Tom Barry, Laura Carlsen y John Gershman

Informe politico, Programa de las Américas del IRC.
Los próximos cuatro años: Un pronóstico político
10 de noviembre de 2004
www.americaspolicy.org
Americas Program, Interhemispheric Resource Center (IRC)

(Este reporte de políticas públicas es el primero de una serie de reportes post-electorales preparados por el personal del IRC. Le seguirán reportes regionales, cubriendo temas como el estado actual y el futuro de las relaciones entre Estados Unidos, América Latina y el Caribe y las relaciones entre Estados Unidos y Asia. Estamos preparando también un reporte de políticas prescriptivo como la contribución del IRC a la incipiente discusión pública en torno del tipo de principios y reformas necesarias para sacar las agendas de seguridad, relaciones exteriores y política económica de su curso actual, tan peligroso.)

Durante la campaña de 2000, el candidato George W. Bush perfiló una agenda de políticas públicas acorde en su mayor parte con el conservadurismo moderado y el realismo en la política exterior de la administración de su padre. En la práctica, la primera administración de G. W. Bush siguió una agenda de políticas públicas radical que pretendía deshacerse de todos los marcos políticos liberales en la política interior y exterior.

En política económica, la administración rechazó las nociones de un manejo socialdemócrata del capitalismo, cediendo ese espacio a políticas que impulsaron los intereses de corto y mediano plazo de las corporaciones estadounidenses. En política social, los puntos de vista de los conservadores sociales y de la derecha religiosa se convirtieron en el marco más favorecido por la presidencia de Bush a la hora de interpretar los males sociales. La Casa Blanca de Bush entró en la guerra cultural en el bando de los que creen que los valores fundamentalistas judeocristianos deben guiar la política exterior e interior. El principio liberal que establece la separación entre la iglesia y el Estado fue rechazado a favor de la retórica y las iniciativas políticas que trajeron a la religión no sólo a la arena pública, sino al interior mismo del gobierno.

En política exterior, la primera administración de G. W. Bush rompió la promesa del candidato Bush de consultar más de cerca a sus aliados y adoptar una postura más humilde en asuntos internacionales. En vez de ello, la administración arremetió contra un conjunto de tratados internacionales que consideraba restrictivos para las opciones militares de Estados Unidos y los intereses de las corporaciones del país. El equipo de política exterior de Bush no ha argumentado que el multilateralismo necesite reformas para ser más efectivo. Más bien, un agresivo anti-multilateralismo dirigido contra los tratados y foros internacionales que no controla es el imperativo del compromiso ideológico con la superioridad estadounidense.

El asalto contra todos los vestigios del liberalismo político--desde el ataque al multilateralismo hasta el desmantelamiento efectivo de las reformas del “Nuevo Pacto” de Roosevelt en los años treinta y de la “Nueva Política” de los sesenta y principios de los setenta--continuará durante esta segunda administración Bush, con un paso aún más acelerado. Los cuatro principales grupos de presión que se han unido detrás de la administración Bush incluyen, en el lado ideológico, a la derecha religiosa y a los neoconservadores; en el lado material, a las élites de las corporaciones estadounidenses y a los militaristas del complejo militar-industrial. Aunque cada grupo de presión tiene sus propios institutos especializados en políticas, los cuatro sectores están representados en los principales centros de investigación y fundaciones de derecha, como el American Enterprise Institute o la Fundación para la Defensa de las Democracias.

La agenda política radical de la administración Bush es producto del ascenso de la Nueva Derecha, los neoconservadores y los Guerreros de la Guerra Fría que dieron a luz la “Revolución Reagan”. Estos radicales creen que la llamada Revolución Reagan, si bien cosechó logros importantes al girar el discurso político a la derecha, no cumplió su promesa. Los operadores políticos, los ideólogos y los estrategas que rodean al presidente Bush intentarán, durante esta segunda administración, dar el golpe final al “establishment liberal”. La administración, apelando a su tan mentado “mandato” electoral, arremeterá contra todas las manifestaciones de “liberalismo” tanto en política económica como en la dirección de la política exterior y militar de Estados Unidos.

Esta agenda política no sólo impulsará reformas radicales dirigidas a limpiar todos los vestigios de las reformas liberales de los treinta y cuarenta, sino que también intentará librar a la burocracia gubernamental estadounidense y a su sistema judicial de aquellos que se opongan a esta agenda. Y también apuntará contra los centristas, liberales y progresistas en organizaciones no gubernamentales por sus posiciones supuestamente antipatrióticas y partidistas. Al mismo tiempo, el gobierno estadounidense perseguirá una doble agenda respecto de las instituciones y mecanismos intergubernamentales, minando su capacidad para restringir el poder estadounidense y apoyando una mayor presencia e influencia de consultores de ONG y grupos de presión que reafirmen la agenda de la administración Bush en estos foros multilaterales.

Implicaciones específicas en política exterior

Las políticas exterior, miliar y económica de la segunda administración de G. W. Bush probablemente serán sentidas por todo el mundo. Ninguna región quedará inmune al afán de la nueva administración de reestructurar el orden global a partir de su sentido de superioridad moral de Estados Unidos y de su confianza en el poder militar estadounidense. Sin embargo, algunas de las repercusiones principales probablemente incluirán las siguientes:

  • La gran estrategia de Estados Unidos para reestructurar el Medio Oriente seguirá siendo central para la política exterior estadounidense y probablemente se intensificará el esfuerzo por llevarla a cabo.
  • El multilateralismo seguirá erosionándose, como proceso y como principio para resolver problemas que afectan la seguridad y el progreso internacionales. El presidente Bush y sus asesores en política exterior ven los instrumentos multilaterales de gobernancia global como una restricción a los intereses nacionales de Estados Unidos, aunque, en ocasiones, harán un llamado oportunista a que los foros multilaterales apoyen o se sumen a ciertas políticas estadounidenses, sobre todo si les sirve para inducir una distribución de cargas de iniciativas lideradas por Estados Unidos.
  • La ocupación de Irak no llevará a la democracia ni a la libertad que la Casa Blanca predice. Es poco probable que la nueva administración Bush admita, al menos en los dos primeros años, sus errores y ponga fin a la ocupación militar, a pesar de los grandes costos en vidas y en recursos y a la creciente oposición tanto en casa como en el exterior.
  • La reforma en inteligencia no mejorará las operaciones de los servicios estadounidenses de inteligencia que se ocupan de verdaderas amenazas a la seguridad nacional estadounidense. Las principales figuras del equipo de política exterior, incluyendo al presidente mismo, seguirán muy probablemente evaluando y manejando las operaciones de inteligencia en virtud no de su precisión sino de su coherencia con la doctrina estadounidense de seguridad nacional, su apoyo a las necesidades del complejo militar-industrial y su apoyo a la agenda política y militar de la administración.
  • El Departamento de Estado y la CIA se subordinarán todavía más al Pentágono y la oficina del vicepresidente. Las voces disidentes serán ignoradas o suprimidas.
  • Conforme se profundice la crisis del presupuesto, la administración reducirá los fondos para la asistencia humanitaria y la ayuda al desarrollo en el exterior, a menos que impulse directamente las metas militares y de política exterior estadounidenses.
  • La división global entre el gobierno estadounidense y otras naciones se profundizará, y las coaliciones que construya Estados Unidos incluirán naciones que están ideológicamente alineadas (como Italia), que siguen oportunidades económicas (como Japón), que comparten el sentir favorable a un orden mundial anglo-estadounidense (como Gran Bretaña o Australia), en las que se pueda contar a la hora de promover la agenda estadounidense en regiones concretas (como Colombia), que son represivas y se han convertido en dependencias en la guerra contra el terror (como Pakistán o Uzbekistán), o naciones que piden prerrogativas imperiales o hegemónicas en sus regiones (como Israel o Rusia).
  • Los países en la mira de la administración Bush y los neoconservadores por ser amenazas existentes o posibles a la superioridad estadounidense--Irán, Corea del Norte o China--probablemente tomarán iniciativas para desarrollar una capacidad de contención ante ataques militares, llevando con ello a una mayor proliferación de armas y a una menor voluntad para entrar en acuerdos de control armamentístico.
  • La administración Bush seguirá comprometida con una política exterior de cambio de régimen llevada a cabo por una combinación de intervensionismo militar, político y económico en países como Cuba y Siria.
  • La nueva administración Bush seguirá una política energética más agresiva para asegurar el suministro de petróleo en África, el Medio Oriente y el Asia central e intensificará los esfuerzos para abrir nuevas áreas para la excavación en Estados Unidos mismo, como el Refugio Nacional de la Vida Silvestre en Alaska.
  • Los déficits comercial y presupuestal de Estados Unidos (y los consecuentes e insostenibles valores del dólar) seguirán como problemas que minarán la posición global estadounidense y amenazarán cada vez más el frágil estado de la economía internacional. La presión de Europa y otras instituciones financieras internacionales para que Estados Unidos reestructure sus políticas económicas desatará las fricciones internacionales que se intensificarán con el tiempo, llevando a mayores presiones para que el gobierno estadounidense reestructure sus políticas económicas domésticas subiendo los impuestos, recortando el gasto y aumentando las tasas de interés. Aunque el gobierno estadounidense proclame su compromiso con el unilateralismo y con la protección de su posición hegemónica global, la segunda administración Bush se verá forzada a asumir cuán dependiente es Estados Unidos de los flujos de capital de inversores extranjeros para sostener la deuda sin precedentes que Washington ha acumulado.
  • Aunque la importancia de Israel y Palestina en las tensiones en el Medio Oriente manifestará su realidad, la administración Bush no retirará su apoyo a los partidarios israelíes de la línea dura a menos que los israelíes mismos planteen un nuevo camino político.
  • Los funcionarios de comercio de Estados Unidos intensificarán su campaña para establecer acuerdos comerciales regionales y bilaterales, y el gobierno estadounidense combatirá cualquier propuesta comercial o de inversiones que no sirva directamente a los intereses de las corporaciones estadounidenses. La administración Bush no comparte la filosofía del libre comercio. Más bien, ve el “libre comercio” como un instrumento que generalmente sirve a los intereses de las corporaciones estadounidenses. Es probable que el unilateralismo económico de la Casa Blanca de Bush mine el proceso de gobernancia económica global plasmado en instituciones como la Organización Mundial de Comercio y foros como el G7-8.
  • Los demócratas y los republicanos en el Congreso seguirán unidos en torno de la agenda bipartita que plantea promover una visión estadounidense del mundo a través de la ayuda política (canalizada a través de organizaciones y movimientos como el Fondo Nacional para la Democracia y la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional, USAID, por sus siglas en inglés), propaganda y diplomacia pública. Durante la segunda administración de G. W. Bush, el marco político neoconservador de “globalismo democrático” servirá, como lo ha hecho desde principios de los ochenta, de argamasa de una política exterior bipartita que de una base liberal al intervensionismo militar y político en el globo.

Reacciones de partidos politicos y gobiernos

La primera administración de G. W. Bush llegó al poder en 2001 con la convicción de que necesitaba construir una nueva política exterior y militar acorde con las realidades de un mundo unipolar. La segunda administración de G. W. Bush, a pesar de los reveses en Irak, mantendrá, muy probablemente, la misma idea. Sin embargo, existe la posibilidad de que esa postura estadounidense desate la emergencia de un mundo más plurilateral en el que un reajuste de los equilibrios regionales de poder en lo económico, político y diplomático ofrezca una visión nueva, positiva de la cooperación internacional. Al mismo tiempo, sin embargo, existe la posibilidad de que las hondas divisiones en asuntos internacionales tengan como resultado una relaciones internacionales más anárquicas y competitivas.

  • El Partido Demócrata ofrecerá poco o ningún liderazgo en asuntos de seguridad nacional. En vez de ello, se centrará en políticas domésticas y asuntos económicos globales que ofrezcan mayor potencial a la hora de construir espacios y coaliciones que se opongan a la Casa Blanca. Por ello, la administración Bush puede contar con un interés muy reducido de los medios y del público en la política exterior.
  • Otros países se han mostrado hasta ahora renuentes a oponerse a la hegemonía global de Estados Unidos y a su liderazgo político. Es probable que la segunda administración de G. W. Bush provoque una nueva actitud más resuelta de otras naciones, grandes y chicas, para confrontar las agendas estadounidenses que diverjan de la legislación internacional y las reglas multilaterales o que las desafíen. Gradualmente, podremos esperar una contra-agenda más unida, a partir de bloques de naciones que insisten en la importancia de los tratados internacionales; de reinstaurar la primacía de la diplomacia a la hora de establecer temas de seguridad, y de forjar un consenso político en torno de soluciones sobre el precario estado de la economía internacional y del empobrecimiento de muchas naciones y comunidades. La supremacía militar de Estados Unidos, sin embargo, seguirá sin contrincante en cualquier nuevo equilibrio de poder que emerja.
  • Parece haber una contracorriente política en América Latina (Venezuela, Brasil y Uruguay) a la creciente derechización de la política en Estados Unidos. Los aliados de Estados Unidos en Irak han perdido algunas elecciones (notablemente España) pero algunos de sus apoyos han ganado (Howard en Australia, Arroyo en Filipinas), lo que sugiere que al tiempo que Europa es el centro de la oposición, esa oposición, por razones políticas o de oportunidad, no es uniforme.
  • La Coalición de Cancún que se opuso a Washington y la Unión Europea en la Organización Mundial de Comercio de 2003 tiene todavía que demostrar un poder estable como bloque de poder alternativo de países en desarrollo en las negociaciones de comercio global.
  • Los asuntos planetarios, particularmente el cambio climático, podrían llevar a gobiernos preocupados y a una inquieta comunidad transnacional de activistas y ciudadanos a constituir una fuerza con el poder y la voluntad de confrontar al gobierno de Bush. Si esto sucede, la segunda administración de Bush tendría serias dificultades al tratar de evadir el tema.

Reacciones en el movimiento altermundista

El activismo ciudadano, encabezado por grupos liberales y progresistas, han sido alabados como la “otra superpotencia global” y como la principal fuente de pensamiento innovador y constructivo sobre soluciones a la seguridad transnacional, al desarrollo, la gobernancia y los retos ambientales del siglo XXI. La tenue sustentabilidad de los dos mayores movimientos ciudadanos transnacionales--uno que se opone a la globalización neoliberal y el otro oponiéndose a la guerra estadounidense en Irak--ha creado un cierto escepticismo sobre el verdadero poder y coherencia política de estos movimientos. A pesar de ello, es probable que movimientos progresistas y liberales con redes globales de acción eventualmente se reagrupen y se beneficien de sus propias experiencias al proyectar e implementar sus agendas globales.

Aunque plagados por sus propias incongruencias, diferencias y su atención de corto plazo, las organizaciones ciudadanas transnacionales pueden volver a surgir como una fuerza que la segunda administración de G. W. Bush no podrá ignorar--especialmente si este activismo encuentra un espacio común con gobiernos, partidos políticos, organizaciones comunitarias y sectores empresariales que compartan su preocupación por los impactos de una claridad moral y superioridad militar estadounidenses mal dirigidas y justificadas. En el corto plazo, sin embargo, el movimiento altermundista necesita superar un buen número de obstáculos antes de poder, sea sólo o en coalición, constituir un contrapeso sólido a la búsqueda desenfrenada de hegemonía estadounidense de la administración Bush.

Hay una peligrosa posibilidad de que la oposición política internacional al segundo gobierno de Bush sea menos visionaria, menos proactiva y más inquieta. Esta tendencia ya se hizo evidente durante la primera administración de G. W. Bush, cuando la predominancia de los asuntos de seguridad nacional restringió el discurso político e hizo a un lado los esfuerzos por imaginar nuevos marcos de políticas públicas. Esta tendencia será todavía más pronunciada ahora, conforme las fuerzas de centro izquierda se encuentren en una situación más polarizada y a la defensiva--peleando desesperadamente para mantener las reformas a favor de los derechos civiles, los derechos de las mujeres, los programas sociales, la legislación ambiental, los derechos humanos, etc., que se han convertido en un distintivo de una sociedad estadounidense más ilustrada e incluyente. Esta respuesta inquieta y a la defensiva podría, incluso, llevar al abandono de los esfuerzos que comenzaron en la década pasada para construir alternativas constructivas y establecer nuevas agendas para el siglo XXI desde la perspectiva de una sociedad civil con base en redes internacionales.

Sería una gran pérdida que los miles de movimientos ciudadanos que hoy están ocupándose del desarrollo, la seguridad, la justicia y los asuntos ambientales reajustaran sus movimientos para ocuparse solamente de los temas anti-americanos y anti-imperialistas. Aunque esta respuesta serviría para canalizar mucha de la indignación levantada por la arrogancia y el militarismo del gobierno estadounidense, quitar el énfasis en la creación de alternativas nacionales y globales a las estructuras políticas y económicas dominantes podría desviar seriamente a los movimientos de la sociedad civil que están promoviendo nuevas agendas para enfrentar amenazas tradicionales y no tradicionales a la paz, la equidad, el desarrollo y la sustentabilidad.

Mayores esfuerzos de activistas ciudadanos para desarrollar un movimiento global anti-guerra dirigido contra las guerras y ocupaciones estadounidenses podría llevar al resurgimiento de actividades anti-guerra dirigidas contra la administración Bush y su pequeño círculo de aliados. Pero si se acepta como el único objetivo, la energía y los recursos destinados a oponerse a la guerra y al imperialismo probablemente se desviarían de los esfuerzos por proponer nuevas agendas que podrían llevar a una paz más duradera. Estos incluyen agendas de políticas públicas para crear cuerpos multilaterales igualitarios, para controlar a las corporaciones transnacionales y para construir una nueva comunidad internacional, más multidimensional y que mire más hacia el futuro, que incluya gobiernos, empresas y sociedad civil, unidos en torno de los principios del desarrollo sustentable y un compromiso internacional constructivo.

La rápida disolución de las campañas internacionales masivas para imponerse a la invasión de Irak demostraron que inclusive una vigorosa y extendida protesta es incapaz a veces de vencer la combinación de agresividad política, nacionalismo e impotencia que surge después de las ofensivas militares. Los opositores veteranos del intervensionismo, sea liberal (Sudeste asiático) o neoconservador y de derecha (Centroamérica) recordarán que estos movimientos persistieron por muchos años--más de una década en el caso de Vietnam--antes de que la sociedad en su totalidad reconociera la locura y el crimen del intervensionismo militar.

Es poco probable que un nuevo movimiento anti-guerra tenga efecto sobre la administración Bush a menos que se convierta en un movimiento masivo que incluya a los sectores del corazón estadounidense (incluyendo a sectores pro-Bush) y a las unidades militares mismas. Pero desde las movilizaciones antes de la invasión a Irak el movimiento global anti-guerra ha perdido fuerza y credibilidad y ha limitado su alcance al ignorar la necesidad real de acciones policiacas y militares agresivas contra las redes terroristas internacionales (principalmente islámicas).

Algunos de los actores principales del movimiento anti-guerra tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, inclusive han distanciado al movimiento de las preocupaciones e intereses del público en general al enmarcarlo en términos de solidaridad con los militantes iraquíes, en vez de mantenerse frente a los principios de una guerra ilegal y de una ocupación destructiva. Si un movimiento cuyo principal objetivo es la presencia estadounidense en Irak podía ayudar a sacar la política exterior y militar de Estados Unidos de su curso radical y alucinante, debería presentarse como un movimiento pacifista preocupado por todos los actores que se basen en estrategias militares para conseguir fines políticos. Signos de este movimiento de paz anti-ocupación están ya surgiendo.

Organizaciones políticas sin fines de lucro, fundaciones y grupos de activistas, especialmente aquellos a la izquierda del centro, enfrentarán un mayor escrutinio, acoso, represión, espionaje y restricciones presupuestales gubernamentales.

En vez de canalizar múltiples energías en una postura defensiva, un movimiento global de ciudadanos renovado deberá contrarrestar la agenda Bush con una agenda alternativa cohesionada. La agenda Bush fue forjada por una inestable pero exitosa coalición de neoconservadores, conservadores sociales, liberales económicos y militaristas que han mezclado sus ideologías, teologías y políticas en un plan de acción aparentemente coherente para la nación y para el mundo.

El centro izquierda no tiene nada cercano a una agenda alternativa que integre temas culturales, éticos, económicos, sociales, políticos y de seguridad. Las fuerzas liberales y progresistas se han organizado típicamente en torno de asuntos aislados en vez de alrededor de un marco político integral que una agendas de política interior y exterior a partir de principios que los atraviesen a todos. Este desequilibrio no es de ninguna forma responsabilidad sólo de los fracasos de los reformistas intelectuales o políticos de centro izquierda. Las fuerzas de la globalización corporativa han diezmado muchos de los circuitos más importantes, notablemente el laboral, de la agenda por una reforma democrática que contrarreste el poder del capital con el poder del gobierno y de la gente. En un desarrollo similar, el capital transnacional reaccionó a los desafíos populares de los años sesenta y setenta volviéndose cada vez más políticamente astuto, no sólo a partir del financiamiento de campañas políticas sino también financiando una infraestructura de institutos políticos, redes por la reforma judicial, centros de investigación y coaliciones nacionales que propagaran la ideología de un liberalismo económico libre de restricciones para buscar el mayor provecho posible, al mismo tiempo que equiparaba el individualismo, el materialismo y los mercados con valores éticos y religiosos tradicionales.

En este contexto, si los radicales de derecha enfrentan retrocesos mayores, estos serán consecuencia más de sus propios excesos y divisiones que de la cohesión filosófica de un marco político alternativo o de la fuerza bien enraizada de una oposición unida de centro izquierda. En ese caso, los retrocesos que sufra la derecha radical serán sólo temporales.

Este reporte de políticas públicas fue escrito por los tres analistas del IRC: Tom Barry, Laura Carlsen y John Gershman. Barry es Director de Análisis Política del IRC, Carlsen dirige el Programa de las Américas del IRC y Gershman es codirector de Foreign Policy in Focus, un programa conjunto del IRC y IPS.