Paloma Uría
Feminismo y feminismos de ayer y de hoy
(Página Abierta, 243, marzo-abril de 2016).

El movimiento feminista, tal como lo conocimos la mayoría de nosotras, tiene una corta historia y más corta aún si hablamos de los debates y reflexiones teóricas; breve historia, pero no por eso menos intensa en lo que a movilización social se refiere y prolífera en cuanto a producción teórica. En relación con esta última, a pesar de su influencia en el ámbito de los grupos de mujeres, quedó relegada a las estructuras universitarias de los llamados estudios de la mujer y apenas impregnó la Academia; sin embargo, muchos de los libros de las teóricas y estudiosas del feminismo fueron –quizá todavía son– best seller entre las mujeres.

En cuanto al movimiento activista, si bien nunca movilizó  grandes masas, sí se convirtió, al menos durante la Transición, en uno de los principales focos de movilización, y, a pesar de la reticencia con la que fue recibido, incluso en ámbitos de la izquierda  (a los que por derecho propio pertenecía), su peso fue decisivo, obligando a los partidos políticos a modificar sus plataformas y programas e impregnando a la opinión pública, si no siempre de simpatía, al menos de reconocimiento de la justeza de la mayoría de sus demandas.

El feminismo no ha desaparecido, pero ¿qué queda hoy de todo aquello? ¿Cómo ha evolucionado? ¿Por qué hoy se habla de feminismos, en plural, haciendo hincapié en sus diferencias? Es difícil tratar de explicarlo sin hacer un repaso, aunque sea un tanto sumario, de su principio y evolución a lo largo de los últimos cuarenta años. Así que voy a intentarlo.

Podemos situar el auge creativo de las teorías feministas en la década de los setenta y ochenta, en dos líneas paralelas y antitéticas que dieron lugar a dos tendencias que se denominaron “feminismo de la igualdad” y “feminismo de la diferencia”,  denominaciones no muy rigurosas y que engloban, cada una de ellas, teorías bastante diferentes entre sí pero que tienen en común la pretensión de alcanzar una explicación global de lo que se puede llamar “opresión de la mujer”, y que acuñaron el concepto de patriarcado, concepto un tanto resbaladizo pero que funcionó como referente de la situación que se pretendía abordar.

Se desarrolló también el concepto de género, que algunas teóricas denominaron sistema de sexo-género, y que establecía la distinción entre el sexo biológico y el género, que sería la percepción social y que constituiría la identidad, tanto individual como colectiva.

El feminismo de la “igualdad” extrajo sus fuentes teóricas de diversas adaptaciones del marxismo, generalmente en sus versiones más economicistas; no siempre para adecuarlo, sino a veces para reformularlo radicalmente. En todo caso, como buen pensamiento ilustrado, pretendía combatir la discriminación y opresión de las mujeres aboliendo las desigualdades entre hombres y mujeres y los privilegios de aquellos mediante reformas legales, cambios sociales, revolución de los usos y costumbres, de las conciencias y, de forma más o menos explícita,  promoviendo una revolución en lo que se llamaba entonces el “modo de producción capitalista”. El objetivo habría de ser la abolición de las diferencias en pro de seres humanos iguales en derechos. Ni que decir tiene que las teóricas de este feminismo pertenecían al ámbito ideológico de la izquierda, socialista o comunista.

El feminismo de la “diferencia”, aunque a veces deudor también del marxismo en su pretensión de lograr una teoría global de la opresión de la mujer, se basaba en destacar y afirmar lo que hombres y mujeres tienen de diferente y en señalar la opresión de la mujer como el origen y fundamento de la sociedad llamada patriarcal, de ahí que se le denominase también feminismo “radical” (en el sentido de que la opresión de la mujer está en la raíz de toda opresión).

Estas diferencias se destacaban en diversos aspectos de la personalidad que se suponía genérica (de género). Así, las mujeres resultaban ser más pacíficas y defensoras de la naturaleza, lo que dio lugar al movimiento feminista ecopacifista, que dedicó esfuerzos importantes al ecologismo y al antimilitarismo; otras corrientes exaltaban las inclinaciones maternales y las relaciones afectivas o de confianza entre las mujeres, promoviendo un mundo femenino no enfrentado pero sí separado del mundo masculino. Pero la corriente que más influencia iba a tener en  el feminismo en España fue la que, procedente sobre todo de EE. UU., se llamó feminismo cultural.

Una de las características más significativas del feminismo contemporáneo es la relevancia que adquiere la cuestión sexual. Desde el principio, el descubrimiento y la exploración de la sexualidad y la reivindicación del placer fueron hitos del movimiento; es este un aspecto que diferenciaba nuestro feminismo de los antecedentes decimonónicos, que se caracterizaban más bien por el puritanismo y la desconsideración de una posible, pero no recomendable, sexualidad femenina activa.

Ahora bien, si en una primera etapa el sexo fue, para el feminismo, placer, con la influencia del feminismo cultural se desveló  el sexo como peligro. Bien es cierto que las agresiones sexuales formaban parte de las denuncias de las feministas, así como la exigencia de una reforma del Código Penal que permitiese la investigación y el castigo de violadores y otros agresores sexuales, pero el feminismo cultural fue mucho más allá. Para sus teóricas, la principal y definitiva diferencia entre hombres y mujeres, es decir, la esencial diferencia de género, radicaba en la  diferencia de los impulsos sexuales, que en los hombres se caracterizaban por su agresividad, violencia y posesividad, mientras que en las mujeres, el deseo sexual era más bien afectivo, difuso, sentimental.

Se consideraba que la opresión y explotación de la mujer era fundamentalmente opresión y explotación sexual, y se denunciaron como sus máximos exponentes la pornografía, que se consideraba una degradación del cuerpo y de la dignidad femenina y una incitación a la violación, y la prostitución, como ejemplo de la esclavitud sexual.  Si bien estas ideas así crudamente expuestas no gozaron, al principio, de mucho predicamento dentro del feminismo en España, sin embargo, el movimiento se dividió entre quienes denunciaban y exigían la prohibición de la pornografía y la abolición de la prostitución y quienes defendíamos la libertad sexual en todas sus expresiones.

Las ideas del feminismo cultural dejaron, además,  un poso importante que se mantiene activo en el presente; me refiero a dos cuestiones fundamentales: el puritanismo y el victimismo. Si hasta el momento las feministas reivindicaban “el orgullo de ser mujer”, el valor de lo femenino, ahora empezábamos a aparecer como víctimas de la agresividad masculina. Ya no se trataba sólo de exigir derechos, sino también protección del Estado.

Hay otro hito importante que marca el feminismo de mediados de la década de los ochenta. Con la llegada de los socialistas al Gobierno, el feminismo se institucionaliza: se crean los Institutos de la Mujer y se comienzan a dictar leyes que reconocen derechos que el feminismo venía exigiendo. Y no sólo en España, los foros internacionales y las directivas europeas prestan cada vez más atención a “la cuestión femenina”, que ya forma parte de la agenda política de las diversas instituciones.

Nuestro movimiento pierde protagonismo, y la iniciativa pasa al Gobierno y al partido socialista. A partir de este momento, lo que la opinión pública va conociendo sobre las reivindicaciones y las ideas feministas será, sobre todo, lo que emane del Instituto de la Mujer y de los numerosos grupos de mujeres que se organizan al calor de la promoción y de las subvenciones del mismo.

¿Qué rasgos caracterizan al feminismo institucional?  Por una parte promueve toda una serie de medidas dedicadas a avanzar en la igualdad de trato, de oportunidades, etc., así como derechos sexuales y reproductivos. Se presenta, pues, como continuador del feminismo de la igualdad, pero al mismo tiempo presenta rasgos claros de influencia de algunas corrientes del feminismo de la diferencia y, especialmente, del feminismo cultural: el puritanismo es uno de ellos, y no sólo por su radical rechazo a reconocer los derechos de las trabajadoras del sexo, sino también por la vigilancia que ejerce sobre lo que considera imágenes degradantes del cuerpo de las mujeres.

A pesar de su insistencia verbal en el “empoderamiento” de las mujeres, en muchas de las medidas legislativas se insiste en el victimismo y en la excesiva protección del Estado, y en una cierta culpabilidad del colectivo masculino (como se puede observar en la orientación y en el preámbulo de ley contra la violencia).

En la década de los noventa llega a nuestras tierras una revolución teórica promovida por toda una serie de pensadoras feministas que, influidas por corrientes filosóficas postestructuralistas, plantea nuevos retos al poner sobre el tapete la precariedad de la identidad de género. Hasta el momento, el movimiento feminista había dado por supuesta una identidad femenina en sentido fuerte y había elaborado una ideología y una política basadas en esa identidad; sin embargo, hacía tiempo que en el seno del movimiento, especialmente en EE. UU., se venían constatando las profundas diferencias entre las mujeres en función de su orientación sexual, raza, posición social, cultura, y se denunciaba que el feminismo había construido una supuesta identidad basada en el colectivo de mujeres blancas, heterosexuales y de clase media.

Se plantea entonces que los movimientos identitarios coartan y difuminan las diferencias. En todo caso, se apunta que la feminidad y la masculinidad están basadas en estereotipos, que las diferencias recorren las supuestas identidades y que, en definitiva, los movimientos identitarios se basan en una falacia; pero, al mismo tiempo, se reconoce una contradicción difícil de superar: ¿cómo construir una movimiento de mujeres que a la par no reconozca, aunque sea precariamente, una cierta identidad de género?

En medio de este debate, el feminismo entra en contacto con las organizaciones de personas transexuales y comprueba, en la práctica, la fragilidad y precariedad de la identidad de género y cómo se difuminan sus contornos. Se denuncia, entonces, que la norma heterosexual está en el fondo de la marginación de amplios sectores de la sociedad, especialmente lesbianas, gais y transexuales,  así como que la orientación sexual es un aspecto importante en la construcción de la identidad de género.

Y así entramos en el siglo XXI, y ya han pasado más de quince años, y al final llegamos a lo que debería ser el principio de esta charla (*): ¿qué es, qué son, el feminismo, los feminismos, hoy?

Tuvimos las últimas y bien intencionadas medidas del primer Gobierno de Zapatero (reforma del procedimiento de divorcio, ley de protección integral contra la violencia de género, ley de igualdad, y reconocimiento del matrimonio homosexual), aunque  muchas de las medidas adoptadas o prometidas en materia de igualdad y de protección han quedado en papel mojado por falta de desarrollo o de financiación.

Otras Voces Feministas, grupo de opinión creado en 2006, celebró estas medidas, al tiempo que criticaba algunas de sus insuficiencias o sus enfoques equivocados. La orientación del feminismo institucional nos parecía excesivamente simplificadora. Presentaba a los hombres y a las mujeres como dos naturalezas blindadas y opuestas: las mujeres, víctimas; los hombres, dominadores. El victimismo hace un flaco favor a las mujeres: no considera nuestra capacidad para resistir y no ayuda a generar autoestima y empuje solidario. La violencia se convierte en el centro de las denuncias feministas, que acaban identificando cualquier discriminación con violencia contra las mujeres. Desde entonces, el peso que está teniendo el maltrato de muchas mujeres por parte de sus parejas ha adquirido tal protagonismo en los medios de comunicación y en la agenda feminista, que tiende a acentuar la imagen de las mujeres exclusivamente en su vulnerabilidad y necesidad de protección.

En 2009 se celebraron en Granada unas multitudinarias jornadas feministas que sirvieron para conocer las orientaciones del movimiento. Llamó especialmente la atención la nutrida presencia de grupos de gente joven que representaban con su apariencia física la ambigüedad de los géneros, haciendo suya la teoría del género como representación que había esbozado como hipótesis J. Butler (movimiento queer convertido en transfeminismo). 

El transfeminismo reivindica la visibilidad de los colectivos e identidades que no han estado en la agenda del feminismo más tradicional. Las identidades y la sexualidad suelen estar en su centro de interés, por ello, las trabajadoras sexuales, las identidades y los cuerpos no normativos son claves en sus reivindicaciones.  Asimismo, este feminismo cuestiona el sistema sexo-género y analiza la construcción de las identidades de género, constatando su complejidad y planteando numerosos debates que nos obligan a investigar y discutir las diferentes polémicas que hoy están planteadas desde el punto de vista de las teorías feministas.

Vino luego el retroceso y el paso del desierto de los Gobiernos populares y todo el feminismo se centró en denunciarlos, especialmente la modificación de la despenalización del aborto. Es entonces cuando se produce en la sociedad española un potente movimiento social de rechazo a la política institucional, a la corrupción, al retroceso en los servicios básicos, al paro; movimiento que tuvo su más clara expresión en las asambleas del 15-M y que parece canalizado a través de las distintas plataformas y partidos surgidos en las últimas contiendas electorales.

Las inquietudes feministas no podían permanecer ajenas a esta revolución social y se han manifestado en  los debates de muchas de las asambleas y círculos,  donde las mujeres expresaban la necesidad de incorporar sus reivindicaciones al movimiento. La propuesta más elaborada parece ser la que se expresa en la llamada economía feminista, que supone una crítica a la economía de mercado y al consumismo. Al calor de estas movilizaciones se ha podido observar una alta participación de chicas muy jóvenes en la acción política y social.

A la espera de lo que nos depararen futuros Gobiernos, continúan varios frentes abiertos, tanto para los grupos de mujeres como para los diversos activismos sociales, como el de Acción en Red: el avance en materia de igualdad en muchos campos (como, por ejemplo, el laboral o doméstico), la lucha contra la violencia machista, el reparto del trabajo del cuidado, la aplicación de la ley de dependencia… Y el trabajo con las mujeres inmigrantes, que adquiere cada vez más importancia en una sociedad que se va haciendo multicultural.

Permaneceremos en polémica con el feminismo institucional defendiendo los derechos de las trabajadoras del sexo, especialmente ahora que la conceptualización de lo que significa la trata y su consideración como delito ha hecho que las posiciones abolicionistas encuentren un caldo de cultivo al considerar que todo es trata porque las mujeres inmigrantes no tienen capacidad de decidir, dadas sus acuciantes necesidades económicas. Asimismo, seguiremos de cerca los debates e investigaciones sobre la presión de la norma heterosexual y su relación con el sexo y el género, así como la complejidad de la construcción de los géneros: este era el trabajo de investigación que tenía ocupada a Montse Oliván en los últimos tiempos y cuya iniciativa recogemos tras su pérdida.
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(*) Este texto corresponde a la charla que, en vísperas del 8 de marzo de este año, pronunció Paloma Uría en la sede de Acción en Red-Madrid.