Paloma Uría
Alice Munro, Nobel de Literatura
(Página Abierta, 232, mayo-junio de 2014).

 

  Cuando un hombre sale de una habitación deja todo detrás, cuando una mujer lo hace lleva todo lo ocurrido en esa habitación con ella.
                                                                     («Demasiada felicidad»)

 

Los premios Nobel de Literatura han sido siempre motivo de controversia y no siempre se han otorgado por razones exclusivamente de mérito literario (recordemos a nuestro eximio dramaturgo José Echegaray). Uno de los reproches que se hacen desde determinados ámbitos (en los que me incluyo) es la escasez de nombres de mujeres en la nómina de premiados: once en total en poco más de un siglo, de las cuales cinco escriben en lengua inglesa y sólo una en español. Entre el premio de Gabriela Mistral  (1945) y el de Nelly Sachas (1966) transcurrieron veintiún años, un periodo de tiempo en el que ya había un muy importante número de mujeres escritoras, número que fue aumentando en proporción geométrica, aunque no así en los premios, porque hubieron de pasar veinticinco años antes de que el premio volviese a recaer en una mujer (Nadine Gordimer, en 1991).

Son muchos los factores sociológicos que han contribuido a la tardía participación de las mujeres en los ámbitos culturales, a no ser de manera excepcional, aunque esta participación es muy superior a lo que habitualmente se reconoce, porque la historia de la cultura ha tendido a ignorar la participación femenina. Sin pretender rehacer ahora esta historia, permitidme recordar el papel de las mujeres en la poesía trovadoresca, en la transmisión de la cultura oral a través del cuento o su protagonismo en los salones franceses dieciochescos y las también importantes contribuciones literarias femeninas representadas por cartas y diarios.

El siglo XVIII y, sobre todo, el siglo XIX marcan la irrupción de las mujeres occidentales en el mundo literario. Es, sin embargo, una presencia plagada de dificultades. Virginia Woolf, en Una habitación propia (1929) [1], explora con lucidez estas dificultades, derivadas sobre todo de la posición social de la mujer en la sociedad de la época: la falta de independencia en el seno de la familia, el difícil acceso a la formación cultural y académica, el miedo al ridículo que llevaba a algunas mujeres a ocultar su sexo utilizando seudónimos masculinos (o firmando con el nombre del marido, como nuestra María Lejárraga, que firmaba con el nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra), la ausencia de reconocimiento o incluso el rechazo social (recordemos las chanzas contra Emilia Pardo Bazán y el rechazo a su ingreso en la RAE…). Pese a todo ello, paulatinamente, las mujeres se van haciendo un hueco en el mundo editorial; el siglo XX marca la irrupción en él con fuerza y hoy tienen un peso semejante, cuando menos, al masculino, a pesar de que no se equiparen en reconocimiento ni, quizá, en valoración.

Decía Virginia Woolf que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; estas serían las precondiciones para que una mujer pudiera ser escritora. Alice Munro apenas pudo contar, en sus comienzos, con estos requisitos. Escasos bienes y una habitación precariamente propia, a la que acudían continuamente sus tres hijas para buscar atención, ayuda, consuelo, entretenimiento… Unas circunstancias  que, según propia confesión, le impidieron dedicarse a la novela, forma literaria que, según creía, le habría de exigir una atención más continuada. No sé si A. Munro habría brillado también en la novela, pero quizá debamos agradecer, en este caso, a la precariedad de sus condiciones como escritora el que nos haya proporcionado esos volúmenes de cuentos o relatos breves que suponen una verdadera delicia y que constituyen, en su conjunto, una obra completa, consistente y trabada, que le ha merecido el reciente premio Nobel de Literatura.

En 1961 aparecía en un periódico canadiense un reportaje sobre una joven escritora, Alice Munro,  con el título “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”. Hoy, con 82 años, es la escritora canadiense más conocida y ha creado, con sus relatos, un mundo femenino particular.

Alice Ann Laidlaw nació en Wingham, un pequeño pueblo rural en la provincia de Ontario, Canadá, en 1931, hija de un granjero y una maestra. Se crió en una granja, en una época de depresión económica, y esta vida tan elemental fue decisiva como trasfondo en gran parte de sus relatos. Trabajó para pagarse sus estudios universitarios, que abandonó pronto para casarse con Michael Munro, cuyo apellido conservará. Se trasladaron a la costa Oeste, a la Columbia Británica, y vivieron en Vancouver y en Vitoria. Tienen tres hijas. En 1972 Alice Munro se divorció y volvió a la Universidad de Western Ontario como escritora residente. Se casó de nuevo y se mudó con su familia a una granja. Ha recibido varios premios literarios antes de obtener el Nobel (2).

Ha escrito 12 colecciones de cuentos y dos novelas. Comenzó a escribir muy joven y publicó, en los primeros años, dos colecciones de cuentos. En 1971 aparece su primera novela, La vida de las mujeres,que adopta forma autobiográfica; más que una novela al uso, es un conjunto de relatos sobre la vida en una pequeña comunidad rural que sería muy parecida a la de la infancia de la propia escritora. Narra la vida de una niña que se va haciendo mujer en un mundo dominado por las convenciones. Constituye, pues, una novela de formación en la que la protagonista se enfrenta a cuestiones como el amor, el sexo, la religión, la amistad y el deseo de autonomía personal.

A partir de 1978 aumenta su producción y publica nueve colecciones más. En 2006 se edita La vista desde Castle Road, que es una serie de relatos entrelazados sobre la historia de su familia de emigrantes escoceses y sobre las dificultades de sus padres; anuncia entonces que no volverá a escribir, pero ha publicado desde entonces otras dos colecciones de cuentos.

En España apenas se la conoce hasta la entrada del presente siglo, pero a partir de 2005 se publican casi todos sus volúmenes: Escapada; Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio; Secretos a voces; La vista desde Castle Rock;El progreso del amor; El amor de una mujer generosa; Las lunas de Júpiter; Amistad de juventud; Demasiada felicidad; La vida de las mujeres, y Mi vida querida, su última contribución hasta la fecha, publicado en el  2012, en el que aparecen relatos más desnudos y un tanto más pesimistas. En ellos se recogen toda una serie de recuerdos de carácter autobiográfico que parecen una despedida de la autora, ya que, en sus propias palabras, son «las primeras y últimas cosas –también las más fieles–, que tengo que decir sobre mi propia vida».

Algunos de sus relatos se desarrollan en ambientes urbanos, como Vancouver o Toronto, y en otros viaja a países lejanos, pero predominan los ambientes rurales: el pequeño pueblo de agricultores y granjeros que, de alguna manera, refleja la vida de la infancia y de la adolescencia de la autora, con sus costumbres tradicionales y la situación económicamente precaria de sus habitantes. El estilo es realista, con un lenguaje sencillo y muy preciso, pero de gran belleza; predomina la narración en tercera persona, de autor omnisciente, lo que facilita el distanciamiento y el realismo, aunque también a veces narra en primera persona.

El protagonismo de las mujeres es absoluto, ya sean niñas, ancianas o mujeres de mediana edad. Tomando sus relatos en su conjunto, nos encontramos con una visión del mundo desde una perspectiva femenina en el que las mujeres superan el peso de una educación tradicional, luchan por su independencia, aunque a veces no lo consigan, se enfrentan al abandono, a la decepción y al dolor. Algunos relatos son optimistas y esperanzadores; las mujeres revisan su pasado o se enfrentan a su futuro con determinación; otros, en cambio, están teñidos por el fracaso e incluso la tragedia, pero expresado todo ello con serenidad y aceptación. Alice Munro es una narradora de gran sensibilidad que, a pesar de su técnica de distanciamiento, o posiblemente por ella, nos introduce en la vida de sus personajes con una finura y una perspicacia que nos cautiva y nos hace cómplices de sus vidas.

No estamos ante una escritora feminista en el sentido habitual del término. No tenemos reivindicaciones explícitas de los derechos de las mujeres o abiertas denuncias de la discriminación o de la opresión femenina; sin embargo, la fuerte personalidad de sus personajes, su fortaleza, su lucha contra las convenciones sociales y su particular interpretación de la vida producen un efecto insuperable capaz de mostrar  el valor y “la vida de las mujeres”.

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(1) Virginia Woolf, Una habitación propia, Barcelona, Seix Barral, 1967.
(2) Ha ganado tres veces el premio canadiense a la creación literaria, Premio Literario Governor General’s. En 1998 ganó el National Book Critics Circle estadounidense; en 2005, el Man Booker International Award (Reino Unido). En España fue galardonada con el Premio Reino de Redonda.

Mujeres que han obtenido el Premio Nobel de Literatura
Grazia Deledda, Italia, 1926.
Sigrid Undset, Noruega, 1928.
Pearl S. Buck, EE. UU., 1938.
Gabriela Mistral, Chile, 1945.
Nelly Sachs, Suecia, 1966 (compartido).
Nadine Gordimer, Sudáfrica, 1991.
Toni Morrison, EE. UU., 1993.
Eifredie Jelinek, Austria, 2004.
Doris Lessing, Reino Unido, 2007.
Herta Muller, Alemania-Rumanía, 2009.
Alice Munro, Canadá, 2013.