Roberto Touriño
Crítica de “Crítica del colectivismo europeo
antioccidental”, de Eugenio del Río

            Aunque en el preámbulo del libro se dice que el objeto de éste es la crítica de ciertos aspectos del pensamiento de una corriente ideológica que en principio se localiza, espacial y temporalmente, con precisión –los jóvenes de los años 60 y 70 que se incorporaron a la lucha antifranquista desde posiciones marxistas y comunistas–, según vamos avanzando en la lectura, las alusiones a la izquierda europea en general, la proliferación de citas y referencias de autores de lo más diverso, junto con la práctica ausencia de textos que recojan específicamente el pensamiento de la generación identificada inicialmente, convierten esta obra en un cuestionamiento de las ideas de sectores variados del pensamiento crítico con la modernidad occidental, y más concretamente de las corrientes de izquierda europeas, formadas en la matriz marxista y comunista.

            En cuanto a las ideas objeto de crítica, a pesar de que en el mismo preámbulo se afirma que “El objeto de este trabajo es la pervivencia en estos sectores de la izquierda europea, junto a impulsos igualitarios valiosos, de una notable y reiterada inclinación hacia un colectivismo en cierta medida arcaizante” (pág. 9), en el libro se abordan en orden disperso muchas otras cuestiones.

            Así, si bien inicialmente la preocupación expresa es el desinterés de las corrientes de izquierda con las que el autor comparte generación, por la defensa de la libertad y autonomía individuales, al recorrer las páginas del libro, la defensa de lo que Eugenio del Río considera “lo mejor de Europa”,  le lleva a un rechazo, unas veces explícito y otras implícito, de buena parte del ideario de aquellas corrientes, del que, finalizado el texto, poco más queda en pié que un impreciso deseo de solidaridad y justicia.

            Mientras que el último capítulo El Islam en Europa es desde mi punto de vista, totalmente prescindible, y el penúltimo, Identidades colectivas, no completamente necesario, es necesaria la lectura de los restantes, a pesar de su aparente desorden, o falta de pertinencia en relación al tema abordado, para una comprensión cabal del mismo.

¿DE QUE COLECTIVISMO HABLAMOS?

            Es necesario aclarar antes de nada, a qué se refiere Eugenio del Río con el término “colectivismo”. En este libro no se utiliza este término en su sentido más habitual, tanto en el lenguaje habitual como en el de la izquierda. Si vamos al “Diccionario de Filosofía” de José Ferrater Mora, vemos que la entrada “Colectivismo” finaliza así, “se tiende a usar este nombre para designar las doctrinas, por otro lado muy variadas, según las cuales los instrumentos de producción son propiedad colectiva, sea del Estado, las ‘cooperativas’, los sindicatos, las empresas colectivizadas, etc”. Éste es, en efecto, el significado del término colectivismo para cualquier enciclopedia de consulta (la Enciclopedia Salvat dice: “Colectivismo. Conjunto de doctrinas político-económicas  que propugnan la propiedad en común de los medios de producción y el sistema colectivo de producción y distribución”), o diccionario de la lengua (en el clásico diccionario escolar Aristos de lengua española: “Colectivismo. Teoría social que suprime la propiedad individual y la hace colectiva y confía al Estado la distribución de la riqueza”) y es, igualmente, el significado más extendido entre las corrientes de izquierda.

            En este libro se utiliza la palabra “colectivismo” para referirse al “modo de ser y el marco ideológico de aquellas sociedades, agrupaciones o comunidades que anulan en buena medida las personalidades individuales, a las que someten a un cuadro normativo rígido y a un acentuado control social” (pág.11). Es contra este tipo de colectivismo, que se corresponde más bien con el uso habitual del término “comunitarismo” (éste es, de hecho, el que utiliza Antonio Duplá, en el único comentario del libro, por otra parte laudatorio, al que he tenido acceso –“ Critica del pensamiento simple, elogio del pensamiento complejo (que no complicado) Pensamiento crítico), contra el que Eugenio del Río, convencido como ya vimos, de que la izquierda tiene “una notable y reiterada inclinación” al mismo, despliega su crítica.

            Este cambio de significado es, sin duda, expresión de un cambio en la preocupaciones, en el horizonte intelectual, y representa el abandono de la cuestión de la propiedad colectiva, central históricamente en los debates de la izquierda, y la conversión de la autonomía individual en el centro de atención.

ORIGEN DEL COLECTIVISMO EUROPEO ANTIOCCIDENTAL

            El  “colectivismo-comunitarismo”,  tan profundamente enraizado en el pensamiento de la izquierda, según Eugenio del Río, tendría su origen en el carácter premoderno y arcaizante del pensamiento socialista desde su génesis, reforzado por el impacto de la revolución bolchevique que inauguraría “una experiencia de oposición radical a la vía occidental(pág. 14).

            En buscar las raíces de ese comunitarismo arcaizante y antioccidental se ocupan los cinco primeros capítulos del libro. Con un recorrido por los orígenes de los movimientos obreros francés y británico, el autor, a partir de un hecho que casi nadie pone en duda, esto es, que en su nacimiento el movimiento obrero utilizó en parte las tradiciones existentes en el mundo artesanal premoderno para crear su ideario, concluye que el ideario socialista, conformado de este modo, había de resultar, necesariamente, arcaizante e incapaz de “producir un modelo social alternativo para una realidad y una época que vinieron más tarde” (pág.13).

            Además de las tradiciones artesanales premodernas, el colectivismo igualitario rousseauniano, los socialismos utópicos, el positivismo, o el romanticismo, serían los ingredientes de un preparado en el que el igualitarismo radical, el estatismo extremo, el rechazo de la libre competencia, y la concepción de la sociedad como un objeto que se ha de construir de acuerdo con un proyecto, serían, junto al desprecio de la autonomía individual, las notas dominantes. Este colectivismo antiindividualista había de convertirse  en el sustrato del colectivismo de izquierdas del siglo XX.

            En cuanto al legado de Marx, aunque se califica de ambiguo en relación con la modernidad occidental (como elementos pasadistas en su pensamiento se citan la defensa de la propiedad en común y de la transparencia frente a la opacidad del mercado, o el concepto de alienación), esta supuesta ambigüedad no impide concluir taxativamente que “en las corrientes comunistas se intentó hallar en Marx, forzando bastante las cosas, la inspiración para un colectivismo estricto y autoritario” (pax.74).

            Por fin con relación a la revolución rusa, con poco mas que la referencia a la carencia de tradiciones democráticas en Rusia y una larga cita de Stalin, se afirma categóricamente  “Cuantos se identificaron con este régimen mantuvieron una hostilidad muy pronunciada hacia la civilización occidental, considerada enemiga de la Unión soviética y de sus valores, y compartieron una ideología total y el ideal de un régimen integral, en los que resonaba la unidad del mundo colectivista premoderno”. (pág. 87).

            A lo largo de estos  capítulos más que ofrecer una argumentación concluyente, el autor va construyendo mediante una selección de los materiales, un hilo rojo del pensamiento socialista que llevaría desde los orígenes hasta el presente, y en el que la continuidad de un colectivismo antiindividualista sería el protagonista. Además, obviando que cualquier grupo social o corriente ideológica naciente se construye con los elementos presentes en la realidad, más aún en un período de transición histórica (hecho que no es más cierto para el movimiento obrero y el socialismo, que para la burguesía y el liberalismo o el conservadurismo), la idea de una íntima continuidad entre pasado premoderno y presente en el pensamiento anticapitalista, le sirve  al autor para descalificar a la izquierda anticapitalista con el estigma de pasadismo.

            En mi opinión los cinco primeros capítulos del libro resultan, en conclusión, irrelevantes a los efectos de la critica que tienen por objetivo. Aun cuando la presentación de la tradición marxista comunista hubiera sido equilibrada (o que obligaría entre otras cosas, a dar presencia en su recorrido histórico a las corrientes críticas del marxismo a lo largo del siglo XX), quedaría por demostrar que esa lectura particular de aquella tradición intelectual es dominante en la generación política objeto de análisis, algo que este libro está muy lejos de hacer.

MENTALIDADES COLECTIVISTAS Y ANTIOCCIDENTALES

            El autor, que lleva el hilo rojo del colectivismo arcaizante, desde los orígenes del movimiento obrero hasta la URSS estalinista, establece desde el comienzo una identificación entre colectivismo premoderno o arcaizante y antioccidentalismo. Esta identificación, de la cual se echa en falta una explicación concreta, y en la que el presente occidental parece cómo nacido de un corte absoluto con un pasado, o de la nada, permite asociar a la izquierda en sus versiones marxistas y revolucionarias, con el antioccidentalismo. Y ello  por mas que la presencia de elementos premodernos, por extendida que estuviese en el pensamiento socialista inicial, no lo convertiría automáticamente en antioccidental. Sí Europa, como parece, es para Eugenio del Río el marco espacial de lo occidental, las tradiciones rusas no harían necesariamente de la corriente bolchevique una corriente antioccidental más que desde una óptica que excluya de Europa el mundo eslavo, o de que todo lo tradicional sea, por definición, antioccidental.

            Estigmatizada la izquierda con las etiquetas de colectivismo antiindividualista y arcaizante y de antioccidentalismo, quizás pueda entenderse el porqué de esta asociación, a priori tan difícil de comprender, sí atendemos a la reiterada preocupación (manifiesta en numerosos escritos) de Eugenio de él Río por el fundamentalismo islámico, y el presunto desarme ideológico de la izquierda frente al mismo. Ya en el preámbulo del libro, pocas líneas después de denunciar el comunitarismo de izquierda, incorpora la cuestión del islamismo afirmando “el reforzamiento del colectivismo islamista en el mundo ha suscitado un golpe de timón en la conciencia pública de las sociedades occidentales, con el consiguiente crecimiento de actitudes defensivas y de atrincheramiento en el baluarte ccidental”.(pág. 12)

            Esta cita, utilizada aparentemente en el texto con la intención de diferenciarse de las posiciones de “atrincheramiento en el baluarte occidental”, tiene dos aspectos en mi opinión relevantes: por una parte al utilizar el término colectivismo en relación con el islamismo, se establece una afinidad implícita entre el colectivismo atribuido a la izquierda en las páginas anteriores, y el fundamentalismo islámico (afinidad que se hace explícita en la página 92, al propugnar que el paso de Roger Garaudy del comunismo al islamismo es una demostración de la misma), que no puede ser causal; por otra se reconoce un impacto en la conciencia publica occidental del que pienso que Eugenio del Río es un claro ejemplo. El peligro en el que se encuentran los valores de la modernidad occidental, amenazados por un fundamentalismo islamista en expansión, incitaría a defenderlos también frente al peligro interior que representa el colectivismo comunista, haciendo conscientes de lo que esconden sus ideas, a los sectores de izquierda que lo promueven.

LA IZQUIERDA QUE SOMOS O FUIMOS

            Como ya dijimos, quedaría por demostrar la relación existente entre el presunto colectivismo arcaizante y antioccidental y nuestra generación. Entendiendo que más allá de la previsible influencia de los textos canónicos del marxismo leninismo, entrado ya el siglo XXI, y después de un notable esfuerzo crítico desarrollado por nuestra tradición, sería necesario demostrar que hoy sectores cualificados y representativos de esa izquierda propugnan un colectivismo antioccidental como el denunciado por el autor.

            Sorprendentemente, en los capítulos dedicados a presentar las posiciones antimodernas y antioccidentales (V. Mentalidades antioccidentales y antimodernas en Europa; VIII Mitificación del pasado y del atraso; IX Identidades colectivas), las citas de personas, organizaciones o colectivos representativos de estas corrientes son inexistentes, o para ser más exactos hay una única cita (del propio autor, página 153), mientras proliferan citas de los autores mas variados (Hans Joas, Eugenio Trias, Juán José Tamayo, Zygmunt Bauman, Eric Voegelin, Karl Löwith, Serge Latouche, ONG Survival, Bonfill Batalla, Andre Gorz, François Partant, New Economics Foundation, Amigos de la Tierra, Ivan Illich, René Dumont, Frantz Fanon, Herbert Marcuse), vivos o muertos, de los mas diversos países, y en su práctica totalidad distantes de la izquierda comunista y de sus tradiciones, y desde luego de la generación que inicialmente iba a ser objeto de análisis.

            La panorámica que de este modo se nos ofrece es, sin duda, ilustrativa de la existencia entre amplios sectores, de variadas ideologías, críticos de uno u otra manera de la sociedad moderna occidental, de ideas de corte esencialista, nostálgicas del pasado en ocasiones, idealizadoras de culturas ajenas al mundo occidental otras veces, pero muy poco nos dice de esa izquierda concreta a la que el libro se dirigía, que en gran parte ha asumido cómo componente sustancial de su ideario la defensa de la libertad y autonomía individuales, y que aquí se nos muestra totalmente caricaturizada.

            Así, estos sectores de izquierda, de los que ya en el preámbulo del libro se dice que están imbuidos de una profunda desconfianza hacia las personas que forman las actuales sociedades occidentales (pág. 18), son descritos de este modo por Eugenio de él Río,

            “(...) se dan la mano aspectos característicos de la ideología marxista, contundentes, seguros, rotundos, con otros más livianos, sobre el telón de fondo de ciertas querencias colectivistas (...)
       Para unos y otros, la democracia ‘burguesa’  merece ser tomada como algo ‘puramente formal` y más bien ficticio; el sistema de representación política no pasa de constituir una entelequia; la división de poderes es poco relevante; las libertades son incompletas y frágiles; las garantías jurídicas pertenecen a una estratosfera poco relevante (otra cosa es la denuncia de la represión); el concepto de autonomía individual es tratado displicentemente” (pág. 94).  

            Esta descripción cliché, que probablemente sólo sea útil para ver en negativo algo del pensamiento de su autor, es utilizada para una descalificación, esta sí, contundente, segura y rotunda, al tiempo que nada documentada

            En esta subjetividad militante de izquierda conviven un antioccidentalismo en bloque y primario, un antiestatismo también en bloque, simple y unilateral, un relativismo cultural pronunciado, inclinado hacia políticas multiculturales ingenuas. (...)

            La mentalidad antioccidental a la que estoy aludiendo  no expresa un sentido crítico selectivo frente a los muchos aspectos en los que la vida occidental debería ser transformada. Es otra cosa: representa una impugnación global (lo que parece incluir los mejores valores asentados en Europa)”. (pág. 95)

KARL POLANYI: APARECE LA ECONOMÍA

            Frente a sus críticos, Eugenio del Río se constituye en baluarte de la defensa de los valores de la sociedad moderna occidental. A este fin dedica específicamente los capítulos VI, Lo mejor de Europa, y VII, Polanyi y La Gran transformación.

            En el capitulo VI, Lo mejor de Europa, procede a explicar aquello que considera valores a defender de la Europa moderna: la autonomía individual, la libertad moral, la separación público-personal, la igualdad de las mujeres, la tolerancia, el laicismo, la convivencia regulada por la ley y garantizada por un poder político, que además organiza la solidaridad y, en el ámbito económico, actúa como corrector para contrarrestar los efectos negativos de la iniciativa personal (pág. 114 y ss.). Todo ello  no sin antes expresar cautelas diversas sobre los aspectos negativos y las imperfecciones de la sociedad europea moderna, tales como las desigualdades y las acciones antiigualitarias de los países occidentales en el mundo.

            Desde mi punto de vista, y sin entrar en matizaciones, contra lo que piensa el autor, una buena parte de la izquierda de la generación de referencia, si no la mayoría, aceptaría como valores a defender todos los antedichos, aunque seguramente expresaría mucho mayores cautelas que Eugenio de él Río respecto del papel neutral y benefactor del poder político del Estado. Y desde luego faltan documentos en el libro que demuestren el rechazo de estos valores por la izquierda a que nos referimos.

            Más interesante y clarificador me parece el capítulo siguiente, Polanyi y La Gran tranformación. En él se somete a crítica la obra, “La Gran transformación. Crítica del liberalismo económico”, publicado en el año 1944 por Karl Polanyi, un autor que nunca se definió marxista ni revolucionario, por lo que en un principio no es fácil saber que lo trae a colación. El contenido de este capítulo nos permite comprender que papel juega la crítica de esta obra en el libro de Eugenio del Río.

            En su obra Polanyi crítica la idea de la economía como un mundo autónomo, la idea de un mercado autorregulado, al que considera una excepción en la historia, y demuestra como ese mercado, supuestamente autorregulado, precisó del poder político para imponerse, al tiempo que cuestiona el interés individual como motor de la actividad económica.

            ¿Qué relación tienen estos asuntos con el objetivo explícito del libro de Eugenio del Río, criticar el colectivismo-comunitarismo de la izquierda y afirmar la libertad y autonomía individuales? Veamos. Uno de los aspectos que aborda en este capítulo Eugenio del Río es el relativo al papel del interés individual en la sociedad. Sí bien en principio trata el tema con cautela, y frente a la opinión de Polanyi, de que la motivación habitual de la actividad económica, a lo largo de la historia, no son los incentivos materiales, sino la reciprocidad, se inclina por una concepción mas abierta, en la que convivan elementos contrarios formando un todo ambivalente, casi de inmediato afirma lo siguiente, “ Lo cierto es que la voluntad de conseguir bienes para uno mismo, como factor movilizador en la economía, se manifiesta vivamente en la actividad mercantil y en el espíritu mercantil en diversas civilizaciones y en distintos periodos históricos” (pág. 134), lo que, como veremos mas adelante, tendrá consecuencias evidentes en el programa propuesto por Eugenio de él Río.

            Sobre las libertades individuales, no contento con que, como el mismo Eugenio del Río reconoce, Polanyi “no aboga por una vuelta al pasado sino por una acción política en una sociedad libre que, desoyendo los dogmas del liberalismo económico, se proponga regular la economía en lugar de dejarla en manos del mercado autorregulador(pág. 136), mantiene que“Polanyi es demasiado benevolente hacia las sociedades premodernas y primitivas. Deja escasa constancia de los límites de las sociedades orgánicas y de sus defectos” (pág. 136), y, aun más, lamenta que “Tenemos que llegar a la última parte del libro para descubrir que el programa de Polanyi, junto a una economía reglamentada, (...), comporta el refuerzo de los derechos individuales, unas amplias libertades, el derecho a la disidencia y a la diferencia” (pág. 137).

            Así que, insatisfecho y desconfiado con el programa de Polanyi, de libertades y derechos individuales en una economía regulada por el poder político, Eugenio del Río entra en un debate nuevo, no abierto al menos explícitamente en el libro hasta este momento, cuando se pregunta “¿Se puede suponer que daría [Polanyi] por buena una economía como la soviética, con todos sus problemas, pero con libertades, si tal cosa es concebible?” (pág. 138). Parece entenderse que la respuesta de Eugenio del Río a esta pregunta estaría entre no considerar concebible tal sociedad y no darla por buena. Bien, sea como sea, esto desplaza como ya dije el debate a otro terreno. La cuestión no es ya la defensa o la crítica del comunitarismo de esas sociedades que anulan en buena medida las personalidades individuales, sino la de la posible relación entre propiedad colectiva-control estatal de la economía por un lado, y mercado y libertades individuales por el otro.

            En este contexto Eugenio del Río afirma “Resulta beneficioso lograr cierto equilibrio entre, de un lado la autonomía del dinamismo económico, en el que desempeña un papel notable la voluntad de mejorar la propia posición y, de otro lado, la intervención reguladora, redistribuidora, controladora de las relaciones laborales, garante de la seguridad.
            Si lo primero se ve ahogado por lo segundo, se resentirá el bienestar. Si lo segundo adelgaza demasiado, aumentarán las desigualdades y las injusticias, el desorden y la inseguridad, y sufrirá la cohesión”. (pág. 141)

            Podemos deducir que en este terreno, consubstancial a la problemática de la izquierda, de la relación entre la economía y la sociedad, el autor se sitúa en líneas de pensamiento próximas a aquellos que consideran que el impulso egoísta es un motor fundamental de la vida económica, y a los que consideran que la libertad económica es parte esencial e inseparable de las libertades individuales, y en conclusión se manifiesta contrario al control estatal de la economía (no a una actuación reguladora limitada) y por tanto de la propiedad colectiva a gran escala, por cuanto considera que llevarían necesariamente a la negación de las libertades individuales, y a la ineficiencia económica.

EL CAPITALISMO REALMENTE EXISTENTE

            Finaliza este capítulo VII con un apartado titulado “El capitalismo realmente existente”. El autor comienza este apartado distinguiendo entre el capitalismo como concepto ideal y la economía realmente existente, según él, sólo en parte capitalista. Sobre ambas cosas opina lo siguiente,

            “Si pensamos en lo primero, en el modelo ideal, la crítica anticapitalista posee sentido al menos en los siguientes puntos: a) la primacía absoluta del mercado produce efectos perniciosos; b) los seres humanos son considerados como mercancías; c) ese modelo, si no se compensa con contrapesos políticos, genera desigualdades importantes en cada país y entre países; d) no está dotado de los necesarias válvulas de seguridad para evitar los excesos en la destrucción de recursos naturales.

            Si nos referimos no al modelo ideal y puro sino a la economía real, (...) se puede decir que la economía que denominamos capitalista no es sólo capitalista, (...). La política no se limita a garantizar la convivencia entre los individuos. Ha logrado introducir en la vida socioeconómica un contenido social desigualmente desarrollado en los distintos países occidentales (...). Asimismo las políticas anticrisis han podido atenuar en algún grado las repercusiones más dañinas de las crisis cíclicas”. (pág. 143-144).

            En el mismo sentido en relación con la economía real ya había afirmado en el capítulo VII dedicado a Lo mejor de Europa,

            “El Estado como organizador de la solidaridad en cada país se complementa con su función correctora en el orden económico para contrarrestar los efectos nocivos de la iniciativa económica privada y para arrancar del mercado aquellos sectores que no deben quedar a merced de los impulsos espontáneos mercantiles”. (pág. 122)

            Sin entrar en la validez o suficiencia de la crítica anticapitalista propuesta, de la lectura de estas citas sólo se puede concluir que para Eugenio del Río las críticas pueden ser válidas para el modelo ideal, pero no lo son para la economía real. Los puntos a) y c) de la crítica anticapitalista estarían superados en la economía real por la acción reguladora y correctora del Estado. El punto b) tiene un carácter demasiado abstracto y en realidad nos remite, a falta de mayor concreción, a la problemática de la alienación, sobre la que el autor ya se pronunció con notable distanciamiento en su libro Izquierda y sociedad (Talasa, 2004, ver página 58). Por último el punto d), tal como está formulado, no parece afectar a aspectos esenciales del sistema.

            Resta así poco espacio para la crítica anticapitalista. Según parece desprenderse de numerosos pasajes del libro, los graves problemas que padece la sociedad moderna occidental, y al menos parte de los que sufre el mundo en general, no son consecuencia de  rasgos esenciales, estructurales, de la moderna sociedad capitalista, sino excrecencias, lacras, impurezas, y el objetivo de los que luchamos por una sociedad mejor debe limitarse al de “depurar la modernidad de defectos e insuficiencias, para reforzar lo mejor que contiene (...)” (pág. 126).

            Desde mi punto de vista las ideas expresadas por Eugenio del Río se sitúan mas cerca del horizonte de la socialdemocracia tradicional -a la que en el libro exalta, en contraposición con las corrientes revolucionarias, por su capacidad de adaptación a la modernidad occidental-, que de cualquier programa de transformación profunda de la sociedad, que necesariamente debe pasar por el control social del mundo económico, por la superación del mercado y la competencia como motor de la actividad económica, y por la potenciación de valores sociales distintos de los que caracterizan al homo oeconomicus.

            En esta publicación, como en el conjunto de la obra mas reciente de nuestro autor, junto con un progresivo ablandamiento de la critica a la sociedad capitalista -cada vez más, presentada como el mejor resultado posible del desarrollo histórico-, y con la  renuncia a cualquier aspiración de cambio radical -rechazada por su carga holista y utópica-, parecen imponerse cómo horizonte intelectual preocupaciones propias del más viejo liberalismo: Por una parte, la defensa de la libertad económica y por tanto de la propiedad burguesa, como las únicas garantías de las libertades individuales frente al Estado y a la colectividad; por otra, la idea de que los intentos de transformación radical de la sociedad, ahora tachados de “ingeniería utópica”, no pueden producir mas que efectos perversos, como el régimen soviético.

            Tengo para mí que, sigue siendo mas acertado cómo horizonte intelectual de la izquierda lo que Eugenio del Río proponía en su libro Crisis (Editorial Revolución, 1991).

            ”La vieja izquierda puso en primer plano  problemas tales como el de la propiedad de los medios de producción o el de la reorganización de la gestión económica mediante la cooperación y la planificación. El olvido de estas cuestiones por los grandes partidos de la izquierda occidental actual o los fracasos cosechados en la URSS y en los demás países de economía altamente centralizada y burocratizada no anulan la importancia de estos problemas. Exigen, lo que es muy diferente, una profundización en ellos” (pág. 61).