Peeter Kormašov
Estonia. La melancolía, “firma” de la casa
(Postimees (Talin), 19 de septiembre de 2011).

  Desde su independencia en 1991, el cine estonio parece incapaz de producir otra cosa que no sean películas cuya protagonista sea la melancolía, tal y como señala el periódico Postimees.

            A pesar de vislumbrar un rayo de esperanza, las creaciones de nuestros grandes maestros del cine Veiko Õunpuu y Sulev Keedus nos entristecen. Una sombra dominante también caracteriza nuestras películas de animación, tan apreciadas en todo el mundo. Tanto las creaciones clásicas como las de los autores contemporáneos nos dejan sin esperanza, porque todo se ve con tonos oscuros. ¿Realmente la vida es siempre tan triste como la describimos?

            Echemos la vista atrás: las obras de Tammsaare [gran clásico de la literatura estonia] que describen la dura vida de los campesinos, los cuadros oscuros del pintor Kristjan Raud y los oratorios de Rudolf Tobias son algunos ejemplos que van en la misma dirección. Y aunque nadie pone en duda la calidad artística del espacio cultural estonio, podríamos preguntarnos sobre el origen de esta melancolía que lo domina. Por supuesto que también contamos con muchos humoristas, como Andrus Kivirähk, o con grandes comedias, pero ante todo se siente la presencia de una cierta angustia, típicamente estonia. Entonces ¿es demasiado melancólica la cultura estonia? Y si es así, ¿constituye un problema?

            Por motivos históricos, el pesimismo y la melancolía forman parte casi de forma natural de la cultura estonia. Las largas noches invernales que duran la mitad del año, que generan tristeza y nostalgia, vuelven pasivos a los estonios. Y en verano, la sequía tampoco es ninguna alegría.

El objetivo del arte también es ayudar a las personas

            Al mismo tiempo, esos rostros hastiados que encontramos en el autobús esperan que se les ofrezca otra cosa distinta a la imitación de sus vidas cotidianas. ¿No es precisamente la cultura lo que debería “inyectarles” esperanza y ofrecerles algo divertido? No estoy pensando necesariamente en obras cómicas, ni en los músicos callejeros y joviales, ni en los graffitis irónicos que critican a la sociedad. Bastaría con tratar los asuntos serios de un modo más ligero.

            A veces olvidamos que la finalidad del arte no es sólo mostrar los problemas, sino también ayudar a la gente. El público lee, escucha, mira e intenta identificarse con las obras. Según el semiólogo Umberto Eco, cada autor debería tener su “lector modelo” o su grupo objetivo. Pero en Estonia, con frecuencia no sabemos si el autor comprende las expectativas de su público, con lo que se crea un abismo entre la gente y el artista. Y una forma de esnobismo por parte de éste último con respecto al público, demasiado ignorante como para entender su arte.

            Por supuesto que la cultura estonia es lo suficientemente variopinta como para que cada uno saque partido de ella. Lo que ocurre es que la impresión general es bastante melancólica, sobre todo si la comparamos con la cultura finlandesa, que tiene un cierto sentido del humor. Si Estonia pudiera ser como Finlandia, que no vivió la ocupación soviética, los estonios podrían también tratar la depresión diaria con un poco más de humor, como lo hacen el cineasta finlandés Aki Kaurismäki o el escritor Juha Vuorinen.

            Es cierto que no todo en la vida es beber sangría en los patios interiores de la vieja ciudad en pleno verano ni escuchar música con la ventanas abiertas, pero la actualidad que vivimos a diario es ya lo bastante deprimente como para que la cultura estonia, modesta pero variada, nos lo recuerde constantemente.