Pedro Martínez Montávez

«Para aproximar a los dos mundos es necesario
un mayor conocimiento y respeto mutuos»

(Página Abierta, 168, marzo de 2006)
(Entrevista de Jesús Martín)
3 de febrero de 2006

¿Podría situarnos el debate suscitado por la publicación de las caricaturas desde las dos perspectivas enfrentadas?


– Creo que el debate está en buena parte mal planteado. Sorprende la reacción violenta, visceral, que se ha producido en gran parte del mundo musulmán. Y puede sorprender porque no nos hacemos esa otra pregunta que también es necesaria, y es ¿de qué se sorprende el musulmán? El musulmán se sorprende de lo siguiente: él ve una contraposición, una diferenciación absoluta, entre cómo el musulmán ve el cristianismo y cómo ve a las figuras prestigiosas y veneradas del cristianismo equiparables, como las de Jesucristo o la Virgen María, y cómo ve el cristianismo a las figuras veneradas del islam, y en este caso concreto al profeta Muhammad, es decir, a lo que nosotros llamamos Mahoma. Y ahí la diferencia se establece netamente. Para el musulmán, las figuras veneradas del cristianismo son también figuras veneradas por el islam. No al mismo nivel, pero también lo son. Jesucristo es un profeta dentro de la tradición islámica, un profeta de rango inferior a Muhammad, pero un profeta. Y la Virgen María se ve no evidentemente en su dimensión de virgen, pero sí con una plenitud absoluta, y es objeto de las mayores veneraciones.

Y lo que asombra a un musulmán es que en el cristianismo las figuras equiparables en veneración dentro del islam sean objeto por parte de los cristianos, y desde hace siglos, porque esto es una cuestión secular,  no voy a decir ya de ironía, sino de escarnio, de vilipendio, de ataque, que en muchas ocasiones es lo más virulento que puede haber. Un musulmán, que está acostumbrado a saber que el nombre de Muhammad, en árabe –Mahoma, en la deformación que ha tenido entre nosotros–, significa etimológicamente “el que es más digno de alabanza que nadie”, “el que debe ser siempre loado”, no puede entender que se produzcan estas reacciones frente a él.

Todo esto se está mezclando, además, con otro aspecto del debate que debería ser clarificado también. Durante estos días se viene diciendo que en el islam se prohíbe la representación del profeta Muhammad. Y no es cierto. Para unos musulmanes sí está prohibida la representación de Muhammad, pero para otros se puede representar con ciertas limitaciones. Una, por ejemplo, es representar la figura, pero no la faz, el rostro. Otra es representar esa figura anónima con una especie de “llama divina” por encima, algo parecido a lo que podría ser para nosotros el Espíritu Santo, pero nunca con una bomba. Y una cuestión es representar y otra caricaturizar para difamar. Todo esto conviene conocerlo para evitar interpretaciones unilaterales y extremadas que se hacen y que llevan a la conclusión de que todos los musulmanes son unos extremistas, fundamentalistas, integristas o terroristas, en última instancia.

Otro de los aspectos de la cuestión es que en este mundo que llamamos occidental, que es también plural y variado, existen unos métodos, unas maneras de empleo de la libertad mucho mayores de las que hay en el mundo islámico.

En el mundo islámico, en general, hay lo que podríamos denominar un déficit en el ejercicio de la libertad. Esto no lo puede negar nadie, la realidad es así. Y este déficit produce una serie de movimientos que en algunas ocasiones están más azuzados por la actualidad y en otras son más profundos y más duraderos. Pero, al mismo tiempo, hay que tener en cuenta también que en esas sociedades no se han producido una serie de procesos continuos, importantes, de fondo, que sí se han producido en las sociedades occidentales. Por ejemplo, los procesos de erosión de la fe han sido incalculablemente menores en las sociedades musulmanas, algo que ha habido a lo largo de siglos en la sociedad occidental. Hablo de hecho sociales, colectivos y no de hechos individuales, que son diferentes. Por eso, el acceso al ejercicio de la libertad, que es algo absolutamente necesario, está resultando en ese mundo un problema, una cuestión todavía en proceso, metida aún en sus cauces históricos y cuyos resultados no conocemos ni podemos en buena medida prever.

– ¿Como pueden explicarse las reacciones violentas que se están produciendo?


– Pues se pueden explicar de una manera sencilla. Muchos musulmanes piensan que eso que se llama genéricamente el Occidente es su enemigo, está claramente contra ellos y además está secularmente incapacitado para tener una idea correcta de lo que el islam puede ser. Todo esto, en unas circunstancias como las actuales, en que ese mundo, y específicamente el mundo árabe y otras partes del mundo islámico, como Afganistán, está sometido a una acción evidente e irrebatible dentro de un proceso que podríamos llamar de nueva expansión neocolonial occidental. Porque en el mundo actual existe el terrorismo, pero, sin duda alguna, existe también el neocolonialismo; y existe en unas partes del mundo que en el siglo XIX asistieron al colonialismo occidental. Y de alguna manera, ahora ven que el fenómeno se repite. Está claro que para el musulmán, durante estos últimos siglos, Occidente ha sido el agresor y el islam ha sido el agredido. Estoy hablando en términos bélicos, de expansión. Eso crea unas imágenes, falsas en ocasiones, y ahora seguramente vivimos un momento de máximo riesgo de esa confrontación entre una parte y otra. Cuando uno lee, por ejemplo, libros como el del señor Huntington, encuentra frases como esta: «Las fronteras del islam están manchadas de sangre», una afirmación rotunda, sin matices. Y hace algunos meses, en un artículo de un periodista español, se decía textualmente: «La paloma del islam lleva un terrorista dentro».

En una tertulia radiofónica posterior a los trágicos sucesos del 11 de marzo en Madrid alguien se atrevió a decir: «Esto es una muestra de crueldad oriental». Cuando hay generalizaciones tan abusivas, se corre el riesgo de equivocarse.

– ¿Cómo se puede conciliar el respeto al mundo musulmán y la libertad de expresión, tan valorada en Occidente?


– Yo lo tengo muy claro. Contribuiría mucho a aproximar estos dos mundos en principio tan separados el mayor conocimiento y respeto mutuos. Y para ello se debe invertir en educación y cultura con el fin de favorecer que las distintas sociedades e individuos se vayan conociendo. Y lo que se invierte hoy día es muy poco. Por otro lado, al hablar de islamismo y Occidente estamos estableciendo una asociación asimétrica, porque al islam siempre lo vemos desde una perspectiva doctrinal y a Occidente desde una perspectiva geográfico-cultural. Lo coherente sería decir islam y cristiandad u Oriente y Occidente.

Para establecer cualquier tipo de diálogo, y a partir del conocimiento y el respeto mutuos, hay una cosa muy clara. Con los musulmanes se debe hablar de lo que es el ser humano como individuo y como miembro de una colectividad y en su dependencia con la divinidad, y se debería llegar al establecimiento de un catálogo de derechos humanos mínimos, suficientes y válidos para todos los seres humanos. Creo que desde dentro del islam pueden habilitarse fórmulas para llegar a este principio de entendimiento. Evidentemente, para el musulmán el ser humano es la criatura en la que Dios se ha esmerado más, es la suprema creación de la divinidad. Por tanto, cualquier determinación o disposición que pueda ocasionar alguna degradación de ese ser humano supone asimismo una degradación de la divinidad.

Hay una enorme ignorancia cultural. Me asombro al leer en la prensa española cosas que demuestran una carencia de conocimientos que se tienen sobre el islam. La confusión es total. Y me asombro también al ver en los medios de comunicación árabes el escaso conocimiento que tienen sobre nosotros. Con una diferencia, y es que entre ellos las élites nos conocen bastante bien, porque están formadas en Occidente, mientras que nuestras élites no les conocen en absoluto, y en la mayoría de los casos los desprecian. Y esto para mí es el meollo de la cuestión, al margen de las inflamaciones que se producen por motivos temporales y circunstanciales, como puede ocurrir en este caso.