Paloma Uría Ríos
Otras voces feministas
(Galde, 5, Negua 2014).

En la primavera de 2006, un grupo de mujeres vinculadas desde antiguo al feminismo impulsamos una corriente de opinión a la que dimos el nombre de “Otras Voces Feministas” y sacamos a la luz un escrito con el título de «Un feminismo que también existe». Nuestra intención era propiciar un debate enriquecedor tanto en el ámbito feminista como en la opinión pública en general. En sucesivos escritos y debates fuimos perfilando nuestra concepción del feminismo y de sus tareas, que podríamos resumir en lo que sigue.

El feminismo surgió como un movimiento social de denuncia de la discriminación y opresión de las mujeres y de reivindicación de derechos a favor de la igualdad y de la libertad. En este proceso se fueron creando lazos identitarios para afirmarse y potenciar la lucha colectiva. Esta necesaria estrategia derivó, en algunas corrientes feministas, hacia posiciones que acabaron diseñando una identidad femenina opuesta a una identidad masculina, con tal rigidez que pareció dividir a la humanidad en dos bloques enfrentados, los hombres y las mujeres.

Para explicitar estas identidades, se diseñaron una serie de rasgos basados en los estereotipos al uso. Y se dibujó un panorama en el que las mujeres (o la mujer, como se dio en decir) aparecían siempre como víctimas o dominadas y los hombres como dominadores. Esta posición plantea, en nuestra opinión, una serie de problemas. La dificultad que entraña describir la supuesta feminidad y masculinidad a partir de unos estereotipos que son siempre abstracciones o incluso deformaciones de la realidad. El hecho de que no se contemplen las diferencias entre las mujeres, diferencias debidas a distintos factores y que varían en función del tiempo y del espacio.

Se da una imagen idealizada de las mujeres y negativa del conjunto de los hombres, con la consiguiente dificultad para conseguir implicar a estos en el apoyo a la lucha feminista. La victimización, combinada con la super-protección, debilita a las mujeres, no ayuda a su autoestima, les dificulta tomar en sus manos el propio destino. Presentar identidades tan arraigadas conlleva una visión estática de la realidad e implica reconocer la casi imposibilidad de cambio.

Pero en Otras Voces Feministas hemos dado un paso más en el análisis de las identidades. Las Jornadas celebradas en Granada (6-7 diciembre de 2009) con la participación de mujeres y hombres transexuales y transgénero fueron un revulsivo para ese pensamiento feminista basado en dos sexos tan rígidamente diferenciados. Las personas transexuales y transgénero, en la medida en que se han definido y reivindicado como tales, desafían la permanencia de esos dos sexos tan claramente delimitados y obligan a replantear los géneros, concebidos por el feminismo como la construcción cultural que se asienta sobre dos sexos biológicos entre los que hay un muro infranqueable, y nos obligan incluso a repensar el sujeto de la revuelta feminista
y sus objetivos.

La crítica de la heterosexualidad como norma social y sexual ha sido una constante del feminismo del que se reivindica Otras Voces. El no a la heterosexualidad obligatoria ha formado parte de la defensa de la libertad sexual, pero ha sido asimismo la base por la que se empezó a cuestionar una sociedad construida sobre dos sexos que se complementan. Una muestra de la rigidez de la división entre hombres y mujeres ha sido la de establecer una sexualidad masculina depredadora y sumamente activa frente a una sexualidad femenina difusa y pasiva, junto a una concepción más bien puritana del sexo, que lleva a sectores feministas a rechazar radicalmente la prostitución o cualquier manifestación pública del cuerpo de la mujer o de la sexualidad.

Defendemos el sexo como placer y apoyamos toda práctica sexual que sea libremente consentida. Hemos criticado las políticas que contribuyen a aumentar la marginación de las mujeres que ejercen la prostitución y nos hemos mostrado partidarias del reconocimiento de derechos; siempre sin dejar de denunciar la prostitución forzada y la actividad de las mafias.

Por otra parte, no creemos que se pueda establecer una causa única de la opresión y discriminación de las mujeres. La complejidad de nuestra sociedad nos lleva a considerar diversos aspectos que contribuyen a mantener esta situación en la que permanece aún la superioridad masculina. Es evidente que la educación que hemos heredado, basada en la desigualdad, juega también un papel determinante en el mantenimiento de la discriminación de las mujeres. No es de menor importancia el papel que juega la estructura familiar que, a pesar de los cambios, todavía reproduce, en muchos casos, roles diferenciados y asumidos. Todavía hoy, la atención y cuidado de los hijos, la dedicación al cuidado de las personas dependientes y la conciliación de estas actividades con la vida laboral recaen casi en exclusiva sobre las mujeres y constituyen factores de primer orden que dificultan su independencia y autonomía.

Hemos procurado contrarrestar la idea, a menudo implícita en declaraciones feministas, que culpabiliza al género masculino, es decir, a los hombres por el mero hecho de serlo, de la violencia contra las mujeres, y que presenta al género femenino, es decir, al conjunto de las mujeres, como víctimas del dominio masculino. Son culpables los individuos que cometen delito, que ejercen violencia, y son víctimas las personas que la sufren, pero unos y otras tienen historia propia. Existen causas que llevan a los hombres a la violencia, y entre ellas sobresale el hecho de ser socializados en una masculinidad agresiva; y existen consecuencias para las mujeres que las llevan a necesitar ayuda, protección, pero también autoestima y empuje para superar su situación. Es peligroso y destructivo para la causa que perseguimos no valorar que la gran mayoría de los hombres no maltrata y necesitamos su colaboración, y la gran mayoría de las mujeres no sufre maltrato (hablamos de nuestra sociedad, evidentemente), y ello nos da fuerzas para combatir la violencia y apoyar a quienes la sufren.

Explicar la violencia de género por una única causa, el dominio o poder de los hombres sobre las mujeres, abre el interrogante de por qué entonces no maltratan y agreden todos los hombres que han sido educados en el mismo o similar contexto cultural y social. Solo una minoría de hombres (menos del 10%) maltratan, aunque a su vez sean demasiados. Por otra parte, hay hombres con conductas machistas que no ejercen violencia contra mujeres. Las causas de dicha violencia hay que buscarlas en la interacción de condicionantes sociales y características particulares de esos individuos que maltratan.

Las mujeres que nos hemos agrupado en torno a estas posiciones no tenemos la misma opinión sobre todas y cada una de las cuestiones que componen la agenda feminista, pero creemos que es importante suscitar estos debates sin complejos y sin miedo a parecer «políticamente incorrectas». Nuestro objetivo inmediato es enriquecer el pensamiento feminista, contribuir a descubrir la complejidad y los matices que son consustanciales a las relaciones sociales. Nuestras miras están puestas en conseguir una sociedad más justa, más libre y más igualitaria.

Hoy el panorama es muy difícil. El ataque sin precedentes del gobierno del PP a los derechos de la ciudadanía y, en especial, de las mujeres son de tal envergadura que pueden hacernos retroceder décadas en aspectos tan fundamentales como la coeducación y la enseñanza pública, los derechos sexuales y reproductivos, el control de la propia sexualidad, el derecho a un trabajo digno y a una vida autónoma, el precario Estado de bienestar. El movimiento feminista ha salido de nuevo a la calle para reivindicar el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y sobre nuestra capacidad de ser madres. Se hace imprescindible una movilización continuada de denuncia y de resistencia.