Raúl Zibechi

Los límites de Lula
(Difundido por ALAI-Agencia Latinoamericana de Información. 9 de octubre de 2002)

Mirada en perspectiva, el cambio en la relación de fuerzas electorales fue poco importante en Brasil. El PT llegará al gobierno con unos 90 diputados sobre 513, lo que lo obliga a realizar una amplia política de alianzas. A nivel parlamentario, es mayoría el derechista Partido del Frente Liberal (PFL) y sus aliados, pese a la pérdida de escaños. Además, el oficialista Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el centrista Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) siguen siendo las fuerzas dominantes, tanto en la Cámara de diputados como, sobre todo, en la de senadores, que sólo se renovó parcialmente.
En su conjunto, el bloque de izquierda, PT más PPS de Ciro Gomes, los ex comunistas, y el PCB, apenas superan el centenar de escaños, mientras el bloque derechista casi lo duplica, y el centrista es la verdadera mayoría en diputados. Sin embargo, la peculiar política de alianzas de Brasil hace que Lula pueda esperar apoyos parlamentarios de la derecha. Su candidato a vicepresidente, José Alencar, es dirigente del Partido Liberal, un grupo derechista y evangélico que tenía 22 diputados.
Además de esta primera limitación, el Gobierno de Lula deberá afrontar una situación económica verdaderamente desastrosa. Ocho años de gobierno de Cardoso (1994-2002) dejaron al país a expensas de los intereses financieros internacionales. Gracias a la estabilidad monetaria, la apertura económica y las tasas de interés más elevadas del mundo, el país registró un ingreso masivo de capitales: de unos 50.000 millones de dólares que ingresaron en 1995 (el 6% del PBI) se llegó a 230.000 millones en 1999 (el 22% del PBI). Brasil se convirtió en una gran plaza financiera, muy vulnerable a los apetitos de los impredecibles centros financieros mundiales.
La deuda externa de Brasil es monstruosa y se aproxima a los 300.000 millones de dólares. Anualmente, deberá pagar, sólo en concepto de intereses de la deuda, unos 30.000 millones de dólares, lo que representa nada menos que el 55% del gasto público anual. De representar el 30% del PBI en 1994, la deuda creció hasta el 62% del PBI, luego del préstamo de 30.000 millones de dólares librado por el FMI a mediados de este año, para salvar al Gobierno (pero sobre todo a algunas empresas estadounidenses con problemas en Brasil) de caer en la moratoria de pagos. Lo más grave es que para evitar la cesación de pagos, que sería un paso razonable pero problemático para quien aseguró que no habría moratoria, el único camino posible es aplicar un ajuste muy duro, que afectará tanto a los gastos del Estado como a los sectores populares que apoyaron al PT.
Así las cosas, en pocos meses el Gobierno de Lula deberá afrontar una situación dramática: o sigue los pasos de De la Rúa, descargando sobre el pueblo los efectos de pésimas políticas anteriores, o se decide a hacer un frente común con Argentina y otros países del continente para enfrentarse al FMI. Todo indica que un gobierno del PT en alianza con partidos del centro y la derecha no va a dar esos pasos.

Un triunfo a lo Pirro

Como señaló el propio Lula, el triunfo electoral tuvo tres etapas: la primera se gestó hace un año cuando el Congreso del PT decidió flexibilizar su programa. La segunda fue la contratación de Duda Mendonça como estratega publicitario, un hombre de la derecha que fue el que le imprimió el sello de “amor y paz” a la campaña electoral de Lula. La tercera fue la alianza con el gran empresario textil y líder liberal José Alencar.
De las tres decisiones, fue la última la que más problemas internos le trajo al PT. Pero es la que le permitió a Lula cosechar importantes apoyos entre los grandes empresarios paulistas, que resultan decisivos para ganar cualquier elección. La poderosa Federación Industrial del Estado de San Pablo (FIESP) fue siempre un baluarte de la derecha y vetó anteriormente a Lula, pero ya en 1994 decidió el apoyo a Cardoso. En esta ocasión, fueron más de 500 los empresarios que proclamaron públicamente su apoyo a Lula, entre ellos algunos destacados, por presidir las mayores empresas del país.
En los hechos, la candidatura de Lula representa la alianza entre industriales, tecnócratas, administradores del Estado y trabajadores. Pero es una alianza muy particular. Los industriales tienen sus grandes empresas, sus apoyos financieros y sus sólidas organizaciones gremiales. Y están divididos, ya que un sector importante apoyó al oficialista José Serra. Los administradores estatales provienen en buena medida de los cuadros parlamentarios y de los gobiernos estatales y municipales del PT. En el último encuentro nacional del PT, el 75% de los delegados pertenecía a ese sector. Luego vienen los trabajadores. Es el sector más débil y peor organizado. La izquierdista CUT está muy debilitada y la inmensa mayoría de los afiliados pertenecen a la “amarilla” Fuerza Solidaria.
Pero Brasil no tiene, a diferencia de la mayor parte de los países del continente, pero sobre todo Argentina y Bolivia, una historia de luchas obreras. De modo que los industriales pudieron mantener los salarios obreros muy bajos, cosechando ganancias fabulosas. No existe, por lo tanto, un retorno al viejo desarrollismo ni una alianza Estado-industriales-obreros como la que en los años cuarenta generó un importante proceso industrializador y cierto desarrollo de un Estado benefactor. De modo que si se trata de una alianza, lo es entre desiguales, donde los que llevarán la voz de mando no pueden ser otros que los industriales y los cuadros del aparato estatal.
Con un cuadro así, el Gobierno de Lula deberá hacer milagros para componer intereses: pagar la deuda, satisfacer los deseos de los industriales, implementar una política redistributiva que aumente el consumo interno, evitar que la inflación vuelva a crecer hasta el 50% anual, como sucedió en 1994, antes de que Cardoso adoptara el Plan Real.

Alternativas

Pese a todo, Brasil es el único país del continente en el que se están articulando alternativas al neoliberalismo. En líneas generales, se pueden observar dos caminos. El que representa la alianza que llevó al PT a ganar las elecciones, alternativas “por arriba”, y una suerte de alianza plebeya, aún débil y en formación, que responde al proyecto estratégico del Movimiento Sin Tierra (MST).
La primera supone profundizar algunos aspectos del Gobierno de Cardoso. No debemos olvidar que Brasil es uno de los grandes productores de medicamentos genéricos, que se venden en todas las farmacias del país. Y que fue el ministro de Salud de Cardoso, José Serra, quien desarrolló una verdadera guerra contra las multinacionales para imponer los genéricos. Brasil tiene una larga historia de oposición y diferenciación respecto de Estados Unidos y las grandes multinacionales, y nunca ocultó sus alianzas preferenciales con la Unión Europea, su rechazo al ALCA y su independencia internacional, que le llevan a oponerse al Plan Colombia.
Lula deberá profundizar ese camino. Para ello cuenta con el invalorable apoyo de la burguesía industrial. La idea es fortalecer el Mercosur, apoyando la recuperación de Argentina e impulsando, suavemente, que de las elecciones de marzo surja cualquier Gobierno menos uno de Carlos Menem. El segundo paso es aplazar la entrada en vigor del ALCA hasta conseguir una negociación favorable para las exportaciones brasileñas. La oposición al Plan Colombia es un hecho, y ha sido encabezada por las Fuerzas Armadas, que inmediatamente desplegaron el Plan Cobra para evitar que el conflicto colombiano se “derramara” sobre Brasil, como deseaba el Pentágono. Luego se trataría de potenciar un doble eje, que de hecho ya existe: el denominado eje Brasilia-Caracas-La Habana, al que se podría incorporar Lima, como forma de contener la expansión de Washington en el área, que cuenta con una sólida base de apoyo en el Gobierno del ultraderechista Uribe en Colombia. Un eje más ambicioso coloca a Brasil en sintonía con Sudáfrica, país con el que tiende a incrementar sus intercambios, con India y China, además de consolidar su alianza con el área del euro.
La “alternativa plebeya” tiene su punto de apoyo en las luchas campesinas de los sin tierra. Brasil tiene una larga tradición de luchas rurales, desde los quilombos negros de Zumbí, hace 400 años, hasta rebeliones como la de Canudos y las ligas campesinas de Juliao. Es la principal oposición que tuvo el neoliberalismo en Brasil y la única alternativa real al modelo. El MST lleva varios años tejiendo una alianza con los pobres urbanos: los sin techo, los desocupados, los favelados. Para ello cuenta con su enorme prestigio, su importante aparato y el apoyo de la Conferencia Episcopal, con la que convocó en septiembre el plebiscito contra el ALCA, en el que participaron 15 millones de brasileños. Se trató de una iniciativa propagandística y de movilización similar a las “consultas” que despliegan los zapatistas.
Joao Pedro Stédile, dirigente del MST, aseguró en una reciente entrevista que el triunfo de Lula provocaría un gran salto en las luchas sociales. Si es así, los sin tierra estarán a la cabeza de un amplio movimiento de los pobres de la ciudad y del campo. Lula, a su vez, dijo ser el único que está en condiciones de frenar y moderar al MST. Ambas cosas son ciertas. Al parecer, la reforma agraria es uno de los capítulos que el PT en el Gobierno puede impulsar con fuerza. Puede servirle, también, para moderar a los sin tierra, que ya tienen una importante dependencia de los Gobiernos estatales y municipales.

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