Samuel Pérez
La isla de Gorée y el Foro Social Mundial
(Página Abierta,213, marzo-abril de 2011).

  Entre los días 6 y 11 de febrero pasado se celebró en Dakar, capital de Senegal, el décimo Foro Social Mundial. Samuel Pérez, uno de los participantes, nos habla de ello.  

            Una vez llegados a Dakar, la visita a la isla de Gorée, a pocas millas de la capital de Senegal, es un compromiso obligado de muchos de los participantes en el décimo Foro Social Mundial que venimos de los otros continentes, incluso de muchos africanos que se desplazan por primera vez. La isla, que es Patrimonio de la Humanidad, nos recuerda la ignominia de algunos Gobiernos y grupos económicos poderosos de entonces que utilizaron a la juventud africana como esclavos desde los siglos XVI al XIX. Se calcula que fueron entre 12 y 15 millones los que sufrieron esa maldición. Iniciaron el proceso portugueses y españoles, para seguirlo holandeses, franceses e ingleses. Gorée fue el mayor centro para los esclavos llevados a América a trabajar y morir en las colonias. También hubo en África otra salida de esclavos por la parte oriental, de entre 15 y 20 millones, estos conducidos por negociantes árabes.  Unos y otros dejaron a África exhausta y malherida.

            La esclavitud estuvo presente en la manifestación del primer día, con decenas de miles de personas, procedentes sobre todo de países africanos, exigiendo el fin de las nuevas formas de colonialismo económicas y también militares. Y con la esperanza reflejada en las palabras de la periodista africana Fatima Allou, muy activa en diversas sesiones del foro: «Los africanos creen que es su tiempo y han empezado a moverse, con la participación fundamental de las mujeres...».

            Las revueltas en los países árabes han estado presentes en todas las sesiones del foro. Pueblos que han superado el victimismo, la pasividad y el miedo, y han acabado con dos dictaduras en Túnez y Egipto. Y siguen presionando para acabar con otras y abrir un camino de libertad y justicia a los pueblos africanos. Este proceso crea una gran esperanza de cambio social y político y avanza la perspectiva de una mayor unidad entre los países africanos que haga frente a los problemas comunes y a las amenazas de la globalización financiera.

Asistencia y organización


            Se trataba de la tercera experiencia africana, si contamos lo realizado  en Bamako en 2006, compartido con Caracas y Karachi. La asistencia a este foro de Dakar superó lo previsto por el Comité organizador, que, según uno de sus miembros, el tunecino Taoufik Ben Abdallah, esperaba unas 40.000 o 50.000 personas y acudieron unas 75.000 de 132 países –se contaba de antemano con representantes de 45 países africanos y de unos 29 europeos, 26 americanos y 22 asiáticos–, y se presentaron como tales unas 1.300 organizaciones.

            Tres eran los grandes marcos conceptuales referenciales programados: la crisis y la situación mundial –encarnada en la coyuntura africana–; el estado de los movimientos sociales y el desarrollo de la ciudadanía planetaria, así como la propia actividad de los Foros Sociales, sus desafíos, dinámica y continuidad del proceso en marcha.

            El primer día de trabajo se dedicó en conjunto a África y a la diáspora. Para seguir con actividades autoorganizadas (más de 1.200) y asambleas de convergencia de los distintos movimientos sociales: en total, 38 asambleas, con temas tan diversos y centrales como la descolonización, la nueva reunificación de África, los desafíos y prioridades de los movimientos sociales, el cambio climático, la participación de las mujeres y la lucha por la igualdad, las migraciones, la lucha contra la pobreza y la deuda, la tasa al movimiento de capitales y la desaparición de los paraísos fiscales, la lucha por la soberanía alimentaria y por la economía campesina, etc.

            Destacaba, sin duda, la sobresaliente presencia de la mujer africana, que a veces parecía hegemónica en la universidad Cheikh Anta Diop, lugar de celebración del FSM.

            Conviene precisar también que, cómo ya es habitual en todos los Foros Sociales, el mayor número de participantes provenía del país organizador y de los países de alrededor. Vinculados en su mayoría a luchas concretas por la tierra, el agua, contra la corrupción o la represión de los gobernantes locales y otros problemas acuciantes, y ajenos, en gran medida, a los debates políticos e ideológicos presentes en el Foro.

            Hubo muchos problemas organizativos. Influyó el contexto de la revuelta árabe, y el Gobierno presionó para impedir el uso de las aulas de la Universidad apalabradas con el anterior rector, que fue cesado. Debido a ello, muchas sesiones tuvieron lugar en grandes tiendas de lona y  aumentaron las dificultades para celebrar los actos y encontrar dónde se desarrollaban, y para facilitar la comunicación. La presencia tan numerosa y amenazante del Ejército a lo largo de la manifestación fue otra expresión del miedo del Gobierno a que el foro pudiera ser el foco que hiciera prender la protesta en Senegal.

            Sin embargo, como señala Manoel Santos, «el FSM funcionó, quizá porque después de 10 años quien participa de él tiene tan asumidas sus metodologías, muy centradas en la autogestión de las actividades, que sabe improvisar y resolver cualquier problema… De este modo, el fracaso organizativo reveló también una de las grandes virtudes del foro, la capacidad de organización de los movimientos». Chico Whitaker, uno de sus fundadores, daba en el blanco con su ironía brasileña: «Ya sabemos de tres cosas que no precisa el foro: Davos – esta vez no se realizó en paralelo al Foro Económico Mundial–, la traducción y la organización».

            Como siempre, prevaleció la metodología del foro social que se corresponde con la filosofía de su carta de principios: «El respeto a la diversidad –como explica Whitaker– sobresale como uno de los principios básicos… busca una nueva política, basada en la horizontalidad de las relaciones, en la corresponsabilidad, en la preocupación de no imponer sino dialogar, en la búsqueda del consenso que nos hace más felices y más fuertes...  El Foro Social Mundial no debe ser un lugar de lucha por el poder, lo que se hubiera convertido en raíz de división. Y tan importante como lo anterior, el respeto a la diversidad, todos los tipos de diversidad, desde las culturales y sociales hasta el ritmo propio de compromiso de cada uno en este proceso en marcha».

            Con parecida idea se expresaba Taoufik Ben Abdallah: «El FSM es un espacio abierto. No nos proponemos reunir a todos los actores participantes para imponerles una voluntad política única. Una declaración final en vez de abrir el espacio arriesgaría dividirlo, debilitarlo… Lo que no impide que los movimientos, redes y campañas que trabajan juntos puedan producir sus propias declaraciones comunes, como ha sucedido en ediciones anteriores».

            La asistencia europea fue menor que en otras citas, y el movimiento relacionado con los foros aparece en Europa más débil y decaído. En España nunca prendió con fuerza este movimiento y hoy está casi desaparecido, con la  excepción tal vez de Barcelona. Algunos grupos  han quedado reducidos y aislados socialmente y poco tienen que ver con la idea original de un movimiento social, plural, abierto y vinculado a sectores amplios de la sociedad en lucha contra el neoliberalismo y la guerra.

            La delegación catalana era la más numerosa –más de 100 personas–, y con propuestas diversas: desde la reforma de las instituciones internacionales, propuesta por Ubuntu (Foro Mundial de Redes de la Sociedad Civil, auspiciado por Mayor Zaragoza); el Consenso de Barcelona, una serie de propuestas alternativas a la situación actual, promovido por 31 expertos, hombres y mujeres vinculados al Foro Social Mundial; una propuesta de políticas económicas alternativas al capitalismo, de Cristianismo y Justicia, etc.

El futuro previsible

            Con los cambios acaecidos en América Latina – principalmente por la acción de movimientos sociales, en especial indígenas–, que han dado lugar a Gobiernos que se alejan, en mayor o menor medida, de las políticas económicas neoliberales, a los que se suman las revueltas en el mundo árabe –que pueden abrir un espacio a regímenes  democráticos en los que la población pueda hacer oír su voz e imponer soluciones más justas y democráticas a sus problemas–, se ha puesto en marcha una época de cambio, en opinión de muchos de los expertos y analistas que participaban en el Foro.

            Desde la óptica de la lucha contra la pobreza y por una mayor justicia social, hay una clara conciencia de que los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) no se van a cumplir, sobre todo el primero, que propone reducir la pobreza extrema y el hambre a la mitad para el 2015, cuando era un objetivo mínimo teniendo en cuenta los abundantes recursos actuales. La crisis económica ha mostrado las vergüenzas de los países desarrollados, que disponen de capital más que suficiente para salvar a los bancos causantes de la crisis y lo retiran de las políticas que fomenten el desarrollo en los países empobrecidos, al tiempo que reducen los derechos sociales y el Estado de bienestar en los países del Norte.

            La crisis alimentaria, con un fuerte componente especulativo, viene a agravar esta situación entre los más pobres, incrementando el número de los que pasan hambre.
Los movimientos a favor de la abolición de la deuda externa, de las auditorías para mostrar la deuda ilegítima e inmoral, deuda que obliga a muchos Gobiernos del Sur a destinar recursos para pagarlas, y que son necesarios para lograr que la mayoría de su población pueda llevar una vida digna, se encuentran con dificultades especiales en este momento de crisis mundial para el mínimo logro de sus objetivos.

            Pero, por otro lado, se abre una vía cada vez más fuerte para luchar por una tasa al movimiento de capitales (Tobin o Robin Hood) que grave los movimientos especulativos y extraiga recursos de los más ricos para dedicarlos al cumplimiento de los ODM. Al tiempo que se persigue la desaparición de los paraísos fiscales y se presiona a los Gobiernos para que asuman un control sobre la banca y la Bolsa, y no sean las instancias financieras las que controlen a los Gobiernos, como viene sucediendo en los últimos años, debilitando la presencia de la política y degradando la democracia en unas sociedades en las que los ciudadanos cuentan cada vez menos.

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Samuel Pérez es miembro de la ONG Tareas Solidarias y de Acción en Red.