Sophie Bessis y Mohamed Harbi
La política inconsecuente de Francia en
Oriente Medio. Nosotros pagamos

(Le Monde, 17 de noviembre de 2015).
(Página Abierta, 241, noviembre-diciembre de 2015).

”Seamos realistas, pidamos lo imposible”, clamaban en las calles de París los utopistas de mayo de 1968. Ser realista hoy es pedir a los que gobiernan que vayan a las raíces de este mal que el 13 de noviembre ha matado al menos a 129 personas en la capital francesa. Son muchas y no es cuestión de hacer aquí inventario. No evocaremos ni el abandono de los suburbios, ni la escuela, ni la reproducción endogámica de élites “hexagonales” (*), incapaces de leer la complejidad del mundo. Mediremos la multiplicidad de las causas de la expansión del islamismo radical.

Sabemos hasta qué punto la estrecha relación en el mundo árabe entre las esferas política y religiosa ha podido facilitar su surgimiento, no tenemos ninguna intención de simplificar las cosas. Pero, hoy, es acerca de la política internacional de una Francia herida, y del conjunto del mundo occidental, sobre lo que nos queremos preguntar.

Primero, sobre el islamismo. Desde el comienzo de su ascenso al poder, en los años setenta del siglo pasado, los dirigentes occidentales están convencidos de que el islamismo radical se ha convertido en la fuerza política dominante del mundo árabe-musulmán. Empujados por la dependencia del petróleo, han reforzado el pacto endemoniado que les une a los Estados que son la matriz ideológica del yihadismo, y que le han difundido, financiado, armado. Para hacer esto, han inventado el oxímoron de un “islamismo moderado” con el que poder hacer alianzas.

El apoyo aportado estos últimos meses al régimen turco de Erdogan, del que se conocen sus relaciones con el yihadismo, es una de las pruebas más recientes. Francia, estos últimos años, ha estrechado en sumo grado sus lazos con Catar y Arabia Saudí, cerrando los ojos sobre la responsabilidad de éstos en la mundialización del extremismo islamista.

El yihadismo es ante todo el “niño” de los saudíes y de otros emires a los que Francia vende sus armamentos sofisticados, felicitándose por ello y despreciando los “valores” a los que ha apelado rápidamente en otras ocasiones. Los dirigentes franceses nunca se han planteado lo que diferencia la barbarie de Daesh de la del reino saudí. No quieren ver que les anima la misma ideología.

Ceguera voluntaria

Los muertos del 13 de noviembre son también las víctimas de esta ceguera voluntaria. Esta constante se añade a la larga lista de apoyos a los otros sangrantes dictadores de Oriente Medio, calificados de laicos cuando conviene –de Sadam Husein a la dinastía Asad o a Gadafi–  y cortejados hasta que no sirven. La pesada factura de estas trágicas inconsecuencias es pagada hoy por los ciudadanos, inocentes del cinismo, a la vez ingenuo e interesado, de sus gobernantes.

La otra raíz del delirio racional de los asesinos yihadistas es la cuestión palestino-israelí. Durante décadas, los mismos dirigentes occidentales, “infectados” hasta los huesos por el recuerdo del genocidio nazi a los judíos, perpetrado hace setenta años en el corazón de Europa, se niegan a cumplir las resoluciones de la ONU que podrían resolver el problema y se someten a los dictados de la extrema derecha israelí hoy en el poder, que ha hecho de la tragedia judía del siglo XX un negocio.

Nunca se dirá bastante que el doble rasero erigido en principio político en Oriente Medio ha alimentado los resentimientos, instrumentalizando el odio hacia los empresarios con identidades de todo tipo. Entonces sí, seamos realistas, pidamos lo imposible. Exijamos que Francia ponga fin a sus relaciones privilegiadas con Arabia Saudí y con Catar, las dos monarquías donde el Islam wahabí es la religión oficial, mientras que no hayan roto toda relación con sus seguidores yihadistas, mientras que sus leyes y sus prácticas vayan en contra de una mínima decencia humana.

Exijamos también que se apele a “la comunidad internacional” para que obligue a aplicar las resoluciones de las Naciones Unidas concernientes a la ocupación israelí y respalde sin demora la creación, largo tiempo aplazada, del Estado palestino, para que Israel vuelva a sus fronteras del 4 de junio de 1967.

Estas dos medidas, de las que se rieron los defensores de una “realpolitik” que no tiene en cuenta las consecuencias catastróficas, no eliminarán de golpe la amenaza yihadista, hoy arraigada en todas partes. Pero tendrán el inmenso mérito de desecar parcialmente el terreno abonado. Entonces, y sólo entonces, las medidas antiterroristas, tomadas hoy sin una visión política de sus efectos, podrán empezar a ser eficaces.
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Sophie Bessis y Mohamed Harbi son historiadores.

(*) En referencia a la forma hexagonal del mapa de Francia. [Nota de la R.]