejando de lado la comparación con la novela policiaca clásica, podríamos decir que con la novela policiaca actual asistimos a una sustitución de la función de la novela realista decimonónica; es decir, la novela de ambientes y caracteres que, especialmente en su forma de novela por entregas, hizo aumentar de forma considerable el público lector a lo largo de más de un siglo. La novela policiaca actual pretende reunir la intriga de la novela detectivesca con la narrativa realista; es, sin embargo, una novelística más liviana, más superficial, que no crea personajes complejos ni profundos conflictos humanos, que posee, en mi opinión, menor calidad literaria y, por tanto, deja menos huella, pero que cumple plenamente la función de entretenimiento y de evasión, y acerca a los lectores a una supuesta cotidianeidad con la que pueden sentirse identificados.


(*) Aunque el precedente claro es Sherlok Holmes, el detective privado creado por Conan Doyle, en la década de los años 30 y 40 podemos destacar, a modo de ejemplo, los siguientes autores y sus detectives: Agatha Cristie (Poirot, Miss Marple), Georges Simenon (comisario Maigret), Rex Stout (Nero Wolfe), Stanley Gardiner (Perry Mason) y los escritores de la novela negra más famosos: Dashiell Hammet (Sam Spade) y Raymond Chandler (Philip Marlowe).