Rafael Manrique

Hable de amor, presidente

(El Diario Montañés, 18.03.08)

            Hable de amor al señor Presidente del Gobierno de España, la próxima vez que le vea, señor Presidente del Gobierno de Cantabria.

            Si se cumple lo previsto en el programa electoral del PSOE en pocas semanas habrá una reunión de presidentes autonómicos para revisar y completar las medidas que ya se tomaron en la legislatura anterior a fin de parar las muertes y la violencia machista. Hace falta, pero creo que han olvidado lo más importante. Las personas cambiamos cuando cambia nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo, o cuando cambian nuestras experiencias o cuando lo hacen nuestras acciones. De esas variables depende la transformación personal. ¿Cuál es la causa de la violencia machista? Con temor a simplificar en exceso, pienso que se puede decir que la raíz del problema es un concepto del amor que se vive como quería San Pablo: algo total, que todo lo puede, todo lo espera, todo lo merece Y no es así. En primer lugar porque el amor no existe más que como metáfora de orden poético o práctico. Es el resultado final de la diferente proporción de otros componentes menos románticos, menos abstractos pero mucho más accesibles, humanos y educables. Como la luz blanca está compuesta de radiaciones de diversas longitudes de onda, así el amor está compuesto de ocho elementos a saber: apego, erotismo, enamoramiento, diversión, mutualidad, racionalidad, memoria y domesticidad.
            Comprender el amor como un todo, como un objetivo, como algo real, da el resultado de inalcanzables Julietas y absurdos Romeos (que, no se olvide, tenían 13 y 16 años, respectivamente) con un sueño imposible y estéril que solo puede frustrar. Sin embargo, ese es el amor de las canciones, de las novelas, del cine
            Y no es así. Eso que se suele denominar «amor» no es sino el fenómeno del «enamoramiento». Conviene separar unas cosas de otras. Así como hace años el descubrimiento de que algunas hormonas sexuales podían parar la ovulación desacopló el erotismo de la reproducción, la siguiente tarea es desacoplar el matrimonio, una institución del orden social, de lo amoroso, una forma específica de relación humana. Y resulta que la relación amorosa tiene una lógica incompatible la mayoría de las veces con la lógica de la institución. El desamor se convierte entonces en el horizonte más frecuente de los amantes, como confirman las estadísticas de divorcio, infidelidad y, lo que es peor, del maltrato.
            Lo que se diga de la visión totalitaria del amor puede decirse de la exclusividad asimilada a la fidelidad. La fidelidad en cualquier relación humana es imprescindible, la exclusividad es opcional y no tiene nada que ver con la relaciona amorosa sino con otras variables, sobre todo con las económicas y las sociales. De hecho, la frecuencia de relaciones extraconyugales es tan alta que muestra como esa relación es una completa hipocresía. De lo contrario habría que considerar a la casi totalidad de la humanidad como mala, infiel, deshonesta, traidora, poco comprometida
            El fracaso de la relación amorosa concebida de tal guisa cae en los varones como la última gota que desborda el vaso. ¿Qué vaso? El del valor de la masculinidad. Hoy en día apenas se puede decir que es un hombre ni que es una mujer. Pero lo que sí se puede decir es que lo que era tradicionalmente «un hombre» ha perdido su sentido. Ya no es el dueño ni del dinero, ni del trabajo, ni de la sabiduría, ni siquiera de la semilla de la paternidad (están los bancos de semen). Para muchos hombres su valía ha desaparecido. La respuesta lógica es el miedo. A partir de ahí hay dos caminos. O genera una posición de valor y de deseo que ofrecer a la mujer. O el miedo le llevará a una de estas dos situaciones: ansiedad o depresión. Si crecen desembocarán en la violencia. Eso es, precisamente, lo que está pasando. Por ello, considerar el tema del amor se ha convertido en uno de los problemas más importantes de salud pública.
            Dos prácticas políticas y personales parecen necesarias. Una es cultivar la seducción; sólo un amor seductor creará vínculos tales que generen el deseo de estar juntos de forma libre e igualitaria. Otra, estimular un amor condicional y, a su vez, una nueva política de educación para las relaciones amorosas. Las leyes que facilitan el divorcio son buenas, pero estaría aún mejor alguna que dificulte el matrimonio, que no le haga dependiente del fenómeno loco, aunque tan atractivo, del enamoramiento.
            Hable de este amor al presidente Zapatero, presidente Revilla. Urge. Necesitaremos años para estos cambios.