Vicent Torres
Catástrofes poco naturales

Sorprende la fragilidad de la principal potencia mundial ante el huracán Katrina, una catástrofe tan anunciada. Pero sobre todo asombra su fragilidad social, su incapacidad  para ayudar a los damnificados durante tantos días. Las peores pesadillas de los filmes de catástrofes y de ciencia ficción postnuclear se han hecho realidad: ciudades abandonadas,  personas indefensas, saqueos para sobrevivir, bandas armadas controlando áreas urbanas, muchas muertes evitables, y la intervención del ejército como fuerza de ocupación antes que suministrador de ayuda humanitaria. Resulta conveniente poner juntos los datos disponibles para entender la magnitud del problema.

Las revistas científicas, o la popular National Geographic, han dedicado extensos artículos a mostrar cómo un ligero calentamiento del océano está cambiando ya el ciclo climático, y por ello los huracanes tropicales son cada vez más frecuentes, más encadenados, y más dañinos. ¿Puede que la incapacidad del gobierno Bush para hacer frente a la situación de estos días venga de su empecinado rechazo del cambio climático, por su política energética y ambiental, escorada a favor de las petroleras?. Paradójicamente, el Pentágono incluye en sus escenarios futuros la posibilidad de un cambio climático catastrófico (ver mi artículo “El clima de mañana” así como el informe confidencial del Pentágono, en la web www.terracritica.org).

Se sabía también que gran parte de Nueva Orleans esta por debajo del nivel del mar, sobre todo después de construir un superpuerto y orientar el crecimiento urbano hacia el Este. El suelo del delta del Missisipí se esta hundiendo, por la reducción de aportes de sedimentos, a consecuencia de la construcción de presas, y el cegamiento de cursos de agua. El riesgo de inundaciones, identificado y asumido, habría obligado a un adecuado mantenimiento y al recrecimiento de los diques protectores, para preservar las enormes inversiones realizadas en infraestructuras y en viviendas. Pero fue  precisamente la administración Bush la que regateó los fondos necesarios, para concentrar los gastos públicos en sus políticas armamentísticas.

De hecho, toda la población “que cuenta”: los blancos, los ricos y la llamada “clase media”  había escapado en sus automóviles de las ciudades condenadas. Pero quedaron en ellas muchas personas, fundamentalmente de color, aunque también blancos. No era tanto el color de la piel, sino la pobreza absoluta, lo que les definía. La pobreza que está creciendo rápidamente en los Estados Unidos, durante la era neoliberal que padecemos, y que afecta mucho más a las personas de color. Después de la catástrofe, este censo va a aumentar enormemente en el sur. También se quedaron muchas personas de avanzada edad o impedidas, sin apoyos familiares ni sociales para asegurar su evacuación. Nadie pensó en ellos, más que para indicarles que se refugiaran en los dos grandes emblemas de la modernidad de Nueva Orleans: el Centro de Convenciones y el SuperDomo deportivo. Pero nadie se acordó de proporcionar a la gente agua, alimentos, o atención médica. Tampoco les evacuaron: el ejército, durante varios días, evitaba que salieran del perímetro marcado, porque no sabían donde enviarles, y se dedicaba a disparar contra los desgraciados que asaltaban comercios,  quizás sólo para sobrevivir. Las organizaciones de la sociedad civil, las únicas que recogieron desde los primeros días donativos personales, no pudieron hacerlos llegar a la zona afectada. El despliegue del ejército, aportando suministros y evacuando gente, sólo fue masivo al cabo de una semana, poniendo en evidencia que el Estado sí que disponía de medios, pero le faltaba sensibilidad social y preocupación por sus ciudadanos.

Como efecto colateral, algunos expertos anuncian que ya podemos fechar el “Pico de Hubbert”, disparado por el impacto del Katrina en la producción petrolera del Golfo, y en las reservas estratégicas norteamericanas. Se trata del comienzo del fin de la “era del petróleo”, el momento en que la producción petrolera va a descender de manera continuada. El incremento de precios del petróleo no es sólo pues un movimiento especulativo: los carburantes seguirán su tendencia al alza, y se irán poniendo en evidencia las suicidas políticas energéticas y de transportes, como las que fomentan todavía nuestros sucesivos gobiernos (planes de infraestructuras).

Observamos, pues, que la catástrofe del Katrina no puede calificarse de natural, para eludir así responsabilidades. Si las emisiones contaminantes y de CO2 causadas por las actividades humanas aceleran el cambio climático, y aumentan las grandes catástrofes, las pérdidas materiales y humanas se ven claramente incrementadas por las actuaciones a escala local. La vulnerabilidad de las poblaciones aumenta al ignorar los límites naturales a su crecimiento, y al despreciar las consecuencias previsibles de la creación de nuevas infraestructuras y barrios en lugares de alto riesgo. El despiadado neoconservadurismo, ignorando dichos riesgos, así como los sufrimientos de la población “desechable”, tiene una gran cuota de responsabilidad en la dimensión de la catástrofe.

En Europa central, también este verano, hemos visto como algunos grandes ríos se desbordaban de manera catastrófica, reclamando los valles fluviales, que eran su válvula de escape natural, ahora invadidos por construcciones y carreteras. Esto ya se sabía cuando se produjeron unas inundaciones similares, hace pocos años, pero no se han tomado suficientes medidas para rectificar los errores pasados. Afortunadamente, aunque las políticas energéticas de la “vieja Europa” no difieren tanto de las norteamericanas, y comparten la responsabilidad en el agravamiento de la situación ambiental, aquí se mantiene una mayor cohesión social y hay una mayor transparencia política, que va haciendo incorporar nuevas políticas ambientales, y mantiene una fuerte exigencia al Estado para preservar los servicios públicos y las prestaciones sociales. Con todas sus limitaciones, estas son las principales ventajas de que disfrutamos todavía en Europa. Habrá que defenderlas, para garantizarnos un futuro. Pero también habrá que aprender de estas catástrofes, para prevenir cuanto antes sus impactos, y comenzar a recuperar una relación sostenible de la humanidad con la naturaleza. ¿Aprenderemos a tiempo? ¿Tendremos todavía tiempo?