Sid Lowe

España amanece con crisis de conciencia
(Página Abierta, 155-156, enero-febrero de 2005)

En los últimos tiempos se han producido episodios racistas en los campos de fútbol de nuestro país, como las insultantes referencias del seleccionador nacional, Luis Aragonés, hacia el jugador francés Thierry Henry y los cánticos racistas de una parte del público en el último España-Inglaterra. A estos hechos y a las reacciones tras ellos se refiere este artículo de publicado en el diario inglés The Guardian, el pasado 20 de noviembre.
España está acostumbrada a ser el foco de atención cuando el Barcelona se enfrenta con el Real Madrid. Y sin embargo, a la vez que Ronaldo afirmaba ayer [19 de noviembre] correctamente que era el partido más visto en todo el mundo, esta vez será diferente. El choque de esta noche en el Camp Nou será todavía más seguido de cerca que lo normal, pero se supone que no debería ser así: el amistoso del pasado miércoles contra Inglaterra ha cambiado el foco de lo bello a lo horrible en esta partido de la Liga española. [...]
La de esta noche es una primera oportunidad para que los españoles demuestren que los que imitaron el ruido del mono el pasado miércoles no los representan, para que reparen su dañada reputación; algo que se reflejó en el hecho de que la Federación Española de Fútbol, tan estúpidamente testaruda con anterioridad, finalmente haya pedido disculpas. La Federación Inglesa reveló ayer que había recibido una carta de sus socios españoles.
«Su carta pedía disculpas por el comportamiento racista mostrado por grupos de seguidores en los encuentros con los jugadores de la selección inglesa sub-21 y la selección absoluta los pasados martes y miércoles, especialmente Ashley Cole, Shaun Wright-Phillips y Jermain Defoe», se podía leer en un comunicado de la Federación Inglesa. «La Federación Española respondía así a una carta de queja de la Federación Inglesa expresando la condena por el trato recibido por los jugadores de Inglaterra. Damos la bienvenida a su respuesta y esperamos ansiosamente los detalles de la investigación de la FIFA».
Esa carta fue un primer paso. Recuperar amigos no podía ser más importante en este instante; el momento en que se dieron los ataques contra los jugadores ingleses negros no podía ser peor. En la mañana del miércoles, Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid, de un modo altisonante, había definido la capital como «comunicativa, abierta, transparente y preparada para transmitir el sueño que alimenta la llama eterna de la verdadera pasión por el deporte, por el encuentro de los pueblos y su pacífica coexistencia». Por supuesto, estaba hablando de la candidatura olímpica de la ciudad, y en el transcurso de unas horas sus palabras iban a ser contradichas, ahogadas en un estadio con cánticos de monos.
El Santiago Bernabéu no era ni muchísimo menos el mejor ejemplo de coexistencia, y los miedos acerca del efecto que los cánticos racistas  puedan tener sobre la candidatura de Madrid para las Olimpiadas de 2012 han jugado su parte en la disculpa de la federación, puesto que rara vez España ha sido el centro de tal condena, de tan intenso y negativo interés por parte de los medios.
Tal y como Alfredo Relaño, el editor del diario deportivo As y uno de los pocos comentaristas en criticar al entrenador español Luis Aragonés cuando se refirió a Thierry Henry como “negro de mierda” hace un mes, escribió: «De repente, todo el mundo nos está señalando. No por nuestro fútbol, sino porque piensan que somos racistas».
Rara vez, también, se ha obligado a un país a que dé un cambio tan significativo, al menos públicamente. Puede que todavía se sientan ofendidos, pero ahora hacen ruidos distintos. Están conmocionados por la amplitud y el sentimiento de condena de los gritos racistas del pasado miércoles, por el hecho de que se han quedado solos y por el reconocimiento de que los que los criticaban no eran simplemente periodistas británicos “con ganas de bronca”, sino políticos de todos los signos, figuras del mundo del fútbol, y muchos desde dentro de sus propias fronteras.
Es diferente cuando Tony Blair dice que está horrorizado, cuando su propio presidente, Zapatero, habla de sucesos “lamentables”, cuando David Beckham dice que está “avergonzado”, cuando el Ayuntamiento de la ciudad ofrece una “condena enérgica”, cuando el ministro de Asuntos Exteriores se disculpa, cuando los jugadores ingleses exigen una reacción, cuando la Liga francesa de fútbol anuncia que celebrará protestas este fin de semana, cuando los españoles se agolpan para condenar lo que sucedió la pasada noche del miércoles y cuando uno de los hombres más importantes en el campo esta noche, uno de los que puede hacer más para recuperar la imagen de España, Ronaldo, insiste en que «es triste y estúpido que tengamos que hablar de razas en el año 2004».
Al no estar ya preparada para luchar contra la marea, la prensa ha dado un giro. Algunos, como el progresista El País, ya veían las cosas de otra manera, pero ayer el cambio fue completo: España ha reflexionado, ha tomado el racismo en serio y ha puesto la atención en sí misma y en su entrenador nacional, ya que El Mundo acusó a Aragonés de estar “echando leña al fuego”. Mientras tanto, el periódico catalán Sport habló de “condena unánime”, y As, de “vergüenza para España”. También criticaron la “ceguera” de la cobertura de los medios.
En ningún lado fue el cambio más evidente que en el periódico de mayor tirada en España, el diario deportivo Marca. Su portada de ayer declaraba: «El fútbol no puede consentir ni un solo acto racista: el color no debe importar», sobre una foto de Samuel Eto’o transformado en un hombre blanco y Zinedine Zidane en un hombre negro. «El partido Barcelona-Madrid es la oportunidad perfecta para demostrarlo al mundo; no habría ninguna diferencia si Eto’o fuera blanco y Zidane negro», continuaba la portada.
En el interior, se dedicaban cuatro páginas a la cuestión racial, algo bastante diferente a las cincuenta y pico palabras empleadas el jueves por la mañana. Un editorial titulado “Fútbol sin colores” presentaba al antiguo entrenador del Real Madrid Guus Hiddink como un ejemplo a seguir: Hiddink rehusó sacar al campo a su equipo de entonces, el Valencia C. F., hasta que se retiraran las pancartas racistas de Mestalla en marzo de 1992.
Y a la vez que el editorial, con razón, cuestionaba la autoridad moral de los ingleses para impartir lecciones, no buscaba excusas: «El color de la camiseta es lo único que cuenta», afirmaba, «los chillidos de mono dirigidos a los jugadores de color el miércoles por la noche nos obligan a todos a una profunda reflexión: ¿Somos realmente racistas? Y si no lo somos, es incomprensible que estos actos no sean castigados. Si los jugadores ingleses hubieran abandonado el campo, lo habríamos entendido. No hay manera de justificar lo que sucedió».
Ese enorme cambio finalmente se reflejó ayer en la disculpa de la federación. Qué bueno hubiera sido si esa declaración se hubiera producido antes. En vez de eso, el tratamiento del asunto por parte de la federación ha sido francamente horrible y se han llevado la peor parte de mucha de la indignación de los medios españoles durante los dos últimos días por el hecho de que, como institución –aunque esté en medio de la confusión de unas elecciones presidenciales– hayan actuado tan torpemente sólo para cambiar repentinamente a la vista de las llamas olímpicas.
Cuando Aragonés arengó a José Antonio Reyes, el presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, lo defendió, alegando que sus palabras habían sido sacadas fuera de contexto (con lo cual, en última instancia, quería decir “fuera de España”). Después, en vez de disculparse, Aragonés reaccionó de una manera típicamente bravucona y chulesca. La federación no le llamó la atención.
¿Por qué no? Porque no lo consideraban un serio problema; ni en realidad la mayoría de la prensa. Aquellos que estaban molestos fueron cortocircuitados: Aragonés cuenta con algunos de los pesos más pesados de los medios españoles como sus mejores amigos, tal y como J. J. Santos, de Antena 3. Como un comentarista (negro), Andrés Montes, comentaba ayer: «Los periodistas siempre hemos estado obligados a contextualizar lo que Luis dice, a buscar una manera de justificar sus palabras, suavizando lo que ha dicho, y a asegurarnos de que se va de rositas».
El hecho de que Montes pudiera hablar así demostraba, en última instancia, lo preocupados que estaban los medios acerca de las consecuencias de lo que ocurrió el miércoles por la noche. Sólo ahora está la prensa abandonando al entrenador nacional. Antes no importaba. “Luis escandaliza a Inglaterra”, rezaba un titular. No había escandalizado a España. Estaban de su lado: de hecho, la amplitud de los chillidos de mono era en parte una declaración de apoyo a Aragonés contra los ingleses, azuzada por la prensa española.
Cantos de “Luis Aragonés”, nunca antes pronunciados por los hinchas españoles, eran dirigidos a los periodistas que “habían venido buscando pelea”. Los ingleses, decían, no entendían al seleccionador nacional, un hombre famoso por una larga lista de comportamientos crecientemente excéntricos (...) Su arenga a Reyes sólo fue otra anécdota. Pero como Montes finalmente fue libre de decir, ¿por qué eso lo haría aceptable?
Y sin embargo, así era. La federación no actuó cuando Aragonés fue un poco más lejos con su perorata acerca de las colonias. Aun más, el secretario general, Jorge Pérez, denunció una campaña orquestada contra el entrenador. Lo peor iba a llegar cuando Fernando Garrido, el director de Relaciones Externas, cuyo trabajo es presentar una buena imagen de España, rehusó condenar los cánticos. En vez de eso, lanzó otro ataque contra la prensa inglesa.


Otras reacciones posteriores

El pasado 10 de diciembre, la Comisión Antiviolencia en el Deporte instaba al presidente de la federación, Ángel María Villar –recientemente reelegido–, a que abriera expediente por vía de urgencia al seleccionador nacional de fútbol, Luis Aragonés, por sus comentarios sobre Henry, jugador del Arsenal, y por sus declaraciones en vísperas del partido España-Inglaterra, disputado el pasado 17 de noviembre.
Ahora corresponde al Comité de Competición de la Federación Española de Fútbol incoar el expediente disciplinario al seleccionador con la designación de un juez instructor.
La Comisión Antiviolencia consideró estos hechos como “incidentes muy graves”, pese a que dirigentes de la federación han intentado restar importancia a la actitud del seleccionador al considerar que fue provocado y que pidió disculpas. Esta comisión no puede imponer sanciones a directivos, jugadores o entrenadores, y se limita a proponer los castigos.
Además, la Comisión Nacional Antiviolencia, integrada entre otros por representantes de la Administración del Estado, las comunidades autónomas y las Federaciones deportivas, ha decidido frenar los brotes de racismo en los campos de fútbol y considerar estas faltas como “muy graves”. Con este fin, ha solicitado a las autoridades competentes que impongan en todos los casos de manifestaciones racistas las máximas penas que prevé la actual ley, que pueden llegar a suponer hasta 5 años sin acceder a un recinto deportivo y 60.100 euros de multa. Y ha decidido decidió crear un “observatorio del racismo” que estudie la evolución de este fenómeno en el deporte.
Por su parte, la FIFA ha impuesto una sanción a la Federación Española de Fútbol una multa de 65.000 euros, con la advertencia de que, de repetirse hechos similares, la selección podrá ser castigada con jugar a puerta cerrada o, incluso, ser excluida de algún torneo.
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