Rosina Cazali

No, las prostitutas de la línea no van al gimnasio
(laCuerda. Una mirada feminista de la realidad. Año 6, Nº 61
.Guatemala, octubre/2003)

 

Los poetas, ante mis impresionantes posturas,
que parecen tomadas de los más audaces monumentos,
consagrarán sus días a austeros estudios;
pues tengo, para fascinar a estos dóciles amantes,
puros espejos que hacen todo más bello:
¡mis ojos, mis grandes ojos de claridades eternas!
—Charles Baudelaire
(Fragmento de "Las flores del mal")

 

Yo crecí cerca de la línea: 14 Calle y 12 Avenida Zona 1, Barrio de Gerona o de Santo Domingo, cerca de la línea del tren. Pasar por las casas de las putas era de lo más natural; eran presencias vecinas constantes. Con el tiempo la normalidad se transformó en un asunto de distancia prudente y de voltear la cara hacia el vacío, para ignorar aquellos aspectos deshonrosos que una "niña de cierta categoría" no debía inscribir en su diario de pétalos de rosa. Han pasado muchos años.
La obra de Andrea Aragón viene a recordarme que la sociedad a la que he pertenecido es descarnadamente moralista y que de muchas maneras fui su cómplice. Llegué a interiorizar un reglamento de doble filo. De un lado no se presta a confusión, ahí su mandato es autoritario y despótico. Del otro, cuando se acerca o se embarra de aquello que inculpa, siempre encuentra la manera de esconder la mano.
Doble moral. ¡O conveniencia abominable!
En su nueva serie de fotografías, titulada "La línea", Andrea Aragón nos presenta un trazo entre el bien, el mal y sus zonas de conflicto. "La línea" es una figura que ilustra aquellas fronteras que definimos de acuerdo a lo que queremos dejar adentro -por nuestro supuesto bien- y todo lo que nos amenaza y expulsamos fuera de nuestros dominios, especialmente a aquellas mujeres tachadas por siglos como devoradoras de hombres, sucias, marginales, prohibidas, dueñas de toda voluptuosidad, sin vida propia y animalizadas para el bien del varón. Pero, a través de sus imágenes, corrobora todo lo que con alguna suerte adivinamos a medias: las prostitutas son mujeres, no una masa que se contrapone a lo honrado y donde se dibujan las miserias de nuestra ciudad. Se ríen igual o más que todas, se la pasan bien en la medida de lo posible, son denigradas y lastimadas en sus egos porque también los tienen. Viven. Son sabias y otras no tanto.
Este recorrido se reduciría a una visita turística por uno de los lugares más conocidos y despreciados en el reino de la prostitución en Guatemala, si no tuviera en cuenta los aspectos humanos que lo componen. Andrea ha sabido ganarse la confianza a través de su plática y con su cámara en las habitaciones de Rosaura, Jessenia, Nora o "la Mona"... pero no como simple "voyeur": Ha sabido minimizarse a sí misma para superar la obsesión lasciva que despliega un "peep show". Convivir con las protagonistas -no imponerse como una más- le ha significado encontrar un corredor más justo para desarrollar un diálogo y una sensibilización generalmente castigada, pero que le ha regalado la posibilidad de verse en las preocupaciones diarias de personas que piensan como ella, como muchas, en las complicaciones de la maternidad, en sus desamores, la situación económica, la coquetería, los vicios.
Es así de simple. "La línea" es un libro abierto a uno de los oficios más antiguos de la humanidad, que aún es susceptible de ser visto desde un patético paternalismo, el heroísmo que se transforma en lástima o el prejuicioso desprecio. Andrea Aragón nos propone una segunda mirada, que implica una experiencia de primera mano, su propio territorio, sin líneas de por medio.