Rafael Arias Carrión
La palabra “no” como un acto de valentía y optimismo
(Página Abierta, 243, marzo-abril de 2016).

 

Comentario de la película No del director chileno Pablo Larraín que narra el referéndum de 1988 en Chile con el que se abrió la puerta al fin de la dictadura de Pinochet. 

Una de las primeras palabras de los niños y niñas cuando comienzan a hablar es “no”. Una palabra que resulta fácil de pronunciar, más sencilla que la afirmación “si”, pero que es más difícil de pronunciar con rotundidad según crecemos. De adultos comprobamos que es más complicado afirmar que negar dentro de nuestras relaciones laborales y sociales. Cuando nos llaman para tomar una copa y no nos apetece otra cosa que decir claramente que no, solemos buscar excusas que lleven a comprender al interlocutor que no nos apetece. Y no digamos cuando nuestro superior laboral nos pide que hagamos tal o cual cosa: negarse, en los tiempos que corren, es un acto de profunda valentía. La misma que tuvieron los chilenos el 5 de octubre de 1988.

Ese día se celebró un referéndum, hecho a la medida del dictador Augusto Pinochet, para que pudiera refrendar de cara al exterior su dictadura durante ocho años más. La sorpresa se produjo cuando la mayoría del pueblo chileno votó en contra de la continuación del dictador en el poder. Del total de votos escrutados, el Sí obtuvo el 43,01 % y el No, el 54,71 %. El triunfo del no implicó la convocatoria para 1989 de elecciones democráticas de presidente y parlamentarios, a la par; elecciones que condujeron al fin de la dictadura y al comienzo de una etapa de transición hacia la deseable democracia.

La preparación de ese plebiscito desde los diversos grupos de la izquierda, masacrada y silenciada durante los quince años de dictadura, es el foco principal bajo el que bascula, en la película chilena No, el punto de vista ejercido por parte de su director Pablo Larraín (1976), que se personaliza en la figura de un joven publicitario, René Saavedra (excelente Gael García Bernal). Un personaje que se halla desvinculado de todos los que le rodean, debido a que su familia se exilió a México y allí vivió todo el periodo dictatorial, y es el único convencido de que sí es posible ganar el plebiscito.

No es el quinto largometraje del cineasta chileno. Dos de ellos se ambientan en la década de los setenta en Chile: Tony Manero(2008) y Post Mortem (2010). El primero se desarrolla en 1978, poco después del estreno de Fiebre del sábado noche, con John Travolta recreando a ese Tony Manero, rey de las pistas de baile en las discotecas al ritmo de los Bee Gees, a través de un personaje que se escapa de la locura de la cotidianidad cuando pisa una pista de baile. El segundo, Post Mortem, se ubica en los días previos al golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y refleja la toma de contacto con los sucesos en forma de una matanza. Y No (2012), que se desarrolla en los ochenta, completa ese tiempo del régimen dictatorial jugando con la aparente levedad de la publicidad para articular un discurso de lo nuevo y la ilusión.

Su primera película, Fuga (2006), y la última, por ahora, El club (2014) carecen de concreción cronológica; El club relata la vinculación de la Iglesia con los crímenes de la dictadura.

Una virtud de las tres cintas que se desarrollan en el periodo pinochetista es que reflejan la dictadura de Pinochet en sus efectos y consecuencias económicas y colaterales más que en la brutalidad de la represión, lo que las hace ser políticas,  huyendo con facilidad del panfleto y de la reivindicación. Se definen por mostrar un hecho puntual, a veces del pasado, que permite también la reflexión en y desde el presente. Pero además, en el caso de No,se trata de una excelente película sobre la publicidad y sus mecanismos de comunicación frente a la ciudadanía.

En lo que se refiere a la parte política, cabe destacar que el carácter reflexivo de la película No proviene del punto de vista adoptado por el director y de la cercanía o lejanía de los sucesos en relación con el espectador: indicios y referencias a los que se aluden, sin citar y en dónde, es éste quien debe descifrarlos. En el caso que nos ocupa, y creo que es la gran virtud del largometraje, el punto de vista es el del joven René Saavedra, quien lideró el plan publicitario con el que convencer a los chilenos de que se atrevieran a contrariar al poder.

Este personaje le sirve al director, como espejo y reflejo, para profundizar en las diferencias dentro de las izquierdas, incapaces de encauzar un único mensaje, pensando en que el referéndum estaba amañado y que solo merecía la pena luchar por mostrar el pasado silenciado. Diecisiete grupos se unieron en el referéndum, y con seguridad nunca volvieron a estar juntos para otra propuesta. La mirada de Saavedra hacia ese conjunto de diecisiete grupos que deseaban el no nos permite comprender su deseo de que se reconociera el pasado y sus desaparecidos.

Es en la mirada de Saavedra hacia esos grupos donde juega el mecanismo de la finalidad del referéndum y la publicidad. Su capacidad para convencer con una propuesta innovadora es el catalizador del cambio. Saavedra es quien cree que se puede ganar el plebiscito. Primero debe convencer a los que representa de que la posibilidad de cambiar es la de ceder en el mensaje del pasado, de las torturas, los  desaparecidos, las familias descompuestas y un sinfín de terrores ordenados por Pinochet, por un mensaje hacia el futuro.

A eso ayuda que René Saavedra haya estado durante gran parte de la dictadura fuera de Chile. Su ideología laxa –la de aquel joven que apenas conoce lo que sucedió en la década de los setenta en su país– le permite implicarse en objetivos cortoplacistas, frente a los grandes planes de la izquierda más ideologizada. Saavedra solo piensa en ganar el plebiscito de la forma que sea, ya vendrá el después; mientras que los invisibles durante la dictadura desean, necesitan, creen que en esos quince minutos de televisión libre el pueblo chileno debe conocer lo que había sucedido en Chile durante ese tenebroso periodo.

Más que discutir sobre la dictadura lo que plantea su director es una lucha sobre modelos. No hay que olvidar que Chile fue conejo de indias de la Escuela de Chicago de Milton Friedman y que su «doctrina del shock» impuesta consiguió desarticular e inmovilizar cualquier respuesta, haciendo de Chile un país falsamente próspero, con un desequilibrio entre ricos y pobres que creció mucho durante la dictadura. El publicista utiliza esos elementos para enfatizar la prosperidad de Chile, olvidando el pasado o por lo menos no refiriéndose a él constantemente. Podríamos afirmar que mira hacia el futuro y por eso es atrevido e imaginativo; y lo hace criticando ese modelo neoliberal.

Hay en la película muchas fórmulas de cambio que no me extraña que a bastantes de los miembros integrantes de la primera línea de Podemos les fascinase y hayan aprendido mucho de ella.

René Saavedra es, en muchos aspectos, un ejemplo de cómo modelar un mensaje y No es un manual recomendable de cómo crear lemas, campañas, y dotar de un significado novedoso a ciertos términos. Transformar el contenido de una palabra y hacerla propia es un mecanismo que vemos en la película y que hemos vivido recientemente a través de la formación morada con la palabra “patria”, cuyo contenido, apropiado largamente por la derecha, es vaciado y reformulado por parte de Podemos para que se sienta patriota cualquier persona que pague impuestos en su país. Este mecanismo que aparece en la película se muestra también en otros mensajes, como los que anuncian un futuro positivo: por ejemplo, el “Sí se puede”, similar al de la película “No al pasado, comencemos a construir nuestro futuro”.   

Para finalizar, conviene señalar que toda apuesta, toda toma de decisión tiene un contenido ético y político.

No está filmada con cámara U-matic: no hay nada digital en su película, y hay una textura que nos recuerda lo que vemos en el cine amateur, el reportaje televisivo o el publicitario. Todo ello permite, con una fascinante facilidad, pasar de las imágenes de archivo a las filmadas por Larraín. El formato 4/3, que parecía perdido desde hace años, y la inestable movilidad de las livianas cámaras producen la sensación de estar ahí, viviendo ese plebiscito, de hacer política desde dentro y de utilizar los mecanismos de la publicidad para innovar mensajes con mucho contenido.