Sarah Babiker

Delitos de honor
Texto difundido por la Agencia de Información Solidaria
(Página Abierta, 158, abril 2005)

A finales del pasado mes de junio, Scotland Yard empezó a afrontar un problema hasta entonces desatendido: los asesinatos por honor en el Reino Unido. Esta nueva preocupación acarrea la revisión de más de cien casos de asesinatos de mujeres de origen sudasiático ocurridos durante la pasada década. Las autoridades intentarán discernir cuáles de estas muertes fueron asesinatos por honor y qué puede hacerse para prevenir esta práctica. La gravedad de esta cuestión alcanza niveles europeos. La Interpol está coordinándose en una nueva estrategia para combatir este tipo de violencia.
A pesar de que la preocupación en Europa es novedosa, los delitos por honor son un fenómeno muy antiguo y extendido. Según las Naciones Unidas, son 5.000 las víctimas que cada año se cobra esta violencia en el mundo. El asesinato por honor es un delito cometido en el seno de la familia contra una mujer sospechosa de haber traído la deshonra a través de sus actos. Las relaciones prematrimoniales, el negarse a un matrimonio acordado, un comportamiento demasiado coqueto o independiente son algunos de estos actos “vergonzosos”. La mera sospecha ya constituye en sí una fuente de deshonra. Para recuperar su dignidad, la familia debe matar a la mujer.
Este tipo de delito se da principalmente en sociedades musulmanas. En el Sur de Pakistán, el asesinato de aquellos que con sus actos mancillan el nombre de la familia tiene nombre propio: karo-kiri. En Sindh, el karo-kiri conlleva el asesinato a golpe de hacha tanto de la mujer como del hombre, e implica a toda la comunidad. En la moderna y próspera Jordania, el pasado otoño, el Parlamento rechazó una ley que pretendía reforzar las penas para aquellos que matan por honor, que se ven amparados por un marco legal donde actuar bajo un rapto de ira, y como consecuencia del comportamiento “ilícito de la víctima”, son condiciones consideradas atenuantes. Así, las penas para los asesinos no suelen exceder el año de prisión. Esta situación de ambigüedad legal y connivencia social se da también en Turquía, Siria o Egipto.
Las sociedades musulmanas no aprueban este tipo de actos, y la inmensa mayoría se oponen a ellos. Sin embargo, como revela el caso jordano, desde los sectores más conservadores, estas mujeres no se ven como víctimas totalmente inocentes. Adab Saoud, una de las diputadas jordanas que votó contra la reforma, alegó que las condenas “blandas” disuaden a las mujeres de cometer “pecados” en una sociedad donde el honor es muy importante.
Visualizar el delito ayuda a entender el alcance de la tragedia. Samia rechazó casarse con el hombre elegido por su familia. La comunidad retiró la palabra a su padre y le cerró las puertas. Un día, la madre de Samia la llevó de paseo, apareció su hermano de 16 años y la mató de un tiro en la cabeza. El honor de la familia estaba restituido, las puertas de la comunidad se volvían a abrir. Mejor tener una mujer muerta que una familia humillada.
El “pecado” de la mujer se encuentra siempre en el campo de la sexualidad y la obediencia. Los autores pueden ser padres, hermanos o tíos, siendo frecuentemente un hermano menor de edad el encargado de limpiar el nombre de la familia, pues en caso de ser procesado, la condena será aún más suave. El abanico de métodos es dramáticamente amplio, e incluye el apaleamiento, estrangulación o degollación de la víctima.
El hecho de que este tipo de tragedia tenga lugar precisamente en países musulmanes puede llevar a muchos a pensar que se trata de una nueva interpretación bárbara del islam. La coincidencia geográfica hace inevitable que se relacione a la religión con estas prácticas. Sin embargo, no hay nada en el islam que ampare estos delitos. El origen apunta al universo tribal, donde se percibe a la mujer como propiedad del hombre y su sexualidad como un asunto maligno. El islam nació en un orden tribal donde las mujeres tenían un estatus parecido al de los animales. La fuerte regulación del islam en un principio las amparaba. Sin embargo, dos cosas juegan en contra de la religión: por un lado, la estaticidad del libro revelado, que aun siendo feminista en tiempos de Mahoma, hace siglos que ya no lo es; y, por otro, la fuerte preocupación en las sociedades musulmanas por la sexualidad de las mujeres, en las que se da una gran importancia a la pureza de cara a la comunidad.
La pureza femenina es un asunto familiar, y su trasgresión desajusta a toda la comunidad. Con mujeres que se salgan de las normas y tienten a los hombres (a los que no se les exige que controlen sus impulsos) se instaura el adulterio y la inmoralidad.
La intención preventiva de Scotland Yard, o las iniciativas legales en los países donde se dan estos problemas, de poco sirven. En el Reino Unido, los delitos los llevan a cabo frecuentemente asesinos a sueldo, o se cometen mientras la mujer está temporalmente en su país de origen. En países como Pakistán, la laxitud de los jueces y la connivencia social vuelven las leyes ineficaces. Las organizaciones que asisten a estas mujeres se encuentran desbordadas.
La vergüenza y el deshonor son sentimientos fuertemente arraigados que desplazan la atención de las motivaciones de la mujer, y hasta de la veracidad o falsedad de la sospecha, y la concentran en el mal infringido a la familia, un mal simbólico que se traduce en el tan temido ostracismo social. Este sentimiento sólo puede fundamentarse en dos ideas: la sexualidad de la mujer como hostigadora del desequilibrio en la sociedad, y la insignificancia del concepto de individuo frente al de comunidad. La dificultad de erradicar este tipo de crimen está en estrecha relación con la dificultad de cambiar una mentalidad, especialmente si esta mentalidad es colectiva.