Reyes Mate

Luces en la ciudad democrática
(Lo que sigue es la presentación del libro Luces en la ciudad democrática. Guía del buen ciudadano, editado por Pearson Alhambra, Madrid, 2007, 130 páginas) (*).
(Página Abierta, 186, noviembre de 2007)


            Durante el franquismo se impartía una disciplina hoy en desuso. Se llamaba Urbanidad y allí se enseñaba la buena educación: cómo y dónde saludar; cómo comportarse en la mesa, que incluía desde el manejo del cuchillo, a la colocación de la servilleta y de las manos; cómo caminar o vestirse, o iniciar una carta o dirigirse a los mayores.
            Como no había lugar para una educación para la ciudadanía, porque no había civitas, los esfuerzos se agotaban en cómo andar por casa. En lugar de polis –para que la hubiera tendría que darse un espacio público y libre que los habitantes conformaran a su gusto–, lo que quedaba era un modesto oikos. Lo doméstico ocupaba el lugar de lo político.
            Ahora vivimos en democracia. La ciudadanía es posible; por eso, en lugar de enseñar urbanidad, tenemos civilidad o educación en la ciudadanía. No sólo hay espacio para hablar de lo que interesa a todos, sino que tenemos la responsabilidad de intervenir activamente en las propuestas y decisiones que acabarán moldeando la vida en común. No se trata únicamente de cómo comportarse en público, sino de cómo construir el país en el que vivimos.
            Para esa tarea, la escuela es un lugar privilegiado porque ahí se forjan hábitos o comportamientos que pueden encaminarse a la tolerancia o a la intolerancia, a la responsabilidad o a la irresponsabilidad. También porque en la escuela se enseñan ideas y valores que afectan a la vida privada y a la vida pública.
            Hay que reconocer que es una tarea exigente esta de “educar en la ciudadanía” porque remite de alguna manera a los fundamentos de una ética política, si por ello entendemos la referencia a las bases de una convivencia moderna. Al decir convivencia moderna estamos refiriéndonos, en primer lugar, a la innegable pluralidad de credos, morales, visiones del mundo que circulan en nuestra sociedad; en segundo lugar, a la responsabilidad que tenemos de encontrar reglas de juego comunes que emanen de nuestra libertad y cuya práctica asegure esa justicia sin la que es impensable la democracia.
            No se trata, por tanto, de generalizar un credo (ni siquiera en alguna versión laicista) como ocurría en tiempos no lejanos en los que la ética del Estado era la moral de una Iglesia. Se trata, por el contrario, de encontrar reglas comunes que garanticen el ejercicio de todas las creencias pero que se basen en principios de convivencia aceptables por todos. Más que decir lo que hay que hacer en cada caso, lo que importa es enseñar las normas que hay que respetar a la hora de tomar decisiones. Esto no puede ser un código de conducta sino una familiarización con los principios de convivencia. Esta guía del buen ciudadano es un mero indicativo de los principios que deben guiar al ciudadano en las decisiones que tenga que tomar en su vida concreta.
            Una respuesta a la altura de una ética política propia de la democracia es lo que pretenden los libros de texto que se ocupan de Educación para la Ciudadanía. Allí se tienen en cuenta las virtudes de convivencia que hay que fomentar y los vicios de malvivencia que evitar. También se enseñan los derechos y deberes propios de un ciudadano y cómo ejercerlos responsablemente en una democracia como la nuestra. Nuestro propósito aquí es más modesto, en el sentido de que sólo nos vamos a fijar en unas pocas actitudes básicas, representativas de lo que el profesor Aranguren llamaba la “democracia como moral”. Es impensable la vida en democracia sin acciones libres, respeto a las reglas, resolver los conflictos dialogando, decidir con sentido de la responsabilidad, reconocer la autoridad, practicar la tolerancia o respetar el medio ambiente. Pues bien, lo que hemos hecho es agrupar esas exigencias morales en cuatro grandes capítulos que conforman aquellas virtudes cívicas que son imprescindibles en una convivencia adulta.
            En primer lugar y a modo de introducción, la ciudadanía. Un recorrido por el ser ciudadano nos recuerda que el hombre no está solo en el mundo, pero que hay una constante tendencia a excluir de la vida en común a los pobres, pese a que todos nacemos iguales y libres; que una cosa son los dichos o declaraciones y otra los hechos, y que queda aún mucho por hacer.
            Luego viene la responsabilidad, que es el tema de nuestro tiempo. De ella se habla mucho pero no es fácil explicar su alcance. Aceptamos que somos responsables de lo que hemos hecho y del mundo que dejaremos a nuestros nietos, pero ¿somos responsables de lo que hicieron nuestros abuelos o a ellos les hicieron? La responsabilidad histórica aparece así en el horizonte de nuestro sentido de la responsabilidad.
            La tolerancia, tema del tercer capítulo, parecía archivada como tema de reflexión cuando ahí está de nuevo debido a la presencia de la intolerancia. De la mano de los clásicos de la tolerancia, vamos viendo que hay distintos modelos de tolerancia, que no hay sujetos históricos de por sí tolerantes o intolerantes, que ha habido de todo y que no hemos dado aún con un modelo de tolerancia que sea capaz de respetar las diferencias sin renunciar a la universalidad.
            Finalmente, la paz. Una paz sólida no puede hacerse a costa de la justicia. Avanzar hacia la paz significa repasar críticamente el culto que hemos dado a la violencia y, sobre todo, tener presente a las víctimas. Hablamos en general pero teniendo muy en cuenta las injusticias del terrorismo que nos es más cercano. Una política de paz, es decir, acabar con la violencia en política, es imposible sin tener en cuenta la justicia a las victimas.
            El libro acaba con unos ejercicios que el lector podrá ampliar a su gusto. Se trata de mostrar la riqueza convivencial que se esconde tras los relatos o imágenes que nos rodean. En una historia de Borges, en una película de Charlot o en un cuento de nuestra infancia están estilizados con una sabiduría sorprendente los vicios y virtudes de los humanos en su modo de vivir juntos.

________________
(*) Esta misma editorial ha publicado Jóvenes ciudadan@s. Educación para la ciudadanía y los derechos humanos, libro de texto para alumnos de Educación Secundaria Obligatoria.