Paloma Uría
Celia en la revolución
(Página Abierta, 244, mayo-junio de 2016).

Una estupenda noticia: tenemos de nuevo en las librerías Celia en la revolución, de Elena Fortún. Cuando apareció por primera vez en 1987 (para desaparecer en muy poco tiempo), las niñas de la posguerra experimentamos una conmoción. ¿De dónde había salido esa novela desconocida de una autora que resurgía de las nieblas de la infancia? Celia, su hermano Cuchifritín y su prima Matonkiki habían sido nuestros amigos y compañeros en las largas tardes de una no menos larga posguerra, y ahora nos estremecíamos al encontrar a Celia en medio de una guerra que no habíamos compartido pero cuyas secuelas habíamos vivido en un tiempo ya lejano.

Las novelas de Elena Fortún habían reaparecido en el franquismo. Por entonces no sabíamos que vivía en el exilio y no conocíamos su biografía. Se llamaba Encarnación Aragoneses Urquijo (1), había nacido en Madrid en 1886,  fue socia del Lyceum Club y participó activamente en su vida cultural, así como en actividades de asistencia social. Se casó, tuvo dos hijos, uno de los cuales muere en la infancia. Alternaba su vida en Madrid con estancias en Ortigosa del Monte y en Segovia. Le interesó la medicina naturista, la teosofía y el feminismo. En la madurez se descubre, según se desprende de alguna obra inédita, con una sexualidad lésbica.

La proclamación de la República colmó las aspiraciones de Encarnación Aragoneses, que confiaba en una reforma de la vida española y de la posición de las mujeres. Pasó la mayor parte de la guerra en Madrid con viajes a Albacete, donde se encontraba su hijo, y a Barcelona, donde estuvo destinado su marido, el militar y escritor Eusebio Gorbea. 

Perdida la guerra, abandonó España desde Valencia y se reunió en Francia con Eusebio. Comenzará entonces su doloroso exilio, primero en París y, por fin, en Buenos Aires. Volvió a España en 1948 con la intención de conseguir el indulto de Eusebio y poder instalarse de nuevo en su casa de Chamartín, pero en diciembre recibió la trágica noticia del suicidio de su marido en Buenos Aires. En 1950 se instaló en Barcelona. Una  grave enfermedad la llevó de nuevo a Madrid, donde murió en el mes de mayo de 1952. En 1957 se inauguró en el Parque del Oeste un busto dedicado a Elena Fortún, costeado por una suscripción popular que impulsaron sus amigas.

Las historias de Celia habían comenzado a salir en revistas infantiles  en los años veinte, y pronto las publicó Aguilar en forma de libro. Entre 1929 y 1936 aparecieron cinco libros de Celia, cuatro de su hermano Cuchifritín y dos de Matonkikí (2), todos ellos se reeditaron después de la guerra, entre los años cuarenta y los sesenta, con algunos cortes de la censura franquista. A través de las novelas podemos seguir los avatares de una serie de familias relacionadas por lazos de parentesco que se mueven en el marco de la clase media.

Por medio de sus dieciocho novelas, Elena Fortún dio a luz un mundo que ha fascinado a miles de niñas, y también de niños, que rieron y se identificaron con unos personajes que acabaron formando parte de su propia vida; pocos relatos han sido y son todavía capaces de suscitar tantos recuerdos. Este mundo plácido se derrumba a partir de Celia madrecita, escrita probablemente en los primeros años de la guerra y publicada en 1939, cuando la autora ya había cruzado la frontera. La acción transcurre en Segovia y la novela termina así:

Papá dijo:

Mañana me voy a Madrid. Espero volver pronto… ¿Qué día es mañana?

Es dieciocho de julio. ¡Ojalá vuelvas pronto!dijo el abuelo.

Y el corazón se me apretó sin saber por qué…

Tampoco lo entendimos las niñas que leíamos a Celia en la posguerra, cuando reinaba el silencio en tantas familias. Hubo que esperar a la publicación de esta impactante novela  que la autora dejó inédita en un manuscrito y que quizá pensó que nunca se podría editar: Celia en la revolución.

Fue escrita probablemente en Argentina, al poco de terminar la guerra. La autora, ya en el exilio, relata la terrible experiencia de la guerra civil desde la perspectiva de una Celia adolescente. Asistimos a la evolución de unos personajes creados para vivir en un mundo más feliz y esperanzador, enfrentados ahora al dolor y a la muerte.

Podemos, quizá, considerar la novela como un necesario desahogo, después de la casi insoportable experiencia vivida. Cuando vuelve a España, en 1948, le encarga a su amiga argentina, Inés Field, que le envíe todos sus libros, excepto el manuscrito de Celia en la revolución “que está en borrador y no debe venir”. La novela tiene un post scríptum que dice: “Hoy, 13 de julio de 1943, termino de poner en borrador Celia en la revolución. Elena Fortún”.

No es una  novela infantil. Aunque la protagonista y narradora, Celia, tiene 16 años y en su expresión literaria conserva la ingenuidad y espontaneidad que le es característica, los hechos que relatan son fruto de la experiencia directa de Elena Fortún y el resultado es un testimonio profundamente amargo y desesperanzado. Es una novela abierta, en su comienzo y en su desenlace. La mayor parte de la novela está compuesta –como en otras de la serie– por una serie de anécdotas yuxtapuestas que componen un fresco de la vida cotidiana en la retaguardia, en la excepcionalidad provocada por la guerra.

Empieza el día que llega la noticia de la sublevación de las tropas en África, y termina con Celia en Valencia tratando de embarcar antes de la entrada de las tropas de Franco, sin conocer su destino, con la vaga esperanza de reunirse, tal vez, con su padre y sus hermanas en Francia. Este principio enlaza con el final de Celia madrecita. En Segovia, el abuelo reparte armas al pueblo, es detenido, y las niñas  huyen hacia Madrid. Por el camino se enteran de que el abuelo había sido fusilado gritando “¡Viva la libertad!”.

Se presenta el desarrollo de la guerra ante los ojos atónitos e inocentes de Celia, que cree en las ideas de su padre sobre la justicia y la democracia y tiene fe, como él, en la victoria, pero contempla demasiados horrores por ambas partes y presenta un mundo en el que, junto a sacrificios, bondad e ideales, se han desatado también las pasiones más bajas, el odio y la muerte.

De su visión de la vida en Madrid, en este primer año de la guerra, destaca el carácter fratricida de la lucha. El enfrentamiento civil se refleja varias veces presentando familias divididas por la guerra. Lo que más destaca del ambiente madrileño es el protagonismo popular: los obreros y las trabajadoras en la calle. No hay, por parte de Celia, una verdadera comprensión o aceptación de este protagonismo, y su posición fluctúa entre el rechazo y el asombro. Es la reacción de una chica de buena familia, y educada, ante la irrupción del pueblo en la escena.

Los milicianos tienen un papel decisivo en este Madrid revolucionario y también aparecen presentados de forma ambigua y contradictoria. Unas veces son muchachos jóvenes, simpáticos y amables, que cumplen con un deber de vigilancia o asistencia, y otras veces son los protagonistas de fusilamientos, requisas y apropiaciones. Tampoco hay simpatía hacia los contrarrevolucionarios, representados por gente rica que vive al margen de la realidad y que esperan que venga Franco a poner orden y a restablecer sus privilegios.

La compasión y la simpatía se centran en las madres que han perdido a sus hijos o los tienen en el frente, la gente buena y sencilla que no sabe nada de la guerra.  En una ocasión habla de “ese aire de seria dignidad que tiene ahora el pueblo” y relata los sufrimientos de la gente humilde ante los bombardeos. Hay espléndidas y estremecedoras descripciones de la destrucción de la ciudad, del barrio de Argüelles, la calle Ferraz, sobre la que han caído los obuses, y la calle Princesa.

A finales de 1937, después de pasar por Valencia, llega a Barcelona, donde inicia una vida relativamente tranquila, pero este alivio de la tensión da paso al mayor horror vivido hasta entonces: los bombardeos de los aviones alemanes e italianos sobre la población civil..., y el miedo, el miedo incontrolable que por fin alcanza a Celia, que hasta el momento había conservado el valor y la iniciativa.

La desesperanza de Celia es total. Decide volver a su casa de Madrid, donde parece que los bombardeos han cesado. En cuatro capítulos se resume el último año de la guerra, y el protagonismo absoluto lo tiene el hambre. Al llegar el invierno, el compás de espera termina y las ilusiones de Celia de reunirse algún día con su familia en la casita de Chamartín se derrumban: la guerra se pierde. Ahora parece plenamente identificada con los que están siendo vencidos. Llega la noticia de la caída de Barcelona: ¡Se ha perdido la guerra¡

Me siento en el encintado de la acera y lloro, lloro a gritos... Lloro por Jorge, por mi abuelo, y tía Julia, y Gerardo... y mis hermanitas, pobres como las ratas, y mi padre desterrado, y por mí... ya tan desdichada... ¡Lloro porque hemos perdido la guerra!
La despedida de su casa, llena de recuerdos, está cargada de tristeza y patetismo. Al leerlo es imposible dejar de pensar en Elena Fortún en su destierro de Buenos Aires, sin saber si va a volver alguna vez a su casa de Chamartín:

¡Adiós álamos! ¡Adiós cipreses casi negros... rosales... pobre tierra seca y helada que comienza a esponjar la primavera! Papá decía que somos tierra del país donde nacemos. ¡Tierra mía de Madrid!...

La lectura de la novela deja una impresión indeleble. Destila emoción, angustia, dolor, miedo, desesperanza. Escrita en primera persona, con el estilo directo y espontáneo propio de novelas anteriores, resulta, en mi opinión, una de las novelas más estremecedoras y sinceras de la guerra civil española. A pesar de la impresión que produce  de  haber sido escrita con rapidez y bajo una fuerte emoción, o precisamente por ello, la calidad de esa prosa desnuda y ágil le confiere un valor literario indudable.

Encarnación Aragoneses retoma la pluma en Argentina con dos novelas más de la serie de Celia (3), pero le cuesta recobrar su estilo y la viveza de sus personajes en un ambiente en el que se siente ajena. Sin embargo, a su vuelta a España nos sorprende con la recuperación de su estilo anterior, tomando ahora como protagonista a Mila, la hermana pequeña de Celia (4).

Recupera el tono coloquial, la fluidez de los diálogos infantiles, acentúa la gracia y el chiste e insiste en la magia de la lengua para los niños y los juegos e incomprensiones del lenguaje de los adultos. En esto reconocemos a la mejor Elena Fortún y enlazamos las novelas de Mila con las de la preguerra. Pero hay también notables diferencias. Se llevan al límite dos de los rasgos característicos de la serie de Celia: el desarraigo familiar y la ruptura con el mundo convencional de los adultos. ¿Es la protesta definitiva de la autora ante un mundo irrecuperable, después de la guerra, del exilio,  del desarraigo definitivo?
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(1) Véase la biografía de Elena Fortún: Marisol Dorao, Los mil sueños de Elena Fortún, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1999.
(2) Celia lo que dice (1929); Celia en el colegio (1932), Celia en el mundo (1934), Celia novelista (1934), Celia y sus amigos (1935), Cuchifritín, el hermano de Celia (1935), Cuchifirtín y sus primos (1935), Cuchifirtín en casa de su abuelo (1936), Cuchifritín y Paquito (1936), Matonkikí y sus hermanas (1936) y Las travesuras de Matonkikí (1936).
(3) Celia institutriz en América (1944) y El cuaderno de Celia (1947).
(4) La hermana de Celia (Mila y “Piolín”) [1949], Mila, Piolín y el burro (1949), Celia se casa (1950)y Patita y Mila, estudiantes (1957).