Txema Mauleón

20 años de insumisión

(Hika, 206zka. 20009ko Martxoa)

            Cuando se cumplen 20 años del inicio de la estrategia de Insumisión por parte del Movimiento Antimilitarista, es un buen momento para hacer un balance. Varios elementos hicieron del Estado Español el lugar con más insumisos de Europa, y a Navarra la tierra con mayor número de insumisos de este.

            Una dictadura, como la franquista recientemente superada, con intento de golpe de estado incluido, con la guerra fría y la proliferación nuclear sin terminar de superar, y un servicio militar considerado socialmente como inútil, peligroso, etc., hacían del ejército una de las instituciones sociales menos valoradas por parte de la sociedad. Sin duda, los valores representados por la institución castrense, esto es, pasado dictatorial, machismo, jerarquía, violencia, etc., distaban mucho de los valores más aceptados entre la juventud. Este desprestigio era especialmente significativo en Navarra y la CAV, como en parte se reflejó con el triunfo del No en el referéndum de la OTAN y en la medida en que tenía un componente de opresión nacional; pero se extendía al conjunto del Estado, donde la vinculación a valores pacifistas es un continuo especialmente significativo, como reflejan todas las encuestas a nivel europeo, y se vio en las pasadas movilizaciones contra la guerra de Irak.

            Otro elemento fundamental será la importancia de la izquierda social y sindical de carácter rupturista de la época, que primero con el movimiento anti-OTAN y con el impulso de la Insumisión después, son el germen fundamental del Movimiento Antimilitarista en Navarra.

            Y quizás lo más importante para el éxito del Movimiento Antimilitarista fue sin duda la utilización de la no-violencia y la desobediencia civil como principal estrategia movilizadora frente a un ejército y a un servicio militar ampliamente desacreditados.

            Esta estrategia, junto al discurso pacifista y antimilitarista, jugó un papel fundamental provocando una fuerte represión por parte del Estado hacia miles de jóvenes que no practican ningún tipo de violencia, sino que por razones políticas y de conciencia se niegan a aceptar una ley injusta y socialmente rechazada, estando dispuestos a asumir la pena impuesta. Una represión que provoca un escándalo social por lo desproporcionada e injusta, y la consiguiente muestra de solidaridad y apoyo hacia el afectado, así como la pérdida de legitimidad del que la ejerce.

            Además, y como se sabe, aunque se produjo en todas las Comunidades Autónomas, en Navarra los jueces fueron especialmente estrictos en la aplicación de la legislación penal, condenando a los desobedientes a penas de cárcel nada desdeñables, llevando a cientos de jóvenes navarros a la cárcel “por su conciencia antimilitarista”.

MEJORES PREGUNTAS, PEORES RESPUESTAS

            Han sido y siguen siendo muy interesantes y útiles las aportaciones que el antimilitarismo y el pacifismo han realizado tanto en el plano de la crítica política como en el ético y de valores. Entre estas destacaríamos:

            • La plasmación del desastre humano que toda guerra provoca, especialmente cuando el desarrollo armamentístico no para de crecer, llegando al absurdo absoluto de la autodestrucción humana que conllevaría una guerra nuclear.

            • Las numerosas víctimas civiles que dichas guerras provocan, y el dilema entre fines y medios que esto supone.

            • Lo inútil y despilfarrador del ingente gasto militar, más si tenemos en cuenta la situación de pobreza que vive una gran parte de la humanidad.

            • La tendencia de todo estamento armado (bajo mando de la derecha o de la izquierda) a cierta autonomía cuando no independencia del poder civil, la violencia, el no respeto de los derechos humanos, etc., con numerosos casos y ejemplos de golpes de estado, dictaduras militares, tortura, predominio de lo militar frente a lo político en movimientos contestatarios de izquierda…

            • La impregnación en estas instituciones de valores escasa o nulamente democráticos, como la violencia, la jerarquía incuestionable, machismo, y un largo etc.

            Sin embargo, el antimilitarismo y pacifismo llevados hasta sus últimas consecuencias, tienen peores respuestas ante determinadas situaciones, como la legitimidad del uso de la violencia en legítima defensa cuando está en juego la vida propia, en la respuesta a las numerosas situaciones violentas que se dan en la vida cotidiana (delincuencia, violencia de género, etc.) que hacen pensar que una determinada institución de seguridad es necesaria, o ante situaciones que se dan hoy en el mundo real, donde las partes en un conflicto armado pueden requerir y ser útil, una intermediación militar, por más que habitualmente respondan a intereses espurios, a beneficio de parte o propio y se disfracen de intervenciones humanitarias.

            En todo caso, hoy el tronco de sus aportaciones sigue siendo fundamental para una mejora de la sociedad en que vivimos. Es un escándalo el absurdo del ingente gasto militar, la proliferación nuclear y química, los genocidios de población civil bajo subterfugios justificativos de daños colaterales versus consecuencias lamentables del conflicto, las dictaduras militares, la violación de derechos humanos por estamentos militares y policiales; la desmilitarización sigue siendo un objetivo central para sociedad más justa y respetuosa con los derechos básicos de las personas. Como sigue siendo central, la vía del diálogo en la resolución de conflictos, sobre principios de justicia, y la enorme legitimidad y virtualidad que la desobediencia civil no violenta tiene, en respuesta a situaciones de injusticia manifiesta.

UNA MANCHA EN EL EXPEDIENTE DEL MOVIMIENTO ANTIMILITARISTA

Como decíamos anteriormente, una de las mayores virtualidades del movimiento antimilitarista fue su apuesta por la desobediencia civil no violenta. Se trataba de una estrategia radical, por su componente de ilegalidad, capaz de generar enormes contradicciones.

            Contradicciones ante una respuesta desproporcionada, la cárcel, ante un comportamiento pacífico, la negativa a realizar el Servicio Militar Obligatorio, en el que el desobediente no se niega a cumplir la pena (por lo que se evita en gran parte la crítica a la insolidaridad o el no querer contribuir a un supuesto bien común), lo cual provoca una importante solidaridad hacia el afectado y el consiguiente desprestigio hacia el que la ejerce. Todo ello con añadidos tácticos muy inteligentes y especialmente comprometidos como el plante, en respuesta a los deseos del Gobierno de turno de suavizar la represión precisamente para mitigar ese escándalo social generado.

            Contradicciones igualmente, en la medida en que profundiza en el desprestigio de la institución, donde una no colaboración activa, termina poniendo en jaque la propia lógica de funcionamiento (en este caso el SMO), al llegar hasta el límite en el que el número de insumisos y objetores superó a los jóvenes que acudían a la mili.

            Y lógicamente, esta estrategia de desobediencia civil no violenta, provocó en Euskadi y Navarra, una tercera contradicción evidente con la práctica violenta de ETA. Gente joven, de manera pacífica, radical e ilegal, pero con la gran virtud de no generar ningún tipo de daño sino todo lo contrario, es capaz de poner el solfa al Estado y de generar un movimiento social de solidaridad amplísimo.

            Por el contrario, la estrategia violenta de ETA, con sus enormes daños personales y materiales, provoca un rechazo casi unánime en la sociedad, y lejos de debilitar, tiende a fortalecer tanto la legitimidad social del supuesto enemigo así como los modos violentos (sean legales o ilegales) de respuesta de este, desprestigiando igualmente el proyecto político que dice defender. El supuesto ejército popular revolucionario legitimado por la opresión del anterior régimen franquista y cierta épica del que “lo da todo por la causa”, deviene en un tiempo relativamente breve, con el arraigo del sistema democrático, en “verdugo sin escrúpulos ni ética del que piensa diferente” para la inmensa mayoría de la sociedad.

            Precisamente por esta contradicción, no es de extrañar el rechazo inicial que la estrategia de insumisión provoca en el MLNV (“la mili con los milis” decían). Posteriormente, y ante el rápido y amplio apoyo que cosecha entre la gente joven, no le queda más remedio que acomodarse con versión propia de “insumisión al ejercito español”, frente al “no al ejército ni vasco ni español”, sino quieren quedar descolgados de un importante movimiento, principalmente juvenil, de protesta.

            Desde luego, la participación mas o menos activa de la izquierda abertzale en el conjunto del movimiento antimilitarista, fue más un compañero incómodo que un aliado natural y positivo, en la medida en que generaba una contradicción evidente con la ideología y praxis del movimiento, como tantas veces nos recordaría el Ministro de Interior de turno y otros agentes políticos contrarios al mismo.

            Y precisamente estas malas compañías, fue desde mi punto de vista el elemento más negativo del actuar del movimiento antimilitarista. Salvo alguna honrosa excepción (quiero recordar algún documento del MOC no excesivamente publicitado, y una publicación de Batzarre, esta sí con ánimo de generar debate y publicitado en sentido amplio), lo cierto es que el movimiento en su conjunto más bien prefería hacer la vista gorda y, pese a que de puertas adentro se criticaba mayoritariamente, nunca planteamos (y en esto me incluyo) ni se realizó ningún tipo de campaña activa “contra el militarismo de ETA”, “de apoyo a los disidentes o insumisos de ETA o hacia sus víctimas”, como si se haría contra la dispersión, a favor de la humanización de las cárceles, “a favor de las víctimas de las guerras”, etc.

            La colonización de gran parte del discurso de la Izquierda Abertzale en las izquierdas de la época junto al radicalismo de los 80, explican en gran parte esta carencia clamorosa, que en algunos ámbitos todavía perdura con una fuerza inusitada, como hemos comprobado recientemente en el comunicado de una de las plataformas anti-TAV ante el atentado mortal contra un empresario que realizaba obras en dicho proyecto, Iñaki Uria. Dicha plataforma, la asamblea anti-TAV, se ha limitado a decir que “exigimos a ETA que no intervenga en este conflicto”, y que los métodos de lucha adecuados son “la concienciación, la movilización, la desobediencia, la acción directa (no se muy bien que significa esto último), para a reglón seguido afirmar con rotundidad que “ello no significa ni mucho menos un respaldo de ningún tipo a la política antiterrorista del Estado”, y “culpamos a los partidos políticos y a las empresas que promueven el TAV de haber aplicado una política de hechos consumados según la cual se intenta imponer este proyecto mediante todos los medios posibles: ocultación de los destrozos sociales y ecológicos del TAV, intoxicación informativa y hostigamiento policial de la oposición a la infraestructura, militarización de las obras, propaganda mentirosa y ninguneo de las consultas populares y de las múltiples expresiones contrarias al TAV”. Vamos, que si las empresas militarizan las obras, miedo me da la respuesta a la misma.

            Pensar hoy que un movimiento antimilitarista, con vocación de llegar a las mayorías sociales, pueda escaquearse de una crítica directa y rotunda al militarismo de ETA en nuestra sociedad, es no reconocer que está condenado al fracaso por incoherencia política y no digamos ética.

_______________
Txema Mauleón es insumiso, miembro de Batzarre y concejal de Iruña

.