Rafael Arias Carrión

Seminci 2007.
Una buena programación

(Página Abierta, nº 187, diciembre de 2007)


         Valladolid tiene mucho de ciudad de provincias para el visitante, como es mi caso, que sólo va a ella una vez al año. Ciudad acogedora, tiene en sus bares y restaurantes una característica que se está perdiendo en las grandes ciudades, por lo menos de Madrid lo puedo corroborar. Son los camareros atentos, que nunca molestan y que siempre saben lo que necesitas, incluso antes de que tú mismo seas consciente de ello. Pides una ración de sepia, dos tintos, dos blancos de Rueda y un vaso de agua y te traen todo a la vez, ¡incluso el vaso de agua!
         Así es Valladolid, y así ha sido esta 52 edición de la Seminci, una edición con un buen puñado de notables películas –más que en anteriores ediciones–, y con parches que tapar, especialmente en lo ya reseñado en las crónicas de las dos anteriores ediciones. Hay una sobreabundancia de secciones, muchas de ellas poco representativas por ser ciclos demasiado amplios (en esta edición, tocó “Cine a Juicio”, un ciclo tan extenso que es ridículo reducir la programación a una docena de películas, acompañadas de un escueto libreto), copias rayadas indignas de ser exhibidas, caso de algunas del ciclo de Alberto Grimaldi, que además tuvo la nada despreciable presencia de Sophia Loren, que seguramente no asistió a ninguna proyección.
         Esta edición pasará a la Historia por ser la primera de las 52 en que una película española se alzó con el máximo galardón, la Espiga de Oro, que fue a parar a manos de Gerardo Olivares por 14 kilómetros. Vamos a ello.

Sección Oficial


         Acabo de señalar que 14 kilómetros se alzó con el máximo galardón, lo cual no quiere decir que fuera la mejor película, aunque sí debían de tenerlo muy claro los miembros del jurado pues fue ésta la última película a concurso y, salvo rápida unanimidad, es poco frecuente que la última película exhibida obtenga premio. Sí hay que señalar que la película de Olivares es una película necesaria. Narra el duro camino que llevan los emigrantes desde Malí hasta los 14 kilómetros que separan África de Europa a través del estrecho de Gibraltar, recorriendo Níger, Argelia y Marruecos. Son buenas intenciones, pero el conjunto queda lastrado porque parece una película conscientemente autorreflexiva; es decir, Olivares quiere contar algo –el camino de aquel que decide abandonar su país y su familia para llegar a “un mundo feliz”– y coloca sus piezas para que todas las dificultades aparezcan y les sucedan a alguno de los tres personajes protagonistas, eso sí, insinuando más que mostrando, haciendo de su conjunto un híbrido entre ficción documentalizada que choca frontalmente con la naturalidad con la que el mismo director tocaba de refilón muchos de los temas aquí presentes en su anterior largometraje, el emotivo y divertido La gran final.
         Inauguró la Seminci la controvertida película Persépolis, un retrato en dibujos animados bidimensionales de Irán desde la revolución islámica hasta nuestros días, a través de los ojos de una niña-mujer. Un trabajo notable por sus detalles (el tráfico de casetes con música occidental; el continuo gesto de Marjane de taparse el flequillo con el velo ante la presencia de un varón; o la magistral clase de arte a la que asiste en la Universidad de Teherán, en donde se estudia El nacimiento de Venus de Botticelli, totalmente tapada, para no mostrar un cuerpo desnudo) más que por su conjunto, cuya trama se desvanece desde la marcha de la joven Marjane a Austria en 1986.
         La joven actriz Sarah Polley ha debutado como directora con Lejos de ella, un inquietante relato sobre una pareja casada y bien querida. Ya en su senectud, a ella le diagnostican principio de alzhéimer. La pareja de actores, Julie Christie y Goran Pinsent, están espléndidos, especialmente él, capaz de mostrar dolor, cordura, ternura y amor con su limpia mirada. El mayor problema, como el de bastantes películas de esta edición, es que su directora se enamora tanto de su historia que no quiere concluirla, y por eso decide dilatar su final más allá de lo aconsejable. El tratamiento de la pérdida de memoria es encomiable, sobre todo viniendo de una primera película de alguien que ha escrito y dirigido con menos de 30 años.
         También un tema peliagudo fue el planteado en XXY, de Lucía Puenzo, otra debutante. Un(a) adolescente hermafrodita se enfrenta a la necesidad de qué se siente –hombre o mujer– y de cómo la ven a su alrededor. Dura pero inteligente en su planteamiento, trata el tema sin tapujos, pero sin buscar en la “anormalidad” de los dos sexos el eje de la película. Ésta va más allá de eso: muestra la dificultad de relacionarse de la joven con su entorno, con su familia, y las dificultades de encarar con inteligencia un problema de difícil resolución. De ahí su final abierto y nada complaciente hacia un espectador al que le gustaría más un final feliz.
         Igualmente, siguiendo con temas médico-sociales, la primera película producida por la ESCAC ((Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña), Lo mejor de mí, plantea una sencilla historia de amor entre dos jóvenes, turbada por la necesidad que tiene él de un trasplante de hígado y la respuesta de ella al ofrecerse como donante. La donación de parte de un órgano –el hígado, que se regenera con facilidad– es tratada como un hecho amoroso en una película interesante, bien resuelta y bien interpretada. Sí hay una cosa que me inquieta. Lo mejor de mí, desde sus títulos de crédito, en catalán todos, es una producción que alardea de ser catalana, pero, curiosamente, toda ella está hablada en castellano, sin que haya en ningún momento bilingüismo.
         Otras dos películas españolas presentes en la Sección Oficial fueron Oviedo express y El prado de las estrellas, de los veteranos Gonzalo Suárez y Mario Camus. De la primera de ellas debo admitir que es un producto hecho para aquellos que disfrutan con las citas intertextuales del director y escritor. Yo, como soy de ese grupo, reconozco habérmelo pasado muy bien con el relato que presenta el director, una variante de La Regenta contada dos veces: una de ellas cuando un grupo de actores –mayestáticos Carmelo Gómez y Jorge Sanz– van a Oviedo a representar la obra, y la segunda cuando en esa ciudad, entre sus calles, se desarrolla la misma historia entre sus habitantes y los de la troupe teatral. De la segunda, he de aceptar que, a veces, uno disfruta cuando en una película los diálogos sirven para decir cosas y en donde nadie diga ningún taco. Ésta es la mayor virtud de la película de Mario Camus.
         Tres de corazones, de Sergio Renán, es una película que, si a uno le pilla de buenas, le puede divertir, entretener; pero si a uno le pilla poco descansado, le puede irritar como historia de pequeños gánsteres, pequeños negocios, pequeños personajes, todos pequeños.
         La alemana Los falsificadoreses una trepidante y emocionante historia que se desarrolla en un campo de concentración en donde un falsificador judío decide colaborar con los alemanes ayudándoles a falsificar libras y dólares y así anegar el mercado de billetes para devaluar el valor de las monedas. Historia de contrastes, donde los alemanes tienden a ser más unidimensionales que los judíos, en la que algunos de ellos –los idealistas, los pragmáticos– buscan salvar su pellejo. Todos tienen sus razones para apoyar o no la falsificación de billetes.
         Plaza del Salvador, de J. Kos-Krauze y K. Krauze, es un demoledor relato sin concesión alguna para el espectador. Se sale de la sala de cine pensando que el mundo es una mierda. La historia es sencilla y parte de la felicidad para acabar en la desolación. Un matrimonio ha adquirido una vivienda a través de una cooperativa. Ésta quiebra y los problemas para recuperar el dinero son insuperables. A partir de aquí, la pareja y los dos niños han de realojarse en la casa de la madre de él. Problemas de convivencia afloran como la punta del iceberg de algo más complejo: cómo nuestro sistema de valores puede resquebrajarse cuando un accidente ajeno por completo a nuestra voluntad irrumpe con fuerza. Película notable en su interpretación y ejecución, y admirable en cuanto a que, por desgracia, lo que relata pudiera sucedernos a cualquiera de nosotros.
         Igualmente demoledora es la austriaca Todas las cosas invisibles, de Jakob M. Erwa. Relato coral sobre la incomunicación entre padres e hijos, que es más satisfactorio en cuanto a sus detalles que a su conjunto. Momentos como el plano de conjunto que agrupa a un padre y su hijo fumando ambos, y el padre le pregunta que desde cuándo fuma, son mucho más contundentes que la manía que cercena muchas de estas obras corales: la necesidad –no sé por qué– de cuadrar el círculo.
         Tuvimos cuatro películas orientales a concurso. Love an Honour, del japonés Yoji Yamada, es el tercer relato que nos presenta el director sobre samuráis venidos a menos. Como las anteriores, son películas bien construidas, narradas con sencillez y parsimonia, que nos hacen partícipes de las dificultades de sus personajes, pero de las que no nos sorprende nada.
         El bosque del luto, de Naomi Kawase, se encuentra en las antípodas de Yamada. Su historia es mínima, casi una anécdota. Aquí lo que cuenta son las sensaciones vertidas en imágenes, sonidos y planos largos que buscan capturar el momento en que se produce la magia entre dos gestos actorales. Kawase es una directora nada fácil, poco complaciente, y su historia entre un anciano y una asistenta en una residencia de ancianos está mostrada con pocos diálogos, muchos silencios y detalles siempre importantes, hasta llegar a toda una secuencia que abarca la mitad de la película, en donde se funde con armonía la naturaleza, la vida, la muerte...
         Le voyage du ballon rouge, del taiwanés Hou Hsiao Hsien, uno de los directores que más admiro, presentó una variación sobre una de mis películas preferidas, El globo rojo, de Albert Lamorisse (1956). El resultado, lejos de ser satisfactorio, peca de artificiosidad y de continuas redundancias, amén de la presencia de una cada vez más irritable Juliette Binoche. Sin duda, fue una decepción, aunque he de decir que a Hou Hsiao Hsien siempre le pido mucho y casi siempre me lo ofrece.
         Fuera de concurso, y como película de clausura, se presentó Deseo, peligro, del ecléctico Ang Lee. En una China ocupada por los japoneses, un grupo de universitarios se enfrenta a éstos, entrando como colaboracionistas en las redes del jefe de los mafiosos chinos, colaboradores de los japoneses. Historia de amor, con lógicas escenas tórridas (censuradas en China y Estados Unidos), Ang Lee sigue demostrando que es un sólido narrador, capaz de contar con sensatez y fluidez cualquier historia, pero al que le falta magia en sus imágenes.
         Por último, mi película preferida de la Sección Oficial, el testamento de Ermanno Olmi, Los cien clavos, película extraña y conmovedora, capaz de sorprender por un inicio contundente: la imagen de la sala de una biblioteca en donde manuscritos religiosos aparecen clavados al suelo por poderosos clavos. Desde ese momento, la película se calma para adentrarse en las profundidades de la reflexión a través de la mano de un profesor universitario que todo lo abandona para irse a la orilla del Po, en donde vive desde hace medio siglo una comunidad de personas alejadas del mundanal ruido. Cercana a una relectura de los evangelios, Los cien clavos va abriéndose como una cebolla, según avanza el relato, y manifiesta la necesidad de una reflexión humanista sobre el modo de vida occidental.

Tiempo de Historia

         Sigue siendo esta sección un baluarte incombustible de la Seminci; es aquel resquicio por el que entras por primera vez sin saber muy bien con qué te vas a encontrar y, sin comerlo ni beberlo, se acaba convirtiendo en tu casa. Este año, como tantos otros, ha habido un buen cúmulo de documentales variopintos.
         La película más esperada, y el mayor bluff, fue la de “Pino” Solanas, Argentina latente. Tercera parte de su tetralogía dedicada a Argentina tras el pucherazo de diciembre de 2001, se aleja de la indagación antropológica de las anteriores, Memoria del saqueo y La dignidad de los nadies, y se concentra en relatar las potencialidades de la tierra argentina. Lo que queda, por desgracia, no es más que una aglomeración de tópicos y excusas que hacen que este filme sea sólo comprensible si se tiene en mente los anteriores, pero de ningún modo es autónomo.
         En cambio, la hermosa Regreso a Normandía, de Nicolas Philibert, el director de Ser y tener (2002), presenta una indagación sobre el devenir de una serie de personas que fueron actores ocasionales para la película Yo, Pierre Riviere (1976), de René Allio. Es una película que según transcurre va abriendo nuevos caminos, hasta convertir el punto inicial en una anécdota.
         De emotiva y emocionante se puede catalogar Los ladrones viejos. Las leyendas de Artegio, de Everardo González, que representa la memoria de unos ladrones de guante blanco en su senectud, cuando recuerdan algunos de sus robos. Divertidos en la forma de narrarlos, consiguen comunicarlos y hacer patente que robar sin hacer daño físico era su oficio y que, en eso, eran unos maestros. De su pericia ni siquiera se pudo salvar el propio presidente de la república mexicana Luis Echevarría (1970-1976), a quien le “levantaron” la cartera estando rodeado de su guardia personal.
         Un lugar en el cine, de Alberto Morais Foruria, presenta una ventaja, que es a su vez su mayor inconveniente: la presencia como narradores de Víctor Erice y Theo Angelopoulos, que hablan de cine, de la memoria y del neorrealismo y uno de sus epígonos, Pier Paolo Pasolini, representante, según el director, de un cine de “resistencia”.
         De la vencedora en esta sección, El paraíso de Haffner, hay que decir que este nazi que niega el Holocausto y que desayuna todos los días con una foto de Esperanza Aguirre en la mesa, vive tranquilamente en nuestro país.
         Mentalidad americana, de Paul van den Boom, es otra descripción  de la paranoia en que vive la sociedad estadounidense tras el 11-S. Su mayor y única virtud es que los entrevistados son gente anónima.
         Memorias de una guerrilleraes el retrato de la guerrillera Remedios Montero –una de las protagonistas de la novela La voz dormida de Dulce Chacón–. Lo más destacable, sin duda, corresponde a la narración oral, a la forma de mirar a la cámara y desvelar sus recuerdos, y todas las reconstrucciones que tratan de dramatizar el pasado, interpretado por actores que declaman más que interpretar.
         Con sus 70 minutos, Hecho en Los Ángeles, de Almudena Carracedo y Robert Bahar, aborda numerosos temas a través del retrato de tres mujeres inmigrantes, trabajadoras en grandes empresas costureras, que deciden comenzar una huelga por la mejora de las condiciones laborales, huelga que acaba durando tres años, tiempo en el que la cámara de Almudena Carracedo las examina, las persigue, las acoge y, posiblemente, hasta las anima.
         Poco más queda. Tengo que anotar que pude ver una de las mejores películas españolas de los últimos años, La soledad, de Jaime Rosales, excelentemente interpretada, aunque inferior en su conjunto a su primera película, Las horas del día. Igualmente, sería destacable reseñar que pudimos ver una película de Haití –Querido Haití– que pone en evidencia el maltrato que sufren los haitianos que deciden emigrar a la vecina Santo Domingo, y que son considerados piezas de cargar sin derecho alguno.
         Para la siguiente edición, un pequeño deseo: me gustaría reír mucho, porque este año me ha tocado sufrir y llorar demasiado.

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Palmarés de la Seminci

Sección Oficial

Espiga de Oro: 14 kilómetros, de Gerardo Olivares (España). Esta cinta también recibió los premios a la mejor música (Santi Vega) y mejor dirección de fotografía (Alberto Moro).
Espiga de Plata: Plaza del Salvador, de Krzysztof Krauze y Joanna Kos-Krauze (Polonia).
Mejor Guión: Eran Kolirin por La banda nos visita (Israel/Francia).
Mejor Actor: Karl Markovics por Los falsificadores, de Stefan Ruzowitzsky (Austria/Alemania).
Mejor Actriz: Jowita Budnik por Plaza del Salvador, de Krzysztof Krauze y Joanna Kos-Krauze (Polonia).
Espiga de Oro al Cortometraje ex aequo: Isabel del bosque durmiente, de Claude Cloutier (Canadá), y Juguetelandia, de Jochen Alexander Freydank (Alemania).
Premio UIP Valladolid: Un beso para el mundo, de Cyril Paris (Francia).

Sección Tiempo de Historia

Primer Premio: El paraíso de Hafner, de Günter Schwaiger (Austria/España).
Segundos Premios: Entre dos notas, de Florence Strauss (Francia/Canadá), y El honor de las injurias, de Carlos García-Alix (España).
Mención especial a Hecho en Los Ángeles, de Almudena Carracedo y Robert Bahar (Estados Unidos).

Premio del Público. Punto de Encuentro

Premio La Noche del Corto Español: Final, de Hugo Martín Cuervo.
Cortometraje: Tripas con cebolla, de Márton Szirmai (Hungría).
Largometrajes: Nevando voy, de Maitena Muruzábal y Candela Figueira (España).

Premio FIPRESCI: El vuelo del globo rojo, de Hou Hsiao Hsien (Francia/Tailandia).